el de Aiko Sandoval era mucho más espacioso y femenino, aunque no abrumadoramente. El despacho de Marcus, en cambio, parecía la habitación de un adolescente. No es de extrañar que recibiera a los clientes en la sala de reuniones y no allí, donde el póster de Brigitte Bardot desnuda a tamaño natural y la música rock a todo volumen podrían restarle profesionalidad.
—Pensé que el café podría ser invisible, pero si lo fuera, lo habrías derramado por toda la alfombra debido a la posición de tu brazo. Los británicos suelen sostener sus tazas así. —Hizo un gesto—. Puedes levantar el meñique para darle un aire aristocrático, pero, en general, no mantienes los brazos en posición vertical cuando le llevas a tu jefe una taza a rebosar.
"Imbécil".
Hizo un gesto elocuente con las cejas y esbozó una media sonrisa.
"Un imbécil muy sexy".
—Voy por él ahora —dije sin mucha convicción. En realidad, antes necesitaba hablar contigo de algo.
—No sé si tengo la capacidad de hablar sin azúcar en el cuerpo.
—Dada tu facilidad de palabra y basándome en la experiencia, diría que ni siquiera necesitas oxígeno para hablar.
—¿Estás diciendo que soy un talento, Galia?
—Sólo en el arte de la conversación, porque tu memoria está un poco atrofiada. Mi nombre no es "Galia".
—Pero eres francesa.
—Y tú eres americano, y no creo que te llames como la antigua colonia inglesa —replicó ella, impacientándose—. No me importa que no sepas mi nombre, imagino que debe ser difícil retener la información en un espacio de almacenamiento tan pequeño. Sólo quería solicitar un cambio.
—No tengo duda de que necesitas un cambio, Galia. El corte de esa falda no es nada favorecedor.
—Tampoco te favorece comentar el largo de mi falda cuando, como abogado, defiendes casos de discriminación de género.
—No estaba hablando de la longitud, y mucho menos insinuando que fuera corta, que es lo sexista. Su equivalente espiritual debe ser la vida media de las ballenas de Groenlandia, que si no recuerdo mal es de 211 años. ¿No mide tu falda 211 centímetros? —El ladeó la cabeza, ese no era el adjetivo que estaba buscando. Es simplemente fea.
La mandíbula de Meg se desencajó.
—¿Le ha hecho algo mi falda para que la intimide?
—¿Yo, intimidándola? —El hizo una mueca de inocencia. Ella es la única acosadora aquí.
—Señor Bennett, no estaba hablando de un cambio de imagen. Hablaba de un cambio de jefe.
—Dudo bastante que Lawfield quiera renunciar. Parece tan humilde, tan tranquilo y responsable, pero sería capaz de apuñalar a tu madre con un abrecartas si le quitaras el trabajo.
¿Te estaba jodiendo?
—Creo que no nos estamos entendiendo.
—Basado en el hecho de que no entiendo a las mujeres, me parece una afirmación bastante acertada. Empecemos de nuevo: hola, Megan Leany Klein. ¿Puedo hacer algo con tu horrible falda?
Lo dijo en un tono tal que Meg estuvo a punto de soltar una carcajada, en contra de su voluntad. No se estaba burlando de ella, no pretendía ponerla nerviosa; tal vez era simplemente su forma de ser... lo cual, por supuesto, no iba a justificar que atacara la autoestima de su ropa. Puede que no tenga sentimientos, pero esa falda la había aguantado más de lo que podía imaginar, encajada en una silla incómoda durante diez horas al día.
"Puedes bajármela por las piernas. Quizá veas algo que te guste debajo, quién sabe".
"Espera. ¿Dijo mi nombre completo? ¿Y lo ha dicho bien?"
Hijo de puta. Estaba jugando.
—Para empezar, podrías dejar de referirte a ella con ese tono tan desagradable —contestó ella, mirándolo fijamente—. Puede que esté hecha de fibra elástica, capaz de aguantar cualquier cosa, pero hay algo de algodón absorbente en ella, y te aseguro que le afectan las críticas destructivas. Lo segundo que le agradecería es que dejara de tratarla como una minifalda. No tiene nada en contra de las minis, de hecho, estoy segura de que sus problemas de autoestima incluyen el deseo de ser como ellas, pero las minis no se han graduado con honores tras una carrera de cuatro años más una especialidad: para eso trabajan cogiendo teléfonos, llevando cafés y siendo guapas para que las miren por detrás. Esta falda está hecha para algo más que eso.
Marcus escuchaba con los dedos entrelazados bajo la barbilla, encantado.
—A ver si lo entiendo... Tu falda tiene un problema de superioridad muy grave.
