Capítulo 2. Pesadilla

1085 Words
Pov Alma La oscuridad de mis sueños era fría y opresiva, como un manto que cubría mi cuerpo y me dejaba temblando sin poder controlarlo. No era solo el frío lo que me invadía, sino una debilidad abrumadora. Sentía como si mi cuerpo estuviera atrapado en una prisión de sombras, cada movimiento era una lucha contra la pesadez que me aplastaba. De repente, una imagen borrosa se formó en mi mente, una escena que se entremezclaba con la neblina de mi sueño. Un hombre, alto y fuerte, se acercaba a mí. Sus labios se movían, pero el sonido parecía llegar desde una distancia infinita. —Espera por mí, te encontraré, te... —su voz resonó en mi mente, pero no podía ver su rostro ni identificar su tono de voz. Era una promesa rota, una esperanza que nunca llegó a cumplirse. Mis recuerdos se detenían en ese momento, en la oscuridad que lo consumió todo. Intentaba enfocarme, recordar, pero solo venían destellos de imágenes a mi mente: una risa cruel, una mirada fría y despectiva. Él, el cerdo que me había arrastrado a este infierno. Podía escuchar su risa, alta y burlona, mientras yo lloraba y suplicaba, la desesperación rasgando mi garganta como un cuchillo afilado. Luego, las manos, esas manos sucias que me tocaban, me mancillaban, haciendo cosas que no quería, cosas que aún me erizaban la piel solo con recordarlas. Mis gritos ahogados en la oscuridad, la sensación de ser consumida por un abismo sin fondo. De repente, algo cambió. Sentí que me despertaba, emergiendo de esta pesadilla interminable o tal vez no. Mis ojos se abrieron de golpe, y la penumbra de la habitación se desvaneció ante mis pupilas dilatadas. Mi cuerpo se tensó al instante, como un resorte listo para saltar, y mi corazón comenzó a latir con fuerza, acelerando a un ritmo frenético. Frente a mí, un hombre se acercaba, imponente, pero no era uno de ellos, no era el cerdo. Su rostro era diferente, y su expresión, aunque grave, no era la de un enemigo. Sin embargo, el miedo me invadió al ver la intensidad en sus ojos. Se detuvo a un metro de distancia, y me habló con una voz que intentaba ser suave, pero solo logró aumentar mi pánico. Le pregunto quién es con mi aliento tembloroso y él me responde de un modo extraño... —Alma... Soy yo, Michael. ¿No me recuerdas? —su tono era confuso, como si buscara algo en mi mirada. ¿Michael? ¿Alma? No sabía de quién hablaba, esos nombres no tenían sentido para mí. Mi mente, aún nublada por el terror, intentaba encajar las piezas de un rompecabezas roto. —¿Alma? —repetí, el nombre sonaba extraño en mis labios, ajeno y distante. Saboreo el nombre y lo susurró nuevamente. Mis pensamientos eran un caos, y la sensación de estar perdida me aplastaba. ¿Quién era este hombre? ¿Por qué me llamaba así? ¿Qué quería de mí? Él asintió, y vi sus ojos humedecerse, pero no entendía por qué. Se movió un poco hacia adelante, y el pánico explotó dentro de mí. Un grito desgarrador escapó de mi garganta, y un sonido de puro terror que resonó en la habitación me estremeció. Mi cuerpo retrocedió contra la pared, mis manos temblorosas levantándose en un intento inútil de protegerme. No quería estar aquí, no quería enfrentarlo, quienquiera que fuera. La imagen de su rostro se borraba en mi mente mientras el terror me envolvía, y mi única respuesta fue gritar, esperando que el ruido espantara a todos los demonios que me acechaban en mis pesadillas. El grito resonó en mis oídos, un eco de mi desesperación que se entrelazaba con el sonido de mi respiración agitada. No podía pensar, no podía procesar lo que sucedía. Solo quería que la pesadilla acabara, que todo esto se desvaneciera en la nada. Mi cuerpo, impulsado por un instinto primario de supervivencia, intentó moverse, escapar. Pero mis movimientos eran torpes, descoordinados, y al intentar levantarme de la cama, me golpeé contra la cabecera, sintiendo un dolor punzante en la cabeza. El hombre, Michael, se acercó más, con las manos extendidas como si quisiera calmarme, pero eso solo aumentó mi pánico. Mi única reacción fue atacar, como un animal acorralado. Lancé mis manos hacia su cuello y mordí con toda la fuerza que me quedaba. El sabor metálico de la sangre llenó mi boca, cálida y salada, y por un instante, esa sensación me ancló en la realidad. Los sueños nunca eran tan vívidos, nunca podía sentir tanto... ¿Acaso era esta la realidad? El tal Michael soltó un grito ahogado de dolor, y vi el miedo y la sorpresa en sus ojos. Comencé a temblar incontrolablemente, cada fibra de mi ser convulsionándose mientras las imágenes y sensaciones se arremolinaban en mi mente. Hacía tanto que no estaba consciente, hacía tanto que mi vida era una neblina perpetua de drogas y desesperación. Ese cerdo siempre se aseguraba de mantenerme adormecida, fuera de mi propio cuerpo. Al punto de que ya no me recordaba ni a mí misma ni porqué estaba allí, solo sabía que ese cerdo quería algo...algo que yo no quería darle y por eso me lastimaba tanto. De repente, sentí algo extraño, como si una fuerza invisible me atrapara. Mi cuerpo se quedó rígido, paralizado. Intenté moverme, pero era inútil. Mi rostro se tornó ceniciento al darme cuenta de lo que pasaba. Uno de los hombres del cerdo, lo ví de reojo. La idea me heló la sangre, y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas mientras mis ojos se agrandaban por el temor. —No te voy a hacer daño —escuché la voz en mi mente, suave pero firme. No podía ser verdad. No podía creerle. La desesperación me inundó, luchando contra la tenaza invisible que me mantenía inmóvil. Mi respiración se aceleró, y comencé a hiperventilar. Entonces, escuché a Michael gritar: —¡Peyton, detente! LA ESTÁS MATANDO Pero era demasiado tarde. Sentía cómo el mundo se desmoronaba a mi alrededor. El aire se me escapaba, y el pánico creció como una ola gigante que me engullía. Mis pensamientos se volvieron confusos, fragmentados. No podía respirar, no podía moverme. Todo se volvía oscuro a mi alrededor. Mi último pensamiento coherente antes de que todo se desvaneciera fue una súplica silenciosa: que este fuera el final, que finalmente pudiera escapar de esta pesadilla. Con ese deseo desesperado, mi mente se apagó, y la oscuridad me envolvió completamente.
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