ALICIA
Le odio.
Odio a Brandon con su estúpido pelo n***o y sus estúpidos ojos gris plata y su estúpido Bugatti. Y lo que es más importante, odio Tygerwell.
¿Por qué tuvieron que morir mis padres? ¿Por qué me enviaron a otro estado? ¡¿Por qué me inscribieron en la escuela más loca posible?!
Por mucho que odiara en secreto mi vida corriente y ansiara la aventura y el peligro, no puede llegar en peor momento. Ahora es cuando, de hecho, necesito normalidad.
Cuando el Bugatti de Brandon hace tiempo que se ha ido, sigo sin dejar que la tensión de mi hombro decaiga. ¡Dios sabe adónde me dirijo! Solo puedo esperar volver a la escuela. Por otra parte, para cuando llegue, probablemente ya sea demasiado tarde.
A lo lejos oigo un trueno y, como respuesta, una gota de lluvia cae sobre mi nariz.
—Oh, Dios, no...
El resto de la lluvia cae con fuerza.
—¡TIENES QUE ESTAR DE BROMA!
Corro hacia un callejón en busca de refugio. Sí, ya sé lo que estás pensando. Rápidamente, me meto bajo uno de los tejados y me entra un escalofrío cuando me doy cuenta de toda la basura que hay tirada y de que este lugar puede ser realmente sombrío.
Suena el sonido de las ratas.
—¡Aaah!— grito cuando algo pasa literalmente por encima de mi pie y se escabulle bajo un contenedor. Si finjo que no era una rata, quizá algún día empiece a creerme.
—¡Puedo conseguir el dinero la semana que viene!—. Oigo a alguien suplicar desde el otro lado del callejón.
Me quedo muy quieta y callada cuando por fin veo a los dos tipos sujetando a otro por el cuello.
Oh, mierda.
—La semana que viene no es suficiente. El plazo vence hoy. Necesitamos el dinero ahora—, grita uno de los tipos.
Al darme cuenta de que estoy un poco al descubierto y de que soy demasiada curiosa para mi propio bien, me escondo detrás del contenedor y observo cómo se desarrolla la escena.
—Por favor. Tengo mujer e hijos—, suplica el hombre retenido.
—Eres un drogadicto y siempre estás merodeando por la calle Park. ¿Qué hombre casado va por ahí follando con putas?—, gruñe el otro tipo.
—¡Oh Dios, solo dame una oportunidad más!
Los dos tipos tiran al otro al suelo y entonces uno de ellos saca una pistola de su abrigo.
—Lo siento, pero se os han acabado las oportunidades—, dice el tipo y levanta la pistola hacia el tipo que está arrodillado en el suelo.
—Por favor... ¡Por favor, ten piedad!
Como soy idiota y no puedo esconderme por aquí, salto de mi escondite y grito:
—¡Dejadle en paz!
Ahora sería un buen momento para tener superpoderes.
Los dos hombres giran la cabeza hacia mí y el que está en el suelo parece aún más asustado.
—¡¿Qué estáis haciendo?!—, grita.
Bueno, eso nunca es buena señal.
—¡He llamado a la policía, ya casi están aquí!—. Digo y me dan ganas de pegarme porque ¿por qué no llamé a la policía?
En lugar de huir como esperaba, los dos hombres se abalanzan sobre mí.
—A la mierda mi vida—, murmuro antes de salir corriendo.
Mi pelo rubio se oscurece y se me pega a la cara bajo la lluvia. Por suerte, llevo las botas puestas, así que no tengo que preocuparme de mojarme los calcetines mientras corro entre charcos y baches.
Por supuesto, estaré más preocupada por mojarme los calcetines que por el hecho de que dos tipos armados corran detrás de mí.
La lluvia no hace más que arreciar y sé, por el ruido de los pasos detrás de mí, que los hombres me están alcanzando.
Al menos no han disparado al otro tipo.
