Talitha estaba maravillada mientras observaba a los chicos tocar. Después de la presentación inicial, dos tipos más habían aparecido y se habían unido a los hermanos Black y a Michael. Todavía no podía quitarse de la cabeza la imagen de Michael persiguiendo a Annice para hablar con ella.
Él había dicho que iba a hablar con alguien que conocía del Ministerio y el temor de pensar que podría ser ella, a pesar de haberle pedido que no lo hiciera, le hizo sentir asustada. Que el Ministerio pudiera involucrarse no era algo bueno. No los quería cerca y, mucho menos, que supieran que ella estaba allí, en Londres. Solo de pensar en lo que podía suceder si descubrían dónde se encontraba hizo su cuerpo temblar.
—Creo que eres la primera mujer, fuera de la familia, que conozco y no se le caen las bragas viendo cómo tocan —dijo la voz divertida de Daimon.
Talitha se enderezó en su silla y giró la cabeza para mirarlo. Sus ojos verdes brillaban con astucia, disfrutando de la situación. Ella pestañeó.
—¿Por qué deberían de caerse mis bragas? —preguntó con indiferencia—. Tocan bien, pero nada más.
La sorprendió ver como una sonora carcajada brotaba de él. No creía haber dicho algo gracioso como para tener esa reacción.
—Vale, no sé de dónde te ha sacado Mich, pero me caes bien.
Sintió que enrojecía. Ella desvió la mirada hacia el frente y miró a los chicos. Supongo que lo decía porque eran atractivos, pero más que atraerle su físico, le gustaba más su música.
—¿Por qué ensayan aquí? ¿No trabajan con ninguna discográfica? —preguntó con interés.
Daimon se recostó en su silla y suspiró.
—Desgraciadamente no, pero están ganando fama y supongo que es cuestión de tiempo que suceda. Alex me contó que había un tipo interesado en ellos. ¿Quién sabe? Tal vez ese sea su salto al estrellato que tanto estaban buscando.
Eso le interesó. Era la primera vez que veía una situación como esa de cerca. Particularmente, no había conocido a ningún músico con aspiraciones tan altas cómo las que parecían tener aquellos chicos. El hecho de que lo dieran todo, la maravilló.
—Espero que algún día lo consigan, son buenos —admitió.
—Lo son —concordó Daimon con orgullo antes de volver la vista hasta los papeles que había estado manteniendo en su regazo. Su atención viajó hacia él.
—He notado que llevas un tiempo mirando esos papeles. ¿Estás bien? —preguntó. Solo esperaba no haber sonado demasiado indiscreta.
El brujo levantó la cabeza para volver a mirarla. Sonrió.
—Sí —respondió—. Eso creo. En realidad, estoy ayudando a un conocido a rastrear a alguien.
Su cuerpo se tensó de forma inconsciente, luego se relajó. No tenía ningún motivo por el que preocuparse. Era imposible que se tratara de ella.
—¿Puedo ayudarte? Si tiene algo que ver con el mundo mágico, sé bastante sobre él. Los Greenwood viven en la barrera con Tierra de Elfos y…
—Espera. Espera. Espera —la cortó con los ojos muy abiertos—. ¿Tenéis trato con la Reina de los Elfos?
Ella pestañeó, algo confundida.
—¿Te refieres a la Reina Sharond? —preguntó. Él asintió—. Sí, por supuesto que lo hago. Los Greenwood han mantenido una relación cordial con ellos desde hace muchos años. Antes, incluso de que falleciera el antiguo Rey de los Elfos.
—Entonces, ¿sabes si la Reina tuvo alguna vez algún tipo de romance con alguien? —preguntó repentinamente interesado.
Su pregunta la pilló por sorpresa. ¿Por qué quería saber eso? Pestañeó.
—No gran cosa. Ese tipo de información no se comparte fácilmente —habló lentamente.
Daimon una mueca.
—Ya veo —respondió—. Es una verdadera lástima.
Su repentino interés por saber sobre aquello la hizo sentir curiosa. No comprendía por qué alguien como él podría querer conocer ese tipo de información. La actual Reina apenas había ascendido al trono hace un tiempo, por lo que apenas había tenido tiempo para hacer algún tipo de enemistad con los brujos. Sobre todo, porque todas las negociaciones entre las dos clases se realizaban a través de su familia.
—Dijiste que estabas buscando a alguien —recordó—. ¿Realmente no quieres mi ayuda? Soy buena rastreando.
Daimon pareció pensarlo un momento. Luego, negó con la cabeza.
—No es necesario. Por el momento creo que podré hacerlo por mi cuenta —respondió—. Este es un favor que me ha pedido alguien expresamente y no puede saberlo mucha gente.
Últimamente parecía que las palabras “favor” y “secreto” aparecían todo el tiempo a su alrededor. Su permanencia en casa de Michael en sí misma, debía de ser un secreto. Un escalofrío recorrió su espalda. Solo esperaba que no la encontraran demasiado pronto.
