En Gijón, España, un hombre alto con traje n***o y profundos ojos azules baja de su avión privado luego de más de doce horas de vuelo. Su porte de modelo de revista llama la atención de todos los presentes al paso, especialmente de la audiencia femenina, quien voltean a verlo sin pudor alguno.
Él, sin embargo, permanece indiferente de lo que pasa a su alrededor, concentrado en una llamada telefónica sobre una de las tantas inversiones que tiene alrededor del mundo.
Su secretaria, Mariana, lo espera, a un lado, con su agenda en la mano lista para lo que él necesite.
—Bienvenido a España, señor Oz. Espero que su viaje haya sido tranquilo —dice colocando bien sus lentes de pasta negra.
Adrián cuelga su llamada antes de prestarle atención. La mira de pies a cabeza, como es su costumbre, antes de contestar.
—Buenos días, Mariana. ¿Mi madre y mi hermana llamaron? ¿Cuáles son nuestras actividades más urgentes que tenemos para hoy?
Adrián empieza a caminar a grandes zancadas hasta su camioneta que está estaciona a unos cuantos metros. Mariana lo sigue a duras penas con sus zapatos de tacón retumbando en todo el sitio.
—Sí, señor Oz. Su madre y su hermana han llamado todos los días para preguntar por usted. Y les contesté lo que usted me había pedido.
Adrián asiente.
—Con respecto a su agenda, señor, no tenemos nada para lo que resta del día. Su primera reunión es mañana a las ocho en punto en la empresa.
Adrián se detiene bruscamente al oírla. Mariana también lo hace, quedando a unos pasos de él, temiendo lo peor.
—Quiero que hagas las llamadas necesarias y adelantes todas las reuniones posibles para hoy, empezando dentro de una hora —La señala con el dedo mientras mira la hora en su reloj. —Ya pasamos por esto, Mariana. No quiero que se vuelva a repetir.
Mariana anota algunas cosas en su agenda mientras Adrián sube a la camioneta.
—Señor —Mariana permanece a unos pasos. —¿No va a ir a su casa? Es que la señora Amelia...
Adrián mira a su secretaria con el ceño fruncido. Niega y cierra la puerta dejando a Mariana con la palabra en la boca. Inmediatamente, el móvil se echa a andar y la mujer queda preocupada. Sabe que dentro de un momento la señora Amelia llamará de vuelta preguntando por Adrián ¿Qué se supone que debe decirle? ¿Cómo le dice que él ya llegó, pero no irá a verla?
Dentro de la camioneta, Adrián toma su celular para responder algunos de los cientos de correos que tiene pendiente en su bandeja de entrada. Estuvo fuera de España por más de tres meses supervisando las obras de próximos hoteles en Brasil, Colombia y México. En ese tiempo estuvo totalmente desconectado de todos, incluso de su familia. Es un hombre obsesionado con el trabajo. Le gusta tomar el control íntegro de sus proyectos, de modo a que todo salga a la perfección. No deja nada a la suerte y ese es el secreto de prosperidad.
—¿Dónde lo llevo, señor? —Pregunta, Roberto, su chofer, desde el asiento delantero, sacando de su ensoñación a Adrián.
—Vamos al loft, Roberto—Responde él sin levantar la cabeza. El chofer toma la ruta principal para llevarlo hasta su departamento.
Quince minutos más tarde, Adrián sube hasta el piso diez de un lujoso edificio mientras su chofer baja las maletas que los asistentes del vuelo habían puesto en la camioneta.
Este es uno de los tantos edificios con que cuenta, además de las prestigiosas cadenas hoteleras esparcidas por todo el mundo. Su fortuna es incalculable, según la mayoría de las revistas empresariales, pero la verdad es que ni siquiera el mismo Adrián Oz sabe la suma exacta de sus bienes.
Llega hasta su lugar y enseguida se despoja de toda su ropa, dejando cuidadosamente guardada cada cosa en su sitio para entrar a la ducha. Él no solo es un millonario apuesto, sino también un maniático del orden. Además de que le encanta la ducha fría a cualquier hora, aunque haya baja temperatura en España.
Cuando sale del baño, Laura, su exnovia, está sentada en su cama esperándolo. Adrián frunce los labios al verla, pero no se preocupa por tapar su desnudez. La mujer no oculta su asombro al ver su cuerpo tan atlético y deseable, cuerpo que al susodicho le encanta ejercitar.
