Capítulo 2-1

1844 Words
2 Creon Reykill no estaba de buen humor. De hecho, estaba de muy mal humor cuando su hermano lo agarró del brazo para hacerle girar hacia la sala de transporte ubicada en una de las alas del palacio. Aquel era el último lugar al que quería ir. Odiaba a las mujeres lloronas. Detestaba a las mujeres gimoteantes, empalagosas, llorosas y frágiles; prefería mil veces a las robustas sarafin o curizanas. No es que no hubiera algunas mujeres valdier capaces de competir por su atención, pero con las sarafin y curizanas no cabía la posibilidad de que se encontrase de nuevo con una que se hubiese llevado a la cama a no ser que fuese a propósito. Todas las mujeres valdier querían algo de él, ya fuese una buena posición, la comodidad del palacio y que él las atendiera como un criado. Clarmisa era el ejemplo perfecto de todo lo que odiaba de las mujeres débiles. Creon había acabado teniendo que dejar el planeta antes de que Clarmisa volviese con su clan por lo loco que lo había estado volviendo con sus gimoteos: que si la comida estaba demasiado fría, que si las habitaciones eran demasiado pequeñas, que si los criados eran demasiado bruscos. Y después había empezado a necesitarlo junto a ella en todo momento porque estaba demasiado débil para caminar sin él para sostenerle la mano o porque temía las sombras de los pasillos. Creon había tenido más que suficiente la noche en que Clarmisa se coló en sus habitaciones y se había deshecho en un mar de lágrimas cuando le había ordenado que se fuese de allí. Aquella mujer había tenido mucha suerte de que su simbiótico no la hubiese matado. Probablemente lo único que la había salvado es que al simbiótico le disgustaba incluso la idea de tocarla. Notó cómo se estremecía su dragón ante la idea de tocar a la princesa valdier, tan hermosa pero tan vacía por dentro. Sintió cómo se le ponía la piel de gallina al recordar cómo le había tocado Clarmisa el pecho con aquellos dedos suaves. Creon se había dado una ducha larga y bien caliente antes de preparar su petate y ponerse de nuevo en camino hacia el sistema estelar sarafin. Había llegado hacía pocos días tras buscar informadores que tuviesen información sobre el secuestro de Zoran, su hermano mayor. Sabía que los curizanos no estaban detrás de aquello; después de todo Ha’ven, el líder curizano, era su mejor amigo. Uno de sus informadores había mencionado la posibilidad de que Vox, el líder de los sarafin, quizás supiese algo. Creon era amigo del enorme cambiaformas felino, una especie astuta tan feroz como ingeniosa. Había salvado a aquel gigantesco hijo de perra durante una de las batallas de las Grandes Guerras y Vox y él habían mantenido algunas conversaciones. Habían descubierto que tras las guerras había algo más de lo que les habían hecho creer, pero que ciertas fracciones de sus respectivos gobiernos estaban propagando información falsa. Entre ellos se había formado una amistad y habían trabajado con Ha’ven entre bambalinas para exponer los planes con los que se había intentado hundir a los gobiernos de los tres. ―Sigo sin comprender por qué tengo que estar presente ―le musitó a Mandra mientras caminaba junto a él―. ¿No he sufrido bastante soportando el que Clarmisa se colase en mi cama? ¿Por qué tengo que lidiar con esa especie débil que Zoran está trayendo? Deberías poder arreglártelas solo ―gruñó. Mandra fulminó a su hermano pequeño con los ojos. ―¡Me lo debes! Tras tu marcha me tocó lidiar con ella y con su padre, y él quería exigir que la reclamases como tu compañera. Al final tuve que amenazarlo con retarlo si no volvía de una vez con su clan ―gruñó a su vez―. Puedo ocuparme de una mujer llorosa