Capítulo V: Patética actuación

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Cuando sus ojos se abrieron, primero observó el techo de tejas de madera, por unos segundos se quedó pensativa, los recuerdos no venían, pero cuando lo hicieron, fue como una bola de demolición, se enderezó de prisa, todo su cuerpo dolía, y un quejido fuerte, rugió desde su interior. La anciana se acercó a ella, tenía cabellos tan blancos como si fueran hilos de algodón, y el joven, de algunos veinte años, que no vestía camisa, grandulón y fornido, le miraban con cara de intriga, el chico emitió unos sonidos que le parecieron grotescos, como inentendibles —Hola, niña, ¿Cómo te sientes? Ella los miró con el ceño fruncido, miró a todos lados, sus ojos estaban llorosos, quizás también por todo el tiempo dormida, miró sus manos, sintió su cuerpo, hizo todo lo que pudo para enderezarse, fue como si de pronto la claridad iluminara su alma y su mente —Yo… estaba muerta… —balbuceó como un susurró apenas entendible—. Pero, estoy… ¿Viva? ¿Realmente lo estoy? —dijo conteniendo su respiración, sintiendo los latidos de su corazón tan severos que retumbaban en su interior, preguntándose si ellos también los escuchaban Makya la miró confusa, alzando las cejas blancas, y luego tocó su babilla con lentitud —Sí, niña, estás viva, ¿Acaso no sientes dolor? Ningún muerto siente dolor, pero tú estás viva, y tan magullada, que, si me dices que no sientes dolor, entonces diré que eres un fantasma. Ámbar lo recordó todo, desde el momento en que peleó con Augusto, pudo escuchar sus insultos retumbar con furia en su mente: «—¡Maldita zorra! Todo este tiempo no he hecho más que amarte, darte lo mejor de mí, ¿Para qué? ¡Solo eres una puta barata! Una traidora, te quiero fuera de mi vida para siempre, ¡Quiero el divorcio!» Luego recordó el secuestro, las amenazas de Agatha y un escalofrío la recorrió «Mi amada Roberta ya te dejó sin marido, todo fue nuestro plan, que fueras a la empresa, que Arturo te besara, que Augusto te viera justo a tiempo, y la traición que Roberta te dio al final, fue brillante, yo le dije que lo hiciera, ahora, ¡Estás acabada! Morirás y nadie te buscará porque todos los que juraron amarte ahora te odian, y es gracias a mí, yo le dije a tu padre que tú no eres su hija, ¿Por qué crees que te odia tanto? Cree que tu madre le fue infiel, por eso ha sido mi amante por años, porque cree que ella lo engañó primero, yo soy una hiedra, pajarita, he crecido entre tus rosas, y ahora no podrás salvarte de mí veneno» —¡Mi bebé! —gritó tratando de erguirse, la bruja Makya como era reconocida en su aldea, la miró con tristeza, negó con rapidez —No pude contener el sangrado, seguro ya lo habías perdido cuando… te lanzaron al mar… lo siento. Ámbar se quedó boquiabierta, sintió dolor, más allá del dolor físico, era como si su alma estuviese herida de forma mortal, todo el mundo se oscureció en su interior, Makya seguía hablando, pero ella ya no la escuchaba, su bebé estaba muerto, había muerto antes de conocer el mundo, murió siendo herido por esos malditos hombres impulsados por Agatha, su madrina, su madrastra, la mujer que la vio crecer desde niña, a la que quería como una segunda madre, sintió que su corazón estaba por estallar, y lo hizo, un llanto cruel y desgarrador, un buen llanto emergió, sollozaba, aullaba como un animal herido que gritaba, que padecía, que bufaba de rabia de frustración, lloraba por todo lo que no pudo defenderse, cada lágrima era un golpe, cada sollozo un insulto, cada dolor en sus huesos era el miedo que padeció, y cada grito era la traición ardiendo, quemándola, era de cenizas, estaba destrozada. La bruja Makya la observo bien, con el rostro más trágico, vio a muchas personas sufrir a lo largo de su vida, pero