Capítulo 3

3815 Words
Angus, se inclinó hacia Victoria para hablarle al oído. —Todo el mundo parece estar divirtiéndose mucho. Victoria, asintió y trató de controlar la sensual sensación que experimentó al sentir el aliento de su esposo en el cuello. —Todos excepto tú –añadió él. —Estoy bien -dijo Victoria, a pesar de sentirse tan inquieta. Tal vez estuviera bien, pero odiaba ser el centro de atención de aquella manera. Era como si estuviera en un vidriera de un centro comercial para que todos los miembros de la familia del que ya era su esposo la vieran y le dieran su aprobación. Los primos de Angus, parecían ser bastante agradables, pero sentía una gran confusión e, incluso, una recepción nada agradable entre los de más edad. Además, habían muchas preguntas en el aire. Cómo por ejemplo: ¿Dónde estaban sus padres? ¿Les parecía bien el matrimonio? A decir verdad, ni siquiera había podido localizarlos para decirles lo de la boda. Estaban en algún lugar de Venezuela, En los Archipiélago de los Roques según le habían hecho saber, persiguiendo a saber qué sueño en aquella ocasión. Una vida tradicional llena de decisiones previsibles no era para ellos. ¿Quién sabía? Tal vez incluso les pareciera bien el modo en el que ella había decidido casarse, aunque Victoria, lo dudaba. Su padre había tratado de encajar en el molde que su propio padre, o sea en el abuelo de Victoria, había creado para él, pero los dos hombres nunca habían estado muy unidos, y, al final, el padre de Victoria, había decidido marcharse a perseguir sus sueños con la mujer de la que se había enamorado. Solo regresó para dejar a su hija al cuidado de su padre para que la pequeña tuviera estabilidad y la posibilidad de asistir al colegio y hacerse una carrera. Para ser muy sincera estaba myagradecida a sus padres por lo que hicieron por ella, aunque su abuelo no siempre había sido la persona más fácil con la que convivir. La vida nómada no era lo suyo. Ella se parecía más a su abuelo de lo que le gustaba admitir. Necesitaba orden, control y estabilidad. Por todo ello, el día de su boda le estaba resultando muy difícil de sobrellevar. Angus, interrumpió sus pensamientos. —Vayámonos, salgamos de aquí. —¿Cómo?. ¿Podemos hacerlo?. ¿Para donde vamos?. –le preguntó ella. —No veo por qué no. Es el día de nuestra boda. Podemos hacer lo que se nos antoje. Somos personas adultas. ¿No, crees?. Angus, le extendió sus manos y ella la agarró. Los dedos de él se cerraron en torno a los de ella. Angus, tiró de ellos suavemente para que se pusiera de pie. ¿Era aquel el momento en el que empezaba su luna de miel? ¿En la suite para recién casados?. Victoria, sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Por muy poderosa que fuera la atracción que sentía por él, sabía que no estaba preparada para algo así. No estaba preparada para él. Salieron por las puertas victorianas, hacia el jardín. Había dejado de llover y había dejado una tarde húmeda y fría que olía a tierra mojada. Angus, se apresuró en dejarle de nuevo a Victoria su chaqueta. Ella agradeció la calidez que esta le proporcionó y atravesó detrás de él el jardín hasta otra puerta que llevaba al salón principal del hotel. —Veo que conoces bien este hotel–comentó ella–. A mí me costó llegar desde mi habitación hasta la sala donde se iba a celebrar la boda. Me perdí como cinco veces. Angus, le dedicó una sonrisa. —Probablemente estabas distraída, pensando en otras cosas . Victoria, trató de ignorar el modo en el que la sonrisa de Angus, se le reflejaba también en los ojos tan hermosos. Le hacía parecer incluso más guapo e hizo que ella se preguntara de nuevo. ¿Cómo iban a hacer primera noche de bodas?. Pensaba que no hubiera estado tan nerviosa si su marido hubiera sido otro hombre. Levantó los hombros y suspiro profundamente. —Vamos entonces –dijo ella sin mucho entusiasmo. Angus, se echó a reír. —Me, contagia tanto entusiasmo de tú parte al respecto –comentó él mientras caminaban a los ascensores. —Disculpa –replicó Victoria sonrojándose–. No he hecho esto nunca antes. No estoy muy segura de cuál es el protocolo. —No pasa nada –le aseguró él con voz profunda–. Ha sido un día muy difícil. No era lo que yo esperaba. —¿Y