—Al contrario: están acomplejando a mi falda, haciéndola sentir inferior.
—Porque tiene más tela, merece más respeto.
—No. Estoy hablando de las habilidades de mi falda como defensora; las minis no las tienen. Podrían tenerlas y entonces tendrían derecho a llevar ropas horribles que ofenderían a un abogado obsesionado con Brigitte Bardot, así como a seguir siendo minis, pero como no las tienen, no les queda más remedio que seguir la estricta regla de etiqueta que se les impone: ser guapas para trabajar de secretarias.
—Dile a su falda que las minis son así porque les gusta, no porque a los abogados con buen gusto les pidan que enseñen las piernas. Y que no necesita ser fea para ser respetada. El talento no está ligado a la apariencia.
—dijo el señor que promocionó a Iana Nelson cuando se equivocó al extender un cheque quitando un cero y casi consigue que un tipo sea condenado a la inyección letal.
—No era inyección letal, era cadena perpetua. Iana se lo ganó demostrando que se aprende de los errores. Yo no promociono a gente perfecta, promociono a gente que sabe escalar, crecer y, por supuesto, es ambiciosa. Los que se conforman con lo que tienen y no piden respeto se quedarán donde están para siempre.
—Pensé que el respeto no había que pedirlo, sino que, como derecho, está prohibido negarlo.
—Déjame decirlo de otra manera. —Se inclinó hacia delante, apoyando los codos en la mesa. Si quieres más responsabilidad, demuestra que estás a la altura. Cumplir con tu deber es ser eficiente, y hacer lo que tienes que hacer no merece ningún aplauso. Si lo haces todo bien, eres un nueve. Si lo haces todo bien, vas más allá y muestras interés, entonces te conviertes en un diez.
—murmuré en voz baja—, ¿cuál es el esfuerzo extra? Porque yo hago mi trabajo, hago su trabajo, me ocupo de sus niveles de azúcar en sangre, y me ocupo de su sobrino cuando está demasiado ocupado para preguntar cómo ha ido el partido de baloncesto. El único esfuerzo extra que podría ofrecerle sería el de baisser et suce te robinet.*
Marcus levantó las cejas.
—Vas a tener que hablarme en español. O en inglés.
—¿Qué tengo que hacer para que me dé los proyectos que merezco? —preguntó en cambio. Porque si no me los va a dar, acabaré pidiendo un cambio. No me importa ser asistente de algún abogado de segunda categoría o acabar en un bufete sin cortinas. Y no creo que le guste que me vaya, porque sé muy bien que no sabe ni encender la cafetera. Sin mí se comería su mierda, Sr. Bennett.
—Debería despedirla por esa audacia —comentó alegremente.
Meg suspiró y decidió ir al grano.
—¿Por qué me da encargos solamente?
—Porque los aguanta sin rechistar y, por eso, supongo que no aspira a mucho más. Tal vez no los puso porque, en primer lugar, es educada; me trata de usted cuando no le supero no mas de tres años y agradezco la cortesia con mi sobrino, por eso el decidió gustarle más usted que yo, pero no puede culparme por ser un idiota con poco espacio de almacenamiento y no leer entre líneas —replicó con brío.
Meg parpadeó una vez.
¿Estaba siendo irónico?
—De todos modos, la he estado observando. ¿No te parece? No quiero que su falda rompa a llorar por mi falta de tacto, pero es difícil esconderse de algo tan espeluznante. He llegado a la conclusión de que no está preparada para ser abogada, y no porque le falten conocimientos. Lisa y yo somos conscientes de que está más cualificada que yo, el hijo del "puto amo" fiscal. —y sonrió como un idiota—. El problema tiene que ver con que la práctica y la teoría son cosas muy diferentes y, aunque sea sobresaliente en una, es mala en la otra.
"Dígame: ¿está preparada para defender a un cliente en un tribunal? ¿Tiene esa determinación? Porque hasta ahora no lo ha estado para defenderse ni a usted misma.
Piensa en ello.
Meg se dio cuenta de que todo lo que se decía de los hermanos Bennett era cierto. Podían coger cualquier cosa en su terreno, retorcerla y convertirla en su beneficio. Y todo ello sin siquiera dejar de lado el cortaúñas ni quitar la voz de una banda de rock que no dejaba de gritar por los altavoces.
—Está muy acostumbrado a ganar. Lo entiendo. Pero es muy fácil cuando escuchas las conversaciones de los demás y lanzas insultos para hacer sentir mal al otro.
