Las cosas con Luciano se estaban poniendo cada vez más raras.
Yo no podía explicar qué rayos estaba sucediendo, o en dónde radicaba lo “raro” en nuestra manera de comportarnos con el otro, pero de que había algo raro, sí que había algo raro.
Supongo que todo empezó cuando fui por primera vez a su casa.
Esa primera vez se convirtió en una segunda, y así continuamos, viéndonos todos los fines de semana, y así llegamos hasta mediados del semestre académico, no pudiendo prácticamente vivir sin el otro.
Porque eso era. No podíamos pasar un día sin al menos saludarnos, aunque fuera con un escueto mensaje de texto.
Si yo decía que el tipo no me gustaba, estaba mintiendo.
Me había gustado desde el primer día en que lo vi, porque físicamente era imposible que él no le gustara a alguien, solo que...su forma de ser terminaba de espantar a la gente.
Pero a medida que lo he ido conociendo me he dado cuenta que...eso no es más que una fachada para lo que él verdaderamente es. Luciano es buena persona, y lo demuestra cuando me pide que lo acompañe en su auto para entregar mercados a los comedores comunitarios.
Yo al principio creí que lo hacía por órdenes de su padre, porque don Massimo, siendo un senador, por supuesto que quería dar esa imagen del millonario filántropo que ayudaba a los más necesitados; pero la verdad era que Luciano lo hacía simplemente porque le nacía, porque no le gustaba saber que había gente que no había nacido con su mismo privilegio, y que no podían comer las tres veces al día.
La mayoría de hijos de políticos hacían esas buenas acciones solo si la prensa estaba presente para grabarlos y subir esos momentos en las redes y hacerse famosos por sus “buenas obras”, pero Luciano prefería hacerlo sin que lo captaran, y sin esperar nada a cambio.
Y en una ocasión en que fuimos a llevar regalos a un hospital que atendía niños con cáncer, mi corazón brincó cuando lo vi siendo tierno con los pequeños, y no estaba fingiendo esa ternura.
Por supuesto que no había ninguna cámara que lo captara, así que ese comportamiento no podía ser fingido, era completamente genuino, y yo supe que ya estaba perdiendo la cabeza por él cuando lo imaginé dirigiéndome alguna de esas sonrisas tiernas a mí.
En fin...yo noté que las cosas ya se estaban poniendo raras entre nosotros cuando nos quedábamos hasta la una o dos de la mañana chateando. Él me preguntaba cosas sobre mi país o me hablaba sobre el último videojuego de moda, y yo le seguía la conversación, hasta que alguno de los dos se quedara dormido primero.
Pero yo intenté hacer el experimento de durar todo un día y parte de la noche sin escribirle, y el resultado lo vi al día siguiente cuando llegamos a clase, se sentó al lado mío —algo que también se nos volvió costumbre—y me dijo:
—No respondiste mi mensaje ayer.
Aunque su rostro estaba sereno, pude notar en su voz un leve enojo. Levísimo, pero, al fin y al cabo, enojo.
—No sabía que tenía que responderte todos los días —le dije, solo para tantear el terreno, y funcionó.
Luciano no hizo nada por ocultar el disgusto ante mi respuesta, porque hizo una mueca, y no pudimos seguir hablando porque el maestro entró al salón y empezó a dictar su cátedra.
Pero, aunque nuestros ojos estaban posados al frente, mirando al profesor, en realidad nuestras mentes estaban en otro lado.
Sentí el pie de Luciano, sin su zapato, rozar mi tobillo, y después quedarse un buen rato ahí, rozando sus dedos cubiertos por el calcetín en toda la extensión de mi pantorrilla.
No supe por qué rayos le seguí el juego, pero unos minutos después me había sacado mi zapato vans, para también rozar mi pie en su pierna, subiendo y bajando lentamente.
Por supuesto que yo no había tenido que preguntarle a Luciano si era gay. Yo me había dado cuenta con el gayradar que nunca me fallaba. Y bueno..., tal vez le encontré en su computadora pornografía gay que se le había olvidado borrar cuando me la prestó para hacer un trabajo.
