Carlota estaba junto a Leonel y Edelmiro en la biblioteca de la mansión, los miraba con ojos profundos y empequeñecidos, como si los midiera bien
—¿Qué es esto? ¡Explíquense! ¿¡Como que te vas a casar con Savannah? Si no hace diez minutos la odiabas a muerte, ¿Es una maldita broma?
—La gente cambia de opinión, madre —aseveró Leonel, su madre se acercó a él, lo miró bien a los ojos
—No me mientas, Leonel, dime la verdad —dijo Carlota con voz débil y eso lo consternó, Leonel miró a Edelmiro
—La verdad es que…
—¡Es que Leonel se siente en deuda! —exclamó Edelmiro, no era tonto, y sabía que Carlota jamás consentiría un matrimonio por contrato—. Leonel tiene mucha compasión por la chica, no quiere que esté sola, y, además, me ha dicho que siente algo, por supuesto, estamos lejos de hablar de amor, pero, yo creo que la balanza se inclina a ese favor.
Carlota frunció el ceño, confusa, luego miró a su hijo, lo observó muy bien, con mucha intriga, Leonel se quedó estático, odiaba cuando su madre lo miraba así, no podía engañarla, no había nadie en el mundo que lo conociera como ella
—¿De verdad, hijo?
Leonel se quedó atónito y se limitó a asentir con prisa
—Sí, así es…
—¡Ay, lo sabía! ¡Yo sabía que Savannah te gustaba, es preciosa y es tan buena! Ella salvó tu vida, hijo, aun así, una boda ahora, me parece demasiado precipitado, hay que esperar.
Edelmiro y Leonel se miraron con preocupación
—No, madre, voy a casarme con Savannah.
La seguridad en la voz de Leonel, le provocó una gran confusión
—¡Por Dios, Leonel! ¿Qué hiciste? ¿Está embarazada?
—¡¿Qué!? ¡No! No es eso, es que, se lo prometí, y ella está muy ilusionada, ya no quiero hacerla sufrir, además, todo el mundo está feliz con esta decisión.
—Leonel, aquí no importa si el mundo entero quiere esto, lo que importa es lo que tú quieres, ¿Quieres casarte con Savannah?
Leonel bajó la mirada, por un instante quiso gritar que no, ¡No quería casarse con una desconocida! Pero, luego pensó en su carrera, en las consecuencias que todo eso le traería
—Sí, madre, voy a casarme con Savannah.
Carlota juró que nunca lo había visto tan seguro, y sonrió, luego lo abrazó
—Felicidades, hijo, no voy a negar que esto me hace también feliz a mí.
Leonel y Savannah caminaban por esa joyería, era la más cara de la ciudad, y de la marca Giacomi, una marca de lujo y renombre.
Leonel había pedido que trajeran las mejores sortijas de compromiso, sin importar el precio, eran joyas exclusivas, que nadie nunca había visto antes, y jamás encontrarían en otra parte. Puestas sobre un estante de terciopelo brillaban preciosas, como estrellas, Savannah las miraba sin mucho interés, Leonel hacía preguntas clásicas y oportunas
—¿Cuántos kilates tiene? ¿Cuál es el significado de la joya? ¿Qué tipo de diamante es?
Todas sus preguntas fueron respondidas por el asesor
—Entonces, Savannah, ¿Ya elegiste?
Ella le miró con duda, y negó
—No.
—¿Cómo qué no? No puedes solo elegirla, elige la que más te guste, si quieres la más cara, o la que tenga tú color favorito —espetó aturdido y con algo de frustración, Savannah miró al asesor con cara triste, y el hombre bajó la vista, apenado. Leonel contestó una llamada de su móvil y se alejó
—Está sortija es muy bonita —dijo mostrándole una con un rubí en forma de ovalo—. El significado del rubí es un amor fuerte y puro, podría ser el ideal para usted.
Savannah sonrió con atención, la puerta se abrió y un imponente hombre de traje beige se hizo presente, el asesor se volvió pequeño ante él, parecía vulnerable
—Señor, bienvenido, estoy vendiendo una joya para un reconocido artista y su futura esposa.