Aunque me cueste la vida, me alegro de haber hecho algo. La última vez que me escondí fue...
Fue normal un segundo y al siguiente la puerta principal se abrió de una patada. Papá nos gritó a mamá y a mí que fuéramos a escondernos y corrió a detener a los intrusos. Oí, el primer disparo antes de que llegáramos a las escaleras.
Mamá y yo corrimos a su dormitorio y ella intentó atrancar la puerta. Con pánico en los ojos, se volvió hacia mí.
—Te quiero, Alicia. Te quiero muchísimo. Escóndete debajo de la cama—, me dijo.
Y como pensé que mamá iba a seguirme, me apresuré a meterme debajo. La puerta se abrió de golpe al mismo tiempo que me di cuenta de qué mamá iba a esconderse conmigo.
—Por favor, no lo hagáis—, suplicó mamá a los intrusos.
—¿Dónde está la contraseña?—, preguntó el enmascarado.
—Nunca te la diré—, espetó mamá antes de que le dispararan.
Cayó al suelo e hicimos contacto visual antes de que dijera:
—Te quiero—, y le dispararon de nuevo.
La sangre me salpicó y puede que esa sea la razón por la que ya no pinto de rojo...
Rápidamente, me doy cuenta de que he dejado de correr.
Me giro y veo cómo uno de los chicos se abalanza sobre mí. Caigo duramente de culo con el tipo encima. Me agarra por el cuello y trato desesperadamente de apartarle. Su amigo se cierne sobre mí.
—¿Qué has oído?—, me pregunta el tipo que me está estrangulando.
Puntos negros bailan en mi campo de visión y no puedo respirar. ¿Cómo voy a responderle si me está estrangulando?
Recuerda tus clases de defensa, Alicia, me digo.
Papá siempre traía un instructor de defensa diferente cada sábado. Algunos de los instructores eran amables y me enseñaban lo básico. Otros me hacían golpear un saco de boxeo durante horas y horas.
Quiero que mi mente se aclare antes de darme la vuelta.
El hombre que me estaba estrangulando se sobresalta un segundo y aprovecho para darle un puñetazo en la garganta. Chilla como un cerdo y me levanto y respiro antes de que pueda golpearme.
Su amigo me lanza un puñetazo y yo me muevo lo bastante rápido para evitar que me ponga un ojo morado, pero no lo bastante para no recibir un golpe en la cabeza. La mente me da vueltas y aspiro más aire para despejar la vista. Cuando el tipo lanza un segundo puñetazo, lo bloqueo y le doy una patada donde importa.
—¡j***r!—, grita el tipo, pero mi victoria dura poco cuando el tipo que está en el suelo tira de mi pierna y caigo de cabeza al suelo.
—¡Estás muerta!—, grita y vuelve a estar encima de mí. Esta vez, no tengo fuerzas para darle la vuelta cuando empieza a asfixiarme.
Todo vuelve a nublarse, pero no me arrepiento de haber intervenido.
No tendré miedo.
Los ojos de mi madre brillan ante mí.
No tendré miedo.
—Te quiero—, murmura.
No tendré miedo.
La sangre me salpica cuando le disparan.
No tendré miedo.
Estoy a punto de rendirme a la oscuridad, pero de la nada el tipo que tengo encima sale desprendido.
Inspiro aire y me palpo los puntos sensibles del cuello. Cuando vuelvo a levantar la vista, hay tres tipos atacando a los dos que me quieren muerta.
¿Estoy alucinando?
Alguien se agacha y me coge en brazos. Me lleva hasta lo que creo que es un coche enorme y lujoso. No protesto cuando alguien a quien no veo abre la puerta y el tipo que me sujeta me tumba en el asiento trasero.
Mi héroe sube a mi lado.
—Vaya, sí que tienes habilidad para meterte en líos—, dice el tipo.
Giro la cabeza, con esfuerzo, y miro al tipo sonriente con su elegante abrigo.
Omar Ramírez.
Bueno, eso es encantador.