Capítulo 6

3286 Words
Eliana entró a su cuarto y se tiró a la cama inundada en un mar de lágrima. Tenía esa extraña sensación de desamor, lastimosamente, fue la primera vez que lo sentía. A veces las personas no saben medir los niveles de poder que tienen sus palabras, la magnitud con la cual marcarán a quienes las deberán de escuchar.     Camila estaba acostada boca arriba mientras sus labios desplegaban una sonrisa al recordar aquella hermosa tarde con Luis Ángel. “Nunca en mi vida imaginé ser la persona más feliz del mundo, parece mentira que sea su novia; lo mejor de todo es que es un sentimiento mutuo, él me ama tal cual como soy y eso simplemente es hermoso” pensó la joven mientras sus mejillas se ruborizaban. —Camila —llamó Cristian en el marco de la puerta del cuarto. —¿Qué sucede? —inquirió ella sin dejar su postura. —Necesito hablar contigo —su hermano se acercó a la cama y se sentó encima de ella. —Claro, ¿de qué quieres hablar? —Camila se sentó y dejó salir un suspiro. —¡Dios…! Pero si esta niña está enamorada —chistó Cristian mientras la abrazaba. —¡Basta…! —Camila soltó una carcajada. —¿Estás feliz con tu relación? —Claro que sí —respondió la muchacha con una voz muy segura. Cristian tenía miedo de todo, se le hacía muy raro que Luis Ángel de un día para otro le gustara su hermana cuando antes parecía no importarle mucho si ella estaba a su lado. ¿Qué era lo que quería conseguir con todo esto?, quería decirle a Camila lo que él creía que estaba pasando, pero al verla tan enamorada… su corazón se arrugó, no quería hacerla sentir triste; debía de estar seguro primero. Si Luis Ángel le hacía daño a su pequeña hermana, no le importaría que se tratara de su mejor amigo; lo haría pagar hasta que ya no tuviera fuerzas.     Era de mañana, Sandrid dejó salir un bostezo, empezó a rodar sobre la cama mientras el despertador le aturdía los tímpanos. —¡Sandrid! —escuchó la voz de su madre. —¡Uy…! Ni los domingos puedo descansar en paz —bufó. Se levantó de la cama y lanzó el despertador a la pared. —¡Oye! ¡¿Estás loca?! —regañó su madre en el marco de la puerta con los brazos en su cintura. Sandrid se asustó al divisar aquella imagen aterradora, hizo un puchero mientras su mente rebuscaba una excusa. —¡Es que es muy temprano! —dijo un poco nerviosa. —¡Es el quinto despertador que rompes! —la mujer se cruzó de brazos mientras dejaba salir un resoplido. —¡Estoy toda la semana en clases y no puedo descansar, los domingos quiero dormir hasta tarde, pero no puedo porque mis padres me despiertan a las cinco de la mañana! —se quejó Sandrid. La vida de la muchacha era así, lastimosamente había nacido en una familia que amaba hacer ejercicio y en su mesa rara vez podía encontrar un pedazo de carne. Era casi como un ritual el que su padre los fines de semana la llevara a trotar grandes distancias al empezar a salir el sol. Cuando pequeña amaba ese momento, pero, a medida que crecía se daba cuenta que el ejercicio no era lo suyo y mucho menos tener que hacer dieta para poder estar en un grupo de porrismo donde todas se estaban muriendo de hambre solo para ganar el primer lugar en un concurso internacional. —¡¿Qué te pasa Sandrid?! ¡Estás muy floja hoy! —gritó Tomás volviendo su rostro hacia sus espaldas donde se encontraba la muchacha corriendo con pereza. —¡Ya voy! —soltó la joven con fastidio. —¡¿Me estás haciendo cara?! —inquirió el hombre. —¡No señor! —Sandrid comenzó a correr más rápido. —¡Así me gusta, más rápido!, ¡pareces una tortuga! Sandrid amaba la vida de Camila, tenía un hermano mayor que la protegía, en cambio, a ella desde pequeña tuvo que aprender a cuidarse; al crecer alrededor de niños casi demonios tenía que mostrar