había algo en ella, algo especial, su dolor era tan fuerte, que apagaba su aura, ya no podía saber quién era, y pensó que, ahora sus enemigos, debían temer, porque aquello que no mata, te vuelve poderoso, y estuvo convencida de que ella lo sería, algún día. Cuando Augusto abrió los ojos, sintió que la cabeza iba a estallarle, sentía que moriría, todo le daba vueltas, observó a Roberta, sentada, cubierta por una manta, solo al filo de la cama, toda la ropa estaba sobre el suelo, y él sintió su corazón acelerarse de miedo, al pensar en lo que había hecho —¡Dios mío! ¡¿Qué hice?! —exclamó Escuchó el sollozo de Roberta, quien cubría sus ojos con dolor —¿Te arrepientes? ¡Lo sabía! Insististe tanto, dijiste tantas cosas, tantas promesas, debí saberlo, que todo se desvanecería por la mañana —exclamó llorando Augusto no recordaba nada, todo estaba muy confuso en su mente, solo recordaba que ella estaba en su habitación de hotel cuando él volvió del bar, que le dio un trago de coñac, y hasta ahí no podía recordar más —Te dije que no debía, que te amaba tanto, pero… ¡Era mi primera vez! —exclamó llorando Augusto sintió que su corazón se empequeñecía entre el miedo y la culpa, pero Roberta mentía, ella no era virgen, incluso él mismo lo dudó, ella siempre era una mujer sugerente, demasiado provocativa con él, pero luego pensó, tal vez era por su amor, él sabía que ella lo amaba. —Roberta, ¡Lo siento tanto! No debí propasarme contigo. Ella lo miró con dolor —¿Vas a perdonarla? ¿Vas a buscar a Ámbar? ¡Después de que te engañó todo este tiempo con ese hombre! Augusto sintió el dolor de la traición de nuevo en su pecho, manchando su amor por Ámbar —¡Nunca! —exclamó con rabia y rencor—. Jamás le perdonaría una infidelidad a una mujer, y no lo haré con Ámbar, tampoco la buscaré, incluso preferiría morir que perdonarla, ella está muerta, muerta para mí. Roberta volteó la cara, pero una sonrisa de placer se formó en su rostro, solo deseaba que su madre hubiese cumplido con su promesa, y Ámbar jamás reapareciera en su vida, ella lograría tener a Augusto comiendo de la palma de su mano. Ámbar sentía tanto dolor físico, estaba recostada en ese intento de cama, que era un camastro cubierto por lana, mantas y algodón. Makya le dio de beber un té, le dijo que era importante beberlo, le ayudaría a limpiar su matriz, Makya no podía llevarla a un hospital y la mujer se negaba a decir su nombre o apellido, también se negaba a ir a la policía o a un hospital, Ámbar tenía pavor de que si supieran que no murió, vinieran a terminar lo que empezaron, pasaron varios días así, ella sangraba mucho y Makya que era buena curandera, la limpiaba, y la sanaba, Ámbar lloraba todo el tiempo, comía muy poco, sus heridas iban sanando, Makya no hizo demasiadas preguntas, era una buena mujer, y tenía sus teorías de vida que aplicaba siempre, ahora usaba el arte de ayudar y acompañar, si su ayuda era necesaria la brindaba, si su compañía era requerida, estaba ahí, pero sin invadir, sin alterar, y sin entrometerse de más, era consciente de que aquella jovencita venía del mismo infierno, y salir de ahí no era fácil. Cuando Ámbar se quedó dormida, Makya salió, y caminó por la aldea, ellos estaban relegados del mundo, incluso de sus compañeros aldeanos, porque creían que ella era una bruja, aunque solían recurrir a ella cuando tenían sus dolencias «Jodidos hipócritas» los llamaba ella, cuando Diego, su hijo, que no podía hablar al ser mudo, volvió, le habló en lenguaje de señas —Entonces ¿No hay nadie buscando a la niña? —exclamó Makya Diego dijo que no, y le preguntó si sería una criminal, ella rio un poco —Diego, que preguntas necias, ¿Acaso no la has visto con tus propios ojos? Esa niña no sería capaz ni de matar una cucaracha, sin antes sentir temor, no