Marc salió del despacho con ese aire de rey del universo que nada ni nadie le podía arrebatar. Marcus lo compadecía muy a menudo, pero la mayoría del tiempo se limitaba a admirarlo.
Sabiendo que era lo único que podía hacer para ayudar, rodeó la mesa y terminó de empaquetar. La última vez que tuvo que meter sus pertenencias en una caja de cartón y largarse de un despacho para ir a parar a otro experimentó un amargo desarraigo. En ese entonces, la distancia entre el que abandonaba y el nuevo era de varios kilómetros en coche, no de un pasillo, pero guardaba los mismos muñecos de acción y el desasosiego que Marc le acababa de dejar era similar al que sintió entonces.
Cuando acabó, no vio a Megan mordiendo un bolígrafo, concentrada en la pantalla del ordenador. Confirmó que era la hora del
