—No me estoy desangrando, pero es mucho peor —cortó, aligerando—. Mi trabajo está en peligro, y con él, tu sustento.
—Soy todo oídos.
—Necesito que piratees un correo electrónico.
¿Estás bromeando? ¿Acabo de dejar el juego de rol más interesante de la historia para jugar a piedra, papel o tijera? Meg, incluso tú puedes hackear un correo electrónico.
Bueno, si es tan fácil, hazlo y vuelve a tu juego de rol.
—Lo que no entiendo es cómo demonios un email puede estar relacionado con nuestra casa. ¿Le has enviado un virus al propietario? O peor: una de esas cadenas de "si no lo reenvías, morirás". Porque si eres ese tipo de persona, prefiero vivir en la calle.
—¿Puedes concentrarte, por favor? Tengo cuarenta y cinco minutos para hacerlo. Me equivoqué al enviar un correo electrónico y si la persona a la que se lo envié lo ve, probablemente me eche.
—¿Qué? —Meg, cuando dije que tenías que decirle a Bennett que te respetara, no me refería a llamarle cabrón por Internet. Le hiciste esas cosas en la cara.
—Y se lo hice a la cara —replicó ella, histérica. Lisa, por favor, déjame hablar por una vez en tu vida: debes entrar en su correo electrónico y borrarlo antes de que lo vea, ¿me entiendes? No sólo me despedirá, sino que seré el hazmerreír. Marcus Bennett no es muy discreto cuando algo le divierte, molesta o humilla, y no sé cómo se lo tomaría, pero no quiero averiguarlo. Por fin me considera su ayudante y no puedo meter la pata.
"Lisa, te lo ruego....
—No tienes que rogar. Estoy viviendo de un sombrero en tu casa.
Meg suspiró profundamente. Se había quitado más peso de encima con esas palabras que saliendo a correr durante un mes.
—¿Necesitas algo?
—Sí. ¿Sabes de algún ordenador que haya utilizado Bennett para el correo? No tiene por qué ser el suyo personal.
—Uh... creo que sí, en la biblioteca. Sí, de hecho, sí. ¿Qué quieres que haga allí?
—Encenderlo. Primero vas a tener que decirme qué modelo es y cuál es su sistema operativo. Y luego me describes el gestor de utilidades. Sería más fácil hacerlo desde ahí, no tendría que hackear un ordenador entero, pero no me fío de ti, seguro que acabas liándola. Venga, dime lo que te he pedido y dame unos quince minutos.
Meg fue obediente. Lo de la paciencia lo hizo peor. Se quedó de pie frente al ordenador que Marcus había utilizado una de las muchas veces que se había dejado el suyo en casa, como esperando que aparecieran en la pantalla las palabras "tu culo está a salvo" y se acercó el teléfono a su oreja sudada. Más le valía aprender la lección: no volver a escribir una historia picante.
No lo haría en el trabajo. Y no pondría "Meg". Tal vez usaría a Julie.
Sí, para poder inculparla en el futuro.
El crimen perfecto.
—¿De verdad? ¡¿El documento que querías que borrara era un cómic porno?! ¿Contigo a la cabeza? !!!!! ¡¡¡¡¡CON EL MALDITO MARCUS!!!!! ¡¡¡¡—NO PUEDO CREERLO!!!! ¡¡¡¡QUIERES FOLLARTE AL TIRANO DE TU JEFE!!!!
Meg pudo imaginarla negando con la cabeza—, en serio, sigo sin entender cómo les gustan los cerdos que no las valoran. Por Dios... ¿De verdad soñas con que te coma las tetas? Qué poca imaginación tienes, Meg.
—¡Pero no Meg! —protestó ella, con las mejillas enrojecidas.
En realidad, eso era lo de menos: por supuesto que guardaba celosamente sus fantasías. Era lo único con lo que podía escapar, y podía ser algo más que una obstinada. Sin embargo, Lisa acababa de salvarle la vida.
Ella le perdonaría cualquier cosa.
—Oye, eso no está mal. ¿Has pensado en presentarlo a un concurso de relatos? Pero cambia el nombre, por supuesto.
—¿Lo has borrado o no?
—Claro que lo he borrado. Es decir, descargué el documento y lo archivé en mi carpeta de "PDFs favoritos", pero Marcus ya no lo leerá.
