Dos semanas han pasado desde que empezamos a tocar puertas con empresas y hoteles para extender horizontes, desde entonces, me había tomado el trabajo más en serio, dejando mi preciado jardín atrás. Aquel jardín con esa agradable vista al océano que tanto me fascina, donde pasaba horas leyendo un libro o simplemente caminando con Lucy, mi cachorra Pomerania que tenía conmigo desde hacía siete años atrás.
Ahora cuento con una oficina acondicionada a mi gusto y estilo, lo que incluía en ella plantas exóticas, provenientes de países asiáticos, plantas que mi padre me había traído de cada uno de sus viajes.
Me muevo con libertad por aquella oficina, sonriendo como loca mientras le subo al aire acondicionado, enciendo el estéreo, poniendo a reproducir la lista de Bruno Marz, abro las cortinas para que, entre la luz, deteniéndome frente al reflejo que me da la ventana, aquella alta chica de largo cabello oscuro y grandes ojos verdes me devuelve la sonrisa, a la vez de que me repito que soy capaz de esto y más. Luego de mis ejercicios de autoestima, me dirijo a mi escritorio. Ahí, me concentro en mi computadora, reviso una serie de posibilidades para la sociedad que planteé en la junta, entre los escogidos me llama la atención la cadena de hoteles Atlanta Río, con cedes en el centro de la ciudad, al sur en las emblemáticas playas de Copacabana y en otros puntos del país.
Me sorprendo de ver que están interesados en aliarse con Turissara, por lo que, aprovecho aquel interés para enviarles un correo de inmediato. No debía dejar pasar esa oportunidad por nada del mundo. Aquellos hoteles eran siete estrellas, por lo que, sabía que aliarnos a ellos sería un gran paso para nuestra empresa, lograríamos salir del hueco donde nos dejó la pandemia.
Redacto el correo, explicando lo que ofrecemos y deseamos obtener a cambio, lo que se resumía en un gran trabajo en equipo para darnos a conocer más.
Me encuentro tan absorta y emocionada por ello, que no me percato del momento en que mi padre ingresa a mi oficina.
—¿Y esa sonrisa?
Levanto la mirada y sonrío aún más si aquello era posible. Tomo el control del estéreo y lo apago, para luego concentrarme en mi padre, quien se encuentra apoyado a la madera de la puerta, sonriendo sin parar mientras mantiene sus brazos cruzados a la altura de su pecho.
—No me lo vas a creer, pero, el dueño de Atlanta Río ha pedido información sobre la sociedad que ofrecemos.
Mi padre aplaude una vez, soltando una risa cargada de felicidad.
—¡Eso es genial, Jussi! ¡Que orgullo me hace sentir ver lo comprometida que estás con todo esto!
Asiento hacia él, le hago un gesto para que se siente y luego entrelazo mis dedos bajo mi barbilla.
—Ya los he contactado, les he explicado todo lo que ofrecemos, ahora, solo resta esperar su respuesta, la cual espero que sea positiva.
Golpeo la punta de mis tacones contra el suelo, dejándome envolver por la ansiedad que aquello me provoca. Jamás imaginé que algo relacionado a la empresa de mi padre, iba a emocionarme a como lo estaba haciendo, pues, lo cierto era que, ahora no quería parar. Anhelaba transformar aquel lugar, quería convertirme en una heredera preocupada por el patrimonio familiar, y no el tipo de niña rica que solo se encarga de despilfarrar dinero a diestra y siniestra.
—Bueno, mantenme informado si hay alguna novedad —señala el viejo al ponerse de pie, asiente al dedicarse a mirar a su alrededor, deteniéndose en las plantas que él mismo me obsequió desde hacía años atrás, plantas que, muy probablemente ahora no recordaba—, que bonito lugar tienes aquí.
—Me hace sentir como si estuviera en casa —afirmo a la vez de que vuelvo a encender el estéreo—. ¿Almorzamos juntos?
—¿A las dos? —pregunta él.
Sonrío y asiento.
—A las dos —asevero.
(…)
Dos días después, mediante correo electrónico, llega mi tan anhelada respuesta. Me dicen de una manera seca y cortante que están interesados en saber más, citando a una reunión a nuestro director de alianzas estratégicas, dicha reunión sería el día siguiente a las tres de la tarde.
Ese dichoso cargo fue el que, al genio de mi padre, se le ocurrió darme, según él, dada a mi idea, no había otra persona capacitada a tenerlo, más que yo.
Me paso la tarde investigando sobre dichos hoteles para tener mayor información y así saber qué exponerles; resulta que, el dueño y máximo accionista es Manoel Santos, empresario de veintiocho años a quien su papá heredó en vida por estar avanzado en edad, además de que el pobre viejo contaba con una enfermedad degenerativa.
Con tan solo seis años a cargo, aquel chico había logrado posicionarse en el top de las diez mejores cadenas de hoteles de todo Brasil, con ese dato, confirmo que no me equivoqué al elegirlos.
Estudio todo lo relacionado a ellos; la cantidad de hoteles, el servicio que ofrecen, hasta los seguidores y recomendaciones en sus r************* , entre ellas f*******:, i********:, t****k, incluso, había algunos videos en YouTube.
Muerdo mi labio inferior al ver algunas fotografías de Manoel al lado de altos jerarcas del país en algunas de sus visitas a sus hoteles; rubio, alto, de expresión vacía, pero, muy guapo… características que lo único que hace es provocarme más curiosidad, motivo que me lleva a buscar su perfil personal en f*******: e i********:, dándole seguir de inmediato para tratar de obtener más información de él, lo que me decepciona enseguida al ver que es del tipo de persona que postea muy pocas cosas.
En sus escasas fotografías, soy capaz de percibir a un hombre serio, elegante, pero, sobre todo, muy guapo, lo que, sin duda, me hacía creer que esa unión sería prometedora.
Entre todos aquellos preparativos, se me va el día y al ser las siete de la noche, es cuando decido cerrar mi oficina, ya el cansancio me estaba provocando bostezar con regularidad, clara señal de que era tiempo de volver a casa.
Cuando salgo al pasillo, me encuentro con mi padre, a quien se le ilumina la mirada al verme aun en ese lugar.
—Cariño, ¿aun aquí? —se acerca a mí y me rodea con sus brazos—, ¿Por qué no te has ido a descansar?
—Supongo que ya me estoy volviendo esclava al igual que tú —bromeo al alejarme, él voltea los ojos, lo que me hace reír—, es broma, viejo, no lo tomes tan a pecho.
—Si es que contigo nunca se sabe cuando hablas en serio.
—Vámonos ya —lo insto al entrelazar mi brazo con el suyo—. ¿Recuerdas que te comenté sobre los hoteles Atlanta Río? —él me mira de medio lado de forma expectante, mientras asiente—, hoy me respondieron, están interesados en nuestra propuesta, mañana tenemos una reunión con ellos, por lo que, se me fue la tarde investigando todo lo relacionado a ellos.
—¡Qué excelente noticia, Jussara! —exclama él al sonreír de forma abierta—, son hoteles más que reconocidos y además, con una administración nueva y con ideas frescas. Lleva a Gerardo y Lara contigo, te serán de mucho apoyo —me da un golpecito en mi mano, se inclina y pega su frente con la mía mientras esperamos a que el ascensor abra sus puertas—, estoy seguro que cerrarás esa negociación, hija —me dice don Jorge más que seguro—. Ahora vamos, que te invitaré a cenar para celebrar por adelantado.