Ya casi había pasado una semana desde que tuve sexo con Luciano en el baño de la universidad, y lo que yo había pensado que sería solo una jodida en el baño para “liberar tensión”, se terminó convirtiendo en jodidas día y noche.
Si no era en el baño o en algún salón desocupado de la universidad, era en su apartamento.
La primera noche que dormí con él fue solo una jodida áspera, en donde lo puse en cuatro patas y lo clavé tan duro que casi desbaratamos la cama, pero no hubo ni besos, ni abrazos, ni arrumacos tras la calma post orgásmica, al parecer porque ninguno de los dos quería crear un lazo afectivo.
En esa primera noche, ya era muy tarde para que yo regresara a mi residencia, así que Luciano insistió en que me quedara a dormir, pero no con él, sino en la habitación de huéspedes.
En la segunda noche, fue cuando todo se jodió.
Después de que follaramos, me quedé solo un ratito acostado a su lado, y no supe en qué momento me quedé dormido, pero cuando me desperté a la mañana siguiente y lo vi dormitando en mi pecho, acurrucado como dulce un gatito que buscaba algo de calor y...afecto, simplemente todo se jodió en mí.
Con los rayos tenues de sol que se filtraban por las cortinas, aprecié cada aspecto de su carita hermosa, y hasta le conté las pecas. Le alcancé a contar 32 pequitas, sin contar las que tenía en el cuello.
Mierda...yo hasta quería contar las pecas que tenía en el resto del cuerpo, porque en los pocos días que yo llevaba viéndolo desnudo, me di cuenta de que tenía pecas en todo el cuerpo, perfectamente distribuidas, porque en definitiva parecía como si él hubiera sido cincelado por los mismos ángeles.
Cuando él se despertó y me dejó ver sus adormilados ojos grises, no aguanté la tentación, acuné su rostro con mis manos y lo besé, y él por supuesto que me correspondió al beso.
Sin contar los picos inocentes que le solía dar a Alejandro, ese fue mi primer beso con un hombre y...y eso fue lo que definitivamente me jodió.
Fue un beso que estaba cargado de todo: pasión, deseo, hambre, necesidad y...amor.
Sé que es muy pronto para decir que yo estoy enamorado de Luciano y él de mí, pero si pensar en alguien las 24/7 y sentir que el corazón se te estalla cada vez que lo ves no es amor, entonces no sé qué sea. ¿Atracción? Tal vez, pero sea lo que sea, yo ya me estaba asustando.
Por supuesto que no era fácil para alguien como yo, que solo había estado con chicas, empezar a sentir cosas por un chico. Cosas que yo antes no había sentido por una chica; sí que había tenido algunas novias serias, una en el colegio y otra en la universidad, pero fueron de esos amoríos de juventud por los que en realidad no sentías nada más aparte de un atontamiento y ganas de tener sexo todo el tiempo.
¿Era lo mío con Luciano otro amorío juvenil? Quise llegar a pensar que sí, y yo en serio estaba rogando porque él no hiciera nada para que yo llegara a enamorarme.
Pero en esa mañana de sábado, cuando yo me desperté todavía sintiéndome exhausto por la larga jornada de sexo que tuvimos anoche, Luciano me llevó el desayuno a la cama, y fue ahí cuando confirmé que él no me iba a poner las cosas para nada fáciles.
Él ni siquiera me había preguntado si yo era gay, o bi, o simplemente un hetero curioso que estaba experimentando. Él al parecer entendía perfectamente que yo no me quería etiquetar con nada de eso. Yo simplemente era una persona a la que le gustaba un hombre, tan simple como eso.
Yo creí que me haría algún simple desayuno italiano, como un croissant relleno con nutella o mermelada y un café espresso, pero me sorprendí cuando vi un plato de caldo de huevo, arepa y chocolate con queso.
Un desayuno que era típico solo en la región de la que yo era oriundo.
—Me tomé la molestia de averiguar en internet cuál era el desayuno típico del lugar en donde creciste —dijo Luciano, dejando la bandeja en mis piernas —. Debo admitir que me sorprendí al saber que ustedes comían caldo de huevo con leche y papas, busqué la receta en YouTube e hice mi mejor esfuerzo, y sí que lidié para hacer la arepa, pero...
No dejé que Luciano terminara de hablar. Le estampé un besote que lo dejó sin aliento, y tras poner la bandeja sobre la mesa de noche, me lo comí a él, clavándolo contra el colchón.
—El. Caldo. Se. Va. A. Enfriar —decía Luciano entre cada embiste que yo le daba.
Lo ignoré y lo seguí bombeando, mientras le dejaba chupones en el cuello, y él a su vez me dejaba rasguños en la espalda y me apretaba las caderas con sus piernas.
Y no. No me puse condón esta vez. Él ya me había mostrado los últimos exámenes de ETS que se hizo, y él confió en que yo le dije que nunca había tenido sexo con un hombre antes de él, y que había usado condón con todas las chicas con las que me acosté.
Y llegar a ese nivel de confianza y de intimidad como para tener sexo sin condón no podía ser de simples jóvenes calenturientos que estaban teniendo un amorío de universidad.
Cuando ya habíamos quedado sexualmente satisfechos, ahí sí me dispuse a desayunar.
