Capítulo II: Muerta en su corazón

1724 Words
La ceremonia de la boda de Agatha y Fernando fue solo por el civil, había muchas caras largas y personas que fueron solo por compromiso, y por no perder la bondad de la familia Parma, pero las habladurías al respecto de la recién viudez del hombre no se hicieron esperar. Ámbar estaba incrédula de la forma en que su padre había cambiado tanto con ella, la trataba mal, y aprovechaba para humillarla, sin ninguna piedad, ahora ya no reconocía a ese hombre. Augusto estaba buscando una botella de champagne, no le agradaba el whisky que estaban sirviendo, cuando sintió que alguien lo abrazó pro la cintura, creyó que era Ámbar, pero ese olor le hizo saber que no, se alejó abrupto —¿Qué sucede, Roberta? No hagas eso, sabes que puede malinterpretarse. —¿Y te importa? —dijo acercándose, y tomándolo de la corbata, Augusto pudo sentir su cercanía, ella vestía con un escote tan pronunciado, que solo lo hacía sudar y tragar saliva, para soportarlo —Suéltame —dijo con rapidez y en tono calmado—. Soy el esposo de tu mejor amiga, y la actitud que tomas respecto a mí, deja mucho que desear, si Ámbar lo supiera… —¿Se lo dirás? —ella miró la turbación en su rostro y supo que no lo haría, sonrió con osadía—. No lo harás, en el fondo sabes que sientes lo mismo por mí, y que, si ella lo sabe, no creerá en ti, soy su mejor amiga, somos casi hermanas. —Y entonces, ¿Por qué lo haces? —exclamó molesto Roberta puso su rostro serio —Yo sé cosas, Augusto, quieres que te las cuente. —No —sentencio con rudeza—. ¡Quiero que me dejes en paz! —exclamó y salió de prisa de esa habitación dejándola furiosa por su rechazo. Arturo entró a la habitación, observando que el hombre salía, miró a la mujer y estando desprevenida le dio una suave nalgada que la hizo enfurecer y maldecirlo —¡Eres un gran idiota! —¿Qué pasa? ¿Te volvió a rechazar? No escarmientas, Augusto está bien ligado a su mujer, no va a arriesgarse a perder a semejante belleza heredera, por… ti —dijo con desdén y burla, ella le empujó con furia —¡Soy tanto o más hermosa que esa estúpida de Ámbar! Arturo se mostró pensativo y ella volvió a golpear su pecho con rabia —Mira, Roberta, no sé porque te encaprichas con un hombre que no te quiere, eres joven, bella, ahora tienes dinero por tu padrastro, no pierdas el tiempo buscando cosas inalcanzables, concéntrate en ser feliz, la vida es corta, nena —dijo intentando besarla, pero ella se alejó —Yo sé lo que quiero, y lo consigo, quiero a Augusto Larios, y voy a tenerlo y tú vas a ayudarme. El hombre la miró con seriedad, esa vez su tono de voz no le gustó, porque conocía a la caprichosa Roberta, y sabía que detrás de sus planes, siempre se escondía un problema. Agatha y Fernando decidieron no salir de luna de miel, la mujer estaba en su alcoba, observó al hombre, tendido en la cama, y lo miró con algo de rabia —Entonces, ¿Cuándo cobrarás la herencia de Blanca? Ella era la que tenía más dinero de los dos, ¿Cierto? Fernando abrió los ojos y no abandonó su semblante serio —Pronto, mujer, no hay prisa. —Sí que la hay —sentenció con ira—. ¿Y si le dejó todo a esa bastarda? ¿Qué harás? Fernando se irguió, tenía una rabia en su mirada, que parecía tener fuego —¡No vuelvas a recordármela! Solo la veo y quisiera… —¡Matarla! —exclamó Agatha Fernando la miró casi con un terror en sus pupilas, se levantó de prisa —¡No! Quisiera alejarla de mi vida, no verla ante mis ojos, pero matarla no, claro que no, seré todo lo malo que quieras, pero ¡No soy un asesino! —exclamó, se puso la bata de dormir y se encaminó al balcón —Piensa lo que quieras, pero, si Blanca te dejó sin nada por dárselo todo a la bastarda, entonces te quedarás sin un centavo, porque al final de cuentas, ella sí era su hija, pero tuya no. Fernando la miró con coraje, y salió de prisa. Agatha sonrió feliz de lograr que el odio de Fernando creciera contra Ámbar, pero también estaba preocupada, sabía que la herencia de Blanca no se leería hasta seis meses después de su muerte. Arturo y Roberta estaban en la terraza, planeaban bien la forma en que separarían a Ámbar y a Augusto, pues Roberta quería verlos alejados para siempre, Arturo era una marioneta a su merced, que obedecía todo lo que le decía, el plan estaba resultando fácil de hacer —Es arriesgado, Roberta, si fallamos, todo se irá a la mierda. —¡No debe fallar! Debemos ser convincentes. —Pero, ¿Y que hay si la perdona? —exclamó —¿Por qué lo haría? ¿Acaso un hombre perdonaría la infidelidad de su