—¡Jussara de Oliveira!
Mi padre levanta la voz, irritado por la poca atención que estoy poniendo en la junto de socios a la que citó de manera urgente, debido a la poca organización y mal manejo de los paquetes de turismo que se están ofreciendo en nuestra empresa Turissara, una de las empresas de turismo más reconocida en Río de Janeiro.
—Papá —bufo al apoyar mi mandíbula en la palma de mi mano, sintiéndome aburrida de estar en esa sala llena de hombres importantes, vestidos de traje—, sabes que esto no es lo mío, te he dicho mil veces que ni siquiera he deseado ser parte de esta empresa; mi anhelo es ser botánica —reniego una vez más, ganándome miradas quisquillosas por parte de los socios de papá, quienes cuchichean entre sí, dedicándose a ver de mí a mi padre, quienes a este punto, nos encontrábamos en pleno campo de batalla.
—Hija, y yo te he dicho que esto se empezó pensando en ti… solamente en ti —hace énfasis en cada una de sus palabras, lo que me provoca irritación, a como en cada ocasión que me lo recuerda—, por favor, tómatelo con seriedad.
—Señor de Oliveira, no queremos ser una molestia ahora —irrumpe uno de los altos ejecutivos, acomodando el nudo de su corbata mientras se aclara la garganta—, podemos dejar la junta para otra ocasión, así podrán solucionar tranquilamente las diferencias que poseen.
Miro a mi padre, con la esperanza de que este diga que sí, pero, me desinflo al verlo negar con la cabeza. Ese viejo podía ser terco y bien testarudo sin siquiera esforzarse.
—No, Luiz, continuaremos ahora mismo, Jussara no tiene ningún problema en acompañarnos —aquella mirada azul se clava en la mía en señal de advertencia, lo que al final, no me queda de otra que asentir.
Jorge de Oliveira, hombre de sesenta años y con su cabello ya blanco por el peso de su edad, mantiene su mirada en mí por largos segundos, tan penetrante y profunda que me hace sentir culpable por mi falta de interés. Pero, ¿alguien podría culparme de ello? Desde muy niña, desarrollé un amor especial hacia las plantas, mi nana Simone fue quien se encargó de enseñarme todo lo que sabía sobre ellas, desde cuales eran plantas medicinales, hasta las más hermosas y venenosas que podrían matarnos en pocos segundos.
Siempre quise convertirme en botánica, pasar mi tiempo metida entre las plantas, es mi pasión, pero, por la insistencia de mi padre y en parte por mi propio bienestar, decidí estudiar administración de empresas, ya que cada vez que él puede, me recuerda que cuando falte, esto será mi patrimonio.
En este momento me encuentro con al menos otras treinta personas entre socios, supervisores y gerente, debatiendo temas relacionados a lo que ofrecemos como atracción turística a residentes y visitantes, ya que se aproximan los tan esperados carnavales de Río.
—Gerardo, ¿Qué análisis me tienes con respecto a nuestra situación actual? —pregunta papá a uno de los jefes de finanzas.
El chico se aclara la garganta, y, a como lo hizo Luiz, se acomoda la corbata de forma insistente, clara señal de que también se siente intimidado por aquel viejo que no deja de fruncir el ceño mientras se dedica a revisar los documentos frente a él.
—Don Jorge, siendo sincero, debido a la recién pasada pandemia que nos afectó tanto a todos —hago una mueca al recordar el maldito Covid, esa enfermedad que me quitó a mi nana Simone—, nuestra posición no es la mejor, el movimiento turístico bajó tanto, que no estamos saliendo con solo nuestro capital —Gerardo vuelve a acomodar su corbata, lo que me hace sonreír.
