Punto de Vista Isabela
Bryce es el tipo de hombre que todas las mujeres sueñan con tener, y yo me siento afortunada de haberlo probado. Aun saboreando sus besos, intento no olvidar el dulce y embriagador sabor de sus labios. Sin embargo, soy consciente de que esta felicidad no durará, de que mi paraíso se desvanecerá tan pronto como pise la puerta de mi casa, donde todo terminará.
Suspiro antes de entrar, y abro la puerta.
— ¡Qué bonito! —exclama mi madre, con una sonrisa amarga—. Tu tía me llamó, me dijo que te fuiste de la cafetería y que renunciaste. ¿Es cierto?
Antes de que pudiera cruzar el umbral de la casa, ya estaba siendo atacada por sus palabras.
—Sí, es cierto, no volveré allí a trabajar —respondo, sin miedo a su reacción. Pero lo que me espera es aún peor. En el pasillo, veo un par de maletas, mis maletas. Mi madre me observa fijamente, señalándome como si fueran una sentencia.
—¿Qué significa esto, mamá? —pregunto, incapaz de creer lo que mis ojos ven.
—Es todo lo que tienes —responde con frialdad, su voz es cortante—. Hablé con tu padrastro, y no puede seguir aceptándote en casa si no trabajas. La única opción es que te quedes a trabajar a tiempo completo con tu tía, si no, tendrás que irte. —Cruza los brazos y me observa, sus ojos son fríos y distantes, como si yo fuera una extraña ante ella.
Desde la cocina, Loren se queda en silencio, mirando la escena con el rostro mojado por las lágrimas. Su tristeza es tan profunda que me duele verla. Sabe que, si yo me voy, todo se complicará aún más, y ella será la que más sufrirá. No puedo dejarla así, entonces me acerco y trato de consolarla.
—No llores, hermanita, no te voy a abandonar, aunque no viva con ustedes. Te lo prometo.
—¿A dónde vas? —su voz es quebrada, cargada de miedo y nostalgia. Me parte el alma verla así.
—Eso no importa ahora, nena, pero te prometo que seguiré enviándote dinero para la comida. Solo cuídalo como un tesoro, porque no podré dar lo mismo siempre. Deben aprender a sobrevivir.
—¿Nos vas a dejar? No me dejes con ellos, por favor...
—Te prometo que regresaré por ti. Y si quieren venir conmigo, llevaré a los pequeños también. No te preocupes, todo estará bien.
Loren se seca los ojos con la manga de su saco, y absorbe su nariz, como quisiera consolar el dolor de mi pequeña, y no irme sabiendo que está tan triste.
—Sé que debes terminar tus prácticas en la biblioteca y que no quieres trabajar a tiempo completo en la cafetería de la tía, pero por favor, no te olvides de mí. Sácame de aquí en cuanto puedas, te lo ruego, hermanita —Loren estaba rota, sus palabras me desgarraban el alma. Le prometí que volvería por ella, y lo cumpliría, aunque fuera lo último que hiciera. La abracé con fuerza, buscando consuelo en su pequeña figura. Luego, me enfrenté a mi madre, desafiándola con la mirada mientras tomaba mis maletas. No cedería a sus chantajes.
—¿Entonces no piensas regresar a la cafetería? —me preguntó, con esa mirada fría que siempre había tenido.
—Claro que no, me cansé de ti, de mi tía, de todo. Adiós, mamá —le respondí, tenía el corazón partido por mis hermanos, sumido en un mar de dudas y con la vida hecha trizas.
Pero mi vida también era importante, al menos por una vez.
Agarré lo poco que me quedaba y salí de la casa que me había visto crecer. Sabía que debía irme algún día, pero no pensé que sería tan pronto, y mucho menos dejando atrás lo que más amaba. Pero no soportaba más los chantajes de mi madre. Ahora solo me quedaba pensar en dónde viviría temporalmente.
No solía ser muy apegada a mi teléfono, pero sabía que debía llamar a mi única amiga. Ella me ayudaría, estaba segura de eso. Sin embargo, al sentir la vibración de mi celular, vi que era Bryce. Aunque no quería que se enterara de mis problemas, necesitaba escuchar su voz.
—Hola, Bryce.
—Hola, no me has respondido los mensajes. Me quedé preocupado por ti. ¿Cómo estás? ¿Llegaste bien a casa?
—Sí, estoy bien, gracias por preguntar. —Mentí, aunque mi voz temblaba, traicionando mis palabras. No podía esperar que él resolviera el caos en mi interior.
—¿Te pasa algo, Isabela? Te escucho rara, tu voz suena entrecortada. ¿Estás bien? —La preocupación de Bryce era evidente, su voz reflejaba angustia. Tragué con dificultad y respiré profundo para calmarme.
—Sí. —Ese "sí" salió roto, casi inaudible.