Y yo no era tonto. Yo sabía que Luciano gustaba de mí, que le atraía bastante, y que por eso había sido todo un incordio conmigo desde el primer día. Él era como esos chicos de kinder que cuando les gustaba una niña, la molestaban.
Y con ese jueguito de los pies ya le estábamos diciendo al otro que, en efecto, nos deseábamos.
Porque era deseo puro lo que yo sentía por este chico pecoso. Deseo carnal y...tal vez otra cosa que me daba miedo admitir.
Cuando todavía faltaba media hora para que finalizara la clase, Luciano me susurró al oído:
—Vamos al baño. Ahora.
Yo ya había sido un joven calenturiento universitario cuando estudié mi pregrado, como para saber qué significaba ese “vamos al baño” en medio de una clase.
Y aun sabiendo lo que significaba, le hice caso. Primero salió él del salón, con mochila y todo, y cinco minutos después lo seguí.
Nos aseguramos de que no hubiera nadie en el baño, cerramos la puerta con seguro, fuimos a uno de los cubículos, y fui yo el que tomé la iniciativa, bajándome el cierre del pantalón y sentándome en la tapa del váter.
Yo no había esperado que alguien tan orgulloso y egocéntrico como Luciano Mancini se le arrodillara a alguien, pero lo hizo.
Se arrodilló entre mis piernas, sacó un condón saborizado de su mochila, dirigió su mano a mi bóxer y lo bajó un poco, para que mi pene saliera disparado, ya totalmente erecto, y que apuntara a su cara.
Él claramente se sorprendió por el tamaño de mi mástil, porque me miró con sus ojitos grises penetrantes, como si estuviera viendo un pene grande por primera vez en su vida.
—Ahora sí me creo eso que dicen de que los latinoamericanos son muy bien dotados —dijo él, para después sonreírme con malicia y volver a poner toda su atención en mi pene.
Me puso el condón, se relamió los labios lascivamente, como un chiquillo que miraba un helado con muchas ganas, y se inclinó para finalmente engullir mis 23 centímetros de virilidad.
Jodida mierda.
Un hombre me estaba haciendo una mamada.
Yo ya había recibido mamadas, pero de chicas, no de un chico, y la mamada de Luciano se sintió...como estar en la gloria.
Las chicas con las que estuve —que no fueron muchas en realidad, porque nunca me gustó eso de estar con una y con otra cada fin de semana, como sí le encantaba a mi hermano mayor— me hacían mamadas que a la final yo no disfrutaba de a mucho porque no es que fuera fácil introducirse en la garganta 23 cm, pero Luciano al parecer ya tenía suficiente experiencia con p***s, porque su garganta se abrió fácilmente para mí, succionando como un experto mamador.
Moví mis caderas con fuertes embistes, literalmente follandole la boca, y él tuvo una que otra arcada, pero no pareció molestarse por mis movimientos, e incluso me instó a continuar, acariciándome los muslos.
Yo con ninguna mujer me había atrevido a ser brusco en el sexo oral, por miedo a lastimarles la garganta, pero es como si este tipo despertara mi parte animal, porque sentí unas ganas tan viscerales y tan primitivas de follarmelo, que no esperé a que me hiciera correr con el sexo oral, sino que lo hice sacar mi polla de su boca, hice que se levantara, y yo me levanté con él, lo volteé, lo empotré contra la puerta del cubículo, y le bajé un poco los pantalones junto con los boxers, dejando sus jugosas nalgas al aire, sintiendo por primera vez unas bestiales ganas de clavar a un hombre hasta hacerlo gritar mi nombre.
Bueno, ganas ya había sentido muchas veces, pero solo hasta ahora es que en serio estaba a punto de hacerlo.
—En el tercer bolsillo interno de mi mochila está el lubricante —jadeó Luciano, mientras que yo le succionaba el lóbulo de la oreja —. Ten la delicadeza de prepararme primero, Orejuela, no seas bruto. Se nota que nunca has estado con un hombre.
—En efecto, tú eres el primero —le dije, agachándome para buscar el puñetero lubricante, con impaciencia.
—Y cámbiate el condón por uno que no sea saborizado, que esos no protegen contra las ETS.
