Capitulo 9

1267 Words
Narra Marcello Acompañé a Eileen en una jornada de compras, la hice escoger un montón de ropa, toda la suficiente como para pasar un año vistiendo sin repetir las prendas. Llenamos la cajuela y la parte trasera de la Porsche. Sin embargo, ella estaba molesta. —Aún no supero que me hayas sacado de la ciudad — se quejó. Cuando la saqué de la cabaña donde la teníamos como rehén, ella se quedó dormida durante todo el trayecto a la mansión y nunca vio a dónde la llevaba. —Hay muchas cosas que no superarás — respondí, sin apartar la vista de la carretera —De hecho, debería haberte llevado fuera del país— —No puedes obligarme a cambiar mi vida —Eileen replicó con su habitual terquedad. Sabía que la paz entre nosotros no duraría mucho. ¿Cuántos minutos habíamos estado bien? ¿Siete? —Fíjate que yo estoy dispuesto a cambiar cosas de mi para no dañarte — la miré por unos segundos. Su mirada me correspondió. —No te estoy obligando a cambiar tu vida. Yo puedo hacer de tu vida mejor, que es diferente — aclaré. —Por Dios—Ella llevó las manos a su cabeza exasperada. —¿Qué quieres almorzar? — cambié de tema. —No lo sé — respondió. —Vamos, Eileen. ¿Qué te apetece? Llevas tres días sin comer bien, necesitas estar fuerte — le dije, deseando escuchar su elección. —¿Fuerte para qué? — me preguntó cruzando los brazos. —Para soportar nuestra situación — sonreí. Estacioné el auto en un restaurante con aspecto rústico que conocía, donde vendían deliciosos tacos. —Qué romántico... — se burló. —Parece que eres más rompecorazones que yo — salí del auto, lo rodeé y me apresuré a abrirle la puerta. Le ofrecí mi mano para ayudarla a bajar, aunque solo recibí una mirada desaprobatoria. A pesar de ello, disfrutaba estos pequeños gestos más de lo que podría expresar. —Qué bonito lugar — comentó al observar la fachada del establecimiento, parecido a una choza. Los dueños eran mexicanos, el techo estaba cubierto de paja, y las mesas y sillas eran de madera, decoradas con coloridos manteles. Aunque los meseros eran en su mayoría chinos, vestían como charros. —La comida te encantará — —¿Cómo lo sabes? — preguntó con curiosidad. —Lo presiento — le guiñé un ojo. —Por favor, el plato especial. Con amor, para mi novia — le pedí al mesero, quien me sonrió mientras yo miraba a Eileen. —Ya quisieras — rodó los ojos. —Lo bueno es que todo lo que quiero, lo tengo. Como tu, ¿ya ves? Tómalo como ejemplo — No me respondió, simplemente me ignoró y se hizo la que admiraba el lugar. Los platos llegaron a nuestra mesa, y pude notar su sorpresa al ver lo que había ordenado. Jugamos mientras comíamos, rozando nuestras manos al mojar los tacos en la salsa. —Te gusta jugar con fuego, ¿verdad? Te encanta rozar conmigo — le dije juguetonamente. —¿Sabes? Eres el mafioso más payaso que existe — se lamió el dedo índice. —Ten cuidado, mujer, que puedo imaginar cosas peligrosas — la molesté. —¿Ya ves? — esta vez fue ella quien río. —¿Ahora resulta que soy un payaso después de ser malo y brusco? — pregunté divertido. —Están riquísimos los tacos, y el ambiente es diez de diez — me ignoró nuevamente. Asentí. —Sabía que te gustarían, te lo dije — —Comienzas a entenderme — me miró. —Creo que sí. Solo necesitabas algo más tradicional, ¿verdad? Algo sencillo después de haber estado en medio de situaciones extremas. Estás envuelta en otro mundo, en mi mundo — expresé. —No te equivocas — suspiró. Pagué la cuenta y agradecí al chico por el servicio. —¿Vamos ahora por algo que endulce un poco esa amargura? — le pregunté. —Algo que NOS endulce, querrás decir. Porque te recuerdo que tu rostro parece una piedra — se puso de pie junto conmigo. —¿No te he parecido muy chistoso hoy? — le pregunté. —Hoy, porque necesitas ganarme de alguna forma u otra — me hizo reír. —Vas a caer rendida en mis brazos, te lo aseguro, Eileen — La sonrisa desapareció de mi rostro cuando vi a Milena y Augusto salir de un vehículo y caminar hacia nosotros. —Marcello — Eileen mencionó mi nombre alarmada. Tomé su mano y la coloqué detrás de mí. —Vaya casualidad. Así que nosotros estamos trabajando, y tú estás de paseo con la rehén — Milena no tenía miedo, a pesar de todo. —La verdad que eres una sinvergüenza. Pensé que después de todo ibas a recoger tu dignidad y mirar hacia otros horizontes— —Marcello, basta — Augusto la defendió, lo cual no me agradó. —Y ah, Eileen no es una rehén. Es mi mujer y exijo respeto para ella— le hablé dando un paso hacia ellos. Sin embargo, Eileen apretó nuestro agarre no queriendo que avanzara más. —¿En esto has estado ocupado todo el fin de semana? Fui yo quien llamó esta mañana al número de tu residencia — Augusto habló. —Si hubiera sabido que eras tú, te lo hubiera dicho desde un principio — respondí con desfachatez. —Trabajamos para ti, Marcello. Vinimos porque tenemos hambre, ya que nuestro día ha sido pesado, y te encontramos disfrutando de la vida como si estuvieras de luna de miel — —No veo lo malo. Soy el jefe, después de todo— dije buscando lógica en sus protestas. —Además, ustedes trabajan, pero también se benefician y tienen la libertad de decidir cuándo dejar de trabajar. No se comporten como esclavos, porque no lo son. Ahora, si me permiten, Eileen y yo ya disfrutamos de los tacos, y vamos por algo dulce. Deberían hacer lo mismo más tarde, para dejar de amargarse por mis decisiones. Especialmente tú, Milena— Sin soltar la mano de Eileen, la invité a caminar delante de mi hacia nuestro coche. Le abrí la puerta y la ayudé a subir. Luego, rodeé el automóvil, me senté al volante, encendí el motor y nos alejamos del lugar. —¿Estás bien?—le pregunté. —Por favor, detente—dijo sin más. Me pareció extraño, pero me estacioné. —Gracias por defenderme— expresó, apoyando su cabeza en mi hombro y entrelazando su mano con la mía. Desabroché mi cinturón y dejé un beso en su frente. —No tienes que agradecerme— acaricié su cabello. Me miró a los ojos. Analizó cada una de mis facciones. Me comió con la mirada hasta pasar su mano a mi rostro. Fue ella quien esta vez acarició mi pelo y me peinó con sus dedos haciéndome sentir como nunca antes. Como un adolescente con su primer amor. Pasó a sentir mi barba y no me contuve. Ya me parecía desesperante tenerla tan cerca de mi y no sentirla como quería. La besé. Cuando sus labios se encontraron con los míos, la vida me cambió de color y cualquier otro placer que había experimentado quedó relegado. Fue un beso suave, dulce y apasionado. No quería separarme de ella. —Joder, mujer, ¿Qué has hecho conmigo?— le susurré, apenas capaz de contener la emoción. Escuché su risa traviesa. —¿Te apetece un helado?— carraspeé, notando mi voz ronca por la calentura. —Un helado y otro beso—respondió con picardía.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD