Capítulo 4

1235 Words
Juan Ignacio se siente frustrado. Esa mujer, después de coquetear y de insinuarle todo, no le dio lo que quería. No se habían ido a la cama. Algo, no sabe qué, la hizo cambiar en su actitud, de una complaciente y ardiente, a una dura y fría. Así, sin más. Ahora, acomodado en el asiento del avión que se suponía lo llevaría a arreglar un asunto con su familia en Canadá, ahora lo lleva a Vancouver, al funeral de su hermana. Así y todo, no hace más que pensar en Eva. Gabriel, por su parte, se siente satisfecho, ese hombre no pudo llevarla a la cama y no le importan los motivos. Lo único que le preocupa es el rostro taciturno y molesto de su dueña. -Mi doña, ¿quiere que le prepare el jacuzzi? Eso la calmará -ofrece solícito. -No, Gabriel, déjame en paz. -Pero... -¡Nada de peros! ¡Fuera! -grita con más fuerza. Algo pasa y Gabriel no logra descubrir el qué, pero él, como que se llama Gabriel Mendoza, lo averiguará. Algo debió decirle ese hombre, algo debió hacerle a su doña para dejarla así, de tan mal humor. -¿Qué pudo haber sido? -se pregunta a sí mismo en voz alta en la cocina. -¿Qué pudo haber sido de qué, don Gabriel? -pregunta la muchacha del servicio, pensando que le habla a ella. -Nada, nada, no se meta donde no la llaman. -Perdón -responde algo asustada. -No, perdóneme usted a mí, estoy hablando solo, no me haga caso. -¿Es por la señora? -Sí, está extraña, ¿verdad? -Sí -responde y se encoge de hombros-. Aunque ella es rara. -Vaya a hacer sus deberes, muchacha, que para eso le pagan, no para andar chismoseando de su señora. -Ay, si yo solo decía... La joven sale de la cocina y Gabriel se queda mirando la puerta. Su señora rara. Si esa chica supiera lo "rara" que podrías llegar a ser, se sorprendería. No. Se aterraría. Claro que no sería él quien se lo dijera. Esa chica es la única que ha durado más de un mes trabajando en esa casa. Todas se espantan y se van... a la primera semana. Eva sale al balcón de su casa y contempla el enorme jardín, lleno de flores y árboles en todo su esplendor. Siempre deseó esto. Éxito, fama y fortuna. Baja los tres blancos peldaños que dan hacia afuera y aspira el delicioso aroma a tierra húmeda, recién regada. Camina y con su mano acaricia los pétalos de las flores a su paso y se detiene bajo un frondoso sauce. A pesar de estar en invierno, el sol calienta el ambiente. Cierra los ojos, no quiere pensar que muy pronto tendrá que abandonar todo. Ya el teatro había quedado atrás. Terminada la gira, cerraría sus puertas para siempre. También, dejará esta casa. A pesar de que todo seguiría siendo suyo, lo más probable es que nunca más volviera a este lugar. Al contrario, tomaría el puesto que siempre debió corresponderle. La imagen de Juan Ignacio se presenta nítida ante sus ojos. La noche anterior, luego de la copa que bebieron y de una conversación trivial, se besaron. Su mirada, cargada de pasión, y sus besos, la hicieron estremecer. Pero en un momento, no se animó a seguir. Algo se removió dentro que tuvo que echar pie atrás. No tanto porque no quisiera estar con él, sino por lo que vendría después. -¿Qué pasa, Eva? -le preguntó Juan Ignacio al sentirla distraída, luego de bajar una de sus manos hasta sus senos. -Esto llega hasta aquí -cortó con sequedad. -¿Qué? ¿Por qué? -Porque no me gustas, no quiero una aventura contigo. No quiero estar contigo. -Vamos, Eva, tú y yo somos adultos, no me creo que vengas con estas niñerías. -Así es, Juan Ignacio, simplemente no quiero estar contigo esta noche -dijo con frialdad y se apartó de él. Segura está de que él no entendió lo que ocurrió, pero a esta altura de su vida, a sus cuarenta y tres años, no puede darse el lujo de enamorarse y mucho menos de un hombre como aquel, con la fama que carga a cuestas. Aunque no está muy convencida que haya sido eso. Aún hoy, no logra entender qué sucedió. ¿Por qué no quería terminar con la vida de Juan Ignacio? Nunca le ha temblado la mano para asesinar a ninguno de sus amantes, sin embargo, esta vez, no quiso hacerlo. -Mi doña, le traje su merienda. Gabriel, ocupado y preocupado de todo, llega hasta ella con una ensalada de frutas frescas de la estación. -Gracias, Gabriel. -¿Qué pasa, mi doña? ¿Qué ocurrió con ese hombre? ¿La lastimó? -interroga preocupado. -No, claro que no, sabes muy bien que nadie me hace daño y vive para contarlo. -Y nadie le hace el amor y vive para contarlo -agrega el empleado. -Así es. -¿Entonces? -Nada. No me gustó como besaba, no me iba a ir a la cama con un hombre con el que no siento nada. Gabriel sonríe para sus adentros, aunque por fuera su rostro es imperturbable. -Ven aquí. -Eva golpea con suavidad el suelo a su lado para que se siente. -¿Qué pasa, mi doña? -insiste el hombre atrayéndola a su cuerpo para abrazarla. -A veces siento que tengo mil años. -Poco le falta, mi doña -bromea él. Ella golpea su pecho. -¡Pesado! -Mi doña, usted sabe que está mejor que nunca. -La voltea hacia él y busca su mirada-. A su edad es que está más segura de sí misma, más bonita, tiene unos ojos preciosos -dice al tiempo que escanea su rostro y acaricia con sus dedos el contorno de su cara-. A usted algo le sucede, mi doña, por favor, diga qué es. -Ya te dije, creo que me estoy haciendo vieja. -¿En este preciso momento? -No sé, tal vez el cierre del teatro, volver a mi tierra... -No tiene que hacerlo, si no quiere. -Debo hacerlo, Gabriel, tú bien sabes que para esto he luchado toda mi vida. -¿Ha pensado cómo será encontrarse con ellos de nuevo? -Sabes bien que lo he imaginado miles de veces. -Sí, y cada vez es distinto. -¿Qué esperas que haga? ¿Quieres que deje todo así, como si nada hubiese pasado? -Por supuesto que no, mi doña, pero si el daño va a ser mayor al beneficio, ¿valdrá la pena? -El día que vea hundidos a todos los que me cagaron la vida, será el día que pueda descansar. -Ya falta menos, mi doña, y ahí me tendrá a su lado, sabe que no la dejaré sola. -Lo sé, Gabriel. El hombre la besa aprisionándola entre sus brazos. Ella tiene muchas razones para querer vengarse, y si ella, alguna vez, le hubiese pedido que viajara y matara a todos los que le desgraciaron la vida, lo habría hecho encantado, pero en este caso, la venganza quiere llevarla a cabo ella misma, en persona, ver llorar y suplicar a sus enemigos, mirarlos a los ojos cuando rueguen por su vidas. Y no tener compasión. Eva alza su mano y la posa sobre el pecho masculino, lo que trae de vuelta a la realidad a Gabriel, que se olvida de todo, menos de satisfacer a su dueña.
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