Capítulo 5

1121 Words
Juan Ignacio se alegra de llegar a tiempo. Aún están en la capilla. Se acerca a su cuñado que se encuentra en la entrada. -¿Y mamá? ¿Y Guido? -interroga sin saludar. -Están en la cocina -responde el viudo. Entra y se queda quiero mirando el féretro, no puede creer que su hermanita se encuentre en ese lugar. Se acerca con temor y allí está, con una sonrisa en su cara y paz en su expresión. -Rebeca... ¿Por qué te fuiste tan pronto? -pregunta acongojado-. Eras mi hermanita pequeña, no se suponía que te fueras primero. -¿Juan Ignacio? -Una mujer de unos cuarenta años puso su mano en su hombro. -¿Miriam? -No has cambiado nada -lo adula ella con tristeza. -Tú menos, estás igual a como te recuerdo. Se abrazan de un modo fraternal. Miriam era la mejor amiga de su hermana y aunque él se dio cuenta que ella sentía cosas por él en su juventud, no quiso dar pie a nada, no quiso arruinar la relación de Rebeca con su amiga. -Lo siento mucho, nadie se esperaba esto. -¿Cómo fue? -consulta el hombre. -Nadie sabe, simplemente se sintió mal, la llevaron a la clínica y... La mujer echa a llorar y Juan Ignacio la abraza. -Esto no debió pasar -solloza ella. -No, ella tenía mucho por vivir todavía. Se apartan y él la mira con lágrimas en los ojos. -Voy a saludar a mi mamá, deber estar desecha y Guido... -Están muy mal, se alegrarán de verte. -Eso espero. El hombre echa un último vistazo a su hermana tras el cristal del cajón y se dirige a la cocina, una pequeña salita con un mueble, un lavaplatos, una cocina y un par de bancos, donde está Consuelo, su madre; una joven, tal vez novia de Guido, y su sobrino. -¡Ignacio! -exclama la anciana-. Viniste mi niño. La mujer se levanta rauda y corre hacia su hijo que la recibe presto y se abraza a ella llorando. -¿Cómo estás? ¿Cuándo llegaste? ¿Por qué no me avisaste que vendrías? ¿Tienes hambre? ¿Estás cansado? -apostilla la mujer. -Bueno, mamá, de lo que poco que entendí, te respondo. Estoy bien, llegué a su rato, me vine en cuanto me avisaron. -Me alegra tanto que estés aquí. -La mujer vuelve a abrazarse a su hijo y llora. Guido espera paciente a que su abuela deje de llorar para saludar a su tío. -Tío -ambos hombres se abrazan. -¿Cómo estás? -Imagínese, fue tan inesperado... -Miriam dijo que se sintió mal. ¿Qué fue? ¿Un ataque? -No sé, despertó cansada y yo me quedé con ella... Ella... Ella... Se empezó a ahogar... -gimió el joven-. Y la llevamos a la clínica... -Pero ¿qué fue? -No supieron. Le hicieron una autopsia, pero los resultados estarán mañana. La verdad es que no sé, debe haber sido un ataque cardíaco. Juan Ignacio se queda pensando. Si fue un ataque cardíaco, ¿por qué hacerle una autopsia? No dice nada, no es momento. Su cuñado entra a la cocina y los mira a todos. -Ya nos vamos -avisa. -Está bien -responde con un suspiro Consuelo. Juan Ignacio hace un gesto de desagrado y toma a su madre de un brazo para llevarla afuera. Guido va a salir, pero su padre lo detiene. -Guido, hijo, con respecto a lo que te dijo tu madre... -comienza a decir el padre. -¿Qué cosa, papá? -No... No... Nada. Creo que no es momento. Erick va a tomar a su hijo del brazo, sin embargo, este no lo deja, le hace el quite y sale de la cocina. Esto, Juan Ignacio, no lo pasa por alto, ya encontraría el momento adecuado para hablar con su sobrino. En el cementerio, Erick se siente en desventaja, sabe que a su cuñado no le agrada. Nunca lo hizo y tiene claro los motivos. Su suegra tampoco es que lo haya querido mucho, quizás nunca lo consideraron digno de Rebeca. Él no era más que un peón cuando la conoció y al casarse con ella, se hizo cargo de todo lo suyo. Ellos nunca entendieron que lo hizo para liberarla de carga, no para adueñarse de sus cosas. Finaliza la ceremonia y es hora de retirarse. Ni Guido ni su abuela quieren irse. No quieren dejar a Rebeca allí. No pueden convencerse de que ella ya no esté, con su alegría, con su ternura. No pueden creer que esté muerta. -Vamos, mamita -le dice Juan Ignacio. -No puedo... ¿Por qué? ¿Por qué mi niña? El hijo no sabe cómo consolar a su mamá, si él mismo está deshecho por dentro. Lo único que puede hacer es abrazarla. Con una mano llama a Guido, su sobrino, y se abrazan los tres. Erick mira la escena con cierta envidia, le molesta, se retuerce por dentro que a nadie le importe su dolor. -Don Erick, lo siento mucho. El viudo escanea a su secretaria y se funden en un abrazo. En realidad, la secretaria no siente la muerte de la esposa de su jefe, para ella es la liberación del hombre y la esperanza de que él, por fin, se voltee a mirarla. Juan Ignacio lleva a su madre y a su sobrino al coche y les hace subir. Se gira para mirar a su cuñado y se da cuenta que él y su secretaria siguen abrazados, sin respetar, al menos, el lugar donde se encuentran. Erick ve a su cuñado y se aparta de Helen. -Nos vemos en la oficina -se despiden con un beso en la mejilla, aunque ella se lo da muy cerca de la comisura de los labios. -Nos vemos -responde ella coqueta. -Al menos podrías haber esperado a salir de acá -le recrimina el hermano de Rebeca a su cuñado cuando llega a su lado. -No sé a qué te refieres. -Soy hombre, Erick, y conozco muy bien esos abrazos y ese beso que casi le plantas en la boca. -Yo no se lo planté, no sé a qué te refieres. -A que mientras yo esté aquí, vas a respetar la memoria de tu esposa, si no lo respetaste en vida, lo harás en su muerte. Y no te creas que te quedas con todo, porque todo lo que tenía Rebeca era mío, si no te lo pedí antes fue por mi hermana, pero el dueño de todo, soy yo. Erick no entiende nada. -Puedes seguir en tu puesto, pero ante cualquier renuncio, te voy a echar a patadas, ¿quedó claro? Erick queda pasmado ante las palabras de Juan Ignacio. Jamás ha sido su intención quedarse con nada. Mucho menos ahora.
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