Obviamente que el caldo no era como el que preparaba mi padre, que había sido una exquisites, pero me gustó. Luciano en realidad tenía una buena sazón, y el hecho de que fuera asquerosamente billonario —o bueno, él no, su padre— al parecer no lo hacía ser un niño rico inservible que no sabía ni lavar un plato, porque en lo que yo llevaba viniendo a su apartamento, los fines de semana sus empleadas descansaban, así que él se hacía su comida, y preparaba esos típicos platos italianos mucho mejor de los que yo había probado alguna vez en los restaurantes italianos que había en Bogotá y en Bucaramanga.
Luciano hizo que fuera yo el que me sintiera como un niño rico inútil, porque yo a duras penas sabía cocinarme un huevo. Era Alejandro el que había aprendido a cocinar, y Carlos...bueno, él cuando se fue de casa se acostumbró a la comida del ejército, que consistía en meros enlatados, y así tenía las alacenas de su casa, llenas de enlatados y comida super procesada que solo tenía que calentar en el microondas y listo.
—¿Te gustó? —preguntó Luciano con suma atención, cuando yo ya estaba terminándome el caldo y la arepa.
—Para ser un europeo el que lo prepara, me encantó —dije, y él sonrió con satisfacción, enredando sus piernas desnudas en las mías.
De todas las cosas que me imaginé haciendo en Roma, no me alcancé ni a medio imaginar tomando mi desayuno en la cama, desnudo, junto a otro hombre. Esto sin duda era surrealista.
Pero...esto me encantaba. Me encantaba demasiado, hasta decir basta.
Por primera vez en lo que llevaba de mi corta vida, me sentía perdidamente enamorado de alguien, porque esas cosas que sentí por las chicas con las que estuve en la adolescencia y en mis años de universidad fueron cosas muy superficiales.
Con Luciano yo me sentía completo, y él tal vez era la razón principal por la que yo ya no pensaba tanto en mi luto; por supuesto que seguía pensando en mi padre, todos los benditos días, pero estar con Luciano me ayudaba a hacer ese dolor más llevadero, y yo sabía que estaba mal apegarme tanto a él y verlo como una especie de tratamiento a mi mala racha emocional; yo sabía que eso de pronto podría convertirse en una muy peligrosa dependencia, pero...me importaba una mierda. Yo quería a este hombre, con su venenosa forma de ser y todo.
—Iré con mi padre a mirar trajes para mi cumpleaños —me dijo Luciano después de un rato, después de otra sesión de sexo. Sí, nosotros éramos insaciables. Estaba recostado en mi pecho, dibujando círculos alrededor de uno de mis pezones, y yo estaba seguro de que podía escuchar los fuertes latidos de mi corazón —. ¿Quieres venir? De paso puedes mirar un traje para ti.
—Mi hermano no me ha enviado dinero, y tengo mi tarjeta de crédito cortada porque a él se le ha olvidado pagarla. No es ni siquiera con dinero de él, es de lo que recibo de las acciones de Café Bustamante y de la pensión de mi padre de la que soy beneficiario hasta que termine de estudiar —expliqué, pareciéndome terrible que Carlos ni siquiera tuviera tiempo para hacerme una pinche transferencia de mi propio dinero —, así que...no me alcanzará para comprarme un traje, que sé que será caro, porque supongo que tu padre solo va a los mejores almacenes.
—En efecto. De hecho, iremos en su jet privado a Milán, ya sabes...la capital de la moda y todo eso —dijo Luciano, y yo arqueé una ceja.
Wow. Ni siquiera mi familia era tan...así. Mi padre de hecho se vestía con trajes de marca nacional, nada de ir hasta Bogotá a comprarse trajes de diseñador internacional. Y bueno...Armani y todo eso eran marcas nacionales para los italianos, pero a lo que yo me quería referir es que...mi padre no usaba ropa tan carísima, como la que muy seguramente Massimo le compraría a su consentido hijo mayor para su fiesta de cumpleaños 23.
—Pues sí que menos tendré para un traje de marca Armani o Prada, o cualquiera de esas marcas italianas reconocidas —dije, y él me miró como si yo estuviera hablando de una nimiedad. Como si yo estuviera diciendo que no tenía para comprarme una menta.
—Eso no es problema, gattino —me ronroneó al oído. Gattino. Era “gatito” en italiano, y era eso lo que me susurraba cuando hacíamos el amor —, mi papi puede comprarte uno.
—¿Pero qué locuras dices, Luci? —dije, totalmente apenado de siquiera pensar en que un hombre que no me conocía gastara su dinero en mí.
—No será molestia alguna para él. Que mi padre compre uno o dos trajes de diseñador es como si comprara un dulce de máquina expendedora —dijo Luciano, mirándome con diversión —. No seas terco y acompáñame a Milán, que así de paso te hago una paja en la Catedral.
Solté una risotada. Luciano en serio que no tenía ningún respeto por lo religioso, y aunque debería aterrarme por eso, en realidad me lo tomaba con gracia, porque...bueno, nadie era santo en este mundo.
—Eres terrible, ¿lo sabías? —le dije, acariciando su bello rostro, que era mucho mejor que los de las bellas esculturas y pinturas que había en los museos de este muy cultural país.
—Lo sé —dijo él, dándome un piquito en los labios para al fin dirigirse al baño para alistarse.
Lo vi entrar al baño, sintiéndome ya locamente enamorado.
Cielos, definitivamente yo ya estaba perdido.