Martina se queda en su departamento y Olivia va hasta su casa con su esposo.
—Tengo algunas cosas que solucionar en el hotel —dice Enzo entrando al sanitario luego de que suben a la habitación. —Ya di órdenes a Juana que te dé especial atención. Si necesitas algo, le hablas.
—¿No es muy tarde para ir a una reunión? —Pregunta Olivia sentada desde la cama. —Creí que ibas a quedarte conmigo.
Enzo no contesta, como siempre. Ya casi está acostumbrada a sus salidas nocturnas y a su forma nada sutil de ignorarla.
Resignada, se quita el calzado y se acuesta en la cama. Sus dolores ya calmaron, pero prefiere seguir al pie de la letra las recomendaciones de su doctora y reposar. Se lleva sus manos a su vientre y cierra los ojos para no pensar en nada, excepto en ese pequeño ser que crece en su interior.
Enzo se da una ducha rápida y en cuanto sale del baño, encuentra a Olivia profundamente dormida en posición fetal. Sin darle mucha importancia, se viste. En realidad no tiene ninguna reunión. Lo que busca es poder despejarse de ella antes de que lo asfixie.
Ya vestido, baja. La ama de llaves lo espera en el último escalón de la escalera.
—No pierdas de vista a Olivia —Ordena, Enzo. —Que los vigilantes estén pendientes de todos sus movimientos. No quiero que la dejen salir de la casa, tampoco dejen entrar a la amiguita.
—¿Qué haremos si pide salir?
—Le dices exactamente lo que te acabo de decirte, que yo prohibí su salida de la casa. Por eso te pido especial atención. Si no colabora la encerraré en el cuarto bajo llave.
Una casi sonrisa se asoma en la cara de la mujer quien asiente hacia su jefe.
—Como digas, Enzo.
Esa noche transcurre sin mayor problema. Olivia duerme profundamente hasta muy tarde a la mañana debido al efecto de los analgésicos que le recetaron.
A la mañana siguiente, despierta con un mareo intenso. Se levanta bruscamente y corre al baño a descargar su estómago. No es hasta que sale de allí que se da cuenta de que Enzo nunca llegó a dormir.
Mira la hora en el reloj y son pasadas las nueve de la mañana. Un suspiro ahogado sale de su pecho.
Antes de que consiga una muda de ropa para entrar a la ducha, Enzo abre la puerta. Cuando pasa a su lado, un olor a perfume barato de mujer se cuela en las narices de Olivia, que por el embarazo están más sensibilizados que nunca.
Sin decir absolutamente nada, Enzo, se saca la ropa y entra a la ducha. Olivia no puede resistirse a tomar su camisa del suelo y olisquear como un perro.
No cabe la menor duda. Sus ojos se empiezan a cristalizar al momento, no de celos, sino de rabia. ¿No dijo acaso que la amaba y pasó la noche con otra mujer?
—¿Qué pasa? —Enzo la sorprende con su ropa en la mano cuando sale de la ducha.
—¿Dónde estabas hasta esta hora, Enzo? —Pregunta, ella, sobre exaltada. —Hueles a perfume de mujer. ¿Qué significa esto? ¿Con quién estabas?
—Te dije que iría a una reunión, Olivia ¿Cuál es el problema?
—¿Cuál es el problema? —Repite. —Tu ropa huele a perfume de mujer. Eso pasa. —Olivia extiende la camisa, hay él, pero Enzo le resta importancia. La esquiva y camina hasta el armario y busca otro juego de traje para ir hasta la oficina.
—Era una cena donde también había mujeres, Olivia. Sabes que me relaciono con miles de personas todo el tiempo. Soy el presidente de un hotel, ¿Recuerdas? ¿Qué pretendes? ¿Que solo acepte a turistas varones? ¿Que no acepte reuniones donde va a participar mujeres?
—No me refiero a eso...
—Sé a lo que te refieres. Te conozco. —Se acerca hasta ella y la toma del rostro con ambas manos ejerciendo cierta presión que no resulta dolorosa, pero si molesta, para Olivia. Su mirada es dura, ella nunca lo había visto con tal determinación. —Y no es lo que piensas. Ya te expliqué lo que pasó con Isabella. No por eso me debes relacionar con cada mujer con la que me cruzo en el trabajo.
Deja un beso corto en los labios de ella que le saben a nada antes de soltarla bruscamente. Enzo termina de vestirse.
De soslayo mira a su mujer entrar a la ducha más tranquila. Sonríe. Si ella supiera donde estaba anoche y haciendo qué, muy seguramente caería de espaldas. Es tan santurrona que hasta virgen llegó al matrimonio. ¿Quién en el siglo XXI permanece pura a los veinte?
Luego de vestirse, baja al comedor y encuentra a su madre, sentada en el sofá, esperándolo.
—Mamá, ¿Qué haces aquí? —Camina hasta ella y la saluda con un beso, extrañado. No la vio cuando llegó. —Creí que estabas en Nueva York ¿Cuándo llegaste? ¿Por qué no avisaste que venías para buscarte en el aeropuerto?
—Llegué hace un par de horas, hijo, y vine directo para verte —Lo toma de los cachetes y lo zarandea un poco. —He estado sentada mucho tiempo en la cocina con Juana, esperando que tu mujercita me reciba, pero tal parece que lo que tienes aquí viviendo contigo es todo menos una buena esposa. Mira la hora que es. Juana me dijo que aún seguía dormida. ¿Cómo puedes permitir eso? Eres muy condescendiente con ella, Enzo.
—No hablemos de ella, mamá. Mejor acompáñame a desayunar. Allí me cuentas qué haces en México —dice Enzo para cambiar de tema.