una personalidad fuerte, además, su padre desde muy niña le exigía mucho, por eso le encantaban los padres de Camila, eran tan amables y muy cariñosos. Al ser hija única podía tener todo lo que deseara, pero, así como recibía, debía de dar y sus padres sí que sabían explotarla. Su objetivo en la vida era graduarse del colegio e irse lejos para poder realizar la vida calmada que siempre quiso, no tener que estar dentro de un gimnasio y poder comer toda la comida que deseaba, pensaba que el no tener que estar pensando en su peso sería el paraíso. —Sandrid, cómete toda la ensalada —ordenó su madre al servirle el almuerzo. —Mamá, berenjenas no —se quejó Sandrid. La señora Marisol soltó un resoplido y después le echó dos berenjenas más al plato de la joven quien se aburrió al verlo lleno de verduras. Tocaron a la puerta de la casa de Sandrid, era Camila quien la quería convidar a trotar, así que ella tomó aquella excusa para salir de su casa. —¡Sandrid! —llamó su madre enojada al verla irse de la casa. —Mamá, me lo como después —soltó ella emocionada y cerró la puerta. —¿Qué sucedió? —inquirió Camila. —Ah… Mi mamá volvió a hacer berenjenas asadas, sabes que las detesto —Sandrid hizo un gesto de desagrado. —Oye, últimamente te alimentas muy mal, eso es peligroso, tienes una vida que te exige una buena dieta. Como sigas así se lo diré a tu padre, no seré tu cómplice —advirtió Camila bastante seria. —Ay, no exageres, eres demasiado dramática —Sandrid comenzó a trotar—, ¡venga, apostemos una carrera! —¡Pe-pero, yo no he calentado! ¡Sandrid! —Camila la siguió.     Luis Ángel estaba en su clase de natación, a lo lejos observó que Cristian conversaba con el instructor que no se veía de muchas ganas. —Cristian es un idiota, ¿cómo se va a salir? —dijo Eduar a Elián sentados en un bordillo de la piscina. —Todo es culpa de su amiguito del equipo fútbol, tanto que decía que no quería ser uno más del montón, solo agarró un balón y ya quiere pertenecer al equipo —Elián se cruzó de brazos—. Aunque, él nunca pareció gustarle mucho la natación. —Qué va, es uno más del montón —replicó Eduar.   A Luis Ángel aquellas palabras lo marcaron, era un mal sabor en su boca que de alguna manera lo hacía sentirse muy culpable. Al salir de sus entrenamientos encontró a su chofer en la entrada del instituto que le abrió la puerta. Su vida era así, al terminar sus clases y practicas debía de ir a casa de sus abuelos maternos para alistarse e ir al trabajo de su padre. Toda su vida había cumplido esta rutina fielmente sin replicar nada. Su abuela lo saludó de la manera más afectuosa posible, él subió al segundo piso y entró a un cuarto mientras hablaba por llamada con sus compañeros de clase para organizar los trabajos pendientes. Corrió a alistarse y bajó las escaleras rápidamente, su abuelo conversaba con él mientras se encontraban en el comedor, Luis Ángel trataba de que la desesperación no lo atrapara, aunque, detestaba escuchar a su abuelo hablarle de las últimas estadísticas que le arrojaron las empresas en los últimos meses. —Oh… No, se me hizo tarde, la reunión comienza en quince minutos —Luis Ángel se levantó de la mesa y corrió rumbo hacia la entrada. La persona que veía más ha seguido era el viejo chofer llamado Raúl, siempre lo estaba llevando a todas partes, aunque no conversaban mucho, al momento de aquel hombre abrir la boca era para decir palabras sabias, por eso lo respetaba mucho. —Joven, hoy tiene el rostro más pálido de lo normal —dijo Raúl observándolo por el retrovisor. —Ah… Es que voy retrasado a la reunión —explicó Luis Ángel. Luis Ángel logró llegar a tiempo, como siempre. Estaba sentado a la derecha de su padre quien le explicaba hasta