Victoria, pensó que se dormiría de una vez, considerando lo cansada que estaba. Cuando Angus la dejó por fin en su habitación. Sin embargo, aparte del cansancio, los besos de Angus, habían despertado la imaginación en ella y mientras permanecía tumbada entre esas suaves sábanas de su solitaria cama, se imaginaba ese hombre a su lado, lamiéndose sus senos, mientras su mano bajaba lentamente y la introducía en su bikini para frotar suavemente su boton rosado, imaginandose que eran las manos de Angus, que frotaba su clítoris, hasta que sintió como se corría. Apenada con ella misma no podía evitar preguntarse lo que podría haber sido su noche de bodas si hubiera tenido el coraje suficiente de agarrarle el brazo después de que él le deseara las buenas noches para suplicarle que le enseñara más. No dudaba que sería un buen amante. Por lo que sabía de él, era un hombre increíblemente dotado en todo lo que hacía. Y estaba casada con él. Tenía el resto de su vida para descubrir lo hábil que era. Si llegaban a eso.
A la mañana siguiente, se levantó y bajó la escalera. Siguiendo el sonido de un la licuadora llegó a una enorme cocina. Angus, estaba frente a la encimera de granito. No se había dado cuenta de que ella había entrado. Victoria, se tomó un instante para observarlo, para apreciar el modo en el que la camiseta de botones que llevaba puesta se le ceñía a los hombros y a los pectorales. Llevaba puestos un pantalón de mezclilla muy usados y ella sintió el ya familiar hormigueo por todo el cuerpo al percatarse de cómo se había deslucido la tela en ciertas zonas. Angus, apagó la licuadora y levantó la mirada.
Una sonrisa enmarcó su rostro al verla en la puerta.
—Buenos días –dijo–. Espero que hayas dormido muy bien.
—Gracias. Sí, si supieras que si. Victoria se sentó sobre uno de los taburetes que alineaban la isla y observó cómo él servía dos jugos en unos vasos, Angus, le ofreció uno.
—Decidí que, si encajábamos tan perfectamente en todo, probablemente te gustaría uno de estos para desayunar –comentó con una pícara sonrisa–, pero si prefieres otra cosa, te la puedo preparar también.
—No, esto está bien. De todas maneras, no estoy acostumbrada a desayunar.
—Bueno, pues necesitarás mucha energía para lo que te tengo preparado esta mañana.
—¿Sí? –le preguntó ella levantando una ceja.
—Me encanta el modo en el que haces esto –observó tras extender la mano para acariciarle la frente con la yema de los dedos. Sentir el contacto de la piel de Angus, contra la suya le provocaba que a Victoria le temblara todo el cuerpo. Tuvo que dejar el vaso sobre la encimera.
Angus, se echó a reír y centró la atención en su batido. Entonces, se lo tomó de un solo trago.
—¿Y qué es lo que tienes preparado para la mañana? –le preguntó Victoria. Había vuelto a tomar el vaso y le había dado un sorbo–. ¡Huy, qué rico está! exclamó sorprendida–. ¿Qué le has puesto?
—Lo primero es lo primero. Vamos a ir a dar un paseo. ¿Tienes botas o algo parecido en tu equipaje ?. Si no, podemos hacer otra cosa. Lo segundo lo del batido, es un secreto muy bien guardado –añadió guiñando un ojo–. Tal vez te lo cuente algún día. Victoria no pudo evitar una carcajada.
—Bien, mientras tanto, me limitaré a apreciar tus dotes culinarias. En cuanto a lo de las botas, tengo algo que podría servir para ir a caminar. ¿A qué hora quieres salir. Capitán?.
—Probablemente dentro de media hora o algo asi. ¿Crees que estarás lista para entonces?
—Nací ya preparada. Capitán –respondió ella. Se terminó el batido y se bajó del taburete de un brinco poniendo su mano, como los soldados cuando reciben una orden.
—Me alegra mucho saberlo.
La voz de Angus, era muy profunda, a través de ella de un modo que la dejó completamente aturdida. Le daba la sensación de que estaban hablando de cosas diferentes. Llevó su vaso al fregadero y lo enjuagó. Resultaba más fácil fingir que estaba ocupada con algo que reconocer el efecto que su esposo ejercía en ella.
—Es una cocina muy bonita –comentó para tratar de encontrar un tema de conversación más neutral–. ¿La pusiste nueva o estaba así cuando compraste la casa?
—Cuando compré la casa estaba poco más o menos como la ves –respondió él–, con la excepción de los muebles y de la decoración. ¿Por qué no te muestro el resto antes de que nos marchemos?.
Victoria, asintió y siguió a Angus fuera de la cocina hasta llegar a una sala de estar más informal. Había un enorme televisor que cubría prácticamente toda la pared.
—¡Vaya! –exclamó ella–. Lo único que necesitas es una nevera al lado del mueble y tendrás a tu alcance el sueño de todos los hombres.
—Admito que, cuando veo las carreras, me gusta sentir que estoy dentro de ellas y que no soy tan solo un espectador.
—Lo comprendo, aunque nada puede superar a la realidad.
—Hablando de eso, ¿Me vas a llevar alguna vez en tu velero?.
—Me han dicho que no te gusta ser pasajero, que prefieres ser el que lleve los mandos.
Victoria, lo entendía perfectamente. Se había pasado años junto a su abuelo, restaurando el velero llamado Gaviota, para que pudiera navegar y se había esforzado mucho para conseguir hacerlo. Nadie más que ella sabía cómo manejarlo.
—¿Dónde has oído eso? –le preguntó Angus.
—Bueno, lo comenta todo el mundo por el puerto. Ya sabes que a la gente le gusta hablar.
—¿Y qué más dicen de mí? Angus, se había acercado a ella. Victoria, podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Era como un imán que la atraía irremediablemente. Casi siempre tenía frío, pero con él cerca, dudaba que volviera a sentir la necesidad de abrigarse más.
—Bueno, que eres un hombre muy trabajador y un jefe bastante considerado.
—¿Nada más?
—Que, tú no has querido decirme qué había en el jugo, así que no pienso compartir conmigo todos mis secretos. Una chica tiene que reservarse algo, ¿No, crees?. Angus, se echó a reír y Victoria sintió que le resultaba imposible no esbozar una sonrisa.
—Entonces, soy un capitán muy dominante, buen trabajador y un jefe considerado. Victoria, sonrió más ampliamente al oír la pena con la que él decía la palabra considerado.
—Yo nunca he dicho dominante, pero si te sientes aludido…