mujer? —Roberta, cuando un hombre ama, puede hacer las mayores estupideces de su vida, sería mejor si después de lo sucedido no se volvieran a ver, pero será imposible, de lo contrario, Ámbar volverá una y otra vez a verlo, a suplicarle que le crea, y un día, simplemente, él le creerá, porque vamos, es la heredera de la empresa, es su esposa, y, además, es hermosa. Roberta sintió demasiada rabia y temor, no podía negar que Arturo tenía toda la razón —¡La odio! —Entonces, que no vuelva a verla —dijo esa voz que los hizo palidecer y mirarla, Arturo se levantó como si fuera un resorte, con miedo de ella, pero Agatha sonrió —Madre, ¿Qué haces aquí? —Escuchando tus tontos planes, señorita, ¿Así que planeas destruir el matrimonio feliz de tu hermanastra? —Madre, no te entrometas, esto es entre ella y yo —sentenció Roberta —No creo que la pobre e ingenua Ámbar, sepa de esto, pero sí tú lo dices —dijo con una sonrisa brillante, Roberta bajó la cabeza —Lo único que te digo es que Arturo tiene toda la razón, Ámbar, no debe volver. —¿Y qué hago? No tengo opción, ¿Acaso existe un hechizo para hacerla desparecer por arte de magia? —exclamó Roberta con mofa —Mátala —sentenció Agatha con ojos oscuros y mirada profunda Arturo y Roberta se quedaron perplejos, mudos y congelados ante sus palabras, no parecía ser una broma, pero Arturo se echó a reír como si lo fuera —¿Por qué ríes, Arturo, crees que bromeó? Él perdió la sonrisa, y supo que la mujer hablaba muy en serio, agachó la mirada, tragó saliva y tuvo un mal presentimiento de que estaba ante alguien que no reconocería en ningún lugar —Madre… —¡Basta, Roberta! Por eso nunca consigues lo que deseas, esperando a que el destino lo solucione todo, solo verás la vida pasar, mientras los mejores años se te van, ¡Eres estúpida si crees que lo que quieres vendrá a ti porque lo mereces! —exclamó con furia en todo su ser—. Cuando uno quiere algo, debe ir por ello, pelearlo, planearlo, tomarlo, y si las cosas no se te dan a voluntad, entonces tienes que exigirlo, no ser una cobarde con planes de novelas rosas, está es la realidad, la oscura realidad, y si quieres que esa mujer salga de tu vida, entonces debes acabar con la suya. Roberta tenía la mirada baja, asustada con tantas palabras, sabía que su madre era fría, era cruel y despiadada, pero una asesina era un eslabón arriba, uno que ella desconocía y no quería subir —Esto es absurdo. —Entonces, niña, ¿Quieres o no quieres a Augusto para ti? Roberta alzó la vista, ella amaba a Augusto desde la primera vez que lo vio en aquella fiesta, era el hombre más atractivo, creyó que era el príncipe de sus sueños, pero él, en lugar de verla a ella, solo tuvo ojos para Ámbar, y así perdió la oportunidad de su amor. Sintió la rabia al recordar cuando se hicieron novios frente a ella, y lo mucho que tuvo que soportar el día de la boda, aun así, no era capaz. —Sí, pero lo haré a mi manera, deja tus tonterías madre —dijo yéndose Agatha miró a Arturo y él palideció de miedo, se fue tan deprisa sin decir adiós, Agatha rio un poco, le gustaba generar miedo, porque le recordaba al respeto. Ámbar se encontró por la tarde con Roberta, ambas caminaron por el jardín —Tenemos mucho tiempo sin hablar y vernos, y eso que vivimos en la misma casa, Roberta, ¿Acaso es que estás molesta conmigo? Roberta sonrió con amargura —No, para nada, solo es que, a veces estás ocupada, pensé que no me querías hablar por lo de nuestros padres. —Eso no tiene nada que ver contigo, tú eres aparte, tú eres más que mi amiga, eres mi hermana, te adoro —dijo abrazándola, Roberta sintió su abrazo y puso ojos de hastío, se liberó de prisa —Sí, yo también. —Te voy a confesar algo, solo a ti, no le cuentes a nadie, ¿Lo juras? —preguntó y Roberta la miró con desdén—. ¿Dedo de promesa? Roberta asintió y enlazaron sus dedos meñiques en señal de juramento de silencio, como cuando eran niñas —Ya dime, ¿Qué pasa? —¡Estoy embarazada! —exclamó feliz, mientras la sonrisa se esfumaba de la cara de Roberta —¿De Augusto? —exclamó perpleja —¡Claro! De quien más. Ámbar la abrazó, y Roberta estaba impactada, las lágrimas cayeron por su rostro de forma inevitable —¡Roberta! ¡¿Estás llorando?! ¡Ay, hermanita, estás tan emocionada! Roberta asintió y Ámbar volvió a abrazarla con fervor «¡Maldita! ¡Mil veces maldita! No voy a dejarte a Augusto, él es mío, mío por siempre, ya nada me importará ¡Estás muerta, Ámbar! ¡Muerta en mi corazón!» pensó llena de rencor.
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