qué esperabas? –le preguntó ella mientras los dos entraban en el ascensor. —Con toda seguridad, no esperaba que la mujer con quién me iba a casar fueras tú, sin terminó de ofender–añadió rápidamente. —Bueno, te aseguro que yo tampoco te estaba esperando a ti si te sirve de consuelo. —Sí, creo que resultó bastante evidente por tu reacción –bromeó él. Victoria, sintió que una débil sonrisa se le formaba en los labios. Era el primer momento de humor que había apreciado en todo el día. —Tienes una hermosa sonrisa–comentó Angus, justo en el momento en el que se abrían las puertas del ascensor y los dos a la vez. Habían llegado a su planta. Las mariposas volvieron a bailarle en el estómago. De repente, ella deseó que hubiera una especie de manual en el que se le explicara qué era lo que ocurría a continuación. Era su noche de bodas. ¿Qué pensaba que iba a ocurrir a continuación? Llegaron a la puerta de la Suite Presidencial y Angus, sacó una tarjeta del bolsillo. Al entrar en una mesa habia una botella de Champagne, dos copas y varios platos con fruta y dulces. Habían fresas, melocotón, kiwi y una gran variedad de chocolate blanco y oscuro. —Me subieron mis maletas durante la recepción –dijo mientras entraban en la hermosa suite –. Les dije que no las abrieran. —¿Que no las abrieran? –repitió Victoria–. ¿No se supone que vamos a pasar nuestra noche de bodas aquí? —¿Tú quieres pasarla aquí?. A mí no me importa quedarme si es lo que prefieres, pero tenemos otras opciones. Podríamos marcharnos a Grecia, Italia o una isla parisiaca o incluso irnos para mi casa de Belgravia . O lo que tú prefieras. Victoria, consideró lo que él acababa de proponerle. Por mucho que le gustara Londres, se sentía allí como un bicho raro. Tal vez si regresaran , en un ambiente más conocido, aquel matrimonio tan inusual podría empezar a resultarle más cómodo. Miró a su alrededor. Se había sentido incómoda en aquella lujosa suite desde el momento en el que llegó. No estaba acostumbrada a tanto lujo y glamour. —No –respondió ella–. No, no quiero quedarme aquí. —¿Qué prefieres entonces? ¿ Grecia, Italia, una isla o mi casa?. Angus, hacía que todo pareciera tan sencillo… Tal vez en su mundo, así lo era. —Deja que me quite el vestido de novia y que recoja algunas cosas. —¿Necesitas alguna ayuda?. Victoria estaba a punto de decir que no cuando recordó que el corse tenía muchos cintas con los que una amiga le había tenido que echar una mano para poder abrocharlos. —Gracias –dijo mientras le ofrecía la espalda–. Tal vez podrías soltarme las cintas … Victoria, oyó que Angus, sostenía el aliento antes de responder. —Por supuesto. Parecen algo complicados. Veamos si puedo con esto. ¿ No puede ser muy difícil?. Victoria, se preparó para sentir el contacto de su piel. Allí estaba. Él le introdujo los dedos en la parte superior del corpiño y fue desatando las cintas con un poco de dificultad. Tenía las manos cálidas. Victoria, se sostuvo con firmeza la parte frontal del vestido. —Llevas un corsé –comentó él cuando hubo desatafo las cintas, del vestido lo suficiente para ver qué llevaba debajo–. ¿Podrás quitártelo sola? Ella cerró los ojos. Dejar que él la ayudara a desnudarse estaba resultando una verdadera tortura. —Tal vez si pudieras soltar un poco las cintas de abajo… Creo que ya puedo yo arreglármelas después. Angus, no respondió. En vez de ello, Victoria sintió sus manos sobre la espalda mientras él comenzó a desatar todas las cintas del corsé. Ella contuvo el aliento y, entonces, dio un paso al frente. —Gracias. Creo que yo puedo hacerlo. Había una tensión en su voz que ella no pudo ocultar. El corazón le latía en el pecho como si viniera de una carrera . Sin embargo, la curiosidad se había apoderado de ella. Se preguntó qué sentiría si se diera la vuelta para mirarlo. Si retirara las manos de donde sostenían el corsé para ver qué ocurría a continuación. El fuego le recorría las venas de nuevo, prendiendo pequeñas llamas en un deseo abrasador. —Tómate tu tiempo, no hay apuros–dijo Angus–. Te estaré esperando. Victoria, sintió que él se retiraba. Escuchó el sonido de sus pasos alejarse, por lo que dedujo que él se había sentado en uno de los sofás. Entonces, se