Una figura femenina estremeció su fría mirada, ella poseía un cuerpo espectacular que provoco que él se la imaginara haciéndola suya y también disecándola por completo,
—“un cuerpo tan bello debe de ser conservado para siempre” —pensó.
Ella estaba acompañada por un anciano que aparentaba tener mucho dinero, decía que su vehículo se había varado, que donde se podía hospedar, a lo que un lugareño se levantó casi gritando:
—a donde la doña peña, —él lo lleva; señalando a Gonzalo, quien tenía una jarra de chicha, la cual desocupo de un solo sorbo para acercárseles, besándole la mano a la dama y presentarse al hombre de esta forma:
—Gonzalo Jiménez para servirle a usted, mi don.
La mujer levantó la cabeza mostrando el bello rostro que causo un gran asombro en Gonzalo, pues ella era Linda, la única mujer que él había amado en toda su vida, aquella que no tenía sentimientos y qué jugo con los suyos, aquella que era la casa de todos sus problemas.
—según la tradición primero que todo tengo que ofrecerles un trago. —manifestó Gonzalo.
—gracias, señor Jiménez, uno nunca se puede negar a las tradiciones, —respondió el anciano esposo.
Los tragos siguieron fluyendo como de una fuente mágica, pronto el anciano se quedó dormido encima de la mesa, debido a que nadie vio cuando Gonzalo le agrego una rara sustancia a la bebida del dulce viejo, con la que a veces dormía a sus víctimas
—señora Linda, vámonos para la casa, su esposo no aguanto nada, ¿pero así te gusta?, —le formuló Gonzalo extendiéndole la mano
—no, Gonzalo aprovechemos para hablar de nosotros, —le contesto la diva
—¿nosotros? Tú para mí moriste el día en que preferiste a ese anciano con plata, abandonándome en el peor momento de mi vida. —contesto Gonzalo golpeando la mesa con su puño seco.
—vamos afuera y te lo explicaré, —susurro Linda y sus hermosos ojos se aguaron.
La luna llena tranquilizaba las empedradas calles, mientras que a él se le escurrían las lágrimas, ella sonreía.
—mira, fue un error, no he dejado de pensar en ti ni un momento, me has hecho mucha falta, por favor perdóname si te herí nunca quise hacerlo, —expresó Linda y suspiro muy profundo.
—me dejaste sin corazón, sin alma y no solo eso, me traicionaste hasta con mi mejor amigo, encima me ilusionaste haciéndome creer que estabas esperando un hijo mío, que al final escogiste el aborto por qué no sabías de quién era. —confesó Gonzalo secándose las lágrimas y los mocos.
—yo te quería mucho, muchísimo, ese hijo era tuyo de nadie más. No soy una cualquiera para acostarme con varios; pero yo estaba muy joven, era muy boba e ingenua. Supuse que un bebé me iba a arruinar la vida, y tome una mala decisión, y la he pagado muy caro como todas las malas decisiones que he cometido. —le replico con el llanto atragantado y bajo la cara para que no la viera llorar mientras con sus manos inconscientes se acarició el vientre, ese vientre que no pudo florecer nunca.
Mientras tanto, a lo lejos, una lánguida sombra los observaba sin que ellos lo notaran.
—Linda, yo te amaba muchísimo, hubiera hecho cualquier cosa por ti, y lo peor de todo aún te amo, no he podido olvidarte y para el colmo de males te encuentro y estás mejor que la última vez, —hablo Gonzalo mirándola de arriba abajo.
—yo también te amo, —Linda suspiro con sus hermosos labios, acercándose para besarlo.
Se la llevo a la posada, le hizo el amor lo mejor que pudo, quería complacerla al máximo, porque pensaba que ella lo había dejado por su falta de experiencia, la que ahora tenía de sobra, bueno, eso creía.
Terminaron quedando el cuarto lleno de vapor como en una olla a presión, ella se levantó, se bañó, Se vistió y salió, más rápido que un militar en el cuartel.
—¿Por qué te vas?, —le pregunto Gonzalo, incrédulo
—voy por mi marido, lo dejamos botado en ese bar de mala muerte, —le replico la chica en fuga.
—¿y nosotros?, —volvió a explorar el macho cabrío.
—la pasamos bien rico, juntos, es lo que cuenta, no lo compliques, —expuso la mujer regalándole una sonrisa de despedida y sacudiendo el cabello con ayuda de sus manos.
—¿acaso no me amas?, —otra vez la interrogaba casi llorando, complicando las cosas.
—te amo, mucho, muchísimo, —contesto la hermosa mujer que parecía sacada de una revista de actrices internacionales.
—entonces deja a tu marido para que hagamos nosotros una vida feliz y completa, —le suplico el amante colocando las manos como quien reza.
—mi vida está con él, pero cuando quieras podemos estar juntos y rico, —proclamó la dama mirándolo como a un niño pequeño.
Gonzalo sacó un revolver colocándolo en la frente de Linda y le dijo: —sí, perra ósea que otra vez me utilizas, ¿sabes qué?, tú no mereces vivir.
Estaba a punto de dispararle, para luego picarla en pedazos pequeños que se puedan quemar fácil, y lo habría hecho de no ser porque una figura lánguida se acercó diciendo:
—¡mátala!, acaba con ella, con esa perra infiel, es una de ellos, es una infiltrada.
Gonzalo asombrado le miro el rostro, era una cara conocida, se trataba del tipo que lo interrumpió la otra vez con Cindy al que estaba buscando y el tipo le dijo:
—mira, pero si yo te conozco, no sé cómo te me pudiste salvar, sé que te herí de muerte, después que acabe con esos de la chusma, regrese para rematarte a ti y a esa zorra, pero solo encontré un cadáver de un hombre aún tibio.
Gonzalo cambió su arma de blanco apuntando a Cortes, quien alcanzo a agarrarle el brazo para quitarle el arma, aunque le fallo la técnica, pues el arma cayó al piso. Jiménez le lanzo un cabezazo, un rodillazo, un derechazo seguido de un gancho izquierdo, todos inútiles, debido a que Hernán parecía un jabón mojado, le esquivaba muy fácil los ataques. Incluso le dijo: —eso es todo. —y con una sonrisa le conecto una serie de golpes que terminaron lanzando a Gonzalo contra el piso. Este se sintió perdido, ya que no tenía oportunidad contra su atacante de no ser porque vio su revolver a unos pasos. Se la jugó el todo por el todo y arrastrándose como una culebra llego para coger el arma y dispararle a su atacante diciéndole:
—perro de porquería te mataré porque siempre me interrumpes.
—te mataré yo a ti, maldito chulo de porquería, usaré tu trasero como basurero —dijo Cortes entretanto sacaba una pistola que le había robado a uno de los oficiales de la otra noche, y también empezó a disparar saltando de un lado a otro para evitar ser un blanco fácil.
—maldito, yo me haré una chaqueta con tu piel y me bañaré con tu sangre. —expresó Gonzalo mientras no paraba de disparar
—yo me alimentaré con tus restos, hoy comeré chulo asado o crudo, —Cortes siguió disparando hasta que se le acabaron los tiros de la pistola a Cortes.