MEDALLAS DEL TIEMPO
Hernán Cortés corrió por el bosque hasta que recordó hasta lo que hizo aquella vez que lo capturaron en un cruel enfrentamiento donde sus enemigos lo superaban en número, donde se escuchaban “huyan” y “retirada”, cada uno de sus compañeros huyo hacia diferentes direcciones, pero fue inútil porque estaban rodeados y casi todos fueron dados de baja;
—maldita sea, no debí rendirme, mi deber era morir sirviendo a la patria, hubiera sido mejor mil veces que aguantar los miles de torturas de los desgraciados guerrillos en esos campos de concentración; entonces se dio la vuelta y decidió dejar de huir para enfrentar al enemigo.
Se escondió entre los matorrales viendo como sus enemigos registraban el bosque revelando su posición por las linternas, pudo ver que solo eran tres con dos perros, que poseían armas de fuego de un corto calibre.
—¡ayúdenme! —Grito Cortes, provocando que el escuadrón fuese a ayudarlo.
—¿Qué le paso? —le interrogo el de mayor rango.
—pues yo estaba orinando, cuando paso un ente y me ataco, apuesto a que era un monstruo, —le contesto Cortico.
—¿por dónde se fue? —le pregunto otro oficial.
—rumbo a la cañada. —les mintió para llevarlos hacia una trampa.
—Jefe, quédate, bríndale los primeros auxilios, si es muy grave, llévalo al pueblo. —ordeno el mayor, quien estaba cegado por atrapar a ese delincuente, al oficial más joven, quien curo las heridas de Cortes y al terminar su cabeza rodó por el suelo.
—vaya hijo, eres muy joven para que por tu trabajo pierdas la cabeza, ja, ja, ja —dijo Hernán limpiado su machete el cual le gustaba verlo brillar.
Se dirigió hacia sus otras dos víctimas sin lograr alcanzarlas, aún estaba muy débil por sus heridas, así que grito fingiendo otra voz: —¡ayuda!
Las luces de las linternas se devolvieron, pero esta vez solo encontraron la cabeza de su compañero.
Presos del miedo empezaron a disparar hacia cualquier ruido, sin percatarse de que los perros los habían abandonado porque estaban ocupados comiendo un manjar muy especial, aquel el muchacho que los molestaba mucho.
Se dejaron vencer del terror gastando todas sus balas, lo que les pudo dar ventaja. Cortes hizo gala de su excelente puntería, rompiéndoles las linternas, así que ellos solo les quedo correr gritando. Un soldado se tropezó cayendo y el otro, en lugar de ayudarle, paso por encima del cuerpo, sin detenerse por los gritos de ayuda. Le toco frenar cuando choco con los perros, quienes lo llenaron aún más de terror al ver que se comían al oficial novato. Estallo en lágrimas y en desesperación, tanto que no se dio de cuenta cuando un afilado machete lo atravesó muchas veces.
—ya casi amanece. —pensó el inmóvil agente que aunque con una pierna bastante lastimada, se pudo levantar y sentarse contra un árbol. El sol lanzaba sus primeros rayos en el horizonte, aunque el policía por un momento deseo que nunca hubiese amanecido, pues lo primero que vio fue la cabeza de su jefe colgando frente suyo, luego una lluvia de sangre y varias partes incluso de perros. Él se acurrucó abrazándose las piernas, cerrando los ojos, rezo, pidiendo que por favor que nunca les faltara algo a su esposa ni a sus hijitos.
Y quedo con los ojos cerrados por la eternidad
.
…
Ahora Gonzalo estaba en un pueblo de calles polvorientas y casas agrietadas, con puertas de madera que chirriaban al ser usadas, las paredes agujereadas debido a los múltiples enfrentamientos entre los diferentes bandos, los cuales cesaron cuando toda presencia estatal se retiró de allí.
Buscaba donde quedarse, era un pueblo muy chico, desprovisto de atractivo turístico, perdido en el mapa y en la historia misma. Solamente una blancuzca casa-hotel era la encargada de alojar a los forasteros, de la que era dueña una señora de avanzada edad a la que su marido le dejo solo esta edificación al morir, ya que casi todo el dinero se lo gasto inútilmente tratando de alargar su vida. Además de habitaciones tenía gallineros y cultivos para solventar el diario. Por el hecho de que no llegaban casi turistas, ella decidió arrendarle un cuarto porque parecía u buen muchacho, excepto por qué llevaba muchas cajas las cuales no dejo que nadie se las cogiera, por todo lo demás eso le hacía pensar que no acabaría desmembrado en la plaza.
En el pueblo había pocas mujeres, siendo la mayoría casadas, algunas monjas, pero la gran mayoría se habían marchado en busca de mejores oportunidades y de hombres. Tampoco existían casas de citas o lenocinio debido a que un grupo armado las prohibió por considerarlas inmorales, eso le dijo un anciano del pueblo al preguntarle por qué en los bares solo había machos. Así que se deprimió por no encontrar alguna fémina, le toco devolverse para el hotel a seducir a su anfitriona para posteriormente despellejarla porque quería ver si sin arrugas se vería mejor, pero no le valió estirarle el cuero la vieja se veía peor y más con todas esas manchas lo que ella llamaba “medallas del tiempo”.
—no tienes que quitarles más que sus bienes, Gonzalo, será que no te puedes controlar, ¿será que si mi cuchillo no se alimenta no podré calmarme? Será, será que será lo que será, no será, será sincera. —Jiménez cantaba enterrando en el patio los restos de la anciana.
Cansado por esa ardua labor, regreso al paupérrimo bar. Unas cuantas mesas, el piso en tierra, paredes de bloque pegado con adobe y pintado con cal, el sonido era amenizado con una antigua grabadora, donde solo servían una deliciosa bebida legendaria llamada “chicha” pero que emborrachaba hasta al más guapo, eso decían en ese pueblo.
Gonzalo decidió tomarse unos tragos de aquel elixir de maíz y por ende buscar a su presa, esta vez no se trataba de una mujer para aumentar su colección, sino aquel que le había dañado el rato en el monte. Aunque lo salvo de la trampa policial, pero que aún le dolían las heridas que le había causado y cuyo motivo era por el cual estaba en este pueblo, puesto que era el más cercano al lugar donde se enfrentaron