lo más mínimo, aunque, para el joven era el mismo sermón de siempre. Desde pequeño su padre Josef le había planeado su vida, según él, el poder tener una vida organizada de una manera “tranquila” sin pensar en qué iba a ser de su vida, era lo mejor que podía pasarle. Luis Ángel siempre se abstuvo de reprocharle al señor Josef aquel pensamiento, sabía que, su padre solo buscaba lo mejor para él. Pero últimamente se estaba cansando de la horrenda rutina que le imponía su familia, el recibir más de quince llamadas diarias, no poder gozar de su juventud y sentir que su vida parecía más de sus padres que de él mismo. Mientras veía a los hombres con rostros cansados, vestidos con un traje oscuro y parafraseo aburrido sintió que su alma quería volar de allí, salir corriendo. Imaginar por un momento que no era Luis Ángel, ser alguien normal y hacer algo que lo hiciera sentirse vivo. Rodó la mirada al hombre a su derecha, sabía que, cuando él tuvo su edad amaba leer libros de medicina e intentó tener una beca para estudiar la carrera. Pero su sueño se vio frustrado al tomar el mando de las empresas y después se olvidó por completo de lo que una vez anheló ser. Al igual pasó con su madre, en un momento llegó a ser una muy famosa actriz, era su sueño y lo había conseguido, pero, quedó embarazada de él y por miedo a perder a su esposo y no poder darle una vida estable a su hijo dejó la actuación. Luis Ángel no sabía qué era lo que quería para su vida, al estar sumergido en aquella rutina no tenía tiempo para pensar en aquellas cosas. La única decisión que había podido tomar para su vida era el tener una relación amorosa con una joven que nadie creyó que él nunca miraría. A veces pensaba que solo lo hizo para poder contradecir al círculo social tan agobiante que tenía. De vuelta a casa su padre le contaba sobre el viaje que debían de hacer para mitad de año, se suponía que Luis Ángel tomaría el mes de junio para descansar, viajar fuera de la ciudad y despejar la mente. —Entiende, estás aprendiendo, necesitas ir a ese viaje. Después podrás pasar tiempo con Camila, no se va a morir al no verte por un mes. Con tu madre también teníamos ese inconveniente, pero mira, ahora estamos casados y llevamos así muchos años —explicó el señor Josef. —Está bien —aceptó Luis Ángel. Pero por dentro se moría de ganas de decir que no. Estuvo esperando mucho tiempo para que ahora su padre le dañara todos sus planes. Luis Ángel volteó a ver hacia la ventana donde a lo lejos divisó a un grupo de rodaje. Un chico grababa una escena en la oscura noche, de pronto, otro actor se le acercó al joven y le dio un puñetazo mientras le comenzaba a gritar. —Están grabando el libro de Alejandra, vaya, lo hacen muy bien —dijo el señor Josef mientras desplegaba una sonrisa. —¿Es ese libro que habla sobre sus vidas? —inquirió Luis Ángel. —Ese mismo, la revolución de la fea, todos lo están esperando —respondió Josef. El auto se detuvo en un semáforo en rojo y Luis Ángel tuvo una mejor imagen de la escena que estaba en grabación, le impactó tanto que su piel se erizó. Le pareció algo tan hermoso; le desbordó tanta emoción, se imaginó él como un actor, quería estar allí siendo él quien protagonizara aquella novela. Pero al volver a su realidad se llenó de rabia, tenía que vivir su tonta vida aburrida y rutinaria. Al llegar a su casa se dirigió hacia su cuarto, por el pasillo escuchó la música en el cuarto de su hermana, aquella que no soportaba ver de lejos. Siempre le pareció tan injusto que ella pudiera hacer lo que quisiera y que sus padres no le dijeran nada, en cambio, a él no le quitaban los ojos de encima. Entró a su cuarto y se quitó la ropa, sacó de su closet ropa para dormir, entró al baño para darse una ducha fría.  