—Escúchame, cariño. Me hace muy feliz que te emociones tanto cuando me ves, pero no puedes hacer estos problemas porque entonces soy yo quien tiene que resolverlos, ¿entiendes? —explicó Marcus en tono cándido.
Se sentó en los escalones del porche de la casa y levantó los brazos.
—Esto no es exactamente lo que hablamos la última vez. Me prometiste que no volverías a avergonzarme delante de un amigo.
—Has hecho que Wentworth se sienta incómodo, y eso es una pena.
—Estoy bien —intervino él, levantando las manos.
—No hay problema.
—No, claro que hay un problema.
—Por el amor de Dios, llevamos dos semanas perfectamente bien y hoy decides ridiculizarme. ¿En qué clase de persona quieres convertirte si sigues rompiendo tus promesas así?
—¿No es un poco inhumano exigirle a un perro que se convierta en "algún tipo de persona", mejor dicho?
Marcus se volvió hacia su amigo con los ojos entrecerrados.
—Prozac no es solo un perro, es una marca comercial.
Y llevo meses entrenándolo para que deje de mearse de emoción cada vez que me ve llegar a casa.
Acordamos que si dejaba de hacerlo, le daría una galleta cuando apareciera, lo que significa que se ha quedado sin recompensa.
—Creo que es muy jodido que castigues al perro... Lo siento, la marca, por darle una cálida bienvenida.Me gustaría que me recibieran con tanta emoción.
—Hay que ver si te emociona tanto limpiar el porche de arriba a abajo todos los días. Vamos, Prozac —continuó, mirando al gran san bernardo de pelo largo—, yo no trabajo tanto como para que la espera me parezca dolorosa, y tú vas al apartamento de tu madre dos semanas al mes.
No estás precisamente solo para hacerme ver como el hombre que te abandonó.
"De todos modos... Voy a por las galletas, pero que sea la última vez. Si tienes que orinar en algún sitio, hazlo en la cabeza de Went.
—Suerte con eso. Soy más alto que tú, chico. — Se regodeó Wentworth.
¿Me vas a dejar entrar a tomar una cerveza o tengo que sacar a pasear a la perra?
—¿Qué perra piensas sacar?. —Es perro.
—Lo que prefieras.
Marcus se rió y le indicó al perro que podía entrar en la casa.
Los dos perros, mejor dicho.
O... No, era mejor dejarlo en manos de un solo perro. Prozac era todo un caballero, a diferencia de Wentworth, que era un vago intento de ser humano, además de mejor amigo y compañero de salidas.
Dejó las llaves sin usar en la mesa del recibidor y se dirigió a la cocina, ignorando los ladridos de su mejor amigo sobre lo peligroso que era no cerrar la puerta.
Marcus siempre se olvidaba de cerrar la puerta. De hecho, se olvidaba desde que le dieron su primer juego de llaves. Y nunca habían entrado a robar, así que ¿por qué tanto alboroto? Quiero decir... Era natural que Wentworth le hiciera pasar un mal rato.
Trabajaba como inspector de policía. Pero todo el mundo insistía en que tenía que blindar la casa como si hubiera algo valioso allí dentro.
Prozac se paseaba por el jardín y podía valerse por sí mismo, nadie encontraría sus novelas eróticas favoritas camufladas con las contraportadas de los cuentos infantiles y, en cuanto al hilo dental, se temía que nadie le diera la misma importancia que él. La discografía de Johnny Cash estaba convenientemente escondida. Entonces, ¿qué iban a robar? ¿El televisor de plasma? ¿La alfombra persa que trajo Marc de uno de los innumerables viajes que hizo para desconectar? ¿La vajilla? Que se joda, él no valoraba eso.
Era un hippie en un cuerpo de abogado, un cuerpo hambriento y cansado de no hacer nada en todo el día.
Los domingos por la mañana, Marcus salía a correr con Wentworth y su hermano Marc por el paseo marítimo.
Después se daban un chapuzón, y se reunían en su casa para probar la limonada que hacía la madre de Went.