y gimoteando, pero no de dos, y Trelon ha dicho que necesitaba ayuda con las dos hermanas. Ayer hablamos sobre lo delicadas y frágiles que son. En cuanto las hayamos recibido, dejaremos que madre y los sanadores se ocupen de sus cuidados. Creon gruñó en silencio; detestaba tratar con situaciones como aquella. Prefería una buena pelea, estar de incógnito o incluso un intento de asesinato antes que una mujer dependiente. Suspiró, entrando en la sala de transporte tras Mandra. Se detuvo para mirar a su alrededor, con la esperanza de que las mujeres ya hubiesen llegado y por puro milagro ya no fuesen a cruzarse. Se acercó al pequeño grupo de guerreros, al que reconoció como personal de la nave de su hermano Kelan. Debían de haber llegado primero, pero le sorprendió que siguiesen allí. Normalmente en cuanto llegaban se dispersaban para ir en busca de una o dos mujeres bien dispuestas. ―Bienvenidos a casa ―dijo con tono amistoso―. Me sorprende que todavía estéis aquí; estaba seguro de que ya habríais salido corriendo para visitar algunas de las casas del placer ―bromeó, dándole una palmada a Jurden en el hombro. Si había algo que se le daba bien, era lograr que los demás se sintiesen cómodos con él y le contasen cosas. Trelon no había dicho mucho cuando había hablado con él, y a Creon le gustaba estar al tanto de toda la información posible. Si las mujeres necesitaban de un sanador de inmediato, quería tener a uno preparado para que las atendiese lo más rápido posible. Jurden le sonrió de oreja a oreja. ―Es un placer estar de vuelta, Lord Creon. Estamos esperando a que transporten a las mujeres. Todavía guardo la esperanza de ser el que logre capturar a la de pelo corto; ¡es increíble! Creon frunció el ceño. ¿Por qué iba a querer un guerrero tan feroz como Jurden a una mujer planetaria débil? Escuchó cómo los demás bromeaban sobre cómo serían los únicos lo bastantes fuertes para capturar el corazón de la planetaria y se reían sobre el modo en que Tammit todavía presumía de su encuentro con ella. «¿De qué están hablando, por todos los dioses?», se preguntó sacudiendo la cabeza. Miró a Mandra, encogiéndose de hombros confundido. «Deben de estar hablando de otra persona, está claro». No era posible que estuviesen hablando de las mujeres provenientes del planeta en el que había aterrizado su hermano. Había visto a la compañera de Zoran y había hablado con ella, y era suave y delicada como las flores de su madre. Parecía como si una débil brisa pudiese tumbarla. Se giró para decirle algo a Mandra, pero en aquel momento los cuerpos de su hermano y de tres mujeres aparecieron en la plataforma de transporte. Creon miró decepcionado las tres pequeñas figuras que acompañaban a Trelon: la que estaba más cerca de él parecía una niña, y las otras dos compartían colores parecidos, pero aquello era lo único en lo que se parecían, dedujo tras un vistazo rápido. Dio un salto de sorpresa al oír a Trelon gritándole a Mandra y a él que sujetasen a las mujeres, y Trelon mismo se echó a la más pequeña sobre el hombro y corrió hacia la puerta. Creon se giró justo a tiempo de ver a la mujer con el cabello largo y rubio platino le plantaba una bota en la cara a su hermano. Volvió a girarse para sujetar a la mujer de pelo corto, pero los gritos de advertencia a su espalda llegaron demasiado tarde. Fue a agarrar el brazo de la mujer, pero solo logró sentir cómo su cuerpo dejaba de estar en contacto con el suelo y flotaba en el aire durante un breve segundo. Solo sus años de entrenamiento evitaron que aterrizase de espaldas. Se retorció en el último minuto, aterrizando de pie con un gruñido. Aquella figura esbelta se giró hacia él y lo