-¡Kía, no!- Kory se detuvo delante de mí antes de que atravesara la verja- Es invasión a la propiedad privada, pendeja. Nos podemos meter en un enorme lío- dijo con los ojos muy abiertos y fruncí el ceño.
-¿Dónde aprendiste esas cosas?
-En la escuela- dijo poniendo los ojos en blanco- si tan sólo le dedicaras un poquito de atención aprenderías muchas cosas ahí, ¿sabes?cosas buenas- hizo énfasis en la última palabra. Y ahora que lo pienso, sí tenía razón, por esa razón aprendí el significado de “énfasis '' .- Volvamos a casa, mejor. Mamá hará pastel frío para el postre-lo miré con los ojos entrecerrados, siempre quería terminar convenciendome con aquel argumento. No esta vez, pillín.
Lo ignoré y pasé a su lado raspando un poco mi brazo con el alambre al cruzar, llevando la tabla abrazada a mi pecho lo escuché murmurar a mis espaldas y dentro, con una sonrisa fanfarrona en los labios, miré cómo se paraba a mi lado, sudando, nervioso, y murmurando groserías que escuchábamos con frecuencia de los adultos a nuestro alrededor.
Ahí pasamos alrededor de tres horas, dándonos cuenta de que realmente nadie le prestaba atención a aquel lugar luego de cerrar la reja. Cuando empezó a oscurecer volvimos a casa, con el ligero presentimiento de que yo terminaría siendo reñida, como casi a diario, por mi mala conducta. Pero saboreaba mentalmente el delicioso postre de Winnie cuando
-¡Kía, no!- Kory sostuvo mi brazo haciendo que perdiera el control de mi patineta y esta siguiera hacia adelante mientras yo caía de nalgas sobre el cemento de la acera causandome un doloroso moretón en el área al igual de un profundo rasguño en mi pierna de costado al momento de caer. Pero eso no fue lo que me impresionó, sino cómo quedó mi patineta luego de que la arrollara la camioneta que por poco me aplasta y que continuó su camino a máxima velocidad mientras Spedy, la patineta que me heredó un primo al casarse y vaciar el garaje de la casa de su madre, quedaba desbaratada en la mitad de la avenida que estuve a punto de cruzar sin ver- ¡¿Qué tienes en la cabeza, Kía!?¡Ese hombre pudo haberte matado!- estaba aturdida y al ver a Kory gritarme con lágrimas en los ojos y el rostro enrojecido mientras seguía tendida en el suelo y con la pierna sangrando, no hice más de lo que cualquier niña a mi edad haría:
Rompí a llorar.
Luego de media hora intentando calmarme incluyendo los diez minutos en los que dramáticamente era imposible para mi levantarme por el dolor en mi pierna, Kory me llevó cojeando a casa, mientras se lamentaba en el camino a punto de llorar por haber permitido que aquello sucediera. ¿Pero cómo metía en su terca y dura cabeza de niño responsable que no era su culpa? Lastimosamente el miedo no me lo permitía, miedo a lo que sea que pudiese haberme ocurrido por mi estúpida costumbre de no mirar a los lados antes de cruzar. Porque pude haber muerto, y eso hubiera traumado a mi mejor amigo de por vida, si se sentía culpable por mi pierna no quería imaginar lo que el pobre chico hubiese sufrido con mi partida terrenal.
Mi amistad con Kory era tan intensa que incluso era más poderosa que varias relaciones de hermanos, él y yo compartíamos un vínculo muy intenso desde siempre y eso se debía a que su madre y la mía eran íntimas amigas. Incluso salieron embarazadas de nosotros con tres meses de diferencia, es por eso que él era mayor que yo, pero apenas un poco. De lejos visualicé la casa y enfrente la suya, nuestras madres estaban paradas en la calle y eso sólo hizo que ambos tragaramos gruesos: nos estaban esperando.
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-¿En qué cabeza cabe…-mi madre estaba en verdad furiosa: sus palabras se trancaban- ¿Cómo mierda se te ocurrió escapar a…. Esa cosa de patinetas?- Hice una mueca de dolor mientras Winnie aplicaba una horrorosa pomada en mi piel-¡Habla, Kía!- insistió y resoplé mirando con fastidio a mi progenitora.
-Mamá, yo…- pero fui detenida, no físicamente sino por la voz de mi mejor amigo que me dejó pasmada.
-Yo fui, Jamie. Lo siento mucho, pero fue mi idea entrar- dijo Kory sorprendiendonos a las tres, Winnie, su madre, dejó de atender mi herida para mirarla asombrada y sin decir ni una sola palabra alternó la vista entre ambos. Amaba a esa mujer, en especial cuando ese sexto sentido suyo salía a flote y captaba nuestras mentirillas inocentes de inmediato pero no reclamaba, ni gritaba ni maldecía, como mamá hacia.
-¿Tú?¡Por Dios, Kory!- bufó mi madre- ¿Cómo carajos pretendes que crea que tú, un niño bueno, responsable- quise poner los ojos en blanco, ella quería más a su sobrino que a mi- podría influenciar a esta pequeña mocosa que no hace más nada que meterse en problemas? Es muy tonto, ¿No lo crees?- sus brazos estaban en jarras y fruncí el ceño.
-Pero fui yo, Jamie- aseguró él- Y de verdad, lo siento. Jamás quise que se cayera ni romper su patineta- se lamentó mirando al suelo, era una mentira muy grande la que estaba soltando y me sentí mal por él de inmediato cuando Winnie se levantó y lanzando una dura mirada a su único hijo ordenó:
-Kory, ve a tu habitación ahora mismo, en un momento vamos a hablar- y con aquella sentencia, él me dio un corto vistazo, a mí y a mi ahora vendada pierna antes de subir las escaleras con paso rápido- Kía, cuánto lo siento, primor- dijo con voz más suave pero algo en sus ojos llamó mi atención y no supe por qué- Espero que descanses y no corras mucho para que esa pierna se cure.
-Gracias, Winnie- dije de corazón, esa mujer siempre cuidaba de mis heridas.
Mi madre caminó hacia la puerta mientras sacaba un cigarrillo de su caja y lo ponía en su boca para encenderlo.
-Toma- dijo la rojiza tendiendome una bolsa con contenido pesado- Ahí va un buen trozo de pastel, disfrutalo- le sonreí tristemente y dando una hojeada al interior de la casa- específicamente a las escaleras por donde había subido Kory, di la vuelta para marcharme a casa mientras mamá me seguía en silencio al cruzar la solitaria calle. Había oscurecido y en casa todo era igual de opaco y regular, ahí nada nunca cambiaba, a excepción de la marca de cigarrillos que fumaba mamá. Éramos sólo ella y yo, luego de que mi padre la hubiese abandonado cuando yo tenía cinco años. Él me llamaba, una o dos veces al mes, también venía a verme en vacaciones. Aún así, no tenía mucha más relación con él.
-¿Vas a cenar?- preguntó ella mientras encendía el televisor de la sala y apagaba la colilla en el cenicero. No me volteé mientras caminaba por el pasillo largo hasta mi habitación.
-Comeré lo que Winnie me dio.
-Bien, buenas noches- murmuró y sin decir nada cerré la puerta y entre en mi habitación.