Jerusalén, Israel.
A Raquiel le encantaba Israel, no solo por la emoción que causaba en todos los turistas creyentes visitar la tierra santa, sino porque él sabía que sus raíces estaban allí, sus antepasados tuvieron una gran historia ahí, nada y más y nada menos sus antepasados fueron los reyes de este pueblo que a hoy siguen siendo conocidos y venerados. Él tenía el linaje de David, y las personas que estaban a su alrededor en el muro de los lamentos no podían siquiera imaginarlo, empezando porque él no tenía ningún rasgo de ser de aquellas tierras, era el típico norteamericano blanco, rubio y ojiazul. Según le explicó su padre, sus antepasados judíos se mezclaron con los estadounidenses cuando uno de sus ascendientes, una mujer llamada Golda Ben Amir, se enamoró de un soldado norteamericano llamado Jonathan Wood, al que le dio asilo durante los hechos de la Guerra de los Seis Días en 1967, un conflicto en donde los israelíes derrotaron a varios estados árabes con ayuda de tropas estadounidenses, dentro de las cuales por supuesto estaba Jonathan, que al enamorarse de Golda contrajeron nupcias en la tierra santa y terminada la guerra se fueron a vivir a Estados Unidos.
Raquiel duró mucho tiempo averiguando si aún quedaba alguien vivo de la familia Wood o de la familia Ben Amir, pese que su padre le había dicho que no quedaba ningún descendiente del linaje de David, pero Raquiel sabía que debía quedar aunque sea alguien, así no fuese descendiente directo del linaje de David, alguien de la familia Wood, o algún pariente lejano de los Ben Amir, pero hasta el momento su búsqueda había sido infructuosa. Incluso, por mera curiosidad, había utilizado sus contactos en el ejército que tenían acceso a las bases de datos de todo el mundo, y se había enterado que Vlad y Jelena sí tenían parientes todavía vivos, la familia Balinova, que era la familia materna de su progenitora y que actualmente viven en Bielorrusia; dentro de sus investigaciones se enteró incluso que uno de los Petrov fue en los hechos de la segunda guerra mundial mano derecha de Stalin, el dictador de la en ese entonces Unión Soviética, y que dicha familia Petrov no había tenido buena reputación de ahí para allá, varios ascendientes de Vlad y Jelena incluso habían estado en la cárcel, y su progenitora había sido acusada de asesinato al parecer por participar en ritos satánicos sacrificando niños, pero eso él no se los había dicho a ellos, no tenía la sangre para hacerlo, sabía que les daría duro que Raziel les hubiera ocultado ese dato tan importante de su madre. Sabía que les dolería saber que eran hijos de una bruja asesina, suficiente ya tenían con lidiar con el hecho de que son hijos del mismísimo diablo.
-Soldado Wood ¿ya está en posición? - lo interrumpió de sus pensamientos su capitán por el comunicador que tenía oculto en el oído.
-Sí señor - respondió el rubio, teniendo al objetivo en la mira.
-¿Ve algo sospechoso?
-Nada, no tiene maletines en las manos – dijo, observando al hombre que estaba vestido con el típico talit de los varones judíos religiosos -. Pero podría llevar cualquier cosa debajo de la ropa que tiene que puesta.
-No lo pierda de vista, el escuadrón antiexplosivo está listo.
El hombre al que tenía en la mira era a Abid Avengoa, m*****o de la todavía activa organización terrorista Al-Qaeda. Los espías que la CIA tenía infiltrados en la comunidad en donde ese grupo tenía una de sus tantas bases de operaciones les había advertido sobre planes de un atentado en Jerusalén, y en una ardua tarea de inteligencia hecha en conjunto entre Estados Unidos e Israel, lograron identificar a Avengoa como el enviado de la organización a Jerusalén, que logró ingresar al territorio vía terrestre, camuflándose entre los cientos de inmigrantes de otros países a los que Israel da asilo, y ahora se hacía pasar como judío para pasar desapercibido. Raquiel llevaba dos semanas siguiéndolo sin descanso, estando alerta a cualquier movimiento sospechoso. Los extremistas árabes no temían en dar su vida por aquella ideología que Raquiel aun no entendía del todo, así que un simple movimiento como llevar su mano a la cintura ya era alerta de una activación de una bomba.
El árabe se acercó al muro y apoyó sus manos en esta y empezó a orar, o al menos eso era lo que Raquiel supuso que estaba fingiendo hacer. El rubio entonces también se acercó hasta quedar a su lado, tan solo separados por unos centímetros, y también fingió estar orando. El hombre solo movía sus labios, al parecer orando en la mente. El nefilim se atrevió a usar su telepatía para saber qué estaba diciendo, aun sabiendo que los ángeles tenían prohibido leer la mente de una persona cuando estaba en el sagrado momento de la oración, pero este era un caso de vida o muerte, en donde con una oración sabría cuáles eran las intenciones del terrorista en ese lugar.
Raquiel, que entendía cualquier idioma, incluso los que ya no se hablan, pudo saber que Avengoa le estaba pidiendo a Alá que lo perdonara por lo que estaba a punto de hacer y por los daños colaterales que eso traería, pero que era algo necesario para la causa.
-Ni se te ocurra mover un solo dedo, Abid - le susurró Raquiel al hombre en un perfecto árabe, y el hombre se sobresaltó -. Sé lo que piensas hacer, te hemos estado vigilando desde hace semanas, y créeme, esto no puede terminar bien para nadie.
-No terminará bien si no lo hago – dijo el hombre, o más bien el joven, que ahora que Raquiel lo veía más de cerca, no pasaba de los 25 años -. Alá apoya nuestra causa.