Esa noche le dieron ganas de hablar con su madre (algo muy raro en él), pero era por lo que había visto, quería preguntarle por su tiempo cuando fue actriz. —Mamá —llamó al entrar al cuarto de estudio. La encontró haciendo bocetos de nuevos estilos de ropa. Keidys alzó su mirada, se quitó los lentes y desplegó una sonrisa. —Luis Ángel, ¿qué sucede hijo? —le preguntó. Se le notaba en su rostro que estaba curiosa, era raro que su hijo la buscara. —Bueno… —a Luis Ángel se le hacía difícil el entablar una conversación cuando no acostumbraba a hablar con aquella persona. —Siéntate, hablemos un rato, ¿cómo te fue hoy? —dejó los papeles a un lado y se acomodó en su sillón para tener una tranquila conversación con su hijo. A Luis Ángel siempre le pareció que su madre era una mujer muy cariñosa, la admiraba tanto que se le hacía difícil el hablar con ella, algo que toda su corta vida odió, deseaba tener una buena relación con su madre. Aunque él demostrara lo contrario al momento de hacerle mala cara en las comidas. —Bueno —se sentó en un sillón y por un momento observó la pared de cristal que dejaba ver el hermoso jardín frente a la casa—. Fue muy cansado. —Sí, se nota en tu rostro, parece que no has comido bien, debes de comer a las horas que son. No le sigas ese ejemplo a tu padre. —Lo siento —Luis Ángel apretó los labios. —¿Cómo vas con Camila? ¿Hoy la viste? —Solo en el colegio, hablamos en el descanso. Estoy muy ocupado con las clases, el trabajo y las prácticas —explicó el joven. —Luis Ángel, ¿a ti te gusta la natación? —Bueno… Lo he practicado desde pequeño, me he acostumbrado a él, no me veo sin practicarlo y mucho menos sin las competencias —respondió Luis Ángel, vio que a su madre no le gustó lo que respondió—. Lo que quiero decir es que me gusta, claro que me gusta nadar. —Si no te gusta solo debes decirlo —aconsejó Keidys. —Mamá, cuando fuiste actriz, ¿cómo comenzó tu carrera? —preguntó de repente Luis Ángel. Keidys desplegó una sonrisa al remontarse a aquellos tiempos. —Bueno… Yo era modelo, amaba estar en las pasarelas, viajar y todo lo que tuviera que ver con ello. Vivía con mi tía y ella al ver que me gustaba todo este mundo hizo que yo trabajara con las más grandes industrias del modelaje y la actuación, así que, cuando terminé el colegio protagonicé mi primera película que tuvo buena acogida. Ahí comencé a grabar y fueron los años más felices que tuve en mi juventud —contó la mujer—. No digo que ahora no sea feliz, ustedes fueron lo más hermoso que me ha pasado en la vida. —Pero eso era tu sueño, te hacía sentir viva —replicó Luis Ángel. —Luis Ángel, la vida consiste en hacer sacrificios. Sí era mi sueño y logré realizarlo, pero después me di cuenta que había algo más valioso y ese eres tú, me había casado con tu padre, tú venías en camino y yo quería que nacieras en una familia estable, después quedé embarazada de Neyret y me siento muy feliz estando a su lado. Mi sueño después de la actuación y el modelaje era el poder ver a mis hijos crecer; estar a su lado y gracias a Dios lo pude cumplir. —Entiendo —soltó Luis Ángel. —A todo esto, ¿por qué me preguntas por eso?, ¿te gustaría ser actor? Hubo un momento de silencio en el cuarto de estudio, Luis Ángel no sabía qué responder. —Vi que estaban grabando la novela de mi tía Alejandra y me dio curiosidad —mintió. Luis Ángel al terminar de conversar con su mamá quiso salir a tomar un poco de aire fresco, al estar frente a su caza vio a Camila trotando junto a Sandrid. A veces le daba un poco de miedo ver a esas chicas tan obsesionadas con bajar de peso. —¡Luis Ángel! —Camila se detuvo con una sonrisa en sus labios. —Hola —se acercó a ellas—, ¿cuánto tiempo llevan corriendo? —Ah… Bueno… Ya terminamos —respondió Sandrid mientras soltaba jadeos. —¿Cuándo llegaste? —preguntó Camila. Estaba totalmente sudada. —Hace una hora —respondió el joven. —¿Ya vas a dormir? —inquirió Camila deseando que él respondiera que no y Luis Ángel lo notó. —No, no tengo nada de sueño. ¿Qué te parece si te das un baño y nos quedamos hablando? Sandrid hizo un gesto de fastidio, sentía que estaba estorbando en aquella aura romántica. Camila hizo un sí con su cabeza y después corrió rumbo a su casa para darse un baño militar (ducha rápida). —Esa Camila —soltó Sandrid impresionada por lo enamorada que estaba su mejor amiga. —¿Cuánto tiempo llevaba haciendo ejercicio? —preguntó Luis Ángel. —Bueno, salimos de clases, ella fue a entrenar con mi papá, eso fue a las cuatro. Después la encontré dando vueltas en el parque, ha tomado esa costumbre desde hace dos semanas. Pero mi papá dice que no es malo, bueno, él no sabe por cuántas horas lo hace —respondió Sandrid. —No debe exagerar, puede atrofiar sus músculos —soltó Luis Ángel preocupado. —No lo sé, ella está loca desde que se obsesionó con el ejercicio, siempre se está pesando para ver cuánto ha bajado y si no le gusta lo que ve es capaz de pasar horas corriendo —explicó Sandrid. Aquellas palabras asustaron a Luis Ángel, era peligroso lo que hacía Camila; su cuerpo no estaba acostumbrado a ese estilo de vida. La esperó sentado en una banca que había cerca de allí, al momento de llegar la joven empezaron a hablar de cómo les había ido en su día. Su idea era llegar al tema del ejercicio para así poder aconsejarla. —Camila… ¿no te parece que estás exagerando con el ejercicio? —Me gusta ejercitarme, siento que libero mi estrés, ¿sabes?, siento que encontré mi lugar allí. Cuando no lo hacía pasaba horas enteras sentada en un sillón llenando mi boca de comida y viendo programas toda la tarde. Por dentro me sentía vacía, admiraba la vida que llevaba tu grupo, también veía a Sandrid y pensaba “vaya, debe de gustarle mucho lo que hace”. Yo no me estoy obsesionando; me gusta comer, me encanta probar platillos nuevos, pero, al complementarlo con el ejercicio… —Camila observó fijamente a Luis Ángel— me hace sentir viva. Que no estoy matando a mi cuerpo, al contrario, cada vez que me miro al espejo y me veo más delgada, que estoy logrando lo que quiero, me digo “mira Camila, todo esto lo has logrado con tu esfuerzo y dedicación”. —Vaya, eso es muy sorprendente —elogió Luis Ángel. —¡Quiero darme en mis dieciocho años el mejor regalo de cumpleaños, un cuerpo perfecto y muy saludable! —Camila desplegó una sonrisa—, ¿sabes?, me siento muy feliz por la vida que llevo ahora. Antes veía tan lejano el poder hacer ejercicio y tenerte como novio. —Camila… —trató de hablar Luis Ángel. —Hagamos una promesa, ¿qué te parece? —interrumpió Camila. Luis Ángel se sorprendió al ver que a la joven le brillaban los ojos de alegría, se veía tan diferente, pero de una manera muy hermosa, rebosaba de entusiasmo y una buena vibra que nunca sintió en otra persona. —¿Una promesa? —inquirió Luis Ángel. —Si al cumplir mis dieciocho años estamos juntos debes de acompañarme a unas vacaciones alrededor del mundo y saltar conmigo en paracaídas —Camila le mostró su dedo meñique de su mano izquierda. Luis Ángel desplegó una sonrisa al escuchar la dichosa promesa, estrechó el dedo de la joven con el suyo. Se abalanzó a ella para besarla, algo que le encantó a la muchacha quien se ruborizó. —Es una promesa —dijo Luis Ángel suavemente al terminarse el beso. El inicio de una historia de amor con un sabor agridulce.    
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