Capítulo 3

1646 Words
Talitha observó el bar con admiración. Ya había estado en aquel lugar la noche anterior, pero verlo a plena luz del día no hacía que se viera menos increíble. La decoración la fascinó. La última vez, no había visto el piano que se encontraba junto a la barra. Era un clásico piano de color n***o brillante que le proporcionaba una atmósfera elegante y sencilla al lugar. Sus dedos hormiguearon cuando recordó lo que se sentía tocar sus teclas. En realidad, habían pasado muchos años desde la última vez que tocó uno, pero el deseo estaba ahí. Quería hacer música con él. —¿El dueño sabe tocar el piano? Michael sonrió. —Que va —respondió—. Pero creemos que lo tiene ahí para Gabriel —bromeó. Ella lo miró, confundida. —¿Quién? Michael le devolvió la mirada. —Ahora lo conocerás. Talitha volvió a abrir la boca para seguir preguntando, pero una voz poco conocida, detuvo sus palabras. —Pero mira a quien tenemos ahí —dijo una voz masculina y suave—. Diría que es la primera vez que te veo llegar antes que los demás. ¿Debería de empezar a preocuparme? —¡Cállate, Daimon! —exclamó Michael con una amplia sonrisa. Ella miró en la dirección desde la que habían hablado. Debajo de las escaleras, justo en la barra, se encontraba un hombre de cabello castaño. Se fijó en que su ropa se encontraba algo desaliñada cuando se mostró. Pocos segundos después, una mujer rubia y de pelo rizado salió de la puerta que había a las espaldas del hombre, Daimon¸ así se llamaba, igual de desarreglada que él. Incluso desde la distancia en la que se encontraban, pudo vislumbrar el sonrojo de la mujer cuando los vio. —¡Ya decía yo que alguien estaba demasiado desaliñado! —volvió a exclamar Michael, haciendo que se sobresaltara—. ¿Pasando una buena mañana? Las mejillas de la joven enrojecieron aún más, si eso era posible. Daimon, por otro lado, levantó su mano y le hizo un gesto a Michael. —¡Cierra la boca antes de que te eche de mi bar! —exclamó. Michael tuvo el descaro de reírse. —Sí, claro —se burló—. Ahora resulta que la culpa es mía por venir a ensayar. —Te recuerdo que ensayáis en mi bar —respondió él—. Si quisiera, podría echaros de una patada. —¡Venga ya, hermanito! Jamás serías tan malo con nosotros —habló de repente una voz desconocida. Talitha se giró como un resorte hacia detrás de ella. De repente, habían aparecido dos hombres más que no conocía. Ambos parecidos. Ambos de cabello castaño y ojos oscuros. Le dio la impresión de que había hablado el tipo que tenía el pelo a la altura de los hombros. El otro, de pelo corto y puntiagudo, tenía una expresión demasiado tosca y molesta como para haber sido capaz de hacer semejante broma. En su lugar, parecía que había tenido una mala noche de sueño y que ahora lo estaba pagando con el mundo. Eso o no había tomado suficiente café durante el desayuno. El tipo se giró hacia ella para observarla. Talitha sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando sus ojos castaños la miraron con interés. Por algún motivo, sintió que lo mejor era mantenerse alejada de él. —¿Desde cuándo traes a tus ligues a los ensayos, Michael? —preguntó con voz grave y toca, al igual que él. Su cuerpo se tensó. Michael resopló a su lado. —No me la he tirado —replicó y se giró hacia él—. Esta es Talitha. Se estará quedando un tiempo a mi cargo. Ella lo vio asentir lentamente. El hombre que estaba a su lado, de repente se dejó caer sobre el de mirada tosca y sonrió. —Así que te llamas Talitla —habló sin perder la sonrisa—. ¿Talitha qué…? Ella tragó saliva, sin apartar los ojos de él. —Greenwood. Talitha Greenwood. Talitha observó cómo se tensó el cuerpo de ambos hombres. Eso la preocupó. —¿Greenwood? —preguntó, entonces, con interés—. ¿De los Greenwood de York? Ella miró de reojo a Michael, quien simplemente permaneció indiferente, como si nada de lo que estuvieran hablando tuviera algo que ver con él. Visto así, solo podía asentir. —La misma —admitió, incapaz de hacer desaparecer la preocupación que sentía por dentro. ¿Sería malo si sabían quién era? Él tipo asintió. —Encantado —la saludó; y sonrió—. Yo soy Alexander Black y, este idiota gruñón de aquí —Hizo un gesto con la cabeza en dirección hacia el otro tipo que todavía permanecía pegado a él—, es mi hermano pequeño Connor. En realidad, también lo es el listillo que nos amenazó con echarnos del local, pero podemos dejarlo a un lado por el momento. —¡Te estoy escuchando, idiota! —gritó Daimon—. No creas que