obligó a dirigirse al dormitorio. Una vez dentro, cerró la puerta y soltó el aliento que había estado conteniendo. Se echó a temblar. Si Angus, no se hubiera apartado, se habría dado la vuelta. Nunca se había dejado llevar por sus impulsos. Toda su vida había sido una mujer centrada y trabajadora. Conocía bien las consecuencias de no completar las cosas todo lo mejor que podía y conocía también las recompensas que acompañaban a los logros. ¿Qué era lo que se había apoderado de ella para que estuviera dispuesta a dejar todo aquello a un lado y arrojarse en los brazos de un desconocido que la esperaba al otro lado de la puerta?. Un desconocido que era actualmente su esposo. ¿Acaso no lo justificaba eso todo?. Sus manos comenzaron a desabrochar la falda del vestido mientras se empujaba los zapatos para quitárselos. Cuando se vio por fin libre del vestido lo dejó caer también al suelo y se metió rápidamente en el baño. Abrió el grifo de la ducha y se quitó las medias y las braguitas de encaje. El agua cálida comenzó a caer sobre su cuerpo, aliviándole la piel de la tensión que la había atenazado. No era la dulce novia que se había embarcado en aquella aventura por la mañana. Aquella persona había sido una soñadora, no la persona de acción que Victoria, siempre se había enorgullecido de ser. El hombre que la esperaba al otro lado de la habitación era guapo y atractivo, con todo lo necesario para que el cuerpo de una mujer reaccionara con deseo. Desgraciadamente, también era su enemigo. Victoria, haría bien en recordarlo. Angus, se dirigió al piloto del helicóptero que lo llevara a casa a la Isle of dogs, inició las maniobras de aproximamiento, aliviado por fin de ver, a pesar de la oscuridad de la noche, el helipuerto que había junto a su casa. Victoria, estaba sentada junto a él en la cabina. Iba en silencio, observándolo todo, aunque de vez en cuando ahogaba un bostezo. Angus, se imaginaba cómo se sentía. El día había sido agotador, pero ya estaban prácticamente en casa Apenas habían hablado desde que se marcharon del hotel. Ella había tardado más de lo previsto en recoger sus cosas. La mujer que salió al final del dormitorio, vestida con unos pantalones azules, una blusa de color blanco y sin maquillaje, estaba muy lejos de la mujer que él había empezado a desnudar. Angus, apretó con fuerza el vaso de whisky y sintió un hormigueo en los dedos al recordar lo que había sentido al desnudarla. Su piel era muy suave y su aroma embriagador. Le había hecho falta una gran capacidad de autocontrol para no bajar la boca hasta la deliciosa curva del cuello, pero no había querido asustarla. Si quería que aquel matrimonio funcionara, tendría que tomarse las cosas con toda la calma que ella necesitara. Le daba la sensación de que merecería la pena. Se preguntó qué sería lo que le había llevado a acudir a " Solución Matrimonial". Y decidió que tenía que acordarse de preguntárselo a su abuela. Tal vez debería preguntárselo a su propia esposa. A partir de aquel momento, ella debería ser la primera con la que hablara. De todo, menos de sus negocios. Por fin, aterrizó en el helipuerto. Tomaron un auto que los llevo a la casa. —Señor y Señora Baker. Sean ustedes bienvenidos –dijo el encargado del helipuerto, mientras se acercaba al helicóptero para abrir la puerta de Victoria–. Tenga cuidado con la cabeza, para que no se golpee Señora Baker. Dijo Thomas Davies. Hombre de confianza de Angus. —Por favor, llamame Victoria –replicó ella secamente mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad y se quitaba los cascos. Angus, contuvo una sonrisa. Le enorgullecía oír que le llamaban como lo que era la Señora Baker. Su esposa. Algo muy poderoso le recorrió todo el cuerpo. Era como si Angus, hubiera pasado a formar parte de algo nuevo y emocionante. En cierto manera era así. Nunca había estado casado, ni había vivido nunca en pareja, claro habia tenido sus romance. Pero lo que estaba viviendo con Victoria era algo totalmente desconocido. Se preguntó si sería muy duro mientras sacaba las maletas. Confiaba en que no lo fuera. —Gracias por venir a recogernos, Thomas. —De nada, señor. Para mí es un placer. Y muchas felicitaciones por su matrimonio.