Nunca había odiado tanto mis lágrimas como lo hacía esta noche. Ellas resbalan por mi rostro con comodidad porque he encontrado el escondite perfecto para lucir como la patética que me siento. Es en la azotea del club, llena de suciedad y soledad. Esta en la que me encuentro sentada en uno de los cajones de los grandes compresores ubicados en este lugar. Y sí, sintiendo el frío que Enzo me advirtió sentiría. Y sí, sufriendo por las verdades evidentes de nuestra relación. Una parte de mí creía que al revelarle como me sentía, él cedería y me daría lo que yo quería. Me había dicho que nunca me haría daño, que no haría algo que yo no quisiese, que lo enloquecía. Si yo era realmente la única mujer, viva, para él. ¿Por qué no podíamos tener algo más? Me sonaban a excusas y más excusas para un