Cuando cumplí los trece años algo mágicamente sucedió en mi vida. Un cambio permanente dispuesto a transformar completamente mi existencia, así como también mi manera de ver el mundo y ser vista.
A esa edad, me desarrollé.
Y con los desagradables cólicos, el humor irritable, el deseo inevitable por llorar a la mínima posibilidad y los infernales bochornos que sentía prácticamente todo el tiempo al estar en público, llegó algo relativamente bueno: Los senos. Así es, mi busto había empezado a formarse diciendo “Hola, Kía, eres niña”. También mi cintura empezó a afinarse y mi trasero tenía…. Bueno, forma de trasero. Seguía vistiendo como siempre y la mayor parte del tiempo ni siquiera era consciente de los cambios en mi cuerpo. Con excepción de la breve explicación que mi madre me dio sobre cómo colocarme una toalla sanitaria y un tampón, no tenía ni una jodida idea de las cosas a las que me enfrentaba, e hice lo que cualquier otra chica:
Busqué en Internet.
Y vaya que me informé. De sobra, a decir verdad, aprendí tantas cosas que incluso tenía miedo de lo más mínimo. Era simplemente ridículo.
Ni siquiera pude hablar con Kory sobre el tema, porque ¡Por todos los cielos! ¿Cómo podía hablar con mi mejor amigo sobre eso? ¿Qué buen consejo podía darme ese pendejo cuando Winnie lo había atrapado masturbándose la primera vez que lo hizo? Nota: Luego de eso, su muy considerada madre le compró un bote de crema humectante, una caja de pañuelos y dos revistas pornográficas.
El tonto no tenía idea de que ya era la cuarta vez que sangraba y que en los últimos meses todo había sido absolutamente distinto. ¡Y sigo sin entender por qué! ¿Por qué él no se veía distinto como yo? Quiero decir, se había estirado apenas unos centímetros más que yo, e igual era delgado, desgarbado y con los dientes grandes.
El día en el que todo se arruinó jamás podría olvidarlo.
Salíamos de haber perdido un partido de soccer, nos dieron una paliza: 2-10 y nuestros ánimos estaban por el suelo. Sólo iba por mi mochila porque planeaba darme una ducha en casa, cómo siempre. Pero las cosas casi nunca salían a mi manera. ¿El por qué? Sencillo: A mis compañeras de equipo les pareció una buena idea que fuese yo el conejillo de indias inocente que “donarían” para una broma del equipo de fútbol contrario. Es por eso que lanzaron una cubeta de agua helada sobre mí para luego lanzarme al suelo y amarrando una soga a mis pies mientras las chicas usaban sus bicicletas adornadas con el logo de su institución y globos para atar la cuerda y volver a la cancha pedaleando, y llevándome a mí enlazada como vaca.
¿Han visto esas latas en la parte trasera del auto que lleva a los recién casados al salir de la iglesia? Pues bien… Yo era una lata.
Y a esta lata se le enredó la camiseta del uniforme sobre el rostro… Ahí ustedes comprenderán el cómo mis pequeños limones en crecimiento quedaron expuestos a la burla y diversión de todo el mundo. Porque no sólo habían estudiantes de mi escuela y profesores, sino que también estaban madres, padres, personas de la otra institución, y sí… Fue un gran boom. Creo que incluso más de uno de esos que vieron mi foto o vídeo me han reconocido en el supermercado. Es gracioso, ahora que lo veo. Pero vaya que fue una mierda en aquel momento.
Kory corrió a la cancha, y aunque fue castigado después de eso por haber empujado a las dos chicas que llevaban la soga que me sostenía atada a las ruedas de su bici, luego me dijo que no le importó y que se sintió bien al hacerlo. Él me levantó e incluso enderezó mi camiseta porque yo estaba paralizada de la vergüenza que sentía. ¡Dejé de ir a la escuela por dos meses y volví sólo porque casi pierdo el año escolar! Fue todo un caos, pero ese día comprendí que Kory era y siempre sería la persona con la que más podría contar en mi vida.
Me fui con él en el auto de su madre cuando el director llamó alterado a Winnie avisando que su hijo había empujado a dos chicas de sus bicicletas delante de todos, quitándole importancia a que, de hecho, me defendía a mí de esas dos chicas, y de todas las personas presentes que no hacían nada por ayudarme.
Pero esa mujer sabía cómo poner en su sitio a alguien, y aunque no le dijo nada a mamá porque prácticamente le supliqué que no lo hiciera, nos llevó a Kory y a mí al centro comercial a comernos un helado y a comprar mi primer brasier.
La cara de él al verme modelarlos era épica, juro que aún no la olvido. Sus mejillas sonrojadas, su nuca sudada, su mirada desviada y las manos en sus bolsillos con incomodidad. Winnie ese día me compro al menos cinco bra y le comentó a mi madre como cosa suya para que no se fuese a molestar al momento de la colada.
Ese día también me resfrié, estar mojada parece que no me cayó nada bien. Y también enfermé a Kory, puesto que no dejaba de besar sus sonrojados cachetes cuando se removía con asco mientras le agradecía por haberme salvado.