—¿Parece que hace sentir mal a la otra persona? No te ofendas, Lisa Simpson, pero esto era entre su falda y yo. Nunca me ha gustado que las ancianas vengan a darme lecciones.
—Entonces la culpa fue mía por venir a pedir respeto al actor secundario ; el protagonista y personaje principal de esta película sigue siendo Caleb Lawfield .
Marcus sonrió, cada vez más divertido.
—Si intentaba romperme el corazón recordándome que soy prescindible, no tiene de qué preocuparse. Soy lo suficientemente humilde y no le quitaría el trabajo a un buen amigo. Y no te preocupes, no tienes que seguir el mensaje. Sabe muy bien cómo me desenvuelvo, y sabe tan bien como yo, y ahora lo sabe, que llevo mucho tiempo esperando que me haga una escena. Así que... Sí, estoy acostumbrado a ganar. Esto iba a ser una victoria, se pusiera como se pusiera, siempre que demostrara que tenía lo necesario para exigir lo que se merecía.
Meg no sabía qué decir. Se lo tomó a broma y esperó a que él se riera, pero cuando le vio sacar un cajón de archivos lleno de casos en observación, se dio cuenta de que realmente lo tenía todo preparado.
—Aquí tienes. Trabajo de abogado de verdad. Como tu mentor, te daré tres consejos.
Se levantó tranquilamente y caminó alrededor de la mesa. Apoyó sus caderas en el borde, justo delante de ella, que no sabía qué hacer o decir. Nunca había estado tan cerca, y olía....
Qué bien olía el, por Dios.
—Primero: no te creas demasiado inteligente. Nadie es demasiado inteligente. —Sus ojos amarillos vibraron. Aquel tipo no podía contener su excitación, y siempre estaba excitado. Segundo: nunca dejes el interfono encendido si no quieres que un chismoso como yo se entere de tus conversaciones. Hoy he sido yo el protagonista, pero si te oigo criticar a alguien que me importa más, como Ronnie el de la limpieza, por ejemplo, te la veras conmigo. Y tercero..." Miro la falda. Mi estómago se revolvió. No la utilices como portavoz de tus quejas. Merece ser tratada con dignidad.
—¿Y quién está dispuesto a dársela? —Dudó un poco cuando Marcus levantó la vista, esperando una respuesta ingeniosa. El bajo vientre le cosquilleaba, como si la miel derretida de sus ojos se hubiera colado allí y se deslizara lenta y cadenciosamente entre sus piernas. Porque... porque es obvio que usted no.
Marcus sonrió como lo hacía con las otras chicas: con las secretarias en minifalda.
Su cerebro se derritió. Su inteligencia, entre otras cosas, se ahogó en un charco de hormonas.
—Claro que no. No puedo ser amigo de las faldas; soy su secuestrador.
—Pobres chicas, seguro que luego sufren el síndrome de Estocolmo.
Se rió.
—Nunca lo sabré, se quedan mudas de asombro cuando me acerco. La suya es la única con la que he hablado. Quizá con ella pueda hacer una excepción y entablar una bonita amistad.
—No es una buena idea. Se llevarían muy mal porque no tienen nada en común.
Marcus apoyó las manos en el borde de la mesa y se inclinó un poco hacia atrás, lanzando una mirada soñadora al techo.
—Sí, desde mi punto de vista, necesita unos azotes para despertar... Pero no seré yo quien se lo dé. Estoy en contra del acoso laboral, y más aún del maltrato. Aunque sería una nalgada amistosa. —dijo, mirándola con los ojos entrecerrados.
"Me acaba friendzonar".
—Por desgracia, no sueña con azotes de ningún tipo, pero se alegra de que muestres interés por ella siendo tan horrible. Estás un paso más cerca de darte cuenta de que la belleza está en el interior, señor Bennett .
Marcus dejó escapar una risa ronca.
—No dudo de que su falda sea preciosa cuando está atada al llegar a la casa —comentó con una sonrisa torcida.
Meg se humedeció los labios y casi suspiró.
Él se apartó de ella como si supiera lo que estaba pensando y quisiera evitarlo y se dejó caer de nuevo en la silla del escritorio. Entrelazó los dedos en la nuca y le indicó con un gesto que saliera.
—Aún quiero mi café . No llegues tarde.
"Ah, y por favor, no hagas sufrir a tu amiga. Dile que se ha comido todo el plátano.
Lo primero que pensó Meg al entrar en el vestíbulo fue que Marcus se habría olvidado de la conversación del día anterior y no tendría ningún caso del que ocuparse cuando se sentara en la silla del infierno. Era una sorpresa satisfactoria que no sólo hubiera cumplido lo prometido, sino que se hubiera tomado la molestia de dejarle la información sobre la mesa.