—Perfecto, eso es todo entonces. Gracias. —Se deslizó en la silla, terminando con la espalda donde debería estar su trasero, y puso una mano sobre su corazón. No me importa si lo guardas y lo lees por la noche. Pero, por favor, no lo envíes a ninguna parte.
—¿Y te importa si saco ideas para mi papel? He creado un personaje al que le gusta explorar su sexualidad y estoy dispuesta a escribir artículos algo más subidos de tono. Me ha gustado tu descripción de su cola, yo nunca lo haría con tanta elegancia, ¿tienes alguna más?
Meg cerró los ojos y se cubrió la cara con la mano. Se equivocaba al suponer que Lisa sería la única que la dejaría en paz si se enteraba.
—No tengo más, Lisa —mintió.
En realidad, ésa era la historia número sesenta y dos. Un año y medio de fantasías era mucho. Bueno, sólo era medio año porque la anterior tenía pareja...
Bah, ¿a quién quería engañar? Ella también escribía historias sucias sobre Marcus Bennett teniendo un novio. Y dejaba que quien quisiera la apedreara. No es que no tuviera su merecido. Joey la dejó porque leyó una de las historias, y ni siquiera era la más fuerte.
—¿Estás seguro? ¿Si me meto en tu ordenador no encontraré nada? —El silencio de Meg habló por los dos. Joder, Meg. ¿Cuánto tiempo llevas sin coger? Porque necesitas un hombre con urgencia.
—No es para tanto. No todo en la vida es echar un polvo.
—Claro que no, pero es una de las tres cosas por las que sigo viva, y no olvides que vives con una persona deprimida. El sexo, la comida y la siesta son la Santísima Trinidad y hay que rendirles culto a diario.
—No tienes sexo todos los días, no seas mentirosa. Y no sé qué decirte cuando trivializas cualquier enfermedad que se te ocurra. Hacer bromas sobre la depresión...
—Es mi depresión y me refiero a ella como quiera, ¿me entiendes? — interrumpió—. Y ahora te dejo, voy a ver si me meto en el nuevo juego de rol de ficción. Es una mascarada de vampiros y voy a llevar un corsé rojo. ¿Por qué no haces como yo y buscas a alguien con quien desahogarte?
—¿A través de un foro de Harry Potter, de vampiros o de ambos? —Se burló.
—No, a través de una aplicación móvil de citas. Allí la gente está tan desesperada por soltar un polvo como tú, Meg. Deberías animarte. No pierdes nada. Y al día siguiente no tienes de qué preocuparte, porque se levantará en cuanto encuentre satisfacción y ni siquiera se despedirá. La gente allí es alérgica al compromiso, imbéciles, o ambas cosas.
—Gracias por el consejo, creo que me siento mejor. Voy a colgar.
Y colgó, sin esperar respuesta.
Lisa podía pasarse media hora repitiendo lo mismo y sin innovar sus argumentos. Aunque tampoco es que necesitara muchos más consejos sobre cómo conseguir una cita en Internet. Lo había pensado varias veces. No era lo suficientemente guapa como para ligar en los bares, y si iba a la discoteca a intentarlo, tal vez lo consiguiera, pero no podría disfrutar de la victoria del orgasmo por ir demasiado pedo. Meg no sabía dónde estaban los límites a la hora de vaciar margaritas entre otros cócteles cuyos nombres nunca aprendió. Empezaba con margaritas y cuando quería probar algo nuevo, ya no sabía cómo se llamaba y empezaba a hablar en francés.
Se levantó y decidió dar un paseo por la biblioteca mientras se le pasaba la ansiedad. Como había oído por ahí, "algún día se reiría de ello". Ese día no era ese día, ni lo sería mañana. Dudaba que se riera de algo así porque, entre otras cosas, había destapado un problema al que no quería enfrentarse antes: lo sola que estaba.
Por supuesto que lo sabía, y no lo negaba, pero se refería a sus noches de silencio y a sus horas colgadas de la pasión en el documento de Word como si fuera algo divertido, algo para matar el tiempo cuando, en realidad, no le hacía ninguna gracia. Meg no quería escribir sobre sexo, quería pasar a la práctica. Con Marcus . Era su espina clavada, su actual interés s****l.
Pero nunca se atrevería a decírselo y él nunca se fijaría en ella, así que estaba en un callejón sin salida del que debería haber volado hace mucho tiempo. Debería haberle rogado a Joey que se quedara, que dejara de lado su devaneo erótico. El sexo con él estaba bien, aunque como pareja fueran un desastre. Cualquier cosa con él habría sido mejor que soñar con algo que no sucedería.