—Increíble que ni siquiera durante el sexo dejes de hablar, ojalá te corten la lengua algún día —dije, impaciente, buscando el pinche lubricante, sintiendo cómo mi polla ya estaba adolorida de tanto esperar acción.
Cuando al fin encontré el tarro de lubricante y los condones normales, me quité el condón saborizado, me puse el otro —¿en serio este idiota era tan raro a la hora de tener sexo que tenía que usar condones diferentes? Se va a quedar sin pareja a este paso por ser tan cosiquero—, me embadurné con lubricante, y le metí dos dedos lubricados para prepararlo.
—¡Auch! ¡Tenías que meterlos suave, maldito idiota! —se quejó, pero tampoco apartó mi mano de su culo.
—Tinias qui mitirlos suavi, malditi idiiti —lo arremedé infantilmente, metiéndole los dedos más hondo, y él gimió, porque al parecer encontré su punto G —. Mierda...eres muy estrecho —me acerqué a su oreja, para susurrarle con un deseo visceral —: y mi pene es tan grande y grueso que te voy a partir —eso pareció prenderlo, porque movió su culo hacia atrás, hundiendo más mis dedos en él —. Ummm, entonces resultaste ser una putita italiana.
—¡Follame ya, idiota! —exclamó él, y yo solté una risita, mientras sacaba mis dedos de su esfínter, para luego poner la punta de mi pene en su entrada.
—Ni siquiera durante el sexo dejas de ser un incordio mandón y jetón —dije, hundiéndome en él de una sola estocada, y él gritó del placer.
Creí que me regañaría por haberlo penetrado así sin más, como un bruto que en efecto nunca había tenido sexo con un hombre, pero por supuesto que yo sabía que tenía que haber entrado suave para que su esfínter se terminara de abrir, solo...no pude contenerme. No con Luciano siendo tan Luciano.
Me aferré a sus caderas y lo bombeé sin piedad, mientras que él gemía como una puta y le daba tirones a su polla.
Él decía obscenidades en italiano, y yo en castellano, y eso era...simplemente perfecto.
—Cuánto desearía darte sin condón, para llenarte con mi leche y que se te quede escurriendo entre los muslos lo que resta de clases —le susurré al oído, mientras desaceleraba un poco los movimientos, porque no quería correrme tan rápido —. ¿Eso quieres? ¿Que te llene con mi leche, putita italiana?
Yo no sabía qué me estaba haciendo este tipo, pero definitivamente sacaba la parte más sucia de mí. Yo ni siquiera le había dicho “puta” a alguna de las chicas con las que follé, empezando porque para nosotros los abogados estaba prohibido decir siquiera la palabra “prostituta”, porque eso era faltarles el respeto a las trabajadoras sexuales; así que decirle “puta” a una mujer era lo más machista que había, y yo siempre había estado de acuerdo con eso.
Maldita mierda. Yo fui criado con valores, no se suponía que a) estuviera follando con un hombre en el baño de la universidad, y b) diciéndole cosas que, si no estuviéramos tan cachondos, él ya me hubiera dado un puñetazo por estar faltándole al respeto.
—Mierda, sí...quisiera que me llenaras con tu leche —gimió él, y volteó su cara para lamerme la mejilla —. Jodeme, Orejuela. Soy tu putita italiana.
Me desboqué como un caballo salvaje. No supe qué rayos me pasó, solo que empotré a Luciano más fuerte contra la puerta del cubículo, importándome una mierda si a él le dolía o no, pero por la forma en la que estaba gimiendo, por supuesto que lo estaba disfrutando.
Le dije al oído las cosas más obscenas que se me ocurrieron. Cosas que hubieran sido incluso ilegales, pero que a él le gustaron, porque con cada palabra, él se halaba más la polla, que ya brillaba por el líquido preseminal.
Vi estrellitas cuando exploté en un monumental orgasmo, corriéndome dentro del condón, lamentando en serio no poder haberme corrido dentro de él, sin que una barrera del látex nos separara, porque una parte muy primitiva en el fondo de mi mente, quería ver mi espeso semen gotear de su culo, y yo sí que expulsaba bastante, más que el hombre promedio, por una condición genética que me hacía incluso tener el deseo s****l más elevado, solo que...bueno, lo controlaba con meditación y...pornografía, pero moderada.
