Capitulo 8

1292 Words
Narra Marcello. —Tú eres mi ocupación, así que no estaré en casa durante todo el fin de semana por ti. ¿Qué te gustaría hacer? ¿A dónde te gustaría ir? — le pregunté. —No tengo idea, la verdad. Hace rato me dijiste que no te dejaba ser bueno conmigo. Demuéstrame un poco quién eres y qué intenciones tienes — me contestó. Me gustó su respuesta y lo que significaba ello. —En una hora saldremos entonces —Ella me miró asombrada. —¿De verdad? — me preguntó. —¿Qué creías? Tú eres quien ha estado haciéndose mundos en tu cabeza. Nunca dije que serías mi presa — levanté mi ceja. La vi mojar sus labios. —No sabes qué decirme, ¿cierto? — le pregunté ante su silencio —Así te seguirá sucediendo, te quedarás sin palabras ante muchas cosas — le hice saber. —¿Eso debe asustarme? — me preguntó. —Conmigo no debes sentir miedo — la miré a los ojos. Cada vez que conectábamos nuestras miradas, podía sentir un mar de emociones. No sabría cómo explicar lo que miraba en ella. Pero podía jurar que no solo era odio lo que en su cuerpo vibraba por mí. Sus ojos, cuando me corresponden, siento que me llaman. —Me voy a alistar — escapó de mí. Asentí levemente. Yo haría lo mismo. La verdad no sabía muy bien lo que haría ni a dónde iríamos, pero estaba convencido de que sería un tremendo día. Me fijé en que en su plato había dejado restos de comida, pero al menos había comido algo. Me marché tras ella irse, no sin antes acariciar a mi perro. Él nos había unido un poco hoy, le debo un paseo. Subí las escaleras y entré a mi habitación para entonces darme un baño. Tenía que demostrarle a Eileen que sí podía ser el hombre que ella quisiera a su lado. —No sé cómo diablos puedo pensar así. No sé qué me pasa. Yo mismo temo por lo que estoy sintiendo — me hablé mirándome al espejo. No me había pasado con ninguna otra mujer. Estoy enloqueciendo. Sacudí mi cabeza para sacar esos pensamientos y terminé de vestirme. A mi puerta tocaron dos veces. —Disculpe que lo moleste, señor — se disculpó la chica del servicio — Pero la señorita lo llama — me informó. —¿Ya está lista? Ya voy, qué apresurada — pensé. —No, aún está en la recámara — —Gracias — le respondí confundido. Abandoné mi aposento para ir al de ella. —Al menos toca la puerta — me reprendió cuando entré. —Pensé que ya estabas vestida — le dije mirándola sobre la cama, cubriéndose su cuerpo con una toalla. Mojé mis labios. Sobre su espalda caía su melena rubia húmeda. Tenía burbujas de agua sobre su piel. Sus pestañas estaban mojadas y se miraban hermosas. Sus pies descalzos... Dios. —Sobre eso quiero hablarte. No tengo qué ponerme — se cruzó de brazos. —Las chicas del servicio no te trajeron...— no me dejó continuar. —No es ropa adecuada para salir — ladeó su cabeza. —No puede ser amiga, entonces ¿Qué haremos? — actué como si fuera una mujer. —¡Es una tontería! ¡Mujer, por Dios, ponte lo que sea, iremos de compras! — —Tú y tus malditos chistes sin gracia. No saldré fea a la calle — me hizo reír. —Te podrías poner lo que sea, y te verás hermosa. Por eso te escogí, ¿no ves? — la jodí. —Marcello, no estoy jugando — —Ni yo tampoco — le respondí serio. —Déjame ver tu armario — me pidió. Me lo encontré extraño. —¿Para qué? No hay ropa de mujer allí, no encontrarás nada para celarme — —No seas idiota. Ni encontrando me pondría yo una ropa que haya llevado puesta una de tus mujerzuelas. Solo quiero ver qué puedo escoger para ponerme —Me mordí los labios. —Te gusta provocarme, lo compruebo — —Creo que con este short podría ponerme una camisa blanca de seda tuya — tomó entre sus manos el jean corto. —No hace falta querer usar mi ropa para tener mi aroma. Puedes tenerlo haciendo otras cosas — la molesté. —Marcello... — se llevó la mano a la cabeza, suspiró, se puso de pie y me pasó por el frente. Salí detrás de ella dirigiéndonos hacia mi habitación. Pude sentir cómo analizó el espacio. Caminó hasta el closet mientras yo me recosté de la puerta y la miré decidirse por una de mis prendas. Notó mi mirada sobre ella y con su mano me hizo señas de que me fuera. —Necesito vestirme — —Estás invadiéndome, te recuerdo — le guiñé un ojo. —Porque así lo quisiste al momento en que decidiste quedarte conmigo. Ahora acepta que utilice tus cosas y me adueñe de ellas también — me guiñó el ojo. Reí. Reí naturalmente por sus ocurrencias. —No tienes idea de cómo me gusta que así tomes las cosas — salí del closet para permitir que se vistiera. Aún con la sonrisa en mi cara, negué con la cabeza. Tener una mujer significaba tantas cosas. —Ve buscándome alguna crema para mis piernas, unos lentes de sol y algo con lo que pueda pintar mis labios — la escuché decirme. Tener mujer significaba muchas cosas, dentro de ellas, que te manden... y cómo lo detesto, pero de ella no lo tomaba así. Sostuve mi crema hidratante para manos, unas gafas de sol de mi colección y un hidratante de labios. La vi salir del closet finalmente vestida. Los shorts le quedaban perfectos con mi camisa. Tan solo ajustó los primeros botones de la prenda como para tapar el sostén, dejando lo demás a la vista. Remangó las mangas y acomodó el cuello. Me quitó los lentes de las manos y los llevó a su cabeza usándolos de cintillo. Hidrató sus labios y... —Permíteme ponerte la crema — le pedí. —Es el precio por usar mis cosas — antes de que protestara, le dije. —No, si no me iba a quejar. Siempre me ha gustado la idea de tener un esclavo — me miró con aquella mirada provocadora. Apreté los labios. Me senté al borde de la cama mientras ella permanecía de pie. Me eché crema en la palma de mis manos y froté en sus piernas suavemente. Tenía muy buenos muslos y unas pantorrillas increíbles. Ciertos lunares pude apreciar así de reojo. —Me alegra que ya no tiembles ante mi tacto — la miré a los ojos sin dejar de sobar sus piernas. —Ese es el plan — me contestó. Dejé un beso en una de sus piernas y me puse de pie. —Es el plan, totalmente de acuerdo. Aunque en ocasiones te haga temblar las piernas... pero eso será luego luego — dejé la crema en su lugar. Pude escuchar lo fuerte que tragó. —¿Nos vamos? — le pregunté. —Nos vamos — asintió. —Siéndote sincero, con mi ropa lucís muy bonita — ella me miró y sonrió a medias sin mostrar sus dientes. Me llenó verla hacer el gesto. —Ya no es tu ropa, ahora es mía — añadió con seguridad. Sonreí mientras salíamos juntos de la habitación, listos para enfrentar lo que nos esperaba en este día que prometía ser diferente y emocionante. Con Eileen a mi lado, sentí que todo podía ser posible, y que, quizás, esta vez, había encontrado algo más que solo un juego de seducción. Algo más profundo y significativo que me hacía temblar por dentro.
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