Lo que no entendía era por qué estaba tan obsesionada con Marcus. Tenía que ser Marcus, nadie más valía la pena. Imaginó que era algo que estaba en su ADN. No que fuera pelirrojo, eso era una sorpresa para ella, sino que se obsesionaba con una cosa hasta conseguirla. Le pasó con la carrera de Derecho, con el Mini descapotable, con perder quince kilos en la adolescencia y ahora con él. No eran caprichos. Era evidente que no desaparecían con el tiempo, sino que los deseaba con más intensidad. Tampoco eran metas o sueños. Eran lo que ella pensaba que llenaría un vacío. ¿Un hueco de qué? Quizá de inseguridad. Probablemente quería intimar con Marcus porque era la única persona que no la había respetado como abogada o como mujer desde que había puesto un pie en el bufete y quería demostrarse a sí misma que era capaz de ponerlo de rodillas.
Bah, no tenía que ser tan profundo. Marcus estaba caliente y ella era sexualmente activa. La suma era bastante sencilla. Pero como lo de Marcus no iba a ninguna parte, seguiría el consejo de Lisa y crearía una cuenta para echar un cable.
Sí, señor. Esa noche, Megan Klein iba a encontrar a otra persona desesperada e iba a tener éxito.
—Oh, sí. —Le pareció escuchar. Por favor, por favor... No te detengas...
Meg buscó con la mirada el origen de los gemidos. Se le revolvió el estómago al pensar que tal vez se estaba volviendo loca y ahora tenía alucinaciones. Justo lo que le faltaba: oír las voces de las parejas en pleno acto.
—Más, más... —¿Más?
—Mm... —Sí...
Vale, no eran alucinaciones. Bien por un lado. Alguien se estaba divirtiendo. Malo por el otro. Alguien se lo estaba pasando bien en la puta biblioteca del bufete.
Meg estaba cabreada. No se comía delante de los hambrientos, era meter los dedos en la herida. ¿Qué iban a saber ellos? Bueno, tendrían que saberlo si pensaban dormir en un lugar público donde trabajaba gente sin vida social... y mucho menos s****l.
Frenó de golpe al otro lado de la estantería contra la que se apoyaba la mujer. No se fijó en ella porque, aunque le resultaba familiar, le costaría mucho más reconocerla, mientras que el hombre era una cara conocida. Medio familiar, en realidad. Meg nunca había visto a Caleb Lawfield en medio de un orgasmo... y tenía que decir que le convenía.
Se alejó un poco del hueco entre los libros y se inclinó hacia la derecha, tomando un mejor ángulo. No la perseguirían allí, donde... donde no pensaba quedarse, por supuesto. El director estaba teniendo un momento íntimo y apasionado y ella no debía verlo. Pero no se movió, porque los movimientos de cadera de él la hipnotizaron, y sólo cuando notó cómo la sujetaba por la cintura pasó de ser sólida a líquida.
El señor Lawfield tenía unas manos enormes. ¡Enormes...!
Las suyas no eran muy grandes, aunque tampoco eran pequeñas. Seguramente las de Lawfield cubrirían perfectamente sus pechos.
Hizo la prueba. Estaba sensible porque estaba con la regla, y quizá por eso sus pezones respondían con excitación. Meg se mordió el labio y entrecerró los ojos para captar el espectáculo en detalle. Conocía a la chica. Había hablado con ella un par de veces. No recordaba su nombre: ¿Mia, tal vez...? No importaba, debía ser su novia. La recordaba como muy bonita. Delgada, por supuesto... Había que ser delgada para ser deseable. Al menos para un hombre como Lawfield, con esas manos gigantescas y posesivas....
Meg se desabrochó un botón, sintiéndose fatal por lo que le sugerían sus pensamientos. Seguía castigándose a sí misma. "¡Puta!" Ya no había lugar para la duda. Necesitaba salir y conocer a alguien interesante. Su estado actual era lamentable. Pero era lo que era, y lo aprovechó desabrochando dos botones más. Deslizó sus manos —que ahora eran las de Caleb Lawfield— dentro de su sujetador, y aunque en un principio quiso implantar la imagen del Lawfield desbocado en medio de la biblioteca, acabó con el pelo cobrizo y los ojos amarillos.
Maldito Marcus. Estaba obsesionada. Y muy excitada.
