Capítulo 9 Solamente quiero una oportunidad.

1772 Words
Bryce Isabela no me contestó. Simplemente leyó los mensajes que le envié anoche y no me ha dado ninguna respuesta. Eso me frustra, ninguna mujer se había resistido a mí. Ella me está confundiendo. ¿Cómo un hombre como yo, no podría llamar su atención? Y más a una chica como ella. Me levanto y hago mi rutina de ejercicios. Hoy debo ir a la empresa, se presentará el último modelo de autos y yo seré quien haga la promoción. Debo estar lo suficientemente concentrado, mi padre no me perdonaría un error. Llego a la compañía, llevo puesto mi mejor traje, y soy el centro de atención de todas las mujeres. Pero en este momento, solo hay una que me está matando. Y en este momento, simplemente ella debe llevar un uniforme con delantal rosa. ¡Maldita sea! La pienso demasiado. Llega la hora de hacer la presentación. Mi padre simplemente me divisa desde su puesto, ha depositado toda su confianza en mí. Mi concentración está por el piso, y después de la casi fracasada exposición, mi padre quiere fusilarme. Se acerca lentamente y sus ojos están llenos de fuego. —¿Qué te pasa Bryce? ¿Por qué te cuesta tanto al menos cumplir una sola vez? Maldita sea , vamos a perder este negocio. —suelta con desdén y yo sacudo la cabeza. —No vamos a perder nada, padre. Ellos conocen la calidad de nuestros autos y se venden como pan caliente. Tranquilízate. —Mira, Bryce, últimamente solo estás haciendo méritos para perder tu herencia. No te has casado, tu prometida se fue sin dar explicaciones, y parece que de la boda no se sabe nada. Te lo advierto, muchacho, no vayas a hacer alguna tontería o te juro que... Lo interrumpo, pues oír a mi padre me causa un fuerte dolor de cabeza. —¿O me desheredarás? Claro, eso es lo que quieres, papá. No soy un niño pequeño para que lo recuerdes. Además, si quieres dejarme sin herencia, hazlo. Tu dinero no me interesa. No sé por qué le dije eso de repente, si hasta hace poco, lo único que me importaba era el dinero y el poder. Me quito la chaqueta del traje, la cuelgo en mi hombro y me voy de allí, dejándolo solo con sus reclamos. Necesito un café. —José, vamos por un café. Ya sabes a dónde vamos. —Señor, pero ¿se va a ir vestido de esa manera? —José me mira de arriba abajo. Por un momento se me había olvidado de que para Isabela, yo soy solo un conductor. —No, no puedo ir así. Pero no quiero ir a casa. ¿Tienes algo de cambio en el auto? —José acostumbra a llevar ropa de repuesto, y aunque nuestros cuerpos no son iguales, nuestro talle es parecido. Él saca del maletero un sencillo vaquero y una camiseta oscura ceñida. Salgo hacia el baño y me cambio. Al mirarme al espejo, me había quitado unos cuantos millones de encima, y así me siento bien. Salimos hacia la cafetería. Mi corazón está acelerado, ella no me ha respondido los mensajes, y la verdad, siento confusión. No sé cómo reaccionará ante mi presencia repentina. —Señor, ingrese usted solo. No siempre tengo que acompañarlo. A lo mejor no hago bien el papel. —José, en realidad me gusta que me acompañe. —Lo sé, señor, pero vaya usted solo y hable con ella. A mí no me necesita. —José sabe que hoy, más que nunca, necesito estar cerca de Isabela. Quiero aclarar lo que pasa con ella. Entro a la cafetería y la veo sentada en la barra, perdida en sus pensamientos. Como siempre, el lugar está un poco más vacío de lo normal, y la mirada intimidante de su tía ahuyenta a cualquiera que quiera entrar. Pero yo sigo siendo un cliente fiel, más que por el café, por esos ojos que me tienen cautivado. —¡Bryce! —Ella se sobresalta al verme, y su rostro se tiñe de un rojo intenso que me roba el aliento. —Hola, preciosa. ¿Acaso no te alegras de verme? —Digo con una sonrisa seductora. —Sí, claro que sí. ¿Lo de siempre? —Responde, mientras los ojos de su tía la fulminan. —Por supuesto. —Me dirijo a la mesa más apartada, necesito tener una conversación a solas con ella. Unos minutos después, Isabela llega con mi café. Sigue sonrojada, y eso solo aviva el fuego que arde dentro de mí. —Estás preciosa cuando te ruborizas así. —Digo, sin poder ocultar mi admiración. —No es verdad, me veo horrible. —Responde, tímidamente. —No respondiste a mis mensajes, ni me enviaste la hoja de vida que te pedí. —Recrimino, sin poder ocultar mi frustración. —Bryce, es que no pude responder porque siento que entre nosotros las cosas no pueden avanzar más. Lo siento —Ella se pone las manos en los bolsillos de su delantal y vuelve a sonrojarse. ¿Pero qué le pasa a esta mujer? Con esas simples palabras no se va a zafar de mí. —Dame una razón de peso para que no podamos avanzar —Doy un sorbo al café, que hoy está más terrible que