Ain´t got a shotglass in my fist.
To spill it away on my business
Telling these strangers about you.
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(Personal — Jessie J)
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Leslie
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Llegué a la oficina más temprano de lo habitual, desperté temprano y luego de dar vueltas en la pequeña ratonera que era mi apartamento en ese momento, decidí salir antes.
Mantuve los auriculares puestos desde que salí, reproduciendo la que oficialmente era mi canción favorita… “La chica que me roba el aliento”, una pieza donde un niño escribe una carta y en ella describe todo lo que quiere en su chica ideal; la canción hablaba de cómo a través de los años había conocido a algunas mujeres que tenían alguno de esos detalles, pero cómo ninguna había logrado el más importante de todos… robarle el aliento cada que la mirara.
El hecho de que Logan me pidiera precisamente que escuchara esa canción me aceleraba el corazón, me hacía pensar locuras, como que yo sí había logrado hacerlo.
—Uh, deja de pensar tonterías, Leslie —Me dije a mí misma antes de volver a reproducir la canción, tenía que sacarme todas esas tonterías de la cabeza. Logan solo se estaba haciendo el coqueto, y era lindo recibir un poco de su atención, pero no significaba nada, yo no era más que un mosquito, diminuto e insignificante, en su mundo lleno de maravillas.
Dejé que la música siguiera un poco más y luego repetí una y otra vez, como un rezo de invocación, que tenía que olvidarme de él, pero nada de eso impidió que un poco más tarde, el sonido de la puerta del elevador me hiciera levantar la cabeza, llena de esperanza… como había hecho a lo largo de toda la mañana, salvo que esa vez no hubo decepciones, mi corazón fue recompensado cuando vi a Logan aparecer tras las puertas metálicas y empezar a acercarse a mí.
«Dios. Estoy peor de lo que pensé», me dije entre divertida y preocupada, nada de eso era parte del plan, mi llegada a Dublín representaba una nueva etapa, una donde estaría sola y estaría bien, no se suponía que yo anduviese hiperventilando por, literal, el primer chico que se había fijado en mí en la ciudad, mucho menos si este era una súper estrella de la música… Era una completa locura.
Pero era difícil no caer bajo su encanto. Logan era perfecto por donde lo mirara, no solo era ridículamente apuesto, sino que tenía una sonrisa para morirse, un porte varonil, ligero y despreocupado. Un par de mechones de su cabello caía desordenado sobre su frente y el suéter blanco que llevaba le hacía lucir incluso más corpulento, sin mencionar que me había dedicado una canción exquisita, jamás podría borrar eso de mi cabeza. No había forma de que alguien pudiese resistirse a él, traté de refugiarme en ese pensamiento para compensar mi debilidad.
—Buen día, Leslie —saludó al detenerse frente a mi escritorio.
—Hola, Logan. —Sonreí, agradeciendo que Annabelle estuviese en la oficina con el señor Ian, eso me permitía hablar con un poco más de libertad. Pero entonces dos cosas llamaron mi atención, la primera era que tenía mi bufanda en su mano derecha, y la segunda, que no estaba sonriendo como otras veces.
—Ayer dejaste esto en el auto —dijo dejando la bufanda sobre el escritorio.
—Ah, sí, lo noté recién esta mañana antes de salir, muchas gracias. —La tomé, sonriendo apenada, preguntándome si pensaba que lo había hecho a propósito.
—Yo me di cuenta apenas regresé al auto, y tuve intenciones de devolvértela, pero… —Tensó los labios y me miró sin esa chispa alegre que le caracterizaba—. Al tocar a tu puerta me dijeron que… En realidad no es tu puerta. —El estómago me dio un vuelco—. Me dijeron que no vivías ahí, de hecho… Nadie en el lugar reconocía tu nombre. Eso me pareció extraño, pero subí al auto para irme y entonces… te vi tomar un bus para salir del barrio.
—Logan… —Intenté hablar, pero él siguió hablando, pareció no escucharme.
—Nunca fui el más listo de la clase… Me avergüenza un tanto admitir que no es por lo que se me reconoce, pero no hace falta serlo para entender que tú no vives ahí donde te dejé ayer… Donde me dijiste que lo hacías, mentiste y solo puedo asumir que lo hiciste porque no querías que yo lo supiera, ¿estoy en lo correcto?
—Lo siento tanto —Alcancé a decir antes que él alzara una mano.
—Descuida, creo que puedo comprender lo que pasó, tengo una hermana menor que lleva un par de años viviendo sola en Nueva York, entiendo de estrategias de defensa contra el acoso, solo quiero decirte que de verdad lamento si de algún modo te hice sentir incómoda con el cómo te traté, te juro que no era mi intención. Sí quería conocerte, pero quizás fui demasiado intenso en mis conductas… Y por eso te pido disculpas, y te aseguro que esa situación no se volverá a repetir, me mantendré al margen.
Todo dentro de mí se sacudió al oírlo, en mi pecho algo rugió negándose a eso.