golpeó en la garganta y Creon retrocedió un paso, apartándose para esquivar un golpe que de haberlo alcanzado lo habría dejado jadeando en busca de aire. Notó cómo su dragón rugía y empujaba contra su piel en una feroz batalla por liberarse, y unas escamas negras del color de un cielo sin luna aparecieron en sus brazos y cuello mientras luchaba por mantener el control. «¿Pero qué demonios te pasa?», explotó, esquivando otro golpe cuyo objetivo era dejarlo incapacitado y girando para rodear a la figura. «¡Compañera!», jadeó su dragón. «¡Mi compañera! Captura a mi compañera». «¿Compañera?», preguntó Creon confundido, y una bota lo alcanzó en el estómago al perder la concentración. «¿Crees que este demonio que está intentando matarnos es tu compañera?», resopló, intentando tomar aire cuando la siguiente patada le acertó en la entrepierna. Bloqueó golpe tras golpe, intentando evitar recibir una paliza al mismo tiempo que forcejaba contra su dragón. Aquella maldita bestia se negaba a escucharle mientras luchaba por escapar y hacerse con la mujer que se movía veloz como el rayo. Creon por fin dijo basta y soltó un rugido fuerte y frustrado, rodeando con los brazos aquel cuerpo esbelto. Sintió miedo de sujetarla con demasiada fuerza por si le hacía daño, y aquel fue su primer error. La mujer se aprovechó de su cercanía para infligir más daño y Creon sintió cómo lo golpeaba con la cabeza en el ojo izquierdo, haciendo que se le saltasen las lágrimas. Su segundo error fue creer que, si acercaba la cabeza de la mujer, esta no podría darle otro cabezazo. Gritó cuando sus pequeños dientes se cerraron con furia sobre su oreja y se vio obligado a soltarla; su tercer error. Al hacerlo quedó vulnerable contra la rodilla de la mujer, que lo atizó en la entrepierna antes de darle un buen golpe en la boca. Creon vio las estrellas tras soltar a aquella salvaje iracunda de cabello blanco. Retrocedió varios pasos, intentando recuperar la respiración y apoyando ambas manos en las rodillas para no caer de culo. Escupió la sangre proveniente del labio roto y tomó una gran bocanada de aire, obligándose a ignorar el dolor. «¡Ve! ¿A qué esperas? Mi compañera se va. ¡Persíguela! ¡Persíguela!». Su dragón le soltó órdenes desde su interior. «¿Perseguirla? ¡Lo que voy a hacer es estrangularla! Simplemente no sé si lo haré antes o después de matar a Trelon», gruñó Creon, enderezándose dolorido. Fulminó con la mirada a los hombres que intentaban ocultar sus risitas. ―Creo que tenéis que explicarme de dónde, por todos los cojones de dragón, han sacado mis hermanos a esas mujeres, y de quién ha sido la estúpida idea de creer que eran delicadas ―gruñó en voz alta, limpiándose la sangre de la boca y haciendo una mueca al tantearse primero el ojo y después la oreja―. ¡Esa pequeña salvaje casi me castra! ―espetó cuando los hombres estallaron en carcajadas―. Y eso sin mencionar que casi me arranca la oreja de un mordisco. Jurden sonrió de oreja a oreja. ―Ahora ves por qué estábamos esperando. ¿Acaso no son magníficas? Creon volvió a tocarse la oreja, haciendo una mueca cuando vio que tenía sangre en los dedos. ―Jodidamente magníficas ―contestó con sarcasmo. Les dio la espalda a los hombres, enfurruñado―. ¡Y cállate de una vez! No estás ayudando precisamente a mi dolor. ―¿Mi señor? ―preguntó Jurden confundido. Creon les dirigió una mirada dolorida a los hombres que lo miraban como si hubiese perdido algo más que una pelea. ―Vosotros no. ―Volvió a hacer una mueca y fue hacia la puerta―. Mi estúpido dragón cree que ese demonio es mi compañera ―refunfuñó mientras las puertas se cerraban a su espalda.
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