nunca. Hago un gesto de disgusto y ella se sonríe irónicamente. —Es que... Bryce, yo no soy lo que parezco. Yo tengo muchos problemas y... —Un grito de su tía nos hace estremecer. —¡Mesera! No te p**o para que andes de suelta con los clientes, anda ven aquí, hay loza por lavar —Cuando escucho los gritos de esa mujer, siento cómo mi corazón se llena de ira. No voy a permitir que la maltrate de esa manera. Así que me levanto de la mesa y los ojos de Isabela se abren de par en par, completamente temerosa. —¡NO! ¿Qué vas a hacer? Bryce, no me puedo quedar sin empleo, no ahora, por favor —Ella me mira suplicante, pero yo resolveré todo en un instante. Salgo hasta la vitrina y me voy directo hacia ella. —¿Cuál es su problema, señora? ¿Por qué trata mal a su mesera? Si ella es una buena trabajadora, es la que mantiene este sitio abierto. ¿Qué quiere, dinero? —No, señor. Lo único que necesito es que esta muchacha no ande de holgazana. ¡Isabela, entra a la cocina ya! —Isabela agacha la cabeza y, con las manos en los bolsillos de su delantal, sale hacia donde le indica la mujer. Siento cómo una profunda rabia me invade, y agarro a Isabela del brazo. —No, señora. Ella renuncia ahora mismo. Ella se va conmigo —Y, como por instinto, Isabela sale caminando. Atrás quedan solo los gritos enfurecidos de la mujer, mientras Isabela me aprieta fuerte la mano. Cruzamos la calle y entramos a otro lugar para hablar. Sabía que ella lo necesitaba. Pedimos un par de tés y me siento frente a ella, ansioso. —Bryce, yo no podía renunciar. ¿Ahora qué voy a hacer? —No vas a hacer nada por ahora. Tómate una semana de descanso, mientras te ayudo a conseguir algo más. Eres maestra de literatura, ¿verdad? —Sí, aún me falta mi titulación, pero la obtendré en seis meses. —Perfecto. Ya encontraremos algo para ti. Pero por ahora, necesito que me digas qué es lo que te sucede. Quiero saberlo todo. —Seré completamente honesta contigo. Tengo una madre alcohólica y debo mantener a mis 4 hermanos menores, la casa y todo lo que eso conlleva. Mi padrastro no mueve un dedo y... —Sus ojos se llenan de lágrimas que comienzan a deslizarse por sus mejillas—. Yo no creo que tú y yo podamos avanzar. No tengo tiempo para nada más que no sea mi familia. Ellos me necesitan y no puedo abandonarlos. Siento un duro nudo en la garganta, y un vacío en el estomago que me arde, si bien ella no es la mujer más despampanante, tampoco imaginaba que su vida fuera tan complicada, sin embargo, eso no iba a detenerme. —Jamás te pediría que hagas algo que vaya en contra de tus responsabilidades. Solo quiero que me des la oportunidad de salir contigo unas cuantas veces más, y ya veremos qué sucede. Tú me gustas tanto, Isabela. Desde que nos besamos, no puedo dejar de pensar en ti, ¡es que te tengo aquí, en mi mente, las 24 horas del día! —Acaricio su rostro con delicadeza y limpio sus lágrimas con una servilleta. Sus ojos son tan hermosos cuando brillan así, y me encargaré de que siempre lo hagan. —Yo también pienso mucho en ti, Bryce. Pero no quiero ilusionarme, no quiero salir lastimada. —Hay un dejo de decepción en su mirada. —¿Por qué dices eso? —Pregunto, confundido. —Es que... mírate. Eres el hombre perfecto. —Solo soy un conductor, nada tengo de perfecto, Isabela. —Pero eres guapo, joven, apuesto, profesional y económicamente estable. Tienes mucho que ofrecer. ¿Y yo? Mírame, estoy en un declive total —Ella se mira y jala su uniforme, sintiéndose menospreciada por quien es. —Me gustas tal cual como eres, Isabela. Dame la oportunidad —Le tomo el rostro con delicadeza y la beso con ternura. Quiero estar cerca de ella, y si tuviera que renunciar a todo en este momento, lo haría. Estoy seguro de que ella lo vale. Le envió un mensaje a José para que me espere un poco más, y salimos de la mano. Recorremos las calles, dándonos besos y abrazos extensos. Hay una química tan fuerte entre nosotros que nada en este momento puede separarnos. —Tengo que irme, Bryce. Te voy a echar de menos. ¿Hablamos por teléfono? —Lo abrazo de nuevo y lo lleno de besos. —Claro, hablamos. Vete tranquila —La abrazo y, sin que se dé cuenta, deslizo un billete de 500 en su delantal. Sé que por mi culpa se ha quedado sin empleo y que las cosas en su casa deben pagarse. Ella se aleja caminando, y tengo la tentación de seguirla, pero me contengo. Dejaré que sea ella quien me muestre todo de sí, y eso me dará tiempo para crear "un nuevo mundo para mí", uno donde no soy tan rico, ni millonario, ni tan asediado, y mucho menos comprometido. No sé qué voy a hacer, pero acabo de empezar con una doble vida que ni yo mismo me creo. Eso me asusta.
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