Meg frunció el ceño automáticamente.
¿Tenía tiempo para hacer el tonto con juegos mentales?
Meg levantó la carpeta y la señaló.
—¿No te gusta el gris? Lo elegí pensando que haría juego con tu falda.
—No es el color de la carpeta lo que me disgusta, es el estuche.
—¿No está a la altura de tus habilidades?
—¿Qué? ¡Claro que sí! —Ese es justamente el problema, Sr. Bennett.....
—Tengo treinta y cinco años y compro ropa interior todos los días en lugar de lavarla porque me aterra la lavadora: el trato de caballero es exagerado. Llámame Marcus .
Meg estuvo a punto de negar con la cabeza, pero decidió que no tenía sentido preguntarle a qué se debía el cambio de actitud. Llevaba casi dos años llamándole "señor Bennett" y no se había quejado.
—Muy bien, Marcus. Me has dado un caso demasiado bueno —resumió. Te pedí un poco de reconocimiento y que dejaras de tratarme como tu secretaria... y, de paso, que me dieras independencia, no que me cargaras con un cadáver.
—No llamaría así al propio Sr. Robbie Bennett si fuera usted. No tiene sentido del humor.
Meg le miró sin comprender.
—¿De verdad quieres que me encargue de esto? Estamos hablando de una demanda colectiva contra una empresa privada por despidos masivos. Cherry's gana millones al año. Es la mayor empresa de caramelos de Florida.
—¿Ahora entiendes por qué te lo estoy enviando? Cherry's tiene un valor sentimental para mí, no puedo asumir una denuncia contra ellos sin que se me rompa el corazón. Además de no identificarme con la causa, sería un traidor porque compro los dulces de la marca todos los días. Y no me gusta que mi cliente se sienta traicionado.
—Así que en eso consiste ser socio minoritario. Poder rechazar casos a su conveniencia. —Puso la carpeta sobre la mesa y la miró con los labios fruncidos—. No puedo ganar algo así. Nunca he negociado, y si llegara a juicio, no lo haría bien porque nunca he hablado en el estrado. Ni siquiera en la universidad —añadió, viendo venir la pregunta de Marcus—. Me libré de esas prácticas a cambio de hacer los deberes a los que se les daba mal la teoría.
—En resumen, no estás a la altura de lo que has pedido.
Meg hizo una mueca.
—Claro que sí. Estoy capacitada para cualquier trabajo, pero creo que debería empezar por algo menos exigente para aumentar las probabilidades de éxito. Todo lo que merece la pena se construye poco a poco. Sobrecargarse de principio a fin es contraproducente.
—Estás poniendo palabras bonitas al hecho de que no te consideras lo suficientemente buena para llevar el caso de Cherry —insistió Marcus—, cuando ayer dijiste que eras la mejor.
—Nunca he dicho eso.
—Le dijiste a Lisa y lo escuché porque me gusta pinchar teléfonos. ¿En qué eras la mejor si no te referías a tu trabajo como abogada?
—¿De verdad me preguntas a mí? Soy el mejor buscando jurisprudencia a gas y resolviendo la mayoría de tus casos en la sombra. Y escribiendo tu nombre en el café. No puedes pedirme que sea la mejor abogada cuando nunca he estado en el ojo público y soy mala en público. Pensaba que me asignarías algún desahucio, alguna discriminación de género o robo de patentes, no tener que llevar más de 20 denunciantes.
—Y aquí estaba pensando que darías la bienvenida a un desafío que te pusiera a trabajar como abogada.
—Lo agradecería si pudiera considerarme una abogada, pero no me has enseñado a serlo. Puedo contar con los dedos de una mano las veces que me has llevado a ver juicios y cierres de acuerdos: tres. Tres en un año y medio, mes arriba, mes abajo, ¿y ahora quieres que hunda el caso de Cherry? Si supiera que te reirías de que te pidiera que me ascendieras, no diría nada.
—No necesito que nadie se ría de mí, puedes estar tranquila en esa parte. Sólo quería asegurarme de que eres lo suficientemente humilde como para asumir que no sabrías por dónde empezar con esto. En realidad, no es un reto, es un suicidio. Lo es incluso para mí. Por eso necesitaré apoyo —aclaró, poniéndose de pie. Empujó la carpeta con los dedos y le dirigió una mirada elocuente. Te quejas de que te trato como mi secretaria... Pues ahora eres mi asistente. Vendrás conmigo a las entrevistas, conocerás al representante de los clientes y te daré la palabra si vamos a juicio. ¿Te parece bien?
Meg asintió mientras procesaba su respuesta.
Un caso como aquel tardaría meses en resolverse si la empresa y los trabajadores no llegaban antes a un acuerdo, y por lo que pudo ver al hojear la información, ninguna de las partes iba a ceder. Lo que se traducía en meses de experiencia, abrumada y estresada, sin poder dormir porque no podía dejar de pensar en la defensa... Justo lo que necesitaba para sentirse viva y útil. Y no sólo eso, sino que Marcus iba a ser por fin su mentor. Estarían pegados todo el día.
Mierda, no, eso no era bueno. Meg no podía concentrarse del todo cuando él estaba cerca, y no sabía si eso sería un reto para su intelecto o una caída sin frenos. No dudaba de que podría lograrlo si estuviera en otra situación, pero en las últimas semanas sólo podía pensar en sacar el ordenador y escribir todas las cosas que quería que su jefe hiciera con ella.
No podía hacerlo así. No lo conseguiría.
Pero no expresó sus preocupaciones. Se quedó allí, quieta, dándole las gracias y repasando los tirantes que mantenían los pantalones de Marcus en su sitio. No llevaba cinturón, al igual que no llevaba chaqueta ni nada más que una camisa blanca y su habitual sonrisa de chico malo.
—¿Estás preparado para ser mi Robin?
—Si fueras un superhéroe, el último con el que te asociaría sería Batman. ¿Qué tal... Viuda Negra? ¿O Hiedra Venenosa?
—¿Porque eres pelirroja? El color del pelo es lo de menos, Meg , y tú lo sabes mejor que nadie. Mira cómo la tienes, enjaulada todo el día, sometida a tu rígido código autoimpuesto.
—Ayer la falda y hoy mi pelo. Estoy deseando saber de qué te vas a quejar mañana.
—¿Quieres un adelanto? Las medias. Dejaron de llevarse con costuras en los años cuarenta.
—El hombre de los tirantes habló.
—Soy Thomas Shelby, y no quieres jugar conmigo.