Llevé a Isabela a un restaurante de hamburguesas que solía visitar con mi padre cuando era niño. El lugar tenía una temática peculiar: estaba decorado en homenaje a la trilogía original de Toy Story, una de mis películas favoritas de la infancia. Por la expresión de Isabela al entrar, parecía que también eran las suyas. Sus ojos brillaron con una emoción tan genuina que iluminó todo el lugar, y su sonrisa era tan amplia que apenas cabía en su rostro. Antes de que pudiera decir algo, me tomó de la mano y corrió hacia las mesas conmigo a su lado.
—¿De verdad cenaremos aquí? —preguntó con una alegría desbordante.
—Claro que sí, ¿no te gusta?
—¡Me encanta, Bryce! Este lugar es precioso. Siempre quise venir porque esta temática es de mis películas favoritas, pero… mi madre nunca tuvo el dinero para traerme.
Sus palabras hicieron que un nudo se formara en mi garganta. Dudé antes de preguntar:
—¿Y tu padre?
Un silencio breve cayó entre nosotros antes de que respondiera con un tono más apagado:
—No tengo padre. Nos abandonó cuando Loren y yo éramos niñas. Ni siquiera puedo recordarlo.
Un golpe de incomodidad me recorrió. Había sido insensible. Apenas estaba comenzando a conocerla, y mi pregunta había rozado una herida abierta.
—Lo siento mucho, Isabela. No quería incomodarte, yo solo…
—No pasa nada —me interrumpió, esbozando una sonrisa amarga—. No tenías cómo saberlo. Mi padre era un hombre adinerado, y mi madre… solo era su empleada, y también su amante. Cuando nací, él siguió con ella un tiempo, pero cuando llegó Loren, tener dos hijas pequeñas fue demasiado para él. Así que simplemente desapareció, dejándonos a nuestra suerte.
Sus palabras, llenas de sentimiento, pesaron en el aire entre nosotros. Me dolió imaginar lo que había vivido, pero al mismo tiempo sentí admiración por la fuerza que irradiaba al contar su historia.
Su voz cargada de dolor y resentimiento me hizo entender muchas cosas. Ahora comprendía por qué detestaba tanto a la gente adinerada, y lo lamentaba profundamente. Isabela era hermosa, con un aire de bondad que parecía inquebrantable, y me dolía saber que había soportado el abandono desde tan pequeña. No era justo.
Afortunadamente, la tensión del momento se disipó cuando llegó nuestra comida. Habíamos pedido un par de combos de hamburguesas con papas fritas, refrescos y una generosa cantidad de salsas. La emoción de Isabela era evidente, y el apetito que tenía era casi contagioso.
—Con permiso, querido Bryce. Dejemos los dramas familiares para después, ¡ahora quiero comer! —dijo, mirándome con ojos llenos de ansias.
—Adelante, Isabela. ¡Buen provecho! —le respondí, riendo suavemente.
Mientras yo apenas tomaba la servilleta, ella ya le daba grandes mordiscos a su hamburguesa, disfrutándola como si fuera la mejor comida del mundo. Verla era un espectáculo en sí mismo: mojaba las papas en la salsa y se llenaba la boca sin reparos, completamente absorta en el placer del momento.
—¿Qué? ¿No vas a comer? —preguntó, con la boca casi llena, al notar que mi hamburguesa seguía intacta.
—Claro que sí, perdóname. Es que me perdí viéndote —admití, sintiendo cómo un calor subía hasta mis mejillas.
Ella simplemente encogió los hombros y siguió comiendo, como si mi respuesta fuera la cosa más natural del mundo. No pude evitar sonreír. Quizás estaba conociendo una parte esencial de Isabela: su amor por la comida. Y debo admitir que verla disfrutar tanto ese momento me hacía sentir más conectado con ella de lo que esperaba.