—Sí, como sea, dame la carpeta de anillos y ve a atender el menudo lío que tienes con los empleados.
El hombre parecía angustiado
—Claro, señor Giacomi.
El hombre intentó irse, pero Giacomi lo detuvo
—Espera, dame la llave maestra.
El hombre se la dio y luego se fue.
Savannah miró a todos lados, pero no encontró a Leonel, sintió miedo de ese hombre, tal vez por su voz tan gruesa, o esa forma de actuar tan directa, miró sus ojos, eran de un color azul como la porcelana, tragó saliva, ese hombre era realmente atractivo y se avergonzó de pensarlo, incluso su sombra igualó a la de su amado Leonel
—¿Qué busca en un anillo, señorita?
Ella titubeó
—No… no lo sé.
—Es un problema cuando no se sabe lo que se quiere.
Ella le miró bien, esas palabras le evocaron un temor y el hombre lo notó
—Las joyas son solo joyas, la gente les da importancia por su valor monetario, por su valor de elegancia y el estatus, pero le diré la verdad, las joyas solo tienen un valor sentimental, las piedras por más preciosas que sean, son solo piedras, metales, que puede encontrar en cualquier lado, y lo peor, en cualquier mundo, así que, no poseen ninguna cualidad especial.
Ella sonrió, ante sus palabras, ahora ya había una lógica ante ella
—Es cierto —ella le mostró su pulsera de oro, tenía una sencilla piedra turquesa—. Mi madre me dio este brazalete cuando era bebé, conforme crecí, amplié la pulsera, pero la piedra es valiosa, no por su valor, pero es preciada en mi corazón.
—¡Exacto! —dijo el hombre con una voz emocional—-. Muchas mujeres piensan que entre más cara sea su argolla, mayor es el amor, ¿A escuchado la frase de que en el mundo hay personas que solo sienten tu amor si vale cien quilates?
Ella asintió
—Pero, lo importante de una joya, no es eso, sino por qué se eligió esa joya y no otra, ¿Qué representa? ¿Qué significa? porque cuando uno ve un diamante, como este —dijo sosteniendo en sus manos algunas argollas, mientras la joven se acercaba a mirar a su lado—. Y cuando un hombre se lo dará a la mujer que ama, entonces es especial, como se elige, que joya se parece a ella, a sus ojos, a su dulzura, a su brillo, a su elegancia, ¿Es un diamante irrepetible acaso? ¿Es tan perfecto como su sonrisa? Esas son las preguntas que un hombre enamorado se hace al elegir tal joya.
Savannah bajó la mirada, conteniendo el dolor y las lágrimas. Por un momento el señor Giacomi se perdió entre sus pensamientos, sin decir nada
Hasta que la miró, y observó sus lágrimas
—¿Está bien?
—No lo estoy —dijo, él limpió sus lágrimas con sus manos, sintió mucha compasión y ternura por la pobre joven, era hermosa, y tierna, que, si hubiese podido, estuvo seguro de que querría meterla en una caja de cristal para que nada, ni nadie pudiera dañarla
—¡¿Qué sucede aquí?!
Se alejaron porque la escena se volvió incómoda
—Buenas tardes, ¿Usted quién es? —cuestionó
—Leonel Sagan y soy quién pagará la maldita joya que ella elija —Leonel estaba fuera de control
—Tranquilo, señor Sagan, me presento, soy Leandro Giacomi, dueño de está joyería.
—Ah, que bien, ¿Y eso que me importa? He venido a comprar un maldito anillo, no a que consuele, o seduzca a mi prometida.
Leandro estaba por exclamar y decirle unas cuantas verdades
—¡Quédate con tus malditos anillos! Yo no quiero, ya no quiero nada, búscate otra esposa, allá afuera, entre tus fanáticas, cómprate una —gritó Savannah y salió corriendo, Leonel se quedó estupefacto, miró a Leandro, pero no dijo más, salió corriendo tras ella.
Savannah corrió por la puerta trasera, los paparazzi y los fanáticos estaban del otro lado, no pudieron notar lo que ocurría, todos esperaban que salieran con una pequeña caja de regalo, que debía ser un anillo de compromiso.