Quería tocarse allí mismo. No sería del todo malo, ¿verdad?
—Siempre que Mia hace una visita, vienen aquí. Esta parte del archivo es su picadero oficial.
Meg dio un salto que casi la hizo retroceder. Sacó las manos del sujetador tan rápido como pudo y se giró para mirar al propio Marcus Bennett con cara de terror.
—¿Sabes... sabes que vienen aquí a hacer lo que hacen y no has dicho nada?
—He hecho insinuaciones, pero no me conviene impedir que vengan, así que soy todo lo sutil que puedo.
Hizo una pausa. Apoyó el hombro en la estantería y la miró con una sonrisa socarrona, sabiendo lo que Meg le iba a preguntar.
—¿Por qué no te conviene?
—Porque cuando tiene sexo es más cariñoso e infinitamente más permisivo, lo que significa que puedo hacer lo que quiera. —Y porque me gusta mirar.
Los ojos de Meg se abrieron de golpe.
—No me mires así. Lo estabas haciendo. Y no suelo tocarme cuando miro.
—No me estaba tocando. —Marcus levantó una ceja. Lo juro. Me había metido una miga de pan del almuerzo en el escote y me picaba....
—Eso tendría sentido si no fueran las diez de la mañana. ¿O has estado escondiendo la miga de pan desde el almuerzo de ayer? ¿No te ha picado hasta ahora?
—De acuerdo, estaba mirando —admitió de mala gana—. Pero porque me sorprende ver a Lawfield así. Y yo, por mi parte, no he venido más a menudo. Ni tengo intención de hacerlo.
—La gente amargada también tiene sus momentos. O eso me gusta pensar —provocó, dedicándole una fugaz sonrisa—. ¿Por qué no debería venir? Tengo todo el derecho a estar aquí y me gusta el porno romántico. Lo demás me parece demasiado forzado. Las cintas caseras de parejas diciéndose que se quieren me ponen de muy buen humor. Imagínate el directo... —añadió, en voz baja—, me empalma.
Meg tragó saliva y se lo imaginó masturbándose allí mismo, delante de ella. Debía de tener un grave problema si eso le sonaba sexy, pero, por Dios, si Marcus Bennett no era sexy masturbándose, no podía imaginar qué lo sería. En su fantasía pasajera se vio a sí misma ayudándole. No le costó. Marcus estaba muy cerca. Olía perfectamente su perfume y su camisa le rozaba el brazo desnudo. Si ella inclinaba la cabeza hacia un lado, podría captar su aliento....
—No es profesional que hablemos de esto. Eres mi jefe.
—Los jefes también tenemos vida s****l, y tú estás aquí porque tus padres decidieron hacer lo mismo que Lawfield y mini Sandoval. Esta conversación es tan ordinaria como cualquier otra.
—Excepto que la estás tocando en horas de trabajo, cuando deberías estar entrevistando a los juniors. —...cuando deberías estar entrevistando a los jóvenes.
—He terminado. Sólo quería un par de recomendaciones de mi hermano. Luego fui a buscarte para practicar y me dijeron que estabas aquí, y..." Sonrió de lado. Sí, aquí estás, viendo al jefe de tu jefe follar. Es tan poético que creo que voy a llorar.
—Y creo que voy a volver a mi trabajo —dije con voz temblorosa—. ¿No debería darte asco ver a tu amigo así?
—Sería gracioso tener miedo o asco a un pene cuando tengo que lidiar con uno todos los días, ¿no? Créeme, no me asusta ni me da asco. Por muy quisquilloso que sea, se lavará diez veces al día. Por eso duerme con su novia en el archivo: es tan limpio que sabe que no deja rastro. Yo, por ejemplo, soy un poco más ruidoso", confesó en tono confidencial. Por eso prefiero las duchas.
Necesitaba una ducha. En ese mismo momento. Inmediatamente Y fría.
—Ya he descuidado bastante mi cubículo —dije—. Voy a volver. Eso fue... interesante.
—Sí, deberíamos hacerlo más a menudo —comentó él, sorprendiéndola—.
Estas cosas son buenas para crear vínculos.
Meg optó por descartar que estuviera loco y salió de allí, con el estómago hecho un nudo. Cuando le tocó cruzar la parte de la galería paralela que estaba junto a la pareja, se puso de puntillas para no hacer ruido.
El jefe era duro, como una piedra.
Ya tenía material para una nueva fantasía.