—¿Qué haces aquí? —Pregunta, tosco, mientras camina hasta su armario y busca un nuevo conjunto de traje. Laura queda boqueando con la vista fija en su firme y redondeado trasero. Por un momento siente unas ganas de tomarlo entre ambas manos y mordisquearlo como un trozo de pastel.
Aprieta sus muslos entre sí para aminorar el calor repentino que se extiende por todo su cuerpo y que hace efecto principal en su entrepierna.
—Vine a verte —Contesta luego de unos segundos de laguna mental y un profundo suspiro. —Tu asistente me dijo que hoy llegabas y quise venir a darte la bienvenida. Te extrañé, Adrián.
Adrián continúa vistiéndose sin prestar mucha atención a su explicación, aunque mirándola de reojo de vez en cuando por el espejo.
—Para la próxima, asegúrate de entrar cuando yo te haya dado permiso de hacerlo —Gruñe, Adrián, con voz ronca y autoritaria. —O de lo contrario ordenaré en portería que no vuelvan a dejarte entrar al edificio.
La advertencia del hombre no hace más que acrecentar el sofoco de la joven.
—Lo siento —dice antes de morderse los labios fuerte para hacerse reaccionar. —Solo quería invitarte a cenar esta noche, como bienvenida.
—No tengo tiempo.
—También vine a traerte esto —Laura saca de su cartera un sobre plateado y lo deja a un lado en la cama. —Es la invitación al avant-premiere de mi película. Creí que podías acompañarme ese día tan especial. Es mañana a la noche.
—Veré mi disponibilidad con Mariana y te aviso.
Laura asiente y se levanta para irse. No es la primera vez que Adrián la rechaza, tampoco será la última, porque no pretende rendirse hasta tenerlo comiendo de su mano como hace años atrás antes de que conociera a la persona que se robó su corazón.
Siempre estuvo enamorada de él y para nadie es un secreto que anda tras sus huesos desde siempre.
Adrián, por su parte, termina de vestirse, elegante, como siempre, y baja de nuevo hasta el estacionamiento donde Roberto lo espera.
En el momento en que sale del ascensor, su teléfono vibra dentro del bolsillo de su pantalón y puede imaginar quien es.
Se toma al menos unos segundos para tomar su teléfono y contestar.
—¡¿Qué pasa contigo, mi vida?! —La voz del otro lado, reprocha al momento. —¿Por qué no viniste a casa? Acabo de hablar con Mariana y dijo que ya llegaste y habías ido directo a tu departamento.
—Sí, vine a cambiarme. Tengo reunión dentro de exactamente treinta minutos —Responde simplemente mirando su reloj mientras se dirige a la camioneta.
—Pero si acabas de llegar. ¿Acaso no nos merecemos el placer de verte de vez en cuando por casa? Somos tu familia, Adrián.
Adrián se masajea el puente de la nariz, frustrado, mientras entra dentro de la camioneta. Sin responder nada, corta la llamada sin más. Ya tendrá tiempo de hablar con ella cuando se sienta con ánimos de hacerlo.
Roberto pone en marcha la camioneta nuevamente mientras mira por el espejo retrovisor a su jefe. Lo conoce desde que era un crío y sabe que algo lo tiene angustiado, sin embargo, él no es nadie para decirle nada. Su deber a su lado es solo llevarlo a donde él disponga y cuidar sus espaldas de vez en cuando.
Pese a que Adrián es un hombre poderoso y de mucha influencia en el ámbito empresarial, su vida personal y social es muy sencilla, por no decir nula. No se relaciona con casi nadie, aparte de su familia y sus empleados más directos. Prefiere estar solo en su poco tiempo libre que estar buscando diversión fuera de casa, lo que haría cualquiera a su edad y su opulencia.
—¿Dónde lo llevo, señor? —Pregunta Roberto tomando ya la avenida principal, pese a que ya sabe la respuesta.
—Llévame junto a ella.
El chofer asiente y toma el camino de siempre. No hay una sola semana que Adrián no pida ir a este lugar mientras se encuentra en España.
La primera parada, una florería.
Roberto estaciona y entra en el local, saliendo inmediatamente después con un ramo de rosas amarillas, las preferidas de Olivia.
Es una rutina que siguen al pie de la letra desde hace exactamente cinco años.
Poco tiempo después, llegan a destino. Adrián mira el lugar por la ventana durante unos minutos, sin hablar, sin atreverse a bajar.
—¿Quiere que baje y deje las rosas por usted, señor? —Pregunta Roberto tomando el ramo en sus manos.
—No —Responde él desabrochando su cinturón y tomando las flores de su mano. —Quiero hablar con ella unos minutos.