—Bien, ¿alguna orden de los Peaky Blinders o puedo volver a mi cubículo?
Marcus soltó una carcajada fuerte y contagiosa. Apoyó los dedos en la mesa y se balanceó hacia delante. Los músculos de sus antebrazos aguantaron todo su peso, palpitando.
—Escanea los motivos de nuestros clientes y envíamelo por correo. "Que la fuerza te acompañe", añadió en tono solemne.
Meg chasqueó la lengua.
—La Guerra de las Galaxias no es mi favorita, aunque... Lo haré o no lo haré, pero lo intentaré".
—¿Quieres un aumento? —propuso Marcus.
Meg soltó una carcajada y salió de allí antes de que los curiosos de fuera empezaran a pensar que estaban coqueteando. Técnicamente imposible, porque todos eran conscientes de que Marcus sabian que ignoraba a Meg como mujer. Ella se plantó de nuevo en su cubículo del infierno, donde hizo su parte habitual batiendo el récord de maldiciones hacia la silla del diablo.
Ahora era la suplente oficial de Marcus Bennett . No era nada del otro mundo; se suponía que lo era desde que entró en el bufete y no podía confiar demasiado en un hombre que olvidaba sus citas con el médico —pero no con el veterinario, curioso cuanto menos—, pero no estaría de más ilusionarse, ¿no? Si resolvía aquel caso con éxito y demostraba que podía manejar al cliente, podría empezar a trabajar de forma independiente. Y a partir de ahí ganaría la suficiente experiencia y contactos para dejar Lawfield Lawyers y montar su propio bufete. Planeaba seguir los pasos de Caleb y hacerlo antes de cumplir los cuarenta años, ser ese cerebrito campeón que se hacía famosa en toda la ciudad por haber alcanzado el éxito en menos tiempo.
Mientras fantaseaba con su futuro proyecto, escaneó el documento. Lo guardó en su escritorio sin ponerle título y se apresuró a abrir el correo para enviárselo antes de que se distrajera con alguna mosca traicionera. Era sorprendente que Marcus Bennett fuera abogado cuando parecía un niño friki con déficit de atención, y que hubiera alguien interesado en que lo defendiera cuando todos los personajes de Juego de Tronos decoraban su estantería.
Adjuntó el documento "Sin título—1" y envió después un comentario profesional.
Una cosa era que tuviera fantasías al respecto. Era lógico: después de tantas novelas sobre asuntos entre jefes y secretarias, parecía una obligación querer follar con la cúspide de la pirámide jerárquica si tenía menos de cincuenta años. Pero estaba muy lejos de coquetear con él o seguirle el juego. Y no, no había nada malo en echarse unas risas con los compañeros de trabajo. El problema era que Meg no solía reírse con nadie, así que cuando lo hacía tenía que asegurarse de llevar en el bolso el mando a distancia con el botón de "autodestrucción", por si las cosas se ponían feas, y siempre lo hacían. No fallaba: se quedaba con cualquier tipo que la hiciera sonreír. Por eso y por su larga sequía s****l había llegado a pensar que tenía algo con Lisa. Gracias al cielo, sabía cómo era su cara cuando se acababa de levantar, y no es por ser mala, pero seguir queriendo a Lisa a las siete de la mañana era más difícil que bautizar a un gato.
Cerró la página de Hotmail — y fue a borrar el documento de su escritorio. Frunció el ceño cuando vio dos con un nombre similar y los abrió.
Una fue la declaración de hechos del representante.
Otra era...
—Mierda, mierda, mierda, mierda... —murmuró, abriendo los ojos con un sobresalto.
Se incorporó sin saber muy bien por qué, y comprobó a pleno pulmón que había enviado a Marcus lo que esperaba y no una tórrida descripción de lo apasionada que era con sus nalgas. Para sí misma recitó alfabéticamente todas las palabrotas que conocía, ya en blanco al abrir el documento adjunto.
"Te voy a follar", decía el ficticio Marcus.
"Me voy a suicidar", pensó la Meg real.
—No puede ser —murmuró mirando la pantalla—, dime que no es verdad. Je t'en prie... Joder.
Levantó la cabeza del desorden a tiempo de ver pasar a un grupo de recién licenciados que miraban a su alrededor como si no hubieran visto un pasillo en su vida. Meg reconoció sus identificaciones: aspirantes a estudiantes de primer año. Giró la cabeza hacia el despacho de Marcus. Lo sorprendió animando a un chico alto y desgarbado al pasar. Entrecerró los ojos y se aseguró de que el portátil estaba cerrado: lo estaba.