es una criminal, debe ser una víctima de los malos, porque de todas las criaturas del universo, el humano es el único capaz de matar a otro humano, solo por cumplir sus caprichos. Roberta y Augusto llegaron a la mansión Parma se encontraron de inmediato con Agatha y Fernando que los miraron confundidos de verlos juntos y con las mismas ropas de ayer, se saludaron con algo de cordialidad, y Fernando bajó la vista, con algo de vergüenza en su interior, al recordar lo que Agatha le contó ayer. —Augusto, ven conmigo, por favor —dijo Fernando y lo llevó a otra habitación Agatha le hizo una señal a Roberta y subieron pronto a la habitación de la última Adentro cerraron bien la puerta, y Agatha miró a su hija —Dime, ¿Qué pasó? Roberta tenía un gesto serio, que cambió a una sonrisa al ver a su madre, y rio un poco —¡Lo hicimos, madre! —dijo con el rostro ilusionado —¡¿Te acostaste con él?! —exclamó Agatha y Roberta asintió —Él estaba muy ebrio, fue tan difícil, pero, ya sabes, los hombres son como animales, siguen solo el instinto. Agatha abrazó a su hija, y sonrió —¡Esa es mi niña! Bien hecho —dijo orgullosa —Le hice creer que era mi primera vez —ambas se echaron a reír con diversión —No cabe duda, que los hombres son unos idiotas, lo único bueno que pueden tener, es la cartera y algo entre las piernas, pero no todos lo tienen, muy bien, Robertita, lo hiciste genial, ahora no te preocupes, yo me encargaré de reprochárselo, se sentirá tan culpable, que pronto será tu esposo. —¿Esposo? —exclamó Roberta—. ¡Imposible! ¿Se te olvida que es esposo de Ámbar? Agatha la miró sonriente —Pero, esa mujer es ahora un cadáver. Roberta se quedó petrificada, observándola con el rostro pálido, dio la vuelta y se sentó justo sobre la cama, recordó el momento en que Ámbar y ella se conocieron, justo cuando tenían seis años «Flashback: Roberta lloraba, estaba en un parque jugando, cuando su cometa se voló, entonces aquella pequeña Ámbar se acercó y le dio la suya —Pero, tú, ya no tendrás ninguna cometa. —No importa, te veré de lejos, mientras ya no llores, yo estaré feliz»  Roberta limpió las lágrimas que cayeron por su rostro con rapidez —¿Estás segura de que está muerta? —Lo estoy, la lanzaron al mar, y con mucha suerte, espero que haya sido comida para peces, ahora ya no te preocupes, bebé, me encargaré de que Augusto Larios, sea todo tuyo. Roberta bajó la vista, creyó que deshacerse de Ámbar Parma la haría sentir bien, creyó que la haría sentir que ella valía más, pero, algo en su interior, se sentía tan amargo y triste. Fernando observaba a Augusto con lástima, no podía evitarlo, le parecía ahora un espejo donde él se reflejaba —Lamento tanto lo que pasó. —Tu hija y yo vamos a divorciarnos, Fernando, esto no tiene alternativa, ni solución, ella me ofendió de la peor manera, y la quiero lejos de mi vida, para siempre. Fernando asintió, escuchando la rabia en sus palabras —Lo entiendo, a partir de ahora, tú seguirás viviendo aquí. Augusto le miró impactado —Pero… —¡Nada! Tú serás como hasta ahora el Ceo de Industrias Parma, pero ella, Ámbar se irá, no quiero volver a verla por lo que me reste de vida en esta casa. Augusto estaba sorprendido, no entendía la actitud de Fernando, siempre fue un padre amoroso y protector, ahora parecía tan alejado de Ámbar. De pronto la puerta se abrió, repentina, Agatha entró y parecía furiosa —¿Qué hiciste, Augusto Larios? ¿Así que te aprovechaste de mi pobre niña y tomaste su virginidad? ¡Ahora responderás por esto! —exclamó Agatha en un grito, con el rostro severo, Augusto enrojeció hasta la raíz, Fernando estaba impactado, mientras Roberta permanecía en las sombras, con la mirada baja, conservando su patética actuación, hasta sentirla real.
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