–replicó Thomas, con una deslumbrante sonrisa para terminar mirando a Victoria. Ella bajó la cabeza tímidamente y sonrió ligeramente. Angus, había notado también que Victoria, mostraba ciertas distancias con su familia. Se había preguntado si sería solo con ellos, pero parecía que iba a mostrarse así con todo el mundo… al menos con los que estuvieran relacionados con él. —¿Quiere que le lleve las maletas. Señora Baker? —No, te preocupes Thomas. Dijo Angus. -De aquí en adelante yo me encargo. Ve a descansar. Thomas se despidió con una reverencia sin antes decirle. —Si llega a necesitar algo, no dude en llamarme. —Gracias, Thomas. Angus se sonríe y le dice: —Recuerda, que estoy de luna de miel. Espero no volver a necesitarte hasta que me incorpore a la Naviera dentro de unos días. —Por gusto. Señor. Que disfrute su luna de miel. Ah, señor las llaves del auto que solicitó. —Gracias. Y Thomas dió media vuelta y se marchó. Angus, se acercó a Victoria, que había estado observando la escena desde el perímetro exterior del helipuerto. A sus espaldas, oyó que el aparato volvía a despegar. —Si no quieres salir volando, con es mejor que nos vayamos a la casa. Tomaremos un auto, un Voiture Noire, de color n***o. Que los conduciría a lo que sería su hogar de ahora en adelante. —¿Y nos quedamos aislados en la casa? –le preguntó Victoria, sin dejar de mirar las luces de la avenida. —¿Acaso te preocupa eso? —¿Debería?. Angus soltó una carcajada. —No, no debería y no, no estamos aquí aislados –añadió mientras se abría el portón automáticamente y le enseñaba un garaje lleno de autos que había dentro. en aquellos momentos.- Si sientes la necesidad de huir, tienes para escoger. —¿Huir? –repitió ella arqueando ligeramente una ceja–. ¿Qué te hace pensar que querría hacer algo así? —Tal vez el modo en el que estás agarrando la cinta del cinturón de seguridad. Victoria se miró las manos. —Solo estoy un poco tensa. Como ya te he dicho antes, yo nunca he estado casada, ni hecho algo que se le parezca. —Yo tampoco –le aseguró rápidamente Angus.–. Así que, propongo, una tregua y que nos mostremos abiertos el uno con el otro sobre cómo nos sentimos. ¿Te parece ?. Me dices, para que te pueda ayudar y te sientas menos tensa. Bueno, ya hemos llegado. Angus se acercó al porche de su casa. Esa no era una casa era una mansión, rodeada de hermosas jardines luminosos. Se había enamorado de aquella mansión inmediatamente que la vió al estilo mediterráneo situada en una finca de más de dieciséis hectáreas. Y la iba a compartirla con Victoria. Dejó las maletas en el suelo y colocó un dedo en el lector de la puerta antes de empujarlas para que se abrieran. —Bienvenida a nuestra casa, Victoria. Ella echó a andar, pero Angus se lo impidió colocándole una mano en el hombro. —Permíteme –dijo. Entonces, se agachó ligeramente y la levantó en brazos. Victoria, ahogó un grito de sorpresa y le rodeó el cuello con los brazos, pensando que se iba a caer, mientras Angus, atravesaba la puerta. A Angus le pareció que no pesaba nada, pero la presión de su cuerpo le impactó profundamente. Le había colocado una mano alrededor de las costillas, justo por debajo de uno de los senos. A pesar de su delgadez, tenía curvas. ¿Qué haría Victoria si él prosiguiera con la tradición y volviera a besarla?..El ligero beso durante la ceremonia había supuesto una tortura y un tormento para él. En el instante en el que sintió los labios de ella contra los suyos, supo que quería explorar un poco más, pero, en una sala llena de familiares y amigos, se vió obligado a reconocer que había un límite sobre lo que resultaba aceptable en público. Incluso en aquellos momentos, cuando ya estaban solos, la evidente aprensión que ella mostraba significaba que tendría que tomarse las cosas con más calma. Volvió a dejarla en el suelo, pero, entonces, ella se movió y se inclinó sobre él. La rodeó con sus brazos y la estrechó contra su cuerpo. Después, bajó la boca hacia la de ella. Se quedó atónito al ver que ella abría los labios, para responderle. Era pequeña, pero sus besos eran realmente poderosos. Durante un instante, en lo único en lo que Angus pudo pensar fue en el dulce sabor de su boca, en lo