Ella no se detuvo hasta perder el aliento, pero cuando sintió que aún podía ser alcanzada, llegó hasta el jardín botánico del centro, se adentró rápido, y fue hasta el paseo de los bonsáis, pero Leonel que la seguía muy de cerca, lo notó.
Savannah estaba tan confundida, quería huir, las circunstancias ya no eran lo que ella esperaba, las lágrimas incontenibles caían por su rostro, tosió con fuerza, tenía frío y no era normal con tremendo calor en esa ciudad
—¡Savannah! —exclamó Leonel con voz furiosa, ella no quería mirarlo, se sintió débil, pero no tuvo que hacerlo por ella misma, él tomó su brazo con fuerza, obligando a que le mirara—. ¡¿Qué demonios fue ese discurso barato?! ¿Qué? ¿Te gustó el señor Giacomi? Es más rico que yo, ¿Es eso lo que buscas?
Ella manoteó, intentó liberarse
—¡Suéltame! No buscó nada, busco ser libre, libre de ti, ¡Ya no te quiero! Es más, ahora te odio —exclamó entre lágrimas
Leonel estaba irresoluto
—Ah, ahora eres bipolar, ¿Ahora me odias? Hace una hora me amabas, ¿Qué cambió?
—¡Tú cambiaste! No eres como en mis sueños —dijo llorando y cubriendo su rostro, estaba tan confundida, Leonel sintió pesar de verla así, se acercó despacio
—Savannah, ¿Qué pasa?
—Ni siquiera te importa, pero eres bueno fingiendo, pero yo no te conozco, ni siquiera pudiste actuar como si te importara un poquito, ¿Acaso alguno de esos diamantes se parecía a mí?
—¿Qué? —exclamó confuso
—¿Acaso no sientes nada por mí? —dijo acunando su rostro, mirándolo con ternura, Leonel sintió sus manos calientes sobre su piel, ahora que ella lo tenía tomado, no podía huir, no de ese sentimiento, bajó la mirada y fue inevitable sentirse tan tentado, besó sus labios, fue un beso tan dulce, pero no pudo resistirlo, la estrechó en sus brazos, y el fuego comenzó a latir en sus cuerpos, hasta que se quedaron sin aliento
—¿Qué quieres de mí?
—Te quiero a ti —dijo con voz firme, él tocó su frente, para notar la fiebre en su cuerpo, la joven se veía pálida
—¡Estás enferma! Debemos irnos.
Tomó su mano, y llamó al chofer que en pocos minutos estuvo ahí.
Cuando llegaron a casa, llamaron al médico, quien les dijo que se trataba de una infección en la garganta, y que le había inyectado un antibiótico
—Pronto estará bien —aseveró
Leonel entró en su habitación, estaba dormida y cobijada con una manta, admiró su figura, y su rostro, se sentó al borde de la cama
«Pobre… pareces la bella durmiente, a mi lado no tendrás una buena vida, no la que creo que mereces, ¿Qué quieres, Savannah? Ya debes saberlo, de mí no obtendrás amor, no soy esa clase de hombre, llegaste tarde, a veces las personas llegan tarde a la vida de otras, y es imposible revertirlo» pensó con amargura, su madre Carlota le hizo una señal
—¿Es cierto que no compraron el anillo? —dijo Carlota mientras caminaban por el pasillo, su madre le mostró el móvil, donde les habían grabado en el paseo de los bonsáis, en una supuesta primera pelea de novios, y una reconciliación pasional, porque decían que Savannah dudaba del amor de Leonel, la nota no parecía salida de lo real.
Leonel se enojó, no solo con ella, como con él mismo, los periodistas y los fanáticos.
—Iré a comprar el anillo —aseveró. Carlota miró la hora
—Es tarde.
—Saldré en el viejo Ford, así despistaré a los periodistas —dijo saliendo con una gorra y sin ser detectado.
Manejó hasta el centro, y se sorprendió de ver la joyería Giacomi aún abierta, decidió estacionarse y entrar. Abrió la puerta y pidió ser atendido
—Estamos en inventario, señor, me temo que no…
—Yo lo atiendo, Vera, sigue con el inventario —dijo el señor Giacomi que ya lo había reconoció enseguida, luego le pidió que lo siguiera
Caminaron hasta el mismo salón donde estaban antes, el hombre abrió un cajón, sacando así las argollas que tenía antes
—¿Supongo que ha venido por el anillo que no compró en la tarde?