voy a permitirte que te acerques a la barra ni un solo milímetro. Todavía no me has pagado esa maldita botella de Ginebra. Alexander soltó una carcajada. —¡Joder! —exclamó— ¿Todavía piensas en eso? ¿Cuántos meses han pasado? —Me importa un bledo cuando tiempo haya pasado, ¡me la debes, cretino! Talitlha parpadeó, sorprendida. ¿De qué narices estaban hablando? —¡Por Hécate, Alex! —exclamó Michael—. No seas perro y págale la botella a tu hermano. Él simplemente se encogió de hombros. —Lo siento, simplemente me olvido de pagarla. Connor resopló. —Eso es porque siempre estás robándole cervezas cada vez que terminamos de ensayar. Si le pagaras de una maldita vez, Daimon no estaría pegado a tu culo. Alexander se alejó de su hermano y sacó la cartera del bolsillo de sus vaqueros. —Ya sé, ya sé —dijo sacando unos billetes de dentro—, pero que insistentes sois cuando queréis. ¿Dónde quedó todo ese amor por vuestro hermano mayor? —Se perdió en algún punto de nuestra infancia cuando nos metías piedras en los bolsillos durante el verano —objetó Daimon. —O cuando nos tiró en invierno desde el bote a ese viaje al lago familiar —secundó Connor. —O cuando trató de encerrarme en el armario y se olvidó la llave —terció Daimon. —¡Joder, Alex! —exclamó Michael—. Admite que eres un hermano pésimo. —Y eso no es todo —continuó Connor—. Una vez en verano, le puso tantos abrigos a Daimon que… —¡Vale, vale, vale! —lo cortó Alexander en el acto—. He sido un hermano mayor, tal vez, demasiado bromista, pero Belinda. —¡Belinda era quién te hacía las bromas a ti! —exclamó Connor—. ¡Ella era igual que tú! Talitha sabía que debía de tener la boca abierta. Conocer a esta gente estaba siendo una experiencia a la que estaba muy poco acostumbrada. También, agradeció que todo esto hubiera servido como una distracción. No se había perdido la presentación de Alexander. Black. Reconocía perfectamente ese apellido. Al igual que los Greenwood eran bastante conocidos en York. Los Black eran bastante conocidos en Londres. Una antigua familia llena de brujos con grandes capacidades mágicas. Su padre, Cedric Black, era alguien bastante importante y conocido en el mundo mágico. También había escuchado sobre la desgracia de su familia cuando sus hijos mayores decidieron no trabajar para el Ministerio. Había entendido que el mayor, Alexander, era quién debería de haber seguido los pasos de su padre, pero este se lo había cedido a su hermano; y, este, al siguiente. Al final, ninguno había terminado siguiendo el linaje de la manera en la que a su padre le habría gustado. Sintió un poco de envidia al saber que todos sus hijos habían sido libres de elegir su camino. Lo normal en esta circunstancias (y al ser miembros de una familia muy importante) era que hubieran sido expulsados por no seguir lo que se supone que debería ser ley de vida para ellos. En su lugar, parecía que eso no había supuesto un problema para Cedric, ya que no había escuchado rumores de que se pusiera en contra del camino que habían elegido sus hijos. —Talitha, ¿vienes? Talitha parpadeó y miró hacia abajo, buscando a Michael con la mirada. ¿Cuándo se habían marchado? Rápidamente, corrió y bajó las escaleras para llegar hasta dónde se encontraban. Una vez llegó a su altura, lo siguió hacia dónde se encontraba la barra. —¿A dónde vamos? —preguntó con curiosidad. —Adentro. Daimon tiene un hueco detrás para nosotros para los ensayos. Ella asintió y lo siguió hasta la puerta que se encontraba dentro. Eso la emocionó. Aquella sería la primera vez que presenciaría un ensayo musical en directo. Había tenido la oportunidad de averiguar un poco más de camino allí sobre a qué se dedicaba Michael y debía de admitir que tenía mucha curiosidad por verlo en directo. Cuando se acercó, su mirada se encontró con el de la mujer rubia que había visto antes. Ella asintió hacia ella con una sonrisa y luego se giró hacia Daimon. Observó que le dio un beso en la boca antes de salir de la habitación y despedirse de los otros. Entonces lo entendió: se estaba despidiendo porque se marchaba. —Annice espera un momento —la llamó Michael mientras se acercaba a ella. Talitha quería saber lo que iba a decirle, pero se vio interrumpida cuando un par de ojos marrones se cruzaron con los de ella, deteniéndola en el acto. Casi estuvo a punto de chocar con Alexander cuando retrocedió. —Entonces, ¿lista para escuchar un concierto privado?
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