Comencé a comer también, disfrutando no solo de la comida, sino de la naturalidad con la que compartíamos el momento. Me encantaba lo sencillo que era hacerla feliz, cómo su sonrisa podía iluminar cualquier lugar. Había algo en ella que me mantenía atrapado, una esencia única que la hacía tan distinta a las demás. Era especial, diferente en todos los sentidos.
Cuando terminamos y ambos nos sentimos satisfechos, supe que había llegado el momento de decir lo que tenía en mente.
—Isabela, no quiero sonar atrevido, pero… me gustaría que te quedaras esta noche en mi apartamento. Es más, puedes quedarte allí el tiempo que necesites mientras encuentras un nuevo lugar.
Ella levantó la vista, sorprendida, y negó suavemente con la cabeza.
—No, Bryce, no puedo. No quiero interferir en tu vida ni en tu paz. No me sentiría bien con eso. Hablaré con mi amiga, y mañana veré qué hacer.
—Al menos esta noche —insistí—. Es tarde, y no sé si tu amiga estará despierta.
La confusión cruzó su rostro por un instante, como si debatiera entre lo correcto y lo cómodo. Pero yo solo pensaba en estar más tiempo a su lado. Lo necesitaba de una manera que no podía explicar; esa necesidad me desvelaba y consumía mi tranquilidad.
—Está bien —aceptó al fin, suspirando—, pero mañana temprano me iré. Necesito buscar empleo y un lugar donde vivir. Gracias por todo, Bryce, de verdad.
Durante el camino de regreso al apartamento, su mano descansaba sobre mi pierna, un gesto sencillo pero que me hacía sentir más cerca de ella. Miré de reojo cómo sus ojos, cargados de cansancio, comenzaban a cerrarse. No era para menos; había sido un día largo y lleno de emociones. Justo cuando parecía que se quedaría dormida, llegamos al edificio.
—Linda, ya hemos llegado —dije en voz baja, mirándola con ternura.
Ella parpadeó lentamente, todavía algo adormilada, y en ese instante me di cuenta de que, aunque apenas estábamos empezando a conocernos, no podía evitar sentir un deseo irrefrenable de cuidar de ella.
—Gracias —me dijo, sonriéndome con esa dulzura que me hacía sentir que todo estaba bien.
Al entrar al apartamento de José, noté que lo había dejado impecable, tan pulcro que parecía que lo mantenía así a diario. Lo conocía bien, pues un par de veces habíamos estado aquí, así que sabía exactamente dónde estaban las habitaciones. Aunque el lugar era pequeño, todo estaba perfectamente organizado, y la situación no podía ser mejor. Nos dirigimos a la habitación principal, y para mi suerte, José era bastante ordenado, lo que hacía que todo estuviera en su lugar. La cama estaba tendida con sábanas blancas, y las cortinas, aunque un poco anticuadas, hacían un contraste perfecto con el ambiente.
No se comparaba en absoluto con mi mansión ni con mi apartamento de soltero, donde todo era grande, ostentoso y lleno de lujo: camas enormes, almohadas por doquier, edredones de seda, muebles lujosos y televisores gigantes. De repente, sentí una punzada de incomodidad, casi pena por José, y me di cuenta de que debía reconsiderar ofrecerle una mejor compensación… y quizá algunos detalles extra.
—Wow, Bryce, tu apartamento está precioso y tan bien organizado. ¿Dónde voy a dormir yo?
—Vas a dormir aquí, en esta habitación. Yo dormiré en la de huéspedes. En la cocina tienes lo que necesites, mañana vamos a comprar más alimentos. Descansa, sé que tienes que trabajar en la biblioteca, y mañana tendremos más tiempo.
Ella me miró y asintió, claramente deseando estar sola para ponerse la pijama. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso atrás, me acerqué a ella y la besé con pasión, como si fuera una despedida, aunque solo fuera por la noche. Ella no se negó, al contrario, me abrazó y, en ese instante, nos fundimos en un beso largo, cálido, que hizo desaparecer todo el resto del mundo.
