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1172 Words
Me senté en espera a que el hombre regresara con los papeles que había pedido, el banco era un pequeño edificio en el pueblo, sus paredes eran grisáceas y aburridas, era un total silencio, bueno... el mismo pueblo era silencioso. Astro me despertó temprano para que lo sacara hacer sus necesidades, había tenido un pequeño problema con mi ropa, quería verme decente al pedir los papeles de mi casa pero lo único que yacía en mi maleta eran mis uniformes y algunas pijamas del internado así que me atreví a husmear en el armario de mi madre, ella era una persona elegante, vestidos, camisas y tacones, muy pocas veces la vi vestirse de manera sport y solo encontré un par de zapatillas, que para mi suerte me quedaban. Así que aquí estaba, vestida con un vestido azul corto, no era ajustado, un problema para mí al salir de la casa, ya que tuve que agarrar el vestido muchas veces para que no se me alzara cuando soplaba la fría brisa de septiembre, pero era muy cómodo este atuendo y las zapatillas me ayudaban a no resbalar por el húmedo piso. Toqué mi habitual trenza de lado, acariciando las hebras de mi pelo mientras escuchaba una conversación de dos mujeres a unos pocos metros de mí. —Así que es verdad que una nueva Ford está aquí —Susurraba una, estaban hablando de mí. —No tiene vergüenza, dicen que cuando era pequeña huyó de casa y ni siquiera se presentó al funeral de sus padres ¿Te imaginas eso? —Ahora supongo que quiere reclamar la fortuna de sus padre, es una niña muy desagradable. ¿Eso era lo que pensaban de mí? Sentía sus miradas clavadas en mi espalda, estaba a punto de girarme para defenderme pero el hombre de pequeña estatura se volvió a sentar frente a mí con unos papeles en su mano. —bien, ya que tus padres no dejaron ningún testamento o papel alguno diciendo a quienes le dejarían sus bienes, los papeles se les dio al único familiar que se encontraba aquí. —El abuelo... —dije y el hombre asintió. —Deberías hacer un acuerdo con él, dividir el terreno, como sea mejor para ustedes —asentí. Claro, tendría un buen acuerdo con el abuelo.... Puse los ojos en blanco al pensar eso. —Toma, es una tarjeta de crédito, te deposite el dinero que tus padres tenían aquí, puedes usarlo como gustes. Le agradecí antes de salir de allí, las mujeres seguían susurrando al retirarme, mi cabeza solo podía pensar en cómo pedirle los papeles al viejo amargado que me odiaba. Me sorprendió que mis padres tuvieran dinero en el banco, pero con sus ahorros que estaban en la casa y con esto, tendría para arreglar la casa y vivir bien por un tiempo, de todas formas iba a conseguir un trabajo, tenía entendido que había una pequeña universidad en el pueblo, con Celeste soñábamos con salir del internado y estar en la universidad, esperaba poder ingresar este año y tener por fin un título. Pasé cerca de un café, en su cristal tenían un cartel donde necesitaban una mesera, no era lo que tenía en mente, pero era un trabajo en fin de cuentas y sonreí ante la idea. Llegué al auto pero antes de abrir la puerta resbalé, cerré los ojos en espera de sentir mi cuerpo golpear el concreto, pero el golpe nunca llegó. Unos brazos me sostenían por la cintura e inmediatamente me alejé de él, como si su toque me quemara y lo miré incrédula. —gra-gracias —tartamudee ¿estaba nerviosa? ¿Por qué? —Ten cuidado —el chico frente a mi sonrió, Dios era la sonrisa más bonita que había visto. Su cabello rubio, casi blanco estaba peinado hacia atrás, sus ojos color miel me observaban manteniendo una sonrisa en sus labios carnosos. Mire hacia el piso, avergonzada, Por el Divino, denme una cachetada hasta que mi cerebro se reinicie. —No eres de por aquí ¿verdad? ¿Estás de paso o te quedarás? —sus ojos observaban mi reacción y me atreví a mirarlo. —Viviré aquí —logré decir. —Genial, al fin alguien nuevo por este viejo pueblo, soy Cris —me dio una palmada en mi hombro, aun sonriendo. ¿Acaso tenía la sonrisa congelada? una sensación de molestia invadió mi cuerpo, no me gustaba que las personas sonrieran tanto, me recordaba a la hermana Santos, su sonría nunca abandonada su rostro mientras nos encerraba en el cuarto oscuro "el salón del perdón" les solían llamar ellas. —Soy Hayden, adiós —me subí al auto y antes de cerrar la puerta él la sostuvo. —Tranquila, no voy morderte —dejó de sonreí, al fin. —Lo siento, tengo prisa, gracias por evitar mi caída, supongo —su cara me dijo que no estaba satisfecho con mi respuesta. —Fue un placer ¿irás al baile de fundación? —preguntó. — ¿baile? —eso sonaba bien, pero dudaba en que fuera, no conocía a nadie. —Sí, será en la casa del alcalde, está cerca del parque central, todo el pueblo tiene que ir. —Tal vez —dije por fin, encendí el auto y lo miré —Gracias por todo. —Adiós Hayden, fue un placer —se alejó de mí para seguir con su camino, metió sus mano en sus bolsillos y no voltio a verme. El placer fue mío, chico hermoso..... Suspiré. ¿Desde cuándo me ponía nerviosa al hablar con alguien? Conduje lo más rápido hacia casa, estacione el auto frente y salí de él. Vi a Astro correr hacia el bosque. ¿Ahora qué? — ¡Astro, no! —grite tras él. Sus patas no se detenían, no podía dejarlo. Corrí tan rápido como mis piernas me permitieron. — ¡Astro! —esquive muchas ramas y salté enormes raíces de los árboles. Me detuve. El bosque era frío y húmedo, sus árboles cubrían el cielo y sus sombras le daban un poco de oscuridad al lugar. Caminé despacio, dándome cuenta que había entrado mucho, si saber a dónde me llevaría. — ¿Astro...? —Susurré. Me apoyé en un árbol con musgo verde, mis pies ya querían doler, no era fanática de correr, o de algún otro ejercicio. —Astro ven aquí ¡AHH! —grité con todas mis fuerzas y mi espalda chocó fuertemente contra el árbol, gire lentamente para ver el hacha a unos centímetros de mi rostro, mi corazón estaba acelerado al igual que mi respiración. — ¿Quién demonios eres? —preguntó una voz gruesa, miré con cuidado hacia el frente, mi corazón estaba a punto de salirle de mi pecho y mi boca estaba ya estaba seca. No sabía si era por el hacha a mi lado o por ver al chico tan solo con un pantalón y una venda cubriendo sus ojos. Pero él había lanzado el hacha sin remordimiento y eso era lo que más me aterraba.
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