suaves que eran sus labios y en la textura de la lengua que se frotaba contra la suya. Profundizó el beso, tomándose su tiempo para saborear el momento. Si aquella reacción era un indicativo de lo mejor estaba por llegar y lo mucho que iba a disfrutar. Victoria lo embriagaba de deseo o, tal vez, era la sangre que se concentraba en otras partes de su cuerpo lo que le hacía sentirse tan mareado. Apretó el labio inferior de Víctoria entre los dientes y succionó suavemente antes de trazar el contorno con la lengua. Quería hacer lo mismo con todo su cuerpo. Desde la hermosa boca hasta los senos y más abajo. Solo pensar en dejarse llevar por sus instintos lo llenaba de deseo… Ansiaba llevarla al dormitorio y demostrarle exactamente lo bueno que podría ser su matrimonio. Sin embargo, presintió las dudas. Muy a su pesar, le dió un último beso en los labios y la soltó. Victoria, tenía los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas. Angus, volvió a salir al porche para recoger las maletas y las llevó dentro de la casa. Entonces, cerró la pesada puerta de madera. —¿Quieres que te haga un recorrido por toda la casa ahora? –le preguntó–. ¿O prefieres esperar hasta mañana?. Victoria miró a su alrededor, observando brevemente el comedor y el salón antes de volverse a centrar en él. —No esperaba que tu casa fuera tan grande –dijo–. ¿Todo esto para una sola persona? —Bueno, compré esta casa hace un años con la perspectiva de llenarla de una familia… Aún tenía ese pensamiento. De hecho, se iba haciendo más insistente cuanto más estaba en compañía de Victoria,aunque sabía que era aún demasiado temprano para estar pensando en esas cosas. —¿Y a ti...?. ¿Te gustaría tener hijos? —Por supuesto–respondió ella–. Como tú, crecí siendo hija única, pero no tenía primos tampoco que pudieran haber sustituido a mis hermanos, tal y como te ocurrió a ti. Siempre me juré que, si tenía alguna vez hijos, tendría más de uno. Supongo que esa fue una de las razones por las que nos unieron. Angus, respiró aliviado. Algunas de sus relaciones sentimentales del pasado habían fracasado porque sus parejas no estaban interesadas en tener hijos. Resultaba de una importancia vital para él que Victoria estuviera en la misma jugada que él. —Volviendo a la casa, ¿Quieres verla ahora? ¿Escoger tal vez la habitación de los niños?.–bromeó. —Creo que es algo pronto para eso. ¿No, crees?.–respondió Yasmin riendo. Entonces, ahogó otro bostezo–. Lo siento, pero creo que será mejor que dejemos lo de recorrer la casa para mañana. —Me parece bien. Te mostraré dónde está tu habitación. Sígueme por favor. Angus, la condujo escaleras arriba. Allí, se detuvo frente a la puerta de una de las habitaciones de invitados y la abrió. Le indicó que entrara y, después, colocó la maleta sobre el banco que había a los pies de la cama. —Deberías sentirte cómoda aquí. Tiene su propio baño y mi ama de llaves te a dejado preparados todos los productos de aseo personal que puedas necesitar. —¿No… no vamos a compartir el dormitorio? —Todavía no, a menos que tú quieras… —Yo… —Tranquila, no pasa nada. Creo que es mejor que nos conozcamos el uno al otro un poco mejor antes de dar ese paso. Pronunció con facilidad aquellas palabras, pero, en su interior, el cuerpo protestaba. Nada le habría gustado más que llevarla a la habitación principal, tumbarla en la enorme cama y mostrarle exactamente lo bien que quería llegar a conocerla. Sin embargo, el alivio que apareció en el rostro de Victoria, fue tan eficaz como un baño de fría. —Gracias, te lo agradezco mucho. —Eso no significa que no pueda desearte buenas noches. Dulces sueños. Antes de que Victoria pudiera decir nada, Angus se inclinó sobre ella y la besó suave y dulcemente en los labios. Sintió que Victoria se inclinaba ligeramente hacia él, pero, en aquella ocasión, en vez de perderse en la caricia, se obligó a que el contacto fuera breve y que los dos se quedaran deseando más. Si tenía que marcharse atormentado a la cama, ella también. Era lo justo. No obstante, dudó un instante antes de marcharse. —Mi dormitorio está al final del pasillo si cambias de opinión. Con eso. Y se marchó........
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