Capítulo 3

1097 Words
—Son las seis de la mañana —refunfuño al responder el teléfono, aun negándome a quitar la cobija de mi rostro—, ¿no puedes esperar a que llegue a la empresa? —¡Claro que no! —la emoción plasmada en el tono de voz de mi mejor amiga Lara, me hace reír—, ¿es verdad? ¿ese mensaje es real? ¿me llevarás a un Atlanta Río? —¡Basta, Lara! —me rio aun más, a la vez de que me siento en la cama—, sí, mi padre me ha dicho que te lleve y a Gerardo también, así que no te sientas tan importante. —¡Oh por Dios, amiga! Si lo mejor que ha pasado es que decidieras al fin tomar un lugar en esta empresa —farfulle emocionada. Dejo salir un largo bostezo mientras sostengo el móvil contra mi hombro para rascar mis ojos con las palmas de mis manos, el cansancio aun es notable en mis huesos, pero, gracias a que Lara se le ocurrió llamar tan temprano, me decido por terminar de salir de la cama. —Bueno, pues ponte algo bonito, péinate y prepárate para que me acompañes. —¡Estoy tan feliz! —Y yo tan cansada —murmuro al voltear los ojos—, ¿en serio no pudiste esperar? —Eso te ganas por mandar el mensaje cuando ya estaba durmiendo. —No es excusa para que me despertaras tan temprano. —Deja de quejarte, Blancanieves, mejor comienza a ponerte bonita, que según lo que he escuchado, Manoel está como para chuparse los dedos. Suelto una carcajada y niego con la cabeza, abro las puertas de mi armario y comienzo por buscar algo decente y elegante qué ponerme. —Estás loca, Lara. —Lo sé; ¡Adiós, amiga! Nos veremos en unas horas —dice para luego terminar la llamada. Me tomo el tiempo suficiente para darme un baño de agua caliente, tratando de relajar mis cansados músculos; esto del arduo trabajo, era excitante, pero a su vez, desgastante. Dos semanas y aun no me acostumbraba a ello. Después de vestirme, salgo a mi jardín, donde me dedico a apreciar la forma en que algunos de los capullos comienzan a abrirse en cuanto los rayos del sol los toca. Sonrío de forma extasiada, mientras me dedico a hablarles a mis plantas, pues, según lo que me decía mi nana Simone, el hablarles tal y como si fueran personas, ayudaba a que se mantuvieran hermosas. Después bajo a la cocina, ahí me encuentro con Ana Paula, la chica que nos ayuda en la casa, al entrar, la saludo con un movimiento de cabeza para después detenerme a su lado para ayudarle a preparar el desayuno. —Señorita de Oliveira, no se preocupe, que yo me encargo de hacer los huevos —me regaña, prácticamente arrebatándome el cucharón. Volteo los ojos y se lo quito otra vez, concentrándome en el sartén frente a mí. —Si no me equivoco, también tengo manos, así que nada me cuesta prepararlos. —Pero, su padre… —Mi padre, nada —la regaño a cambio, empujándola con suavidad con mi cadera—, ve tú a preparar la mesa, Ana Paula. Las mejillas morenas de la chica, se tornan rosadas, en un claro ataque de rabia al no dejarla hacer lo que quiere. —Ana Paula —repito al hacerle un gesto con mi barbilla. —En seguida, señorita —concluye al darse por vencida. Una sonora carcajada me hace voltear, mi padre se encuentra apoyado al marco de la puerta de la cocina, observándome con una expresión divertida mientras se hace a un lado para que la chica vaya al comedor. —Me recuerdas tanto a tu madre —dice al detenerse a mi lado, beso su mejilla y sonrío—, siempre tan testaruda, quitándole trabajo al personal. —Si es que freír unos huevos no es un gran trabajo —me encojo de hombros—. ¿Y tú? ¿Por qué saliste tan temprano de la cama? —Me pareció escuchar a una loca hablándole a las plantas. Lo miro y le saco la lengua, lo que lo hace sonreír. Mi padre toma un par de platos y me los acerca para que coloque los huevos. —Estás muy guapa hoy, Jussi. —Gracias, solo espero dar una buena impresión a los futuros socios —asiento con la cabeza y sonrío. —Sé que lo harás de maravilla, pequeña —afirma, dándome una mayor seguridad a lo que sería mi primera reunión de negocios. (…) Una vez más, compruebo mi aspecto en el reflejo que me regala una de las paredes del elevador. Esa mañana me decidí por elegir una falta pegada al cuerpo, que llega hasta la rodilla, prenda que, acompañada de la camisa de manga larga, hace que resalte más mi figura, de la cual, sin ninguna duda, me sentía orgullosa. Sonrío, tratando de matar el nerviosismo que aquella reunión me provocaba, y, aunque detestaba admitirlo, todo se debía a que probablemente conocería a Manoel Santos, aquel apuesto chico que miré por largos minutos en aquellas fotografías. —Uy, pero que guapa —entrecierro los ojos justo cuando las puertas del ascensor se abren, encontrándome de frente con mi loca amiga Lara—. Y no me vengas con la excusa de que simplemente es por la reunión, porque conociéndote a como lo hago, sé que ya tuviste que haber averiguado todo sobre Manoel Santos. Mi amiga comienza a caminar a mi lado, me echo a reír mientras niego con la cabeza, j***r, si es que la bendita pelirroja me conocía tan bien, que se me hacía imposible poder ocultarle la verdad. —Es que eres imposible. —Imposible está el papacito que está al frente de los Atlanta Río —dice al mover sus cejas en forma de coquetería—, j***r, si es que con solo mirar sus fotografías casi logra que se mojen mis bragas. —Eres asquerosa —digo al hacer una mueca, provocando que ella suelte una carcajada. —¡Ni que nunca te hayas mojado por alguien! —¡Cállate, Lara! —la regaño mientras terminamos de llegar a mi oficina—, que, si mi padre te escucha, de seguro no me deja ir. —Que te va a escuchar, si al parecer, aquí las únicas ansiosas por llegar al trabajo hoy, somos tú y yo, amiga —me recuerda al señalar los vacíos cubículos del último piso del edificio de Turissara.
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