Se sintió medio agradecida por ella. A fin de cuentas, una parte de ella —la que se moría por un acercamiento más íntimo— disfrutaba yendo y viniendo según sus caprichos, y eso significaba que no lo vería en todo el día.
No es así. Lo vería. Porque lo que pensó antes de desprender los anillos del archivador fue que Marcus le habría concedido el tipo de caso idiota que podía resolver por sí mismo. Y eso habría estado bien. Meg no había aspirado a más cuando era el pelirrojo quien debía darle responsabilidades. Lo que no estaba bien era encontrar lo que encontró: no una excusa, sino la obligación de plantarse en su despacho y preguntarle si estaba en la broma.
Cogió el teléfono y pulsó el botón que conectaba con Marcus Bennett . Podía verlo desde su cubículo si se ponía de pie: era él quien estaba a cargo de todos los asociados y, como tal, su oficina gobernaba la sala.
—¡Wazzuuuuuuuuuup! —exclamó Marcus al otro lado de la línea, probablemente sacando la lengua. Meg guardó silencio. Hola...? ¿Es Wentworth?
—Uh... No. Soy Meg. Siempre es Meg cuando se enciende la luz roja, señor Bennett. ¿Espera una llamada de su hermano?
—No, es que es el único que no se ríe y me contesta igual cuando contesto al teléfono con esto. Sobre lo de la luz, soy daltónico. Y sobre tu silencio... Por Dios, no me digas que no te ha hecho gracia. O peor: que no has visto Scary Movie. No podría soportar a un asistente que no aprecie una de las grandes joyas del cine.
—Si tuviera que contestar al teléfono evocando joyas del cine, citaría Dial M for Murder.
—Debería haber adivinado que eres más del tipo "cine clásico". ¿Debo entender que quieres que te deje colgado del auricular diciendo "hola" durante dos minutos, y que luego intente asfixiarte con la cuerda por detrás...?
—No, gracias. No creo que los socios quieran presenciar un espectáculo así.
—Bien, entonces improvisaré. Llámame.
Y colgó. Meg miró el auricular como si lo hubiera mordido, y aunque consideró mandarlo a la mierda por ser un imbécil en horario de trabajo, le siguió la corriente y llamó.
O tal vez lo hizo porque era su deber escuchar a ese... ese... personaje.
—¿Bennett?
—Bueno, Clarisse... —dijo, con la desgastada voz de Anthony Hopkins. ¿Han dejado de chillar los corderos?
Meg contuvo una carcajada y en su lugar dejó escapar una exhalación ahogada.
—Dr. Lecter —murmuró en un tono afectado. Marcus rió al otro lado. Eso sí que es un clásico, señor.
—Te acabas de ganar el derecho a entrar en mi despacho y contarme tu problema. Va a tener que ser rápido, porque en quince minutos empiezo con las entrevistas a los subalternos. Aunque estoy dispuesto a darte cinco más si completas la siguiente frase: "No hay preguntas sin respuesta....".
—... sólo preguntas mal formuladas", concluyó. ¿Quién no ha visto Matrix? Estoy en camino.
Meg colgó, nerviosa, y se tomó un segundo para respirar.
¿Qué había sido eso? La había estado ignorando, salvo para hacer comentarios estúpidos sin molestarse en esperar una respuesta, y ahora, como por arte de magia, ¿la animaba a completar sus frases? Hubiera jurado que la odiaba o que se moría de ganas de que hiciera algo malo para poder buscarse otra asistente. ¿Y no, parecía que lo único que quería era que ella... se levantara en su despacho y le dijera cuatro verdades? ¿No se suponía que los hombres odiaban que les quitaran la vida? Bueno, eso no debería haber sido normal. Debió imaginárselo cuando se plantó frente a su escritorio la primera vez y vio que él tenía dos marcos con fotos de su perro.
¿Quién enmarcaba fotos de su perro solo?
En su defensa, decía que era un perro precioso.
Como el cien por cien de los perros, tampoco era una gran victoria.
Se levantó con el archivador a cuestas y entró sin llamar a la puerta, sin prepararse mentalmente para su apariencia de caballero veinteañero y sin pasarse el pulgar húmedo por las cejas. No es que ahora fuera a darse cuenta de que se las había depilado estupendamente porque sabía tres cosas básicas de cine, pero había que ser un poco descuidado para no querer estar presentable delante de un dios pelirrojo.
Marcus estaba sentado mirando un cuaderno sin anillas cuando la vio. Apartó el cuaderno de su interés, permitiéndole a ella apreciar que era nada más y nada menos que un crucigrama.