EMMA
Presente
Septiembre de 2016
Congelarme en el acto no era bueno, sin embargo, me había quedado de piedra al darme cuenta de que Luc no solo estaba frente a mí, sino que se veía impecable, con una belleza que engalanaba las facciones maduras que su rostro había adquirido en esos años.
Hacía siete años que fue la última vez que nos vimos.
Hacía siete años que fue la última vez que nos dijimos te amo.
Hacía siete años que me mintió a la cara antes de marchase sin mirar atrás.
—¿Estás bien, Emma? —preguntó Alice al darse cuenta de mi estado.
Eso me sacó de mi estupor y asentí, sonreí con falsedad, en un intento de no mostrar cuánto me estaba afectando.
Tienes que enfocarte, fue lo que me dije a mí misma para pasar la impresión.
—Eres tan hermosa como Rocco nos dijo —comentó uno de los hermanos y le sonreí con gusto—. Soy Adib, el mayor. Estos son mis hermanos Haid y Yusuf, y este señor es nada más y nada menos que Luciano Basciano, el CEO del conglomerado Basciano.
No pude evitar alzar mis cejas en sorpresa, era imposible que Luc, el chico que llegó al pueblo sin nada, diciendo que era huérfano, fuera el misterioso dueño.
—Vaya, es un placer —dijo Alice de forma educada.
Entonces Luc le sonrió con coquetería y en ese momento me perdí.
Los años de rabia me nublaron la mente lo suficiente como para querer escupirle la cara. Sin embargo, tenía que contenerme de cometer una estupidez o el mismo Rocco me mataría, así que decidí hacer de cuenta que no lo conocía.
Ignorarlo era lo mejor que podía hacer.
―¿Se conocen? ―preguntó Haid.
Así que tomé la oportunidad de oro para desconocerlo por completo.
―Es la primera vez que tengo el honor de conocer al señor.
La reacción de todos ellos, excepto Luc, fue reírse.
―El señor a tu lado podría decirse que es dueño de medio país.
Sonreí de manera muy forzada, incrédula porque era impensable algo así.
Debía ser una completa broma.
―En realidad mi familia es rica. Yo solo trabajo para ella cuidando sus activos.
Escuchar su voz casi me hizo temblar, era como recordar cuando solo estuvimos los dos dentro de una habitación, lo que resultaba ser un maldito problema.
―No hay que ser tan modesto, Luciano.
El hecho de que respondiese a Luciano y no a Luc, hacía que mi cerebro quisiera explotar.
La realización de aquello me estaba causando un maldito colapso.
Uno de los que disimulé en cuanto terminamos las presentaciones, nos sentamos a comer y sonreí a la conversación como si estuviese en un maldito piloto automático. No quería estar ahí, solo quería largarme para poder digerir el hecho de que el chico al que le entregué mi corazón era un maldito billonario que solo jugó conmigo.
—¿Estás bien? —me preguntó Alice en un murmullo y asentí.
Su mirada me dijo que no estaba muy convencida.
―¿Qué tipo de servicios ofrecen? ―le preguntó Luc a ella sin dejar de mirarme.
Me lo tomé como una afrenta personal por lo que contesté con saña:
―Cumplimos todo tipo de fantasías.
―Eso debe ser… Interesante.
―Con ese eslogan, ¿quién no compra un servicio así?
Todos rieron a tientas por la frase acertada de uno de los hermanos para aligerar el ambiente, uno que se había convertido en un punto de tensión insoportable.
―¿Cuesta tanto al bolsillo? ―preguntó Luc con petulancia.
La curiosidad no era más que provocación, por lo que tuve que controlar las ganas que tenía de estamparla la copa de vino que sostenía en la cara.
―Depende de lo que pidan, puede variar de cuatro a cinco cifras —contestó con cordialidad mi amiga.
―Una compañía algo costosa.
―Hacemos que cada centavo valga la pena —le respondí con osadía.
Era un imbécil que me estaba viendo como si fuera una muestra de exhibición por completo divertida, así que para resaltar su cinismo tomó la copa.
—Entonces… Brindemos por la mejor de las compañías.
Todos chocaron sus copas mientras no pude evitar un duelo de miradas con él.
Sus ojos grises me llamaban, pero mi rabia solo quería que todo ardiera.
Me sentí como hacía siete años cuando descubrí que sus manos tenían un efecto efervescente en su cuerpo, donde cada parte de mi piel palpitaba por su toque, por sus besos, por todas y cada una de sus caricias.
Era un maldito problema que él leyó con facilidad.
―¿Se molestarían si les quito a esta muñeca? ―propuso Luc tan de repente que casi me ahogo con el maldito trago.
¿Qué demonios pretende?, pensé a nada de perder mi paciencia.
―¿Quieres quitarnos la diversión? —preguntó el Haid como si nada―. Oferta.
