Desaparecido

1197 Words
—¿Ahora qué hacemos? — pregunto confundida. —Tenemos que asegurar la ubicación de Alejandro, lo llevaremos a la mansión — anuncia mi tío. Mi corazón da un vuelco. Saber que lo tendré en casa es la noticia más esperanzadora que me han dado. Por lo menos sé que allá las condiciones son totalmente diferentes al infierno que debe estar pasando en ese horrible sótano. Solo de recordar cómo lo encontré anoche, herido gravemente, mal alimentado como un viejo animal, mi corazón se quebró un poco. En casa, yo misma me encargaré de su cuidado. ¿Y crees que él querrá tus atenciones? La consciencia vuelve a la carga y me hace dudar. Mi familia acaba de aniquilar a su tío y por si fuera poco, anoche te pidió que te largaras tras dudar de él, así que lo mejor es que no me ilusione mucho, sin embargo, me conformo con saber que estará bien. Por otro lado, mi padre, quien parece leer los pensamientos, me mira con gesto duro: —No te hagas ilusiones, pequeña. Que lo llevemos a casa no significa que será en plan romántico. Hasta que esto no se resuelva, Alejandro sigue siendo tan culpable como ellos. Hace un gesto a sus hombres y con un gran número de ellos, se dirige hacia el interior de la casa. Yo trajo en seco y me giro para acompañarles, con miedo a que me ordene quedarme aquí, pero para mi suerte no me niega el acceso. He aprendido a no refutar su voluntad ahora que he empezado a involucrarme en el negocio familiar. A diferencia de cualquier otra situación, he aprendido que cuando está delante de sus hombres y en los temas familiares, mi dulce y tierno padre, a quien desde niña podría engatusar y meterlo en mi bolsillo con facilidad para lograr convencerle de cualquier cosa, es un hombre totalmente diferente. A parte de ser duro y frío, sus órdenes no se cuestionan, porque él es la cabeza de los negocios Borja, tras heredar el legado de su hermano mayor, quien se retiró dejándole el protagonismo hace unos años cuando descubrió que estaba enfermo de la presión. Eso hace que me trague cualquier berrinche o discrepancia que tenga con él, ya que, no importando el hecho de que sea su única hija, su voluntad se hará cumplir por encima de la mía. Corro tras ellos, ansiosa, guardando mi arma luego de ponerle seguro en el cinto donde la llevo cargada. Los demás soldados del ejército Borja se quedan en el exterior, alertas, desconfiados de la serenidad de parte de los Lombardi, listos para atacar en caso de ser necesario. Si en verdad vamos a llevar a Alejandro a casa, debemos hacerlo rápido y con mucho cuidado, porque cualquier ataque en el camino, podría ser letal, además de los daños colaterales. Mi padre, mi tío GianMarco y mi primo Franco toman la delantera, hacia el interior de la casa conmigo pisándole los talones. Estoy ansiosa por verle, por saber que aún está vivo, que a pesar del odio que pueda sentir hacia mí, compartiremos el mismo techo. Me detengo frente al pórtico al igual que el resto, el sol de media mañana ha empezado a brillar sin calentar mucho, pero hay suficiente luz para apreciar el deteriorado estado de la casa. Uno de los hombres abre la vieja puerta de madera con tan solo una patada y el olor a humedad nos golpea a todos. A simple vista, todo parece estar tan intacto como cuando estuve aquí hace unas semanas, con él por primera vez. Los demás se dirigen al interior y yo me quedo anclada en la entrada. Mis ojos se dirigen hacia el piano y puedo hasta verle allí, sus manos tocando con agilidad sobre las teclas blancas y negras. Otra vez me siento tan rota, tan fría, porque me han arrebatado cualquier oportunidad de estar con él. —¡BIANCA! El rugido de mi nombre con furia me saca de mi ensoñación. Me espanto por el grito y corro hacia el sótano para ver de qué se trata, ya que me he quedado sola en el piso de arriba. Cuando llego a la cima de las escaleras del sótano, el hedor es más fuerte y nauseabundo. Huele a muerto, a óxido y sangre. Siento que mis rodillas me traicionan y casi me resbalo, ante la idea de que mis peores miedos podrían ser realidad. Ha muerto. Esa es la idea que llega a mi mente, porque con las tremendas golpizas que recibió, no es para menos. Tengo miedo de bajar, pero la voz de mi tío vuelve a llamarme con el mismo ímpetu que antes, y eso, más el rayo de luz cegador de una linterna en mis ojos, me llevan hasta el fondo de las escaleras, donde están ellos reunidos. No me atrevo a hablar. Mi lengua se ha desconectado por completo de mi cerebro y no encuentro las palabras. Busco con la mirada al rincón donde se supone que estaba Alejandro tirado como un muerto, pero está vacío. Así que abro mucho los ojos, presa de la sorpresa. —¡Pero qué demonios…! — empiezo a preguntar cuando un fuerte bofetada me sacude todo el cuerpo, haciendo que me gire con fuerza y dé de bruces contra la pared. —¡Traicionera! — GianMarco escupe con dureza la palabra más vil que me han dicho nunca. El sabor de la sangre en la boca y lo fuerte del golpe me han dejado aturdida por unos instantes, por lo que logro, a duras penas, recobrar la compostura hasta quedar frente a él. —¡¿Por qué has hecho eso?! — le cuestiono hecha una furia. Mi mirada se dirige hacia mi padre, quien, para mi muy amarga sorpresa, no hace ni ademán de ayudarme, ni de defender. —¡PORQUE TE LO MERECES! — grita mi tío colérico, tan diferente al amoroso sujeto que creía conocer — ¡Nunca debimos confiar en ti! Mira como nos has pagado: dejándole ir, regalando nuestro único as. Debes de estar muy contenta, ¿no, Bianca?   —Papá, dime de qué está hablando. No tengo nada que ver con la desaparición de Alejandro. Mi voz es fría, cortante, dolida por tanta desconfianza. Mis ojos estudian a mi padre, en busca de un aliado, pero tanto él, como mi primo y mi tío, me miran como si fuera la rata más asquerosa de la ciudad. Tras un largo silencio, mi progenitor es el primero en hablar. —Fue tu idea traerle aquí y eres la única que tendría las razones suficientes y la valentía para dejarle libre, así que, nos dirás adonde lo llevaste, aunque sea lo último que hagas. Mi piel se pone de gallina por el miedo de ver convertirse al que creía mi héroe, en un villano. Hace un gesto con la mano y dos de sus hombres me llevan escaleras arriba. No digo media palabra, el temor y asombro me han dejado muda. Solo estoy segura de dos cosas: me están culpando injustamente por algo que yo no hice y el castigo que tienen para mí, no será nada bueno. 
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