—Dime qué pasó, por favor. No me dejes con esta incertidumbre. —La presión de sus palabras hizo que mi resistencia se quebrara. No pude contenerme más y comencé a llorar desconsoladamente. Me senté en el andén frente a mi casa, aferrando mi cabeza con la mano libre mientras las lágrimas caían sin cesar. No me importaba si él era la única persona que conocía, solo necesitaba que me escuchara.
—Es que... tengo que irme de casa. Mi madre me echó a la calle al enterarse de que perdí el empleo.
—¡¡Tu madre es malvada!! ¿Cómo pudo hacerte eso? Después de todo lo que le ayudaste con sus otros hijos... ¿Qué le pasa a esa mujer? —Bryce ya no escondía su enojo.
—Si regreso a tiempo completo a la cafetería, me dejará quedarme en su casa, pero es que no quiero volver —le confieso a regañadientes. Estaba hablando más de lo que normalmente compartiría con alguien a quien acabo de conocer, pero Bryce me inspiraba una confianza que no esperaba.
—No, eso no tiene que ser así. ¿Dónde estás? Ya voy por ti.
—Estoy en mi casa, pero no hace falta que vengas, ya llamé a mi amiga. Clement me dejará quedarme con ella.
—No, desde ahora me tienes a mí. Envíame tu ubicación exacta, en diez minutos estaré allí. Mientras estemos en contacto, siempre tendrás mi protección.
—De verdad que no es necesario —insisto, sin querer aceptar su ayuda.
—Envíala, en diez minutos estaré ahí —responde sin dudar.
Hago lo que me pide, tomo un pañuelo de mi delantal y, al hacerlo, me doy cuenta de que tengo un billete de 500 en el bolsillo. No sé cómo llegó ahí, y algo en mi estómago se revuelca al pensarlo. Bryce me había dicho que no tenía dinero, pero ahora actuaba como si tuviera. Eso me dolió profundamente, primero por las mentiras, y segundo porque jamás podría estar con un hombre ostentoso. ¡Los odio! Mi padre fue un CEO muy importante en la empresa donde mi madre era secretaria. Cuando ella quedó embarazada, él la abandonó, dejándonos a nuestra suerte. Desde ese día, mi madre cambió por completo. Ya no era la misma. Él le rompió el corazón, y eso nunca lo perdonaré. Por esa razón odiaba tanto a la gente rica.
Punto de Vista Bryce
No puedo creer la situación por la que está pasando Isabela, su familia es detestable. Me duele verla sufrir, y siento que puedo darle todo lo que se merece, pero ella es tan obstinada. Si se entera de mi situación económica, sé que me dejaría. No puedo traerla a mi mansión ni a mi apartamento de soltero, sería demasiado ostentoso. Necesito encontrar una solución.
—José, antes de que te vayas a tu apartamento, necesito pedirte un gran favor. —Fue lo único que se me ocurrió en ese momento.
—Dígame, Bryce. —José me mira confundido, sin tener idea de lo que le iba a pedir.
—Tengo una emergencia. Te cambio las llaves de mi apartamento por las tuyas de manera indefinida.
—¿Qué? No, claro que no. ¿Qué le pasa, señor? —José nunca me había negado nada, pero esta vez estaba fuera de su alcance.
—Es una emergencia, te explico por el camino, José, por favor —le ruego. Aunque no quería, no podía negarse. Mi familia le había regalado ese apartamento y pagaba su carrera profesional. Aunque parecía ridículo pedirle algo tan fuera de lugar, sentía que al menos me debía una.
—Está bien, señor —acepta, a regañadientes. Aunque no le gustaba para nada la idea, el apartamento de José era sencillo, con dos cuartos, una sala modesta y algunos espacios de estar. Era un lugar humilde, perfecto para alguien como él, un conductor en proceso de crecimiento, disciplinado, trabajador y buen amigo. Mucho más que Jonathan, quien últimamente ni se acordaba de mí.
Al llegar a la ubicación que me había enviado Isabela, la encuentro quebrada, sentada en el frío pavimento, con los ojos hinchados por el llanto. Su rostro refleja claramente que tiene el corazón roto. La tomo por el brazo y la subo al auto. José había decidido quedarse atrás; su presencia sería sospechosa. Estaba acomodando algo en su apartamento, y debía entretener a Isabela por unos 30 minutos mientras él me daba el visto bueno para ir.
La levanto y la abrazo con fuerza, como si quisiera protegerla de todo el dolor. Le seco las lágrimas con un pañuelo y, con suavidad, la hago subir al auto.
—Debes tener hambre, vamos a comer algo, conozco un lugar donde pueden alegrarte el corazón —le digo, tratando de suavizar su dolor. Cuando era pequeño, solía ir a comer hamburguesas a un sitio sencillo, no tan caro. Mi padre todavía estaba levantando su emporio, y las deudas superaban a las ganancias. No siempre fui privilegiado.
—Está bien, por ahora vamos a comer —responde ella, y al mirarla, siento que algo más crece dentro de mí. Más que una simple apuesta o reto, ella me gusta. De alguna manera, estoy comenzando una doble vida, una que no había planeado, pero que, al mismo tiempo, siento como si fuera inevitable.