—Tú no hiciste nada malo, yo… —Respiré profundo, no sabía qué decir, ni siquiera sabía si podía hablar, me sentía tan avergonzada y tan culpable que mi cabeza estaba en blanco—. Quisiera poder explicarte lo que pasa, pero… En serio lo siento, Logan, jamás quise ofenderte.
—Descuida, soy yo el que debe pedir disculpas por hacerte sentir así, y… —Interrumpió sus palabras cuando la puerta de la oficina se abrió y Annabella apareció ante nosotros.
—¡Logan, cariño! ¿Cuándo llegaste? Tu padre te está esperando.
—Apenas entré, solo saludaba a Leslie —se giró hacia mí para inclinar levemente su cabeza—. Como te dije, te prometo que no se volverá a repetir.
Su boca se torció en lo que parecía ser una sonrisa, que distaba mucho de la que había visto los días anteriores, eso me dolió tanto como verle alejarse del escritorio y desaparecer tras la puerta de su padre.
—¿Ocurre algo? —Preguntó Annabella frunciendo el ceño—. Estás tan blanca como el papel, y eso es raro incluso para ti.
—Estoy bien —Alcancé a decir, tomando la bufanda y metiéndola en mi bolsa en un solo movimiento, la mujer me miró en silencio un segundo y luego se encogió de hombros para volver a su escritorio.
Volví la cabeza hacia el ordenador, pero mi atención estaba muy lejos… Sentía que la cara se me caería de vergüenza, porque lo cierto era que el día anterior, le había dado la dirección incorrecta con toda intención, había subido al auto y luego me había arrepentido; me di cuenta que empecé a hablar de Kyle, apenas si conocía a Logan y ya le había contado cosas de mi vida que quería mantener enterradas, eso me había puesto a la defensiva, pero jamás pensé ser descubierta de ese modo, y ahora me sentía realmente enferma de vergüenza.
Él estuvo en la oficina de su padre apenas unos diez minutos antes de volver a aparecer. Cuando lo hizo, nos dedicó un par de palabras de despedida, apenas inclinando la cabeza hacia mí cuando pasó frente a mi escritorio, y solo desapareció, no volví a verlo en todo el día. Las horas pasaron y mi humor no hizo más que empeorar, para cuando llegó el fin de la jornada, estaba hecha trizas, la mortificación me corroía. Sí, la intensidad que veía en la mirada de Logan cuando me hablaba me ponía nerviosa, pero no porque él estuviese haciendo algo malo, eso no tenía nada que ver con él, y lo peor de todo era que temía haber arruinado la que de momento era el único prospecto de amistad que tenía.
Salí de la oficina sin despedirme de nadie, dudaba que alguien lo hubiese notado. Me sentía como en piloto automático, apenas era consciente de lo que hacía o hacia dónde me movía, el viaje en bus lo sentí interminable y llegar a casa se sintió incluso más solitario que de costumbre. Dejé mis cosas sobre la mesa y me dirigí a la habitación para luego desparramarme en la cama, con la mirada fija en el techo.
—Soy una tonta.
Mentir sobre mi dirección había sido exagerado, él no estaba haciendo nada malo, solo estaba siendo muy amable, ni siquiera me obligó a subir a su auto, y ahora él creía que yo pensaba que era un acosador.
—Todo esto es una locura.
Cuando fue hora de dormir, lo hice rogando para que el día siguiente fuese mejor, pero desperté y la sensación de “eres una idiota” seguía ahí, pero comprendí que no había mucho que hacer al respecto, pero que el día pasara y él no apareciera hizo que regresara a casa sintiéndome peor.
Al día siguiente fue lo mismo, y al siguiente y al siguiente… Sentía que la semana acabaría y él jamás aparecería otra vez en la oficina, eso no solo fue decepcionante, sino que no hizo nada más que aumentar mi sentimiento de culpa, pensar que se negaba a visitar a su padre en la oficina solo por mantener las distancias conmigo me hacía querer meter la cabeza en el retrete.
El jueves había luchado violentamente contra el impulso de preguntar por él, el señor Callaghan se había pasado por mi escritorio antes de asistir a una reunión, y las ganas de saber de su hijo casi le ganan al sentido común, pero… ¿Cómo podía justificarle a mi jefe preguntar por su hijo? Y aun no tenía a nadie con quien cotillear en la oficina que me pudiera informar al respecto.
Cuando la jornada terminó y salí del edificio… parecía llevar una carga emocional muy pesada, habían pasado semanas desde la última vez que me sentí así, aunque habían sido motivos diferentes. Miré hacia la parada de buses, no quería ir a casa aún, necesitaba algo de ruido para no seguir pensando en mi estupidez, así que caminé en la dirección opuesta.
Había caminado un par de calles cuando me topé con una pequeña pastelería, pensando que quizás algo de azúcar en mi organismo me ayudaría a subir mis ánimos… entré.