Luciano se corrió unos segundos después, en un gemido de gatito, dejando tres largas líneas de leche en la puerta del cubículo.
Me salí lentamente de él, me quité el condón, lo anudé y lo eché a la basura, mientras que Luciano se acomodaba los pantalones.
Una vez que ambos estuvimos listos y salimos del cubículo, fuimos a lavarnos las manos como si nada hubiera pasado. Me peiné un poco, porque sí que ambos habíamos resultado despeculados.
Por el tono de mi piel no se notaba si yo estaba sonrojado, no si la gente no se me acercaba demasiado, pero a Luciano sí se le notaba que había acabado de tener sexo.
Pero bueno...no es que fuéramos los únicos universitarios cachondos que follaban en alguna parte de la universidad. Yo hace unas semanas vi a dos chicas dándose dedo en el campus, a plena luz del sol, tapadas con una chaqueta, pero era muy obvio lo que estaban haciendo, y nadie les dijo nada.
—Discúlpame si fui algo...brusco—me digné a decir, mientras que Luciano se echaba un poco de agua en la cara, para ver si así se le quitaba el sonrojo.
—Descuida —dijo Luciano, mirándome por el espejo con una sonrisita divertida —. Me gusta así. Áspero.
Ahora el que se sonrojaba era yo.
Salimos del baño, caminando por los pasillos como si nada, y fuimos a la cafetería. Habíamos quedado sedientos después de ese intenso momento, así que fuimos a por unas bebidas.
Jodida mierda. Acabo de follar con un hombre. Tuve mi primera vez con un hombre, ¿y así de relajado estoy?
También me sorprendió la manera tan relajada en que Luciano se estaba comportando, como si no hubiera acabado de tener sexo con el chico que le gustaba. O tal vez solo fuera una fachada, como todo en su vida.
—Por cierto...—dijo, mientras nos terminábamos nuestros refrescos, caminando por el campus de la universidad —mi cumpleaños es en dos semanas, quedas cordialmente invitado, aunque no tienes que ir si no quieres.
—¿Y qué te hace pensar que no iré? —le pregunté, volviendo a hacer contacto visual con él, y noté un leve sonrojo. Luciano se hacía el badboy, pero la verdad es que era una cosita tierna.
—Será algo muy elegante, ya sabes...mi padre invitará a políticos y a gente de la realeza de yo no sé dónde —informó él, haciendo una mueca que me dio a entender que en realidad no le gustaban esas fiestas de la élite —. No creí que quisieras ir porque tendrás que alquilar un traje de marca y toda la cosa, y faltar a clases.
—Bueno, puedo pedirle a mi hermano que me envíe más dinero —dije, en realidad pensando en cómo rayos decirle a Carlos que me hice amigo de alguien del clan familiar más importante de Italia —. ¿En dónde es la fiesta?
—En la casa de campo de mi padre, en la ciudad de Lenno, frente al Lago de Como —dijo, y yo aluciné.
Wow. El Lago de Como. Yo lo conocía por Star Wars y una película de James Bond que fue grabada en Italia; unas icónicas escenas en ese lugar en específico que me parecía muy hermoso. Y por supuesto que aún no conocía ese lugar en persona, porque la vez que vine a Italia a vacacionar con mi familia, solo dimos el recorrido típico entre Roma, Venecia, Nápoles, Florencia y Milán.
—Estaremos toda una semana allí, y como tú eres un estudiante tan dedicado, no creí que quisieras faltar a clase toda una semana, por eso no te dije antes sobre mi fiesta—explicó él, a la vez que llegábamos a un frondoso árbol y nos sentábamos entre sus gruesas ramas, con los escoltas de Luciano siguiéndonos a una distancia prudencial.
Ellos dejaban a Luciano en paz dentro de las instalaciones de la universidad, pero apenas salía, lo seguían como si fuera el hijo del presidente.
Yo tuve el detalle de ayudarlo a sentar, porque supuse que había quedado dolorido, y él me agradeció con la mirada y se volvió a sonrojar.
Oh. Cosita...
Esperen... ¿qué rayos hago pensando en Luciano como una cosita?
Definitivamente este tipo se está metiendo en mi sistema para nunca salir de ahí.