Marc no había aparecido ese día porque estaba trabajando fuera de horario —qué sorpresa—, pero era difícil echarlo de menos cuando Wentworth era un incordio para ambos.
Le entregó la galleta al perro a Prozac sin ninguna razón especial, sólo por ser lindo y talentoso.
Luego miró a Wentworth y sacó otra de la bolsita, lanzándosela con gran puntería.
El chico la atrapó en el aire.
—No quería que te pusieras celoso.
—No te preocupes, soy un hombre muy seguro de sí mismo.
Hizo un gesto para darle la barra a Prozac.
Marcus silbó con fuerza y chasqueó los dedos para llamar su atención, negando con la cabeza.
—Sólo uno.
Tori lo llevó al veterinario el otro día y dijo que había que bajar las dosis de azúcar.
—Así que Tori lo llevó al veterinario el otro día —comentó Wentworth, deslizándose conspiradora mente. Se sentó frente a Marcus, con la barra que los separaba, y examinó la galleta como si fuera uno de sus asesinos a la espera de un psicoanálisis. ¿Sigues compartiendo la custodia del perro?
—Lamentablemente, sí.
He pensado en secuestrarlo y pedir un rescate imposible, pero él la quiere tanto como yo y no quiero enemistarme con Prozac.
—Seguro que es a Prozac a quien no quieres contrariar —dejó caer— cuando tienes una foto de tu ex mujer en la mesa del salón.
—A veces la echa de menos y le gusta mirarla. Te digo, Went, que ese marco está ahí por una razón estratégica, y Tori tiene otro mío en su salón. Si los quitamos, Prozac empieza a aullar toda la noche y no se puede dormir.
—¿Y la foto tuya en la sala de Tori también te muestra en un diminuto bikini?
—Por supuesto, Prozac admira cada parte oculta de nuestro cuerpo —dijo el, apoyando las manos en la barra—.
—¿Qué te pongo, guapo? ¿Lo de siempre?
Wentworth sonrió preocupado.
—Marcus... ¿No crees que es un poco excesivo seguir teniendo esa foto?
—Ya te dije que eso es para Prozac. Estamos en el siglo XXI, amigo mío.
No necesito un marco de fotos para pasarlo mal.
Cuando quiero llorar por Victoria, busco su número de contacto y me duermo mirando su foto de perfil. La cambia cada tres días más o menos.
—Necesitas ayuda profesional —dijo señalándole con el dedo—. Y la necesitas ahora.
—¿Por qué? —Sacó un par de latas de cerveza de la nevera y las puso sobre la mesa. Yo no lloro, Went, sólo sigo esa movida de referirse a la propia humillación para hacer humor.
La mayoría de las veces exagero. Tori está bien y yo también. El que lo está pasando peor es Prozac, que todavía no entiende por qué papá y mamá se han separado. Ya le he explicado que eso significa más regalos bajo el árbol en Navidad, porque podemos decidir a quién quiere más, pero sigue aullando de dolor cuando ve que ella no viene a pasearlo cuando me lo trae.
—¿Es ella la que te trae el perro?
—Bueno, antes lo hacía ella. Ahora me lo trae su hermana "porque no es bueno que nos veamos tan a menudo". Debería haberlo pensado mejor cuando decidió que la mediadora sería su maldita gemela, que, por cierto, no está menos buena.
Wentworth ahogó una carcajada detrás de la lata.
—Deberías alejarte de los bombones de chocolate n***o durante un tiempo. ¿Por qué no te abres una cuenta en alguna web de citas? Conoces a gente interesante, y te lo dice un tipo que lo ha probado varias veces.
"Se tienen malas experiencias, sí. De vez en cuando me he enfrentado a una cena con una señora barbuda o una vieja que jugaba a ser treintañera, pero, en general, va bien y tienes garantizado el sexo.
—Soy un tipo clásico, Went. Si quiero sexo, me voy a un bar y me tiro a la primera con cara de mala que me encuentro.
Y lo siento, pero no voy a arriesgarme a enamorarme de una octogenaria. ¿Qué haría si ella pensara que soy inmaduro? —preguntó en tono preocupado—. Me rompería el corazón.