—¿Para qué la usan si les incomoda tanto? —interrogo, incapaz de callarme por más tiempo al ver la manía de aquellos hombres al estar acomodando dicha prenda—, lo lamento —digo al percibir algunas miradas sobre mí—, es solo que… no puedo dejar de mirar la forma en que muchos de ustedes retuercen ese nudo, es como lo hacemos las chicas con el cabello —señalo al meter los dedos dentro de mi largo cabello oscuro.
Papá tuerce una sonrisa y niega con la cabeza, para luego volver a concentrarse en Gerardo, a quien se le han puesto rojas las mejillas.
—Continúe, Gerardo. Usted sabe que a mi hija le gusta bromear.
—Si no es ninguna broma.
—Jussara… —advierte mi progenitor entre dientes, lo que me hace voltear los ojos.
—Continúe, Gerardo —sonrío con los labios apretados, haciéndole un gesto con la mano para que siga.
—Bueno —el chico vuelve a aclararse la garganta, evitando a toda costa voltear a mirarme—, necesitamos ir más allá de lo que somos para volver a resurgir —termina, con un tono de voz bastante nervioso.
Es con esa pequeña explicación con la que yo me ubico en lo que verdaderamente está sucediendo, y, al ver la cara de preocupación y cansada de mi papá, tan agobiado por tantos años de lucha al querer darnos a mi mamá y a mí lo que él cree que merecíamos; después, la lucha que tuvo para darme todo y, aun así, tratar de estar a mi lado siempre, después de la muerte de mamá. Es ahí, donde decido empezar a ayudar y ser de utilidad en lo que tanto le ha costado.
Por primera vez, me preocupo por ver los documentos frente a mí, donde puedo notar los números por los suelos, comparado a lo que era esta empresa antes de la pandemia, es ahí donde comprendo los constantes ceños fruncidos por parte de mi padre en nuestros desayunos, es ahí donde noto por qué las últimas películas que compartíamos, él se veía lejano, como si algo le preocupara siempre.
Ahora, era el momento de convertirme en la mujer que él anhelaba que fuera, aquella mujer capaz de apoyarlo y de trabajar con él hombro a hombro para sacar a flote esa empresa que tanto le costó construir.
—Creo que debemos replantearnos lo de los paquetes turísticos —comienzo a hablar, al pasar las hojas de un lado a otro—, la crisis ha sido tanta, que mucha gente busca los mejores precios para viajar, lo primero que deberíamos hacer es encontrar posibilidades de extender nuestras sociedades con empresas hoteleras, parques… todo, ¡Todo! —repito, incapaz de detenerme—, debemos de abarcar todo, dar ofertas a las que las personas no puedan resistirse. Las personas están cansadas de estar encerradas por miedo al maldito virus, es tiempo de demostrarles que hay formas seguras de viajar y disfrutar a un buen precio.
Todas aquellas personas ahí reunidas, se me quedan viendo como si no creyeran que aquello se me podía haber ocurrido en un segundo, pero, al final la mayoría termina asintiendo en mi dirección.
—Ves Jussara como a tus veintidós años ya eres capaz de aportar y ser de gran ayuda —la mirada de orgullo que me dedica mi padre, me hace sonreír—. Si Wenda estuviera con nosotros, ahora mismo me diría lo que tantas veces me repitió: que contigo era cuestión de paciencia.
Cierro los ojos fuertemente e inhalo profundo al escuchar aquello. Mi madre nos había dejado hacía tan solo cinco años atrás, debido a un feroz cáncer de cuello uterino, ella siempre me decía que al final iba a encontrarle el gusto a esto del turismo y ahora, al sentir la emoción que provocó en mí aquel primer aporte valioso en una de estas dichosas juntas, me hacía creer en sus palabras. Esto no se veía tan mal después de todo.
Después de horas de debates y propuestas, se da por concluida la dichosa junta, dejando en acuerdo buscar alianzas y tratar de expandirnos. Es a partir de entonces que Jussara de Oliveira se propone hacerse una empresaria responsable y empezar a ser de ayuda en los negocios de la familia.