CAPÍTULO 02 | "Besos”

1232 Words
Sus labios dejaron besos húmedos por mi nuca y hombros. —Sam, para, nos pueden pillar —intenté empujarlo, pero solo logré que se aferrara más a mi cuerpo, su mano libre se escabulló por debajo de mi corto vestido y trazó delicadamente el camino hacia mi intimidad. —¿Ya te he dicho lo mucho que me encantas? —susurró. Mis mejillas ardieron, no importaba cuantas veces él y yo estuviéramos juntos, con solo verlo mi cuerpo se calentaba. Él me volteo hacia él, acarició mi mejilla y apretó mi nuca para impedir que me alejara y estampó sus labios contra los míos. Su lengua estaba impaciente por entrar, no podía resistirme a él, así que seguí el ritmo de sus labios. Nuestras leguas chocaron, Sam mordió mis labios de una manera suave, pero eso bastó con volverme loca. Sin pensarlo abrí las piernas y me levantó para sentarme en el escritorio de su madre, algunas cosas cayeron al suelo, pero no le prestamos atención, estábamos tan desesperados por sentirnos el uno con el otro. —Te he extrañado todo este tiempo —confesó, yo también lo había extrañado. Su viaje a Francia se había tardado más de lo normal, casi tres meses. Ahogué un gemido cuando sentí el tacto de sus dedos, llegar nuevamente a mi intimidad, haciéndome perder el control. —¿Rose? —Empujé a Sam al oír la voz de Elena, rápidamente arreglé mi ropa y empecé a ordenar el escritorio que estaba hecho un caos. Nos iban a descubrir. —Escóndete —le susurré a Sam, él mantenía una amplia sonrisa en su rostro mientras que la mía estaba distorsionada por el pánico —deja de reírte idiota, escóndete ¡Ya! —lo empujé hacia la ventana, las cortinas llegaban al suelo así que lo ocultaban muy bien. Suspiré aliviada. Arreglé rápidamente mi cabello para abrir la puerta. —Lo siento, la cerré porque estaba en el baño —mencioné para calmar la cara de confusión de Elena, quien la relajó al instante. —Tranquila Rose, sé cuánto amas tu privacidad, si pudieras cerrar la universidad entera para ir al baño, lo harías —echó su cabeza hacia atrás mientras reía. Yo fingí una sonrisa mientras intentaba que mi corazón se calmara, creo que estaba a punto de salirse. —Elena, no me siento muy bien —me toqué la barriga y con la otra mano tapé mi boca —creo que voy a vomitar —corrí al baño con intención de que ella me siguiera, así Sam podía salir de su escondite y marcharse sin que lo viera. —Estás pálida —mencionó ella, agarrándome el cabello mientras me inclinaba en el lavamanos. —Creo que ya pasó —dije, lavándome la cara. Merecía un gran premio por esta actuación. —Ven, siéntate —me guío hasta la silla, su cara era de completa preocupación, sus ojos oscuros buscaban cualquier indicio que pudiera alarmarla —¿Segura que ya pasó? Mejor te llevo al hospital —Ella quiso avanzar hacia la puerta, pero atrapé su brazo rápidamente. —Estoy bien, en serio —Aseguré, su rostro cambio de preocupación a sorpresa. — ¿Y si estás embarazada? — ¿Qué? Claro que no, que dices. —Está bien, exageré un poco... pero sí te estás cuidando, ¿cierto? —¡Elena! —chillé, ella levantó las manos en forma de rendición y sonrió, Sam entró justo en ese momento. Elena casi se echó a correr al verlo, lo envolvió entre sus brazos y empezó a darles besos en la cara como si fuera un bebe. —Pero ¿cómo? Por qué no me avistaste que llegarías hoy para ir por ti al aeropuerto —preguntó, sin liberar a su hijo del abrazo. —Quería darte la sorpresa —contestó, intentando zafarse del agarre. —¿Qué tal Francia? ¿Tu padre aún sigue con esa horrible barba? —le preguntó Elena, liberándolo al fin y sentándose detrás de su escritorio. Sam me saludo con la cabeza y le devolví el gesto, como si no hubiésemos estado tocándonos sobre el escritorio minutos atrás. —Al parecer no pretende quitársela nunca —contestó. Me levanté y le di los trabajos a Elena, ella se encargaría de dárselo a los profesores. —Quedé en encontrarme con Darla en la entrada, iremos a ver a mi abuela —acomodé un mechón de cabello detrás de mi oreja. —Entonces las veremos allá, terminaré unos papeles e iremos después —mencionó ella , levantándose para darme un abrazo —Salúdame a Lidia, dile que le llevaré su postre favorito. —Lo haré —me despedí y salí de la oficina, las suelas de mis zapatillas rechinaron por el pasillo, este lado del edificio siempre estaba silencioso. Tomé el ascensor y me apresuré a la salida, donde Darla me esperaba impaciente. Su cabello castaño se encontraba amarrado en una cola alta, aun así, le llegaba hasta la espalda baja. Ella solía decir y recalcar en cada momento que su cabello era el complemento de su esencia. —Te juro que estaban por salirme raíces —Se quejó, poniendo los ojos en blanco. —Tienes que dejar de ser tan exagerada —La saludé con un abrazo y nos dirigimos al hospital. Darla hablaba animadamente durante todo el camino, sobre cómo eran las clases sin mi presencia y también los viajes que haremos dentro de algunas materias. La escuchaba atentamente, aunque a veces me perdía en mis pensamientos, pero ella se encargaba de volverme a la tierra con un empujón de hombros. —Odio el olor de los hospitales ¿Y por qué tiene que hacer tanto frío? —Mencionó, abrazándose a sí misma al entrar en el edificio. —Me pregunto lo mismo. La enfermera nos dejó pasar al cuarto de mi abuela, ella comía mientras miraba la televisión. Al vernos puso los ojos en blanco, pero no tardó en sonreír, mi abuela podía ser un poco testaruda, pero era una persona agradable. Le hicimos compañía durante toda la tarde, ella hablaba de lo mala que era la comida y de lo atractivo que era el doctor. —Veo que ya estás mejor —Elena entró animadamente a la habitación, seguida por Sam, él y yo intercámbianos mirada por unos segundos. —Sam, cariño, ¿Cómo te fue Francia? —preguntó mi abuela, poniendo su atención en él. Ellos empezaron a conversar, antes de darme cuenta ya había oscurecido, mi abuela bostezó y fijó su mirada en mí. —Cariño, deberías ir a descansar, Elena se quedará esta noche conmigo —propuso, asentí y le di un beso en la frente —¿Crees que podrías traerme unas flores del jardín de Gómez? Extraño ver su hermoso jardín —miró al techo como si estuviera recordando. —Oh, ¿Aún no sabe? —soltó Darla, rápidamente la miré para que cerrara la boca, pero no fue un gesto que pasara desapercibido. Suspiré ante la mirada insistente de mi abuela. —Lo que pasa es que el señor Gómez vendió su propiedad y el nuevo dueño construyó un muro, ya no se puede ver el jardín —confesé, el semblante de mi abuela se entristeció —pero no te preocupes, hablaré con el nuevo dueño, tranquila. —Espero que sea tan amable como lo era Gómez. —También yo, abuela. También yo.
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