Todavía no había visto el correo electrónico y, si ella podía evitarlo, nunca llegaría a verlo.
Meg salió del cubículo pensando en todo tipo de excusas. ¿Con qué pretexto cogería su MacBook Air, es decir, su posesión más preciada, y tener acesso a su correo para borrar la historia erótica? Tal vez le diría que quería comprar uno y que necesitaba curiosear con él para ver cómo funcionaba el procesador o el sistema operativo de Apple. O puede que se le cayera al suelo sin querer, que saltara sobre la tapa accidentalmente, que le diera un codazo, que se le cayera unas cerillas encendidas... ¿Y si le pedía amablemente que borrara el documento porque se había equivocado? Conociendo su naturaleza curiosa, eso sólo le daría más motivos para leerlo. ¿Y si le echaba la culpa a otra persona? "Mira lo que he encontrado, Marcus: Julie se masturba pensando en ti". Sí, claro, y en la ficción se llamaba Meg . Qué coincidencia.
"En realidad, Julie fantasea con nosotros haciendo lo delicioso. ¿Qué te parece? Una locura, ¿no? Qué poco profesional..."
Por Dios, en qué estaba pensando, ¿cómo iba a cargar a Julie con el problemon? Sería más fácil que agobiarla a ella, eso seguro. Y no dudaría en echarle la culpa si estaba segura de que iba a funcionar. Después de todo, Marcus no despediría a Julie por eso. Era muy comprensivo. Tanto que tal vez se la cogería. A Julie, no a ella. Una chica guapa y con estilo escribiendo novelas eróticas era un espectáculo. Ahora... ¿ella escribiendo erótica? La mandaría al rincón de pensar para que se arrepintiera mientras le tiraban tomates.
En medio de todo este desvarío, se le encendió la bombilla. No podía utilizar a Julie y no podía pedir ayuda a nadie que conociera: no soportaría las miradas de "perra desesperada" ni que le metieran vibradores en el cajón del escritorio. No le hacía ninguna gracia ese tipo de bromas. Pero si pedía ayuda a alguien que no conocía y parecía que iba a ser rechazada en la empresa, sería como si nadie en el trabajo conociera su secreto.
Meg hizo un barrido panorámico, localizando a los posibles juniors sentados en los sofás frente al despacho. La sola idea de acercarse a uno de ellos y pedirle que enviara el portátil de Marcus al suelo la encogía, pero dudaba que alguno de ellos pusiera el grito en el cielo cuando ella estuviera dispuesta a ofrecer su mensualidad. Todavía tenía el cheque encima.
¿Cómo pagaría el alquiler después?
No lo sabía.
Dios, esos chicos parecían no poder esperar a entrar. De haber soñado con ese momento toda su vida. Dejando a un lado la idea de que se sentirían decepcionados, Meg se dijo a sí misma que era una mala idea, que no tenía sentido y que no estaba dispuesta a destrozar la carrera de un aspirante haciéndole eso. Puede que no fuera necesario romper el ordenador, de acuerdo, pero sí lo sería husmear en el correo de Marcus y si le pillaban... Todo se iría al infierno de todos modos.
Por eso tuvo que elegir una cara bonita. Una chica atractiva a la que Marcus pudiera perdonarle todo. No era demasiado difícil en ese sentido. Aunque tampoco podía ser demasiado guapa, porque entonces Marcus estaría deslumbrado y no se apartaría de ella para hacer su trabajo.
"¿En qué estás pensando, de verdad crees que alguien va a hacer eso por ti?", se reprendió a sí misma. Pensó en olvidarse de ello, pero ver a Marcus pasar sus dedos por la manzana de Apple casi la hizo escupir el corazón.
Nada sería peor que eso. Si se enteraba de lo que le gustaba escribir, estaría perdida.
No se lo pensó más y se acercó a la única mujer guapa que no estaba demasiado interesada en mirar el nombre de la puerta.
—Disculpe. —Ella levantó la vista de sus uñas con palpable desinterés. Hola, soy Megan Klein. Trabajo aquí como asociada, y el señor Bennett me eligió para ser su... abogada adjunta. Sé que esto va a sonar raro —continuó, bajando la voz. Se aseguró de que los demás no pudieran oírla, pero necesito ayuda urgentemente. Es una cuestión de vida o muerte.
