Capítulo 2-2

1274 Words
Carmen giró sobre sí misma. Estaba en una especie de largo pasillo con unas ventanas que llegaban del techo al suelo y que reflejaban la brillante luz del planeta. Tras lograr escapar del hombre que había intentado sujetarla, lo único en lo que había podido pensar era en encontrar un lugar en el que esconderse y reagruparse, por lo que había salido corriendo de la sala como si la persiguiesen los sabuesos del infierno. Y, en cierto modo, sentía que todavía estaban tras ella. Algo en su interior había reaccionado en cuanto aquel hombre la había tocado, y… la asustaba. Musitó una maldición en voz baja. Aquello era una estupidez; el único sentimiento que quedaba en su interior era el de venganza. Recorrió el pasillo hasta llegar a otra escalera estrecha que ascendía. Miró brevemente tras de sí para asegurarse de que todavía no había nadie siguiéndola antes de girarse y subir el primer escalón con cautela. Al cabo de poco estaba ascendiendo, mirando maravillada los murales del techo y las tallas de las paredes. Pasó una mano sobre la piedra blanca, que destellaba gracias a unos pequeños cristales que relucían cuando su mano pasaba por encima. Giró la esquina de la parte superior y se detuvo, incrédula ante la magnificencia del claustro que ocupaba la planta alta. El techo era de cristal trasparente y se alzaba unos nueve metros por encima de ella, y plantas de todos los colores, tamaños y formas crecían con un abandono salvaje. Carmen giró, intentando verlo todo a la vez, pero había demasiado que ver. Unas flores resplandecientes colgaban desde lo alto y las vides de verdes, liliáceos y rosados palpitantes se enredaban alrededor de las grandes estatuas de dragones y otras criaturas que nunca había visto. Se adentró en el estrecho sendero, deteniéndose bajo las vides colgantes, tocando las flores y jadeando cuando estas se cerraron de golpe. En el centro del claustro había un estanque elevado, y pequeñas fuentes con forma de pájaros vertían el agua de nuevo en el estanque. Al fondo de todo había la figura de un enorme dragón tumbado de espaldas que vertía agua por la boca abierta, haciéndola caer sobre su vientre y creando una pequeña cascada. Carmen se acercó para mirar su reflejo en la superficie del agua y la pena la invadió cuando vio aquellos ojos que solían brillar de entusiasmo. Ahora lo único que veía era vacío y dolor. Extendió la mano, agitando el agua hasta que ya no pudo distinguir nada, antes de sentarse en el borde del estanque. Inclinó la cabeza para mirar el techo, nada dispuesta a volver a mirarse a los ojos; distinguió las imágenes de unos dragones de verdad sobrevolándola al otro lado del cristal. Se abrazó la cintura, balanceándose atrás y adelante. ―Oh, Scott, ojalá pudieras volver a abrazarme ―susurró en voz baja. A pesar de no haber sido más que un susurro, el sonido pareció resonar por encima del ruido del agua―. Tengo tanto miedo. No sé qué hacer. Se quedó allí sentada un buen rato, dejando que un plan tras otro le pasase por la mente en un intento de descubrir cómo volver a casa. Los descartó uno por uno al comprender que no tenía ni idea de dónde estaba, y tampoco sabía cómo manejar una nave espacial. Se llevó la mano al cuchillo que siempre cargaba con ella. Había sido el cuchillo de caza de Scott, y sería el cuchillo que usaría para matar a Cuello cuando por fin diese con él. Pasó los dedos por el mango antes de sujetarlo y sacarlo de la funda. Siempre mantenía la hoja afilada como un bisturí. Alzó la mano, permitiendo que la punta le cortase la palma lo justo para hacerla sangrar. Necesitaba aquel pequeño recordatorio para saber que todavía estaba viva, que todavía tenía la oportunidad de completar la última tarea que se había fijado. Dio un salto al oír el sonido de unas garras rozando la piedra. Se puso en pie poco a poco, guardando el cuchillo en la funda de la cintura y mirando a su alrededor. Unas plantas se movieron a su izquierda, por lo que se desplazó a la derecha en un intento de mantener el borde del estanque entre ella y lo que fuese que estuviese acercando. Trastabilló hacia atrás cuando la figura de un enorme dragón dorado apareció; los colores se arremolinaban en su cuerpo de oro, cambiando a medida que la luz proveniente de arriba se reflejaba en ellos. ―Largo de aquí ―dijo Carmen con una voz baja y severa―. ¡Venga! Vete ―repitió. No contaba con la misma mano para los animales que poseía su hermana. Ariel habría podido mirar a un puma y el maldito bicho habría empezado a ronronear y habría intentado convertirse en su gatito, mientras que Carmen tan solo habría parecido la merienda para el maldito bicho. Ya había visto a criaturas parecidas a bordo de la nave, y los hombres se referían a ellas como simbióticos. Parecían tener alguna clase de relación simbiótica con aquellas criaturas, pero lo único que le importaba a Carmen era que, si aquella cosa estaba allí, entonces su otra mitad no debía andar muy lejos. Y por lo que a ella concernía, eso significaba problemas. ―Vete. ¡Piérdete! ―dijo, empezando a sentirse algo nerviosa cuando la criatura avanzó otro paso. Esta levantó la cabeza gigantesca y pareció olisquear algo. Carmen la observó cuando volvió a bajarla hasta detenerse junto a ella, y maldijo cuando siguió sus ojos y vio que estaba mirándole la mano, donde la sangre había fluido hacia sus dedos desde el corte que se había hecho en la palma. Apretó el puño en un intento de evitar que la sangre gotease, pero era demasiado tarde. Una pequeña gota se aferró a ella con cabezonería antes de caer en el inmaculado suelo de piedra blanca. Levantó la cabeza bruscamente al notar el movimiento en el aire cuando la criatura reaccionó a su sangre, y dio un salto de sorpresa cuando un hilo de oro salió disparado en su dirección, rodeándole la mano herida. Carmen entró en acción, luchando para liberarse. Pero cuanto más luchaba, más la rodeaba el oro, atrapándola entre sus tentáculos hasta que quedó completamente inmovilizada. Se negaba a rendirse. Si así era como iba a morir, entonces que así fuese. Sus ojos destellaron con fiereza un instante antes de que los cerrase e invocase mentalmente la imagen de Scott. Los recuerdos de su cabello castaño claro rizándose en las puntas tras salir de la ducha resplandecieron y cobraron forma, y Carmen les dio la bienvenida con los brazos abiertos, atrayéndolos hacia ella hasta que volvió a estar rodeada de calidez y amor. Recordó sus animados ojos verdes cuando le tomaba el pelo por haberse enfadado, y recordó el modo en que le había hecho el amor con ternura frente a la chimenea, en la pequeña casa que habían comprado en su pueblo natal. Recordó cómo la había abrazado como si no fuera a soltarla nunca cuando Carmen se enteró de que sus padres habían muerto en un accidente de coche, y recordó la expresión maravillada cuando le dijo que… El dolor y la pérdida la invadieron de golpe hasta tal punto que Carmen se preguntó si quizás no haría falta que la criatura la matase al final. Ya le parecía estar muriendo. La sensación de pérdida aumentó hasta ser demasiado para albergarla dentro, y se le escapó un suave plañido. Abrió los ojos y miró las llamas de un dorado oscuro que ardían en los ojos de la criatura, y le suplicó en silencio misericordia. ―Por favor ―susurró―. Por favor. No quiero seguir viviendo. Duele demasiado. Por favor, dame paz ―le suplicó en voz baja.
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