Notó que Daimon la había estado mirando durante un rato. Ella forzó una sonrisa.
—No hay problema. En cualquier caso, no dudes en preguntar si necesitas una mano.
Él sonrió de vuelta.
—Gracias, lo tendré en cuenta —dijo. Luego, regresó la cabeza hacia los papeles que había estado mirando anteriormente.
Talitha dejó caer la espalda en el respaldo de la silla de camping. Los chicos estaban reunidos en un círculo, hablando. En algún punto habían dejado de ensayar y ahora parecían estar discutiendo sobre algo relacionado con alguna de las canciones.
Tomó ese tipo para apreciar los instrumentos y para observar a Michael. El brujo se veía más sonriente de lo que lo había visto en las últimas horas desde que lo conoció. Como si hubiera notado su mirada, su cabeza se giró hacia ella.
En el momento, sintió como su cuerpo se tensó. No había esperado que la notara mirándole tan rápido. Pensó que al menos tendría unos segundos más para apartar la mirada antes de que se diera cuenta. Sus ojos color miel se estrecharon cuando se encontraron con los suyos, volviéndose fríos y distantes.
Estaba confundida. ¿Por qué le daba la impresión de que estaba enfadado? No había hecho nada por lo que debería de estar así. Bueno, no más de lo que ya lo había estado después del día anterior, pero todavía seguía sin comprender esa reacción.
Ella lo miró, interrogante, justo el tiempo necesario antes de que volviera a girar la cabeza hacia los chicos. Después de eso, cada uno regresó a su lugar y comenzaron a ensayar de nuevo. Permanecieron así durante varias horas. Cuando los chicos decidieron tomar el respiro final y tomar unas cervezas, Michael se despidió del grupo.
—¿Ya te estás marchando? —preguntó sorprendido Jackson, uno de los hermanos Campbell. Luego, su atención se dirigió hacia ella—. ¿Es por esta mujer?
Ella enderezó sus hombros, tratando de parecer lo más digna posible. No quería que creyeran que le estaba obligando a irse, aunque era lo que parecía. Si fuera por ella, estaría más tiempo allí. Los chicos le habían caído bien y, debía de admitir que a ella también le había sorprendido la actitud de Michael.
—Será en otro momento, tío —respondió él despidiéndose—. Ahora tengo que encargarme de unas cosas y no puedo.
Por cosas supongo que se refería a ella. No le gustó ser el motivo de su ida. La culpabilidad que había sentido desde el primer momento había crecido después de esto. Se sentía cómo una egoísta apareciendo repentinamente en su vida, pero solo lo tenía a él. No había encontrado otra solución.
Ella se despidió de los chicos también y caminó detrás de Michael hasta la salida. Una vez el frío les dio la bienvenida en la calle, él se giró hacia ella. La furia que le había parecido ver antes, la recibió nuevamente con una velocidad vertiginosa. Se preparó para lo que venía, aunque todavía no supiera de que se trataba.
—¿Ofrecerte a rastrear a alguien? —preguntó con una acidez mordaz—. ¿Eres consciente de lo peligroso que eso sería para los míos?
Su estómago se apretó ante sus palabras. Los míos. Cierto, ella solo era alguien que había aparecido de la nada, así que era normal que no quisiera poner en peligro a nadie cercano a él. Sin embargo, la sensación de ingravidez que sintió después de escucharlo resultó desconcertante.
—Yo… Bueno —tragó—, me ha caído bien. Así que pensé que podría ayudarle.
Michael dejó caer una risa sarcástica. Talitha lo observó pasarse la mano por el cabello, en señal de frustración, mientras miraba hacia ningún punto concreto de la calle. Luego, cuando sus ojos volvieron a encontrarse, dedujo que todavía venía más.
—Será mejor que te olvides de mis amigos —habló, molesto—. Odiaría que se pusieran en peligro por tú culpa. No es necesario que seas amigable con ellos, de todos modos, esto no dudará mucho. Yo mismo me aseguraré de ello.
Su estómago volvió a apretarse en un nudo. No le gustaba cómo estaba sonando eso y, en realidad, estaba deseando gritar. Quería decirle que podía meterse las palabras por dónde le cupieran porque ella no iba a dejar de ser así porque él expresamente se lo pidiera. Se había ofrecido porque ella era buena rastreando y Daimon le había dicho que no era necesario por lo que no era necesario crear todo el drama que él estaba formando. Estaba actuando como un idiota sin motivo.
Permanecieron mirándose en silencio durante varios minutos. Ella contó tres exactamente, antes de que él decidiera alejarse para ir hacia su moto. Caminó detrás de él, sabiendo que no la dejaría allí porque, aunque la odiara, estaba atrapado con ella.