La chica entrecerró sus increíbles ojos azules. Ahora que se daba cuenta tenía rasgos orientales: debía de tener un padre o una madre asiáticos, o al menos un abuelo o una abuela. Era curioso que todo fuera artificio —no sabía si llevaba lentillas, pero tenía el pelo teñido de rojo, se había maquillado mucho y tenía una de esas uñas encapsuladas que cuestan un ojo de la cara— y, sin embargo, parecía naturalmente guapa.
—Primero: ¿quién vive y quién muere? Porque no me importaría que algunos de los presentes murieran. Segundo: ¿es una especie de prueba para los aspirantes o hay una cámara oculta? Porque las cámaras me engordan y odio las sorpresas. Y tercero: todo lo que suena raro me encanta, así que dalo por hecho. ¿qué necesitas?
Meg evitó las dos primeras preguntas porque acababa de conseguir lo que quería. Bueno, estaba un paso más cerca, eso era algo... y Marcus seguía tanteando la tapa del portátil, como si supiera que ella estaba sufriendo y quisiera atormentarla.
"No, no, no...."
—Envíe el documento equivocado a mi jefe y el contenido podría herir su sensibilidad.
Ella levantó las cejas. Eran buenas cejas. Meg se fijaba en esas cosas: las mujeres con las cejas bien depiladas eran de fiar.
—¿Es una captura de pantalla de tu conversación? Porque a mí me ha pasado muchas veces. Pregúntale si le gusta tu fondo de pantalla y ya está. ¿O le estabas insultando?
—Es un correo electrónico. Me he equivocado al adjuntar el Word y... ahora..." Meg se mordió el labio, ignorando el explícito "¿qué fue?" en la mirada del desconocido. Es algo terrible. Ni siquiera me atrevo a decirlo.
—Está bien, está bien. Respeto su privacidad. Está en el correo de Marcus, supongo. Y estás aquí porque, ya que está haciendo una entrevista conmigo, tal vez pueda distraerlo y hasta borrar el correo. ¿Es eso? Porque no creo que funcione. El ordenador tendrá una contraseña.
Meg se golpeó la frente mentalmente. ¿Cómo no había pensado en algo tan básico? Y el correo tendría otra. Estaba segura de que su contraseña sería el nombre de su perro y una serie numérica, probablemente los doscientos quince puntos que anotó Jonah Lomu durante su temporada como jugador de los All Blacks de Nueva Zelanda, pero no podía arriesgarse a dar esa información.
—Me conformaría con que lo distrajeras y trataras de mantenerlo alejado del ordenador durante la próxima media hora mientras averiguo cómo arreglarlo.
—Cuenta con ello. ¿Por qué no hablas con el informático de la empresa? Debe tener todas las contraseñas de todos los correos oficiales de la empresa. Deshaz un par de botones y lo conseguirás.
—No tenemos un informático. Pero...." La bombilla volvió a encenderse. Al final del día acabaría recogiéndolos. Me acabas de dar una idea. Gracias...
Empezamos la carrera contra el reloj. Tenia exactamente cuarenta y cinco minutos para borrar el correo... Buena suerte.
Meg no esperó a que entrara en la oficina y estuvo a punto de correr por el pasillo para coger el teléfono de su cubículo. Luego se lo pensó mejor y cogió su móvil personal; quién sabía si Marcus no aprovecharía el hecho de que ella no podía verlo para entrometerse de nuevo en sus conversaciones privadas. Pero, de nuevo, Lisa nunca cogía el teléfono. Debía de estar en su quinto sueño, echándose la séptima siesta del día.
La llamó desde su móvil y esperó. Nada. Llamó al teléfono fijo. Nada. Y finalmente, la tercera bombilla la iluminó hasta casi derretirle el cerebro: el vecino. El maravilloso y encantador Humphrey —sólo lo llamaban así porque se parecía a Bogart— que golpeaba su puerta hasta que ella se lo pedía. Era lo único bueno que podía sacar del hecho de que la hubiera encontrado desnuda en la terraza en pleno mes de julio, cuando hacía demasiado calor para llevar ropa.
Marcó su número. Él contestó y la dejó sola en la línea mientras iba a despertar a Lisa.
—¡Voy a quemar tu buzón!
O algo así dijo Lisa cuando el vecino interrumpió sus dulces sueños. Lo que le dijo por teléfono no fue más agradable.
—Escúchame, pequeña zorra. Si no te estás desangrando en medio del desierto porque un capo con un negocio de trata de mujeres , te ha elegido para protagonizar el próximo escándalo patriarcal, te voy a meter este tenedor de plástico que tengo en la mano tan adentro del culo que vas a estar masticando aceite hasta que te mueras.