CAPÍTULO IVPor un instante, Orelia se sintió demasiado asustada para intentar moverse o hablar. Sólo acertó a quedarse estática, muy pálida, mirando al Marqués con ojos muy abiertos y aterrorizados. —¿Puedo preguntar— inquirió el Marqués en un tono sarcástico que revelaba su enfado—, el nombre del galán que cautivó su corazón y que, por carecer de valor para buscarla a la luz del día, la espera afuera? —No… no hay… nadie. —¿Espera acaso que le crea? —Es… es la verdad. La miró a la escasa luz, como si quisiera penetrar en su alma para ver si mentía. Luego, dijo en un tono diferente: —¿No sería mejor que fuéramos a algún lugar donde nuestra conversación no despertara a los sirvientes? Entremos en la biblioteca . Obedientemente, Orelia lo precedió a través del vestíbulo. Llevaba la cab