—Las opiniones son lo de menos en estos casos.
Allí le caes bien a todo el mundo, seas quien seas. Todos están locos por ti.
—Qué descripción de ti mismo.
—No pertenezco a ese grupo. Recurro a las páginas web porque mi trabajo requiere demasiado tiempo y no puedo salir a los bares a medir el terreno, así que hago mi trabajo online y desde casa. Soy un poco más exigente, pero, en general, puedes tener una cita en veinte minutos si lo haces bien.
—¿Estás bromeando?
—No, normalmente eres tú.
"Mira, hace dos días conocí a una chica en Internet que estaba desesperada. Me pasó una foto de ella y no estaba nada mal. Prefiero las exóticas, pero una rubia nunca está mal. He quedado con ella esta noche.
—¿Me lo dices porque necesitas que te ayude a elegir los accesorios?
—No. Te lo digo porque cuando digo que estaba desesperada, es por que esta muy desesperada —dijo mirándolo fijamente.
Marcus fingió estremecerse.
—Debes estar aterrado. Una mujer queriendo acostarse contigo... Escalofriante.
—Hizo una mueca, conteniendo una carcajada. ¿Qué tiene de malo?.
—Esa es la cuestión, es bonita —dijo su amigo con una risita—. Mira, cuando te digo que se me han acercado ancianas y hombres para tener citas, no estoy bromeando.
Por eso, cada vez que se me acerca una mujer que parece atractiva y está demasiado interesada en ligar, sospecho. He rastreado Internet de arriba abajo con las fotos que me ha enviado por si están en algún blog o ha suplantado alguna identidad, pero aparentemente no.
—Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Tienes miedo de no estar a la altura de una tigresa? —El problema es que cuando no te dicen su f*******:, esconden algo turbio.
—Seguro que son fotos de adolescentes. O tal vez no tienen f*******:.
—Enfócate, Marcus. He estudiado los algoritmos y más del noventa por ciento de los que están en el sitio y no dan su número o datos personales están mintiendo.Y no quiero arriesgarme a pasar la noche recibiendo cumplidos de una drag queen.
—Oh, cariño —dijo en tono femenino—, me moriría por una cita con Trixie Mattel. No sabes quién es, ¿verdad? Ganó All Stars 3, una especie de spin—off de RuPaul's Drag Race.
—No me jodas,. ¿Cómo no te pueden gustar los reality shows sobre hombres que hacen drag?
—Estábamos teniendo una conversación seria.
—Y yo también, así que no vuelvas a pronunciar el nombre de la comunidad en vano —concluyó, golpeando la mesa con el borde de su lata—. ¿Qué consejo esperas que te dé? Si no quieres arriesgarte, anula la cita y dedica esta noche a iniciarte en el mundo del travestismo.
Te lo agradecerás mañana. La tercera temporada de RuPaul es....
—Cuando me comprometo a hacer algo, lo hago, y decir que no unas horas antes de la cita es una grosería.
—Otro día que no tengo a nadie con quien hablar de Drag Race.
—Suspiró, mirando al techo.
—¿Sabes qué podríamos hacer?—Propuso de repente—: Ven conmigo al restaurante. Tú te das una vuelta, te aseguras de que la mujer con la que he quedado no es una calavera y, en función de si la respuesta es sí o no, yo decido si voy o no.
—¿Y no es eso una grosería? Al menos le pagarás la cena sea bonita o fea, ¿no? Went, a las mujeres no les gusta comer solas. Les da vergüenza hacerlo en público.
—¿Por qué iba a invitar a cenar a una impostora? Vamos, Marcus, me lo debes. Por esa vez que te salvé esa cita a ciegas.
—Esa cita a ciegas en la que me metiste en primer lugar —añadió—. Está bien, no te culpo: quieres lo mejor para tus amigos y no hay nadie como yo. Sí, ¿por qué no? Vamos al restaurante.Pero tú me llevas en tu coche, yo elijo la música, y si resulta fea, puedes invitarme a un McDonald's.
Wentworth dio una palmada. —Eso está hecho.