Era un local pequeño, apenas habían dos mesas diminutas para sentarse a tomar algo; estaba vacío salvo por los tres empleados que alcanzaba a ver no lo hacían más espacioso, pero parecía un lugar tranquilo para estar.
—Buenas tardes, cariño. ¿Qué podemos ofrecerte? —preguntó una mujer de tercera edad al otro lado del mostrador.
—Buenas tardes, ehm… La verdad no sé, es la primera vez que vengo, ¿qué me recomienda?
—Pues tú dime qué necesitas, encanto —respondió la mujer con una sonrisa amable, inclinándose sobre el mostrador—. Tenemos magdalenas, panecillos de jalea, pie de manzana, tarta de chocolate, de zanahoria… Tenemos el postre ideal para aliviar cualquier mal.
—La verdad es que no lo sé —Sonreí avergonzada, que me costara hasta elegir un postre no era buena señal.
—Si me permites… —agregó una mujer mayor que se encontraba barriendo el frente del local cuando yo entré—. Me parece que necesitas algo cargado de chocolate para poner una sonrisa en ese lindo rostro.
—Sí, quizás algo de chocolate me vendría bien.
—Pues no se diga más, tú toma asiento, nosotras nos encargaremos —dijo la del mostrador.
Me senté frente a la mesa del rincón y miré a través de la pequeña ventana, las personas que caminaban por la acera parecían vibrar en una resonancia diferente a la mía, ahí adentro todo parecía más silencioso y pacífico.
—Aquí tienes, encanto, tarta de chocolate y te preparé un tazón de café irlandés… —Le vi inclinarse hacia mí, poniendo una de sus manos alrededor de su boca, como si fuese a contarme un secreto—. Le puse un chorrito extra de whisky.
—Gracias. —Sonreí cuando me dedicó un guiño, y me dispuse a disfrutar mi postre, o al menos eso intenté. Un rato después, la joven mesera se acercó a la mesa para recoger el plato y la copa frente a mí.
—¿Y qué tal estuvo?
—Todo estaba delicioso, gracias.
—Pero no ayudó a relajarte, ¿cierto? —preguntó la mujer detrás del mostrador mientras la otra se sentaba frente a ella en uno de los bancos.
—No, no mucho. —Sonreí apenada—. Pero eso no es su culpa, es mía, en realidad… Hice algo muy tonto y… ahora me siento mal por eso.
—No pareces alguien que haga cosas tontas. —Sonreí ante la amabilidad de la anciana.
—Pero lo soy.
—¿Qué pudiste haber hecho tan malo como para tenerte tan triste? Eres joven, eres hermosa, te ves saludable...
Respiré profundo, no conocía a esas mujeres, pero antes de darme cuenta… le estaba contando todo lo que había pasado y lo terrible que me sentía al respecto. Las tres me escuchaban con atención hasta que terminé.
—Y pues… Eso, sigo pensando que la simple idea de ser su amiga es absurda, sería unir dos mundos completamente diferentes, pero… Si soy honesta… Me pesa pensar que perdí la oportunidad de ser al menos su amiga.
—Sí, por lo que dices es un buen chico, de esos no hay muchos —dijo una de las ancianas.
—Muy cierto.
—¿Qué tan famoso es? —preguntó la joven. Apreté los labios y ladeé la cabeza antes de resoplar.
—Muy famoso, es casi absurdo que tan siquiera me hablara, pero eso no es importante, me refiero a que… Todo esto no se debe en sí a que sea famoso, es algo personal, apenas salgo de una muy mala y larga relación y estoy… muerta de miedo.
—Sí, Ava, eso no es importante —reclamó una de las mujeres, pasándome otra copa de café—. Le puse todo el whisky que podía, cariño; si le pongo más sería un coctel, y no tengo permiso legal para venderlos, espero que te sirva así.
—Descuide, está perfecto.
—¿Es un artista nacional, o…?
—¡¡Ava!! —reclamaron ambas mujeres, esta vez haciéndome reír.
—¿Qué? Solo pregunto porque quiero ayudarla —Se defendió la chica—. Si es un artista nacional puede escribirle para verse, ya sabes… pedirle disculpas…
—No tengo su número.
—Pero si es famoso tiene redes s0c¡ales, lo importante es explicarle todo. —La miré sin saber qué decirle, tenía un buen punto, y al ver a las ancianas, ellas parecían pensar lo mismo.
—Las r3des s0c¡ales siempre me han parecido muy impersonales, pero… el mundo funciona distinto ahora, quizás funcione, y… Si ya está todo mal, ¿qué perderías con intentarlo?
—Sí, supongo que no tengo nada que perder —murmuré dándole un sorbo a mi café adulterado.
De momento, la idea de la chica era la mejor de mis opciones, porque por encima de todo... no quería que me sacara de su vida, pero al mismo tiempo... ¿Qué diablos se suponía que iba a decirle? O más importante aún… ¿Él querría hablar conmigo? ¿Qué haría si no?