Ámbar tenía el rostro cubierto de rubor rojo carmesí, mientras Emilio atinó a cubrir su cintura con una toalla —Lo siento, señor, ¡Lo siento mucho! —exclamó y salió a toda prisa, cerrando la puerta y escuchando las risas de ese hombre. Emilio no podía dejar de reír de la escena tan absurda que acababa de pasar, luego se metió a la bañera, el agua caliente comenzó a relajarlo, había sido un día largo de trabajo, y estaba harto de todo eso, pensó en su hermano Yigit, había muerto hace casi seis años, lo extrañaba con fervor, a pesar de todo, también extrañaba a su abuelo. Y pensó que era probable que viviera extrañando a toda su familia, siempre. Ámbar salió y cerró la puerta, sentía la adrenalina correr por su cuerpo, temía ser despedida, abrió y cerró los ojos con rapidez y cuando obse