Alice me vio en un intento de entender qué demonios pasaba, pero yo no podía quitarle la mirada de encima a Luc.
―Se quedan con el quince por ciento del incremento acordado sin pagar el exento de envío y con la preciosa pelirroja, ya saben, para sellar el trato ―respondió él Luc con una sonrisa descara y señaló a Alice antes de guiñarme un ojo.
―¿Se puede saber que hacen? ―preguntó ella con cuidado.
―Negociar, cariño. El señor Basciano quiere pasar la noche con ella.
Maldito bastardo, pensé con coraje.
Debía ser una maldita broma y la iba a cortar de raíz.
―Lo siento, pero mi noche está ocupada por ustedes —dije con coquetería—. Conocen el procedimiento, siempre es con cita y con el aval de nuestro jefe, además de que la oferta debe ser superior a la primera ―expliqué con confianza.
En un burdo intento de insultarlo, uno que no esperé a que me mordiese el trasero segundo después.
―Entonces ofrezco el triple del precio acordado por tu servicio y avisamos a tu jefe sin problemas, no creo que se niegue cuando puede sacar una excelente tajada de alguien como yo ―expresó con seguridad que odié.
Era un reto claro de que, como fuese, iba a terminar conmigo en su cama.
Una parte de mí quería llorar, otra parte de mí quería retarlo, mientras mi ambición me dijo que tomase el dinero, porque me ayudaría con mis planes en el refugio de mujeres.
―Por nosotros no te incomodes, no creo que esta hermosa mujer de fuego se niegue a un buen juego por el doble de la misma cantidad ―afirmó el menor de los hermanos.
―Entonces, siendo así, nosotros nos retiramos, quiero que una rubia ardiente cumpla con mis fantasías.
Luc se levantó enseguida, rodeó la mesa y me tendió la mano.
No pude evitar pensar que era un demente, pero si algo sabía muy bien era que, si no me iba con él, Rocco sería una molestia en mi trasero. Disimulé un suspiro y miré a Alice, que estaba viéndome con preocupación.
—Te escribo luego —le dije y le guiñé el ojo para que se calmase—. Dile a Lilly que estaré bien. Disfruten la noche.
Los demás asintieron con algo de educación.
Una a la que Luc no pareció hacerle gracia porque enseguida me tomó del brazo para sacarme de ahí. Lo que fue casi imposible porque todo el mundo quería habla con el gran hombre de la noche, mientras muchas mujeres de la sala me vieron con absoluto interés.
—Por favor, suéltame, me estás apretando muy fuerte —le dije con cuidado y volteó a verme.
—Ni pienses por un segundo que te voy a soltar, Emma.
La forma en la que lo dijo, el tono, fue mi maldita perdición.
Les hizo gestos a los hombres de seguridad y, luego de aflojar su agarre, me sacó del salón. Ahí me di cuenta de que la seguridad despejó el pasillo que daba a las escaleras de mármol con dirección a la entrada.
―¿Adónde vamos?
—Iremos a un lugar privado y seguro.
Fruncí el ceño porque para mí no había lugar más práctico para él que el hotel, sin embargo, entendí las dimensiones de que el heredero pródigo de la ciudad fuera visto con una dama de compañía, por lo que me reí.
No pude evitar reírme en su cara.
—¿Qué es tan gracioso?
—No me hagas decirlo…
—Dime qué es tan gracioso, Emma.
—Que no solo eres un mentiroso de primera, sino que seguramente estás buscando la forma de cómo callarme para que no saque tu pasado trágico de hace siete años, ¿no es así? —espeté soltándome con fuerza de su agarre—. Es obvio que esto es solo un burdo intento de que no abra la boca.
—¿Es lo que piensas de mí?
—No, la verdad es que no…
Bajé los escalones con gracia, tomando parte de mi vestido rojo, pero enseguida fue detrás de mí y me tomó de las muñecas, girándome en el acto para verme a la cara.
Su expresión podría ser la de un ganador del Óscar.
El dolor que en ella estaba plasmado no era normal, era como si le confiriese a sus facciones angulosas más años de los que tenía, como si pintase su cabello del color de un caramelo recién hecho unas cuántas canas de sacrificio.
—¿Qué es lo que piensas de mí?
—Es fácil decirlo, Luciano Basciano: eres un imbécil.
En ese justo momento, uno de sus elementos de seguridad nos interrumpió.
—Está lista la limusina, señor, ya pueden salir.
Luc me soltó y me tomó de la mano como si yo no le hubiese insultado, como si fuese una nimiedad, y sabía que si llegaba a soltarla tendría más que problemas. Así que me condujo hasta afuera y abrió la puerta del auto.
—Entra.
—¿Adónde vamos?
—Te acabo de decir que, a un lugar seguro, confía en mí.
—Ese es el problema, Luciano Basciano, asumes y no piensas más allá de tu nariz, dime: ¿cómo podría confiar en un mentiroso como tú?