CAPÍTULO 04 | “El hombre del bar”

1231 Words
En la tarde Sam me llevaría a comprar unas cosas a la plaza principal, mientras iría a la biblioteca del centro a devolver unos libros, puesto que él estaría en la universidad. —¿Te dejo de paso en la biblioteca? —preguntó mientras acariciaba a Thanos. —No, llegarás tarde a tu primera clase. Yo iré caminando. Se encogió de hombros. —Eso no importa. —Claro que importa, no quiero que llegues tarde por mí —besé su mejilla —además sabes como es tu madre con respecto a las tardanzas y sabes que se lo dirán. Tomé las llaves de su auto y se las lancé, él las atrapó en el aire y sonrió. —Está bien, hasta esta tarde —se apresuró a la salida, pero se devolvió al llegar a la puerta y caminó hacia mí, presionó sus labios contra los míos. Fue un beso rápido, pero tierno. —Ya vete —lo empujé con delicadeza y sonreí. La mañana transcurrió tranquila, arreglé un poco los cuartos, lavé la ropa y le di de comida a Thanos. Después de guardar los libros en mi bolsa, salí del departamento. Antes de ir a la biblioteca me detuve frente al portón de la casa de mi nuevo vecino, respiré profundo antes de tocar el timbre. La espera la sentí una eternidad, pero después de unos largos minutos la puerta se abrió. Un hombre alto, con cabello blanco y mirada aburrida, me recibió, me observó de arriba abajo y levantó una ceja. —Buenos días —saludé después de aclararme la garganta —soy su vecina del frente —señalé el mi edificio. —¿Necesitabas algo chiquilla? —preguntó impaciente, cruzándose de brazos. Vaya modales. —No, bueno, sí —reí nerviosamente, este señor me ponía nerviosa con su mirada crítica y para nada agradable. Muy bien, tenía que ir directo al grano —¿Es usted el dueño de la propiedad?, tiene usted un jardín muy hermoso y mi abuela ama sus plantas, ¿sería tan amable de venderme un ramo para ella?, es que está en el hospital... Su mano frente a mi cara me hizo callar. —Las flores no están a la venta niña, adiós. Abrí la boca indignada cuando cerró la puerta a centímetros de mi cara. Qué sujeto tan descortés. Maldigo la hora en que el señor Gómez decidió vender su casa. Me alejé de esa casa enojada, pateando cada piedra que veía en mi camino. Había abundancia de flores en ese jardín, nada le costaba venderme un simple ramo. Llevé rápidamente los libros a la biblioteca, luego aproveché para comprar unas cosas en la tienda de regalo, debía de alguna forma hacer que me vendieran las flores para llevárselas a mi abuela. Caminé hasta un pequeño bar cerca, aún era muy temprano, así que el lugar estaba vacío, con excepción de los camareros y el chico apoyado en la barra. Sonrió al verme. —Rose, hola —saludó con sorpresa. Me senté en la barra y apoyé los brazos con cansancio. —Hola Fran, ¿Qué tal el negocio? —No tengo quejas —puso una taza de chocolate caliente frente a mí. Antes solía venir muy a menudo, a veces por la mañana antes de ir a estudiar en la biblioteca y otras veces en la noche junto a Darla para distraernos. Fran era el hijo del dueño, administraba el negocio muy bien. —Me das un café para llevar, por favor —pidió un sujeto, posicionándose a mi lado. No le presté atención y revolví el líquido de mi taza con mi dedo meñique, distraída. —¿Mal día? —preguntó el hombre. Levanté la cabeza y lo miré, el hombre, cuyos ojos marrones me observaban con atención, sonrió, mostrando los hoyuelos en sus mejillas. Hermoso. —Gracias. —¿Qué? —pregunté, dándome cuenta de que había pensado en voz alta —Lo siento —susurré y fijé mi vista en el chocolate caliente, sintiendo mis mejillas arder. —Aquí tiene su café —Fran llegó para salvarme. El hombre le pagó y antes de darse la vuelta hacia la salida, se inclinó un poco hacia mí —También eres hermosa —susurró. Sonreí por él alago y lo observé mientras salía del lugar. —¿Lo conoces? —le pregunté a Fran, él se encogió de hombros y negó con la cabeza. Me terminé el chocolate caliente y me dirigí hacia la casa, esta vez tomé un taxi porque hacía mucho frío. Al bajarme noté al vecino grosero en la vereda, le daba órdenes a unas personas que bajaban cajas de un camión. Esta era mi oportunidad. Corrí escaleras arriba porque el elevador demoraba una eternidad. Al entrar al departamento saqué las cosas que había comprado y rápidamente armé una canasta, incluyéndole dentro un pañuelo que mi abuela había bordado, era muy buena en eso. Arreglé mi cabello y alisé mi ropa antes de acercarme al hombre de cabello blanco. Aún seguía dándoles órdenes a las personas. Esperaba que no me insultara y lanzara mi canasta a la basura. —Otra vez tú —puso los ojos en blanco al verme. —Otra vez yo —sonreí —Le traje esta canasta de bienvenida. El hombre la agarró y se la dio a uno de los chicos que salía de la casa. —No te venderé nada de ese jardín ¿Está claro? —confesó, dándome la espalda. —Por favor... ¿No hay ninguna posibilidad? —Escucha niña —suspiró con irritación —No soy el dueño de esto y te repetiré lo mismo que le he dicho a las demás personas que han venido a pedir flores, porque al parecer el antiguo dueño las regalaba —paró de hablar para tomar aire —Mi jefe, el nuevo dueño de todo esto —señaló la casa — me ha dicho claramente estas palabras "Ninguna planta está a la venta, ni desde la más pequeña y vieja raíz, ni hasta el más marchito pétalo" y yo cumpliré cada orden que él diga si quiero conservar mi trabajo y ni pienses hablar directamente con él, porque es un hombre muy ocupado y es capaz de llamar a la policía en cuento empieces a molestarlo. Tragué grueso cuando terminó de hablar. Retrocedí unos pasos y asentí. No dije nada y di media vuelta para irme, el hombre sacó de su bolsillo el celular que no dejaba de sonar y contestó con amargura, me detuve para escuchar su conversación disimuladamente. —¿Cómo que no pueden venir hoy a instalar las camas de seguridad? No me importa que tengan que hacer, esas cámaras deben estar instaladas antes de que el señor Miller llegue... no... ¿Para mañana?, bien, hablaré con mi jefe. Dicho eso colgó y siguió gritando órdenes. Antes de entrar a mi edificio observé un lado del muro, frente aquel lado solo había un pequeño lago y árboles robustos que cubrían parte del muro, es decir, que alguien fácilmente podía subir por ese lado del muro y gracias a los árboles nadie los vería, solo los patos del lago se darían cuenta si algo así pasara... Pero que bueno que estábamos en una parte de la ciudad donde no había muchos ladrones y algo así no pasaría, aunque... ¿Qué tanto uno puede hacer por sus seres queridos?
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