-¿En serio crees que Alá aprobaría que te inmoles y de paso mates a gente inocente? - replicó, señalándole a los cientos de personas que estaban alrededor de ellos -. Hay niños aquí también, aunque sea piensa en ellos.
-Israel no ha pensado en los niños en sus ataques ¿o sí?
Raquiel vaciló, pensando en qué decirle ante eso. Abid se estaba refiriendo al difícil conflicto con Palestina, que no ha hecho sino intensificarse con el pasar de los años, ni siquiera el evento del cataclismo de hace 24 años que hizo enfocarse a los países en otras cosas menos a la guerra (claro ejemplo Rusia, que dejó de provocar a Estados Unidos) pudo lograr algo al respecto.
-Precisamente me uní al ejército para lograr un cambio, prefiero negociar antes que atacar, como estoy haciendo contigo - insistió el rubio, mirando fijamente a los ojos nerviosos del musulmán -. Somos casi de la misma edad, yo también estoy buscando aceptación de mi comunidad, pero sé que no lo voy a hacer tratando de llamar la atención, sacrificándome por una causa que al fin al cabo no se sabe si durará - señala hacia unos edificios que estaban a varios metros de distancia -. Hay unos francotiradores esperando mi orden para dispararte en la cabeza antes de que logres accionar la bomba que tienes pegada a tu cuerpo, pero no quiero que acaben con tu vida, ni que tu acabes con la tuya, Alá es misericordioso, te perdonará y podrás empezar una nueva vida, lejos de aquí.
Mientras Raquiel le hablaba al joven, utilizaba su poder mental para lograr convencerlo más fácilmente, aquel poder que tenían todos los ángeles y demonios, pero era el que más utilizaban estos últimos para tentar a las personas, y eran pocos los ángeles que se atrevían a ir en contravía del libre albedrío de los seres de la creación, porque cuando una persona estaba actuando sin estar bajo la influencia de un demonio, como era el caso de Abid, que más bien estaba siendo manipulado por la organización y creía en la causa, nada podían hacer los seres angélicos. Pero Raquiel sabía que sí podía con su poder de convencimiento por medio de las palabras, la conciliación, y tal vez, solo tal vez, usar un poco sus poderes mentales. Este ya era el vigésimo terrorista con el que negociaba en lo que llevaba trabajando en el ejército estadounidense, precisamente lo enviaban a este tipo de misiones por su inexplicable capacidad (porque claro, nadie se podía imaginar que tenía poderes mentales) de negociar con terroristas, pese a que Estados Unidos tenía la política de no negociar con terroristas. Precisamente Raquiel se había unido al ejército con la esperanza de lograr un cambio, y de poder ayudar a hacer de este un mundo mejor sin necesidad de empuñar un arma, como tuvo que hacerlo hace cinco años en la guerra mágica. Sí, los orcos y trolls eran criaturas horripilantes y cortó sus cabezas, pero no estuvo de acuerdo con que mataran a los Waldermon, no estaba de acuerdo con matar a nadie, porque él creía en un Dios misericordioso que podía perdonar los pecados incluso de los más malvados.
-Si no hago esto y huyo como un cobarde, la organización buscará a mi familia y los matará - dijo el joven con la voz temblorosa y los ojos aguados.
-Ya tengo a mis hombres rodeando la casa de tu familia, están en cubierto claro está, para no llamar la atención - le aseguró, posando sus manos en los hombros del musulmán, transmitiéndole calma mental -. Abandona esta misión sin sentido, y ven conmigo, yo mismo te escoltaré al avión que los llevará a tu familia y a ti lejos de este continente.
Mientras Raquiel hablaba con Abid, en la base de operaciones que los ejércitos y organismos de inteligencia de Estados Unidos e Israel tenían en conjunto había un silencio sepulcral, en donde los corazones de todos latían con fuerza mientras escuchaban la conversación por medio del comunicador de Raquiel, que en realidad era conocido como “David”, porque se había cambiado el nombre, no queriendo que se burlaran de él por tener un nombre tan extrañamente angelical. Y fue así que cuando Abid aceptó rendirse, todos en la base lanzaron un grito de júbilo y se abrazaron unos con otros. “David” había evitado un hecho que podría haber incluso causado una guerra, y había salvado las vidas de las cerca de 500 personas que se encontraban en ese momento en el muro de los lamentos.
El escuadrón antiexplosivo salió de su escondite, y ante las miradas curiosas de los turistas, le quitaron el cinturón explosivo al árabe. Raquiel se cubrió rápidamente la cara con las gafas de sol y la pashmina que llevaba en los hombros antes de que la cámara de algún turista pudiera captarlo, y cuando un helicóptero enviado por el ejército israelí aterrizó cerca del muro, se montó en él rápidamente junto a Abid. Todo ocurrió en cuestión de segundos, para que pudieran evitar a la prensa.
-¡Misión cumplida, Capitán América! - le dijo su compañero Sebastian, recibiéndolo en el helicóptero con una amistosa pero fuerte palmada en la espalda -. Has evitado otra guerra.
-Sí, y nada que me dan un ascenso o siquiera un aumento – se quejó, sentándose y dejando escapar una profunda exhalación de cansancio -. A ver si así me hacen siquiera un aumento, quiero comprarme un apartamento, no deseo seguir viviendo de arrendado.
Y mientras el helicóptero se alejaba del sitio turístico en dirección a la embajada estadounidense en Jerusalén, Raquiel agradeció una vez más a Dios por el don que le había dado y que podía utilizar para bien de la humanidad, sin necesidad de ir a guerras, como sí lo había hecho su antepasado David.