—Cierto, incorrecta elección de palabras. ¿Por favor? —probó, juntando las palmas. Meg suspiró y echó un vistazo a la funda del ordenador, que seguía apretando contra el pecho. —Me da vergüenza hablar en público, por eso me aterra encabezar un juicio. Hacer cualquier cosa en público, en realidad. Cantar, bailar, reír muy fuerte, caminar con unos zapatos que hagan ruido, peinarme, hacerme una foto… Comer también —añadió con dificultad—. Siento que todo el mundo me mira y me bloqueo. —Pues yo no soy todo el mundo. Ni siquiera soy tu público: por si no te has dado cuenta, el circo es el hombre que tienes delante y la que ha pagado para verme hacer el imbécil es la señorita Klein . —Y le guiñó un ojo. Meg sonrió a las puntas de sus zapatos, un gesto que le pareció adorable. —Puedes ser mu