Math. Evans Llegamos al GOLD, donde el placer y la lujuria se desbordaban en cada rincón. El aire cargado de deseo me golpeó al entrar, y sentí cómo algo en mi interior volvía a encenderse. Tomé una bocanada profunda, como si quisiera llenar mis pulmones con esa atmósfera embriagante, y le di una palmada firme en la espalda a Erick. —Aquí estamos, hermano. El paraíso de dos hombres hambrientos —suelta Erick con una sonrisa retorcida, mientras una mesera, apenas vestida con unas bragas y un delantal, nos recibía. Sus senos prominentes capturaron nuestras miradas, desafiando cualquier intento de disimulo. —Nuestros clientes favoritos. Adelante, señores —dijo con una sonrisa maliciosa. —Ah, la preciosa Charlotte —respondí, mirándola fijamente a los ojos mientras mis dedos rozaban con des