—Así es, y tengo prisa, así que elegiré rápido.
—Si así de rápido, como elige un anillo, elige a la mujer que ama ¿Qué garantía tiene de que habrá escogido a la correcta?
—¿Y eso en que te afecta? —dijo mirando sus ojos con desafío, en distinto color de azul—. Savannah Rose, la joven que estaba conmigo, no está disponible, así que, cualquier intención que tengas, lánzala lejos de ella.
Leandro sonrió bufón
—Aún sigo pensando que ella es demasiado para ti.
Leonel le miró con coraje.
—¿Y tú quién te crees que eres?
—Nadie, solo que, si no puedes elegir el anillo para pedirle a la mujer que amas que esté a tu lado por el resto de tus días ¿Qué futuro puedes ofrecerle? Hay días grises en plena primavera, si no eliges bien con quien los pasarás, te encontrarás a ti mismo, huyendo lejos del mundo, sin ella.
Leonel bajó la mirada, no quería eso, ningún sermón que le confundiera más la cabeza
—Bueno, elegiré.
Leandro sonrió, como si tuviera la mejor victoria, abrió otro cajón y sumó algunos anillos al cojín, luego los trajo ante él. Leonel no se decidía, hacia preguntas ambiguas
—¿Te doy un consejo?
Leonel le miró con desdén
—Pues, supongo que será mejor que lo digas, o nunca saldré de aquí.
—La mujer que tienes no parece ser la típica que se iría por una tonelada de oro, piensa en ella y elije la joya —dijo mientras indicaba que volvería, pues debía atender un asunto personal.
Leonel miró con calma, pensó en Savannah, aquel día, en la isla de Alba, cada instante, y esos besos, tocó sus labios como si pudiera rememorarlo. De pronto, sobre el suelo inerte, observó aquel brillante, apartó de sus manos el cojín, y levantó aquel, era una preciosa sortija, de oro blanco y con un diamante, de forma ovalada, era tan hermoso y delicado, Leonel pudo imaginarla luciendo esa joya en su dedo delgado.
Cuando el señor Giacomi volvió y observó la joya, le dijo que no estaba a la venta, Leonel se frustró
—Era mía, era personal.
—¿Era de su madre? —él señor Giacomi negó, y entonces Leonel lo entendió, iba a devolverle la argolla
—No. Tómela, se la venderé al precio que debió costar.
—Pero, es para su novia.
—Ya le dije, las joyas tienen un valor sentimental, pero para mí, esta joya ya no vale nada, espero que, en las manos de Savannah Rose, su valor se vuelva incalculable para usted.
Leonel pagó la joya y observó el rostro del hombre, y notó que se trataba de una decepción, era esa misma cara que tenían los malqueridos, él nunca había visto ese gesto en su rostro, pero sí lo había visto en su madre, no pudo evitar sentir algo de compasión, pagó y se despidió.
Encendió el auto y fue a casa.
Al día siguiente, cuando Savannah Rose abrió los ojos, vio justo frente a su cama a Leonel Sagan, se irguió confusa
—Hola —dijo segura de que, si era un sueño, era el mejor
—¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor, gracias por preocuparte.
—Vale, debes arreglarte, tendremos un delicioso desayuno —afirmó.
—Estaré lista, pronto —dijo y Leonel encontró en su voz aun algo de decepción
—Savannah, te ves muy linda hoy —la joven se sonrojó, mientras con su mano derecha trataba de arreglar sus cabellos claros, Leonel sonrió con burla y dulzura—. Por cierto, que hermoso anillo luces en tu dedo, te ves muy brillante.
Savannah le miró confusa
—¿Qué anillo? —exclamó, pero sus ojos se abrieron enormes, con una cara de sorpresa y felicidad al mirar aquella esmeralda en su dedo anular. Ella sonrió, se veía feliz, tanto que hizo sonreír a Leonel—. ¿Y sabes algo, Leonel? Yo me casaría contigo, incluso si este anillo fuera de papel.