Campo de guerra.

1106 Words
Con el largo suspiro que se escapa de mi boca, se genera un halo blanco frente a mí, propio del frío del invierno que ha empezado azotar desde hace dos días, y yo no hago más que abrigarme para soportar las intemperies del clima. Este año un frente helado se ha asentado sobre toda la región lo que ha hecho que la temperatura descienda varios grados más de lo acostumbrado. Guantes negros cubren mis manos y un abrigo de piel de oso color blanco que me arropa medio cuerpo, mientras contemplo pensativa el magnífico escenario frente a mis ojos: una fina capa de nieve ha cubierto la cima de las montañas que se ven en cadena a lo lejos en las afueras de la ciudad. En otro momento, en otra situación, me sentiría totalmente calmada por tan magnífico paisaje, es más, de haber tenido mi cámara a mano, me habría detenido a tomar un par de fotografías para mi colección. Después de los quince años, desarrollé afición a la fotografía, al arte y a la naturaleza, por eso aprovechaba cualquier fin de semana para escapar a acampar a las afueras de Londres y a tomar fotografías con mi cámara Nikon que me regaló mi mamá a los dieciséis. Sin embargo, hoy, a pesar de lo inspirador del panorama, no hay tiempo para deleites ni ánimo para estar pasivo. Es como si fuese la superficie de un mar que se totalmente en el fondo, pero que bajo el agua, un gran remolino va formándose. La tensión está en el aire, sobre todo para mí, que soy totalmente nueva en esto y que nunca he estado ni cerca de utilizar un arma. Miro a mi alrededor, los demás tienen un rostro serio, reflejo del mío. Por la radio que tiene en el oído, mi padre pide información a uno de sus hombres que están esparcidos por todo el perímetro. A su lado, escucho la voz de Petro que le dice que no hay movimientos. No sé si eso es una buena o mala noticia, de lo que sí estoy segura es que nos tiene a todos en ascuas. Tras haber enterrado a nuestro patriarca, y de haber hecho duelo para guardar el respeto que se merecía, hoy hemos hecho un contraataque, primero, porque no nos íbamos a quedar de brazos cruzados ante la ofensa tan grande de ver morir al abuelo y padre. En segundo lugar, porque los Borja queríamos venganza. Siendo así, cuando mi tío ofreció la idea de atacar a uno de los más débiles, todos estuvimos de acuerdo, excepto mi padre. —¿Estás Seguro de esto, GianMarco? — preguntó dudando el día de ayer. —Claro que lo estoy. Santiago tiene una predilección con el vino, además de ser despistado. —En realidad no quisiera que por error se lo tomara Fabián. Lo último que deseo para ese mal nacido es una muerte lenta. —Confía en mí, Fran. Esta jugada es lo que necesitamos para sorprenderles y darle donde más le duele. ¿No fue eso lo que él hizo con nosotros? — le confronta mi tío airado, dolido aún, con una herida sin sanar. Todos asentimos con la cabeza, sin atrevernos a llevarle la contrario. Estábamos en la biblioteca de mi casa, lugar que se ha convertido en centro de mando de nuestras operaciones, ahora que las oficinas no son un lugar seguro. Así fue como ayer nos encargamos de Santiago Lombardi, uno de los hombres de mi padre se encargó de ponerle veneno en la botella de vino más cara y atractiva que encontró en la bodega. Lo demás no fue más que un conjunto de estrategias para hacerlo llegar hasta ellos. Debo admitir que nada de esto me consuela y que no estaba cómoda con la idea, por el contrario, me enferma solamente en pensar en Mássimo. Perder a un padre es algo de lo que nadie se recupera nunca, y más, por causa de una guerra que él no inició. Por eso, traté de conciliar con mi padre al respecto, que no había porqué herirle a él si el culpable era su hermano mayor. —Son la misma cosa, Bianca. Será mejor que te acostumbres, porque no será la única muerte que verás — sentenció severamente. En ese instante me di cuenta de que mi vida estaba terminada. Que cualquier chance o esperanza de ser feliz o de rehacer mi vida con Alejandro era poca más que un sueño, una utopía que no iba a pasar. Si bien ya era difícil que algo se diera entre nosotros, sabiendo que su familia aniquiló a mi abuelo, ahora mucho menos probabilidad hay para nosotros cuando él se entere que mi padre y mi tío han matado al suyo. Aunque no lo demuestre, aunque no lo refleje, mi corazón está destrozado, porque las decisiones de los demás están destruyendo poco a poco la vida que me costó tanto construir. Pienso en Cinthia. ¿Cómo seguirá siendo mi amiga sabiendo que yo estuve en el involucrada en la muerte del padre de su novio? Pienso en Mássimo, a quien creí mi amigo. ¿Cómo podrá perdonarme, sabiendo que yo soy cómplice? Un tremendo escalofrío me recorre toda la espina dorsal ante la noticia de la jugada. Es horrendo todo esto, como si fuera sacado de una película del padrino, pero no tengo escapatoria, esta es la vida a la que me han arrastrado. —¡Tío, per favore! — ruego desesperada, tirando de la manga de su camisa negra, antes de que dé la orden de enviar la botella. Sus ojos me miran con dolor, el mismo color del de mi padre, pero sin la calidez y el amor que hay en los de mi progenitor, mientras niega con la cabeza una única vez. Siento mi corazón quebrarse otra vez y callo, en silencio, tragándome todas las emociones que se han atorado en mi garganta y que conservo hasta hoy. Por eso hoy, a penas veinticuatro horas después de mover ficha, estamos aquí, en frente de la guarida donde el amor de mi vida se encuentra encerrado, esparcidos por la gran planicie que hay frente a la casa, como si fuera una especie de campo de béisbol, esperando alertas. Sabemos que el ataque de los Lombardi no se hará de esperar, así que, con mucho miedo, mucho frío, y el alma rota al recordar mi último encuentro con Alejandro, donde me rogó que me largara, me aferro al arma que me han dado y que intentaron de enseñarme a usar horas antes, esperando con el corazón en un hilo, que empiece la guerra.
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