-Hola, Winnie- saludé de buena gana a la madre de mi mejor amigo cuando entraba a su casa como si fuese la mía. Ella me miró sonriente, sus dientes estaban amarillentos por su excesivo consumo de café y cigarrillos, pero era una dulce mujer pelirroja a la que le gustaba peinar mis odiosas coletas que mamá no dejaba de hacer como forma de que me viese un poco más femenina.
-¡Hola, Kiki!- ese maldito apodo- Pasa, cielo. Kory está en su habitación. En un momento les llevo galletas- dijo lo último guiñandome el ojo y le sonreí ampliamente mientras corría escaleras arriba pasando de refilón el gran espejo de la sala de los padres de Kory. Usaba mi overol de jean y una camiseta color celeste, mis zapatillas sucias y desteñidas y me faltaban dos o tres dientes. Tenía unos ocho años, al igual que…
-¡Asco, Kory!- dije cerrando la puerta de su habitación con grima, parecía acabar de salir de la ducha y lo menos que quieres a esa edad es ver el aparato reproductor masculino pequeño y triste de un infante.
-¿Por qué diablos entras sin tocar?- puse los ojos en blanco cuando lo escuché detrás de la puerta que ahora sí estaba cerrada- ¡Espera!
-Ya no sé si quiero entrar- murmuré horrorizada y me aparté del trozo de madera cuando el pasador sonó. Ahora llevaba unos pantaloncillos, aunque seguía sin camiseta- Ya, pasa, enana.
Le seguí dentro, si no fuese por Winnie aquella pieza parecería un lugar sacado del sanatorio. Ese chico tenía una amplia obsesión por dibujar prácticamente todo lo que veía, desde que aprendió a no salirse de las líneas era todo un engreído, a mi parecer.
-¿Quieres apurarte? Cerrarán la pista si no te apuras- me quejé, lanzándome sobre su cama mal hecha. Él buscaba un par de calcetines limpios para ponerse los zapatos.
-No me apures- se quejó mirandome con el ceño fruncido, tenía una cicatriz sobre la frente, casi en el nacimiento de su cabello de lado derecho y me acordaba a Harry Potter siempre que lo veía, aunque ya habíamos tenido unas cuantas peleas por burlarme de su herida por caerse del techo cuando en verdad fue mi idea desde el principio, era imposible, de veras era graciosa.
-Amargado- murmuré viendolo calzarse las viejas Adidas que recibió en el diciembre pasado-Oye, Kory, ¿Dónde está el dibujo que te pedí que me hicieras?- recordé y me miró con una clara negativa en los ojos.
-Dije que no contaras conmigo para declararte al idiota de Billy- sonaba muy serio- Ese chico es un abusivo.
-Pero mi niñera dice que los chicos malos son los mejores- argumenté recordando a mi linda niñera que charlaba muy cómoda por el teléfono fijo de mi casa- Además si me le declaro delante de todos nunca me rechazaría.
-¿A que no?- bien, puede ser que Billy se comportara un poco… Agresivo. Pero era lindo, sus ojos eran muy verdes y me llamaban la atención- Dije que no, Kía. No insistas con eso, no quiero verte sufrir ni voy a cooperar en eso.
-Amargado- volví a murmurar mirando al techo pero esta vez fui sorprendida por él cuando se lanzó encima de mí a hacer cosquillas dolorosas sobre mi esternón y costillas- ¡No, no, no!-me quejé riendo y llorando a la vez, pesaba un poco más que yo aunque al momento de nuestras verdaderas peleas casi siempre vamos a la par. En ese momento Winnie se asomó a la puerta con una bandeja en manos y un cigarrillo humeante sostenido de un lado de su boca. Siempre me pregunté cómo lo hacía.
-Chicos, chicos, dejen los juegos pesados- nos regañó viendo que era su propio hijo quien agredía físicamente a esta pobre e inocente niñita- Tomen el juguito de mango que les preparé- dijo acercando la bandeja hacia nosotros- Y cuidado con las galletas que aún están un poco calientes- avisó y le sonreí al mismo tiempo que Kory.
-¡Gracias, Winnie!
-¡Gracias, mamá!
Hablamos a coro y ella sonrió mientras botaba humo pareciendo un viejo tren a vapor. Nos dejamos de bromas y en un silencio realmente cómodo lleno con el sonido de las caricaturas del televisor en la habitación de Kory, nos sentamos en el piso alrededor de una hora comiendo galletas y repitiendo jugo de mango.
Pero recordé que íbamos a salir y miré a Kory con los ojos sobresaltados mientras él caía de espaldas con el estómago un poco más grande que antes.
-¡Carajo, Kory!- siempre me cuidaba de no decir groserías delante de algún adulto porque sabía que podían reclamarme algo o peor, quejarse copn mis padres- ¡La pista, imbécil!- me miró iluminado con el recuerdo de lo que dejamos pendiente pero se encogió de hombros con la misma velocidad.
-Ya está, dejemoslo para mañana- fruncí el ceño- ¡Es muy tarde, Kía!¿Qué quieres que haga?- dijo molesto e hice un puchero.
-Es que en verdad quería ir a la pista, y era hoy, no mañana, Kory- murmuré molesta y haciendome la víctima, como siempre que quería hacer algo y él se negaba a apoyarme. Por suerte no usé ese poder para convencerlo en lo de Billy porque de otra forma no habría funcionado- Necesito ir, en serio.
-¡Bien!- dijo suspirando sonoramente y mirandome con cansancio- ¿Quieres ir a la maldita pista? Vamos. Pero sabes que estará cerrada y luego vas a volver llorando-declaró y me puse de pie tendiendole las manos para ayudarle a levantar y luego de eso él tomó los vasos sucios y poniendolos en la bandeja que llevaba en mis manos, fuimos camino a la cocina para dejarlo en el lavaplatos.
-¡Mamá, saldré con Kía!- gritó desde la puerta avisandole a Winnie quien estaba en la sala charlando con un par de amigas que habían ido a visitarla.
-¡Muy bien, cielo, tengan cuidado!- escuchamos antes de cerrar y ambos tomamos nuestras patinetas que descansaban en el porche de la casa para montarnos e ir con cuidado hacia la pista de Skate de la ciudad.
No éramos expertos- ¿Y quién dijo que un par de mocosos de ocho años lo podían ser?- pero nos gustaba jugar a que sí lo éramos y era allá donde nos divertíamos recreando nuestras fantasías. Lastimosamente cerraban temprano, y de no haber sido por nuestra atragantada casera, habríamos entrado a tiempo.
Las cadenas cerraban la reja negra de la parte delantera y no había ni un alma. Puse las dos manos contra los barrotes y con un puchero en los labios miré con tristeza hacia las rampas.
-Mañana vendremos, Kía, lo haremos apenas salgamos del colegio- prometió Kory rascandose la cabeza, sabía que era un poco… Emocional.
-¡No!- dije molesta, ¿Por qué? Digo, no es que fuese su culpa…- Yo quiero entrar- declaré y una idea se instaló en mi cabeza.
-¿Qué? Kía, ¿A donde vas?- preguntó cuando pasé a su lado, tenía mi tabla en las manos y caminé hacia un lado de la pista, donde había una gran cerca de ciclón de color gris-¡Kía!- gritó siguiendome y le di una mala mirada por el ruido, mientras buscaba algo...Donde…¡Sí! ¡Lo tenía!
Una de las esquinas inferiores de la cerca estaba un poco rota, lo había visto en una película ¡y funcionó!