Mi cuerpo no pudo resistir la dulzura de sus besos, y de repente sentí una tensión en mi entrepierna, algo que me llenó de vergüenza al darme cuenta de que ella lo había notado. Si hubiera sido cualquier otra mujer, habría caído a mis pies, pero con Isabela todo era diferente. No quería presionarla ni hacer que pasara algo con lo que no estuviera de acuerdo. Así que me separé de ella, con las mejillas ardientes, y la miré a los ojos, incapaz de esconder mi incomodidad.
—Perdóname, es difícil para mí no reaccionar a estos besos… te dejo para que termines de organizarte.
Ella sonrió, tan tranquila, tan serena.
—No tienes nada que perdonarme, a mí también me gustó, solo que aún no es el momento.
Me tomó la mano, y me dio un beso en la palma antes de sonreírme de una forma tan cálida que me dejó sin palabras. Esa sonrisa me recorrió como un escalofrío, despertando en mí un deseo abrasador. Quería tomarla en mis brazos, tumbarnos en esa cama y besarnos hasta el último rincón de su cuerpo, pero también deseaba respetarla, cuidarla, que se quedara dormida conmigo. La necesidad de controlarme me carcomía. Sin poder decir más, le guiñé un ojo y salí del cuarto, sintiéndome loco por las imágenes que se formaban en mi mente.
Unos minutos después, ella llegó a la habitación que había adoptado como la mía, un pequeño cuarto de huéspedes con una cama sencilla, una mesita y una encimera. No era nada ostentoso, pero se sentía acogedor, cálido, como si tuviera algo de ella en cada rincón.
—Es que no puedo dormir… es la primera vez que me quedo fuera de mi casa —me dijo, mirándome fijamente. No entendía si eso era una invitación para dormir con ella o solo un comentario más. Pero el aire entre nosotros se cargó de algo que no supe identificar.
—Te entiendo, y sé que estás pasando por un momento difícil, pero déjame decirte que conmigo vas a estar segura. Confía en mí.
Isabela miró al suelo por un momento, como si estuviera buscando el coraje para hablar. Cuando levantó la vista, sus ojos reflejaban una vulnerabilidad que me conmovió profundamente.
—Puedes dormir conmigo en tu cuarto, la cama es más grande… necesito un abrazo.
Su voz, quebrada por la emoción, me llegó al corazón. Pude imaginar lo difícil que debía ser para ella estar lejos de su casa, de todo lo que conocía.
—Claro que sí —respondí de inmediato. Me levanté de la cama y la acompañé hasta el cuarto.
Nos metimos bajo las sábanas, y ella se acurrucó sobre mí, buscando consuelo. Yo solo acaricié su cabello suavemente, de vez en cuando besando su cabeza en un gesto tierno, sin prisas. Unos minutos más tarde, escuché su respiración profunda y serena, sabía que estaba profundamente dormida entre mis brazos. En ese instante, la vi como un ángel, y me sentí agradecido de tenerla a mi lado.
Me quedé allí, mirando el techo, hasta que el sueño finalmente me alcanzó. No había experimentado jamás la sensación de dormir con una mujer y no tocarla durante toda la noche. Me sorprendía a mí mismo, y lo más desconcertante de todo era que, a pesar de no conocerla completamente, estaba dispuesto a apostarlo todo por ella. Mi vida, mi mundo, todo estaba cambiando sin que pudiera detenerlo.
NOTA DE AUTOR: BIENVENIDAS A ESTE CAOTICO ROMANCE, ESPERO DEJEN SUS COMENTARIOS, ES LA FORMA QUE TENGO PARA SABER QUE ME LEEN, LAS INVITO A SEGUIR LAS OTRAS HISTORIAS EN MI PERFIL, MUCHAS IRAN SIENDO ACTUALIZADAS POCO A POCO. GRACIAS POR EL APOYO.