Madre e hijo van hasta el comedor donde un gran desayuno los espera, toman su café y hablan sobre los nuevos proyectos en la hotelera.
Olivia se toma una ducha tibia, corta, pero relajante, se coloca una ropa ligera y va también hasta la planta baja.
Para su sorpresa, cuando entra al comedor encuentra a su esposo tomando su café con su suegra. ¡Oh Dios! Esa mujer nunca la trató de buena forma. Mira su aspecto y aunque intenta retroceder sin que se percaten de su presencia, ya es tarde cuando ella voltea de pronto y la observa de pies a cabeza con los labios fruncidos.
—Buenos días —dice Olivia mientras se acerca a ella para saludarla, pero Aurora, su suegra, levanta una mano para evitar que se acerque más.
—Enzo, hijo mío, yo no te crie tan bien para que destruyas tu vida de esta forma —dice Aurora señalando a Olivia con su abanico. La joven boquea un par de veces intentando decir algo, pero nada le sale. —¿Qué dirán nuestros amigos cuando sepan la clase de mujer con la que te casaste?
—Pero... —Olivia intenta protestar, pero Aurora la interrumpe.
—¿Por qué desperdicias tu vida con ella pudiendo encontrar a alguien a tu altura, amor? No puedo ni siquiera imaginarme lo que dirá la sociedad cuando alguien de la prensa les saque una foto juntos.
Aurora se lleva su mano a la frente como si fuera a darle un ataque de un momento a otro. Olivia siente un nudo gigante en la garganta. ¿Por qué todos son tan crueles con ella?
—Para mí también es un gusto verla, señora —dice Olivia, a duras penas en tono sarcástico. —No sabía que mi suegra estaba de visita.
—¡No! —Grita la mujer levantándose. Su atuendo es perfecto como siempre, su peinado, su maquillaje, toda ella rezuma elegancia. Olivia toma el ruedo de su camiseta con los puños mientras intenta tranquilizarse y hacerle frente. —Para mí no es ningún gusto, verte Livia, y no vine de visita, vine a quedarme en la casa de mi hijo por un tiempo.
—Olivia —dice Olivia, al momento. —Mi nombre es Olivia, no Livia, señora. Y le recuerdo que esta también es mi casa. Estoy casada con Enzo.
Una carcajada sonora hace eco en todo el salón. Aurora ríe como si le acabasen de contar el mejor chiste del mundo. Vuelve a sentarse al lado de hijo y se sirve un poco de jugo para mojar su garganta.
—Solo espero que te estés cuidando, hijo —dice a Enzo, quien hasta ahora se había mantenido al margen de todo. —No quisiera que esta nos salga con su domingo siete. Me niego a tener un nieto de esta mujer. Sería desastroso que eso ocurra.
El corazón de Olivia se dispara al máximo al recordar a su pequeño bebé creciendo en su vientre. El hambre que tenía cuando bajó, se esfumó por completo. En su estómago solo siente un hueco doloroso que se acrecienta segundo con segundo, palabra con palabra.
—No te preocupes por eso, mami. De ninguna manera pienso tener hijos y Olivia lo sabe —Replica Enzo mirando de reojo a Olivia. —Lo hemos hablado de un principio. Un bebé es algo prohibido en esta casa. Y por algún motivo ocurre, lo abortamos.
—Es la mejor decisión, amor. Ni siquiera es capaz de atenderte como se debe, imagina que llegue a tener un hijo. Puff.
Los ojos de Olivia se empiezan a cristalizar solo con oír la palabra aborto. Ella no quiere abortar a su hijo, tampoco va a permitir que Enzo la obligue a hacerlo, nunca se lo perdonaría. Antes que alguno de los dos note su desazón, da media vuelta sobre sus talones y cuando está a punto de irse, su suegra habla nuevamente.
—¿No vas a desayunar?
¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Cómo piensa que va a sentarse en la misma mesa que ella luego de todo lo que le dijo?
—No tengo hambre, gracias —Responde Olivia sin voltearse.
—¡¿Vas a hacerle ese desaire a mi mamá?! —Ahora es Enzo quien pregunta en un tono bastante alto. —Acaba de llegar de viaje. ¿Así piensas recibir a todos nuestros invitados?
Olivia se queda tiesa. Se insta a sí misma a respirar, pero nada resulta en estos momentos. Un mareo la ataca de pronto.
Respira profundo antes de darse la vuelta lentamente sobre los talones y caminar unos pasos para sentarse en la silla más alejada de ellos.
Enseguida llega una de las sirvientas con un plato con huevos revueltos con tomate y tostada. Olivia la mira fijamente sin decir nada, ella se encoge de hombros, luego se marcha. Todos en la casa saben que ella odia los huevos con tomate. Con solo mirar el plato se le revuelve el estómago y siente unas ganas enormes de vomitar. ¿Acaso todos están conspirando en su contra?
—¡Come! —Ordena Enzo volteando a mirarla. —Mi madre pidió que te lo prepararan.
Bien, ahora todo tiene sentido. Ella está buscando la mejor forma de torturarla, y no solo eso, sino que también ordena como si fuera la dueña de la casa.
Olivia toma el tenedor y empieza a revolver la comida tratando de dejar su mente en blanco. Prueba un primer bocado y luego de mucho masticar, consigue tragarlo mientras se pregunta qué hizo para merecer todo esto.
Tras mucho esfuerzo, alcanza comer la mitad del contenido y se disculpa para subir a su cuarto, corriendo. Tan pronto llega allí